sábado, 31 de julio de 2010

octavio paz

El Premio Nobel de Literatura 1990

Por Jesús Chávez Marín

En medio de la crisis económica que nos asfixia, aún podemos mirar de lejos una historia como esta: en una suite del Hotel The Drake, de Manhattan, suena el teléfono, a las siete de la mañana de un jueves. Allí se hospeda un hombre de 76 años, de ojos azules y pelo rizado, casi blanco, que se llama Octavio Paz. Él contesta la llamada: le avisan que la Academia Sueca le otorga el Premio Nobel de Literatura 1990.

Desde ese momento, el nombre de aquel poeta mexicano aparecerá en las pantallas de todas los televisores del mundo, las letras de ese nombre se imprimirán en millones de páginas de todos los periódicos. Se dirá que es el primer Nobel de Literatura que gana un mexicano. El presidente de su país le hablará ese mismo jueves para felicitarlo de parte suya y de parte de ocho presidentes latinoamericanos que lo acompañan en ese momento en una junta cumbre en Caracas. El consulado mexicano de Nueva York instalará en la suite cinco teléfonos que repicarán todo el día con llamadas de larga distancia. Octavio Paz las contestará personalmente, interrumpiendo a cada rato el diálogo con los quinientos periodistas que desfilarán esa mañana para entrevistarlo en persona.

El próximo 10 de diciembre será la ceremonia de premiación. El cheque del premio será de dosmil millones de pesos. En las reseñas que inundan de información instantánea las páginas desechables de los periódicos se anota que este año los candidatos para el Nobel de Literatura fueron Carlos Fuentes, Milan Kundera, Marguerite Duras, Nadine Grodimer y Günter Grass, autores famosos cuyos libros, en todos los idiomas se venden en librerías de muchas naciones, al lado de los libros que Paz ha escrito.

Hoy esta frase se repetirá hasta que su sonido y su sentido se gasten por completo: “La Academia Sueca premia a Octavio Paz por su obra literaria, una obra apasionada, abierta sobre vastos horizontes, impregnada de sensual inteligencia y de humanismo íntegro”.

En Chihuahua, los lectores de Paz sentimos que la luz de nuestro poeta nos mejora el día. Y festejamos este Premio Nobel tan merecido para la literatura mexicana, para Octavio Paz.

Octubre 1990

viernes, 30 de julio de 2010

la depresión


La depresión: enfermedad individual y social

Por Jesús Chávez Marín

La depresión es la muerte de todos los deseos. Así lo afirma el escritor Federico Campbell en su libro Post scrptum triste, donde cuenta algunas historias personales de ese padecimiento.

Cuando un hombre, o una mujer, entran en etapa depresiva, las noche son terribles, muchas veces de insomnio atormentado. El pensamiento se llena de asuntos pendientes, inconclusos, que se presentan simultáneos, todos de golpe, y hasta los más sencillos parecen terribles y sin solución. Jirones de sueño hacen confusa esa mezcla con pesadillas extrañas con temores y rencor sin fundamento.

Las mañanas son aún más dolorosas: el depresivo no tiene ganas de nada; la luz del sol es tormento porque hay que levantarse de la cama sin hallarle sentido a iniciar alguna acción. Los compromisos y obligaciones se imponen y al fin el sujeto, quien no tiene ánimo ni de bañarse, ni de comer, ni de salir de casa, ni de ver a nadie, realiza penosamente sus actividades como quien acepta un castigo.

Profesionales de psicología y de neurología afirman que la depresión es un padecimiento físico de origen químico que afecta conexiones nerviosas, lo que origina la alteración de la energía vital. Se indica que algunas sustancias pueden curar este padecimiento de una forma casi definitiva, siempre y cuando esos medicamentos se tomen de por vida, de la misma manera que los diabéticos tienen que controlar su padecimiento mediante dosis constantes de insulina, durante el resto de sus días.

Lo que no se sabe es el origen del padecimiento. Se afirma que hay una clara tendencia hereditaria en la depresión. Los hijos de padres depresivos tienen riesgo de adquirir la enfermedad, no se sabe si por información genética o por imitación de las conductas. Por otro lado, la depresión no necesita de ninguna causa terrible en la vida del paciente para desencadenarse, aunque claro que puede haberla. Una gran pena sufrida, una pérdida, un dolor intenso puede ser antecedente, o puede no serlo, del pasado inmediato o lejano del depresivo.

En la fase más grave de esta enfermedad existen tendencias suicidas en las personas depresivas. Podría afirmarse con cierto dramatismo que la etapa terminal de la depresión es la muerte por suicidio. En muchas de las notas de suicidas que salen en los periódicos se habla de que el protagonista de tan triste final anduvo en los días previos a su muerte cargando una gran tristeza, una melancolía pesada y oscura, con causa conocida o sin causa alguna.

Los casos de depresión parecen haber aumentado en los recientes años. El índice de frecuencia de este padecimiento es más alto que en décadas anteriores. No resulta aventurado imaginar que nuestros tiempos son propicios para que esta enfermedad se desarrolle.

La crisis económica es, sin duda, ambiente propicio para este mal tan insidioso. La sobrepoblación. El desempleo. El trabajo que se paga cada vez más barato. La desintegración familiar, porque ahora las necesidades obligan a que cada vez más miembros de la familia, hombres y mujeres, trabajen una mayor cantidad de tiempo. La contaminación ambiental: el ruido y el humo.

Puede afirmarse que la depresión también tiene un origen social, no solo orgánico y químico. La falta de oportunidades para tener una vida digna, la pérdida de las ilusiones de mejoramiento social y económico. También influye el aumento masivo del consumo de alcohol en nuestra sociedad, que inicia en edades cada vez más tempranas, en todos los espacios, conducta social muy estimulada por un gran aparato publicitario y mercantil, que de eso también podría hablarse largamente.

Las conductas depresivas parecen ser contagiosas. Cuando se convive con personas depresivas, se va creando una atmósfera de tristeza en el que otras personas se van involucrando, sobre todo si aquellas tiene influencia para los otros: un padre depresivo es imitado, consciente o inconscientemente, por sus hijos, su esposa, y se van formando espacios de descuido por la actitud indolente de todo el grupo.

El aislamiento y la creciente individualización de la vida social son también ambiente propicio para el padecimiento. En medio de ciudades cada vez más pobladas la soledad crece.

Pueden proponerse algunas soluciones sencillas e iniciales. Se recomienda que no se deje solo y aislado a quien padece esta enfermedad. Debe dialogarse con él, o con ella, para que atienda su mal. Convencerlo de que consulte a un médico, de preferencia un psiquiatra. No dejarlo a su suerte pensando que el mal es pasajero y circunstancial. Es importante la comunicación. Dejarlo hablar de sus problemas, crear un ambiente propicio y comprensivo, que se sienta escuchado y despertar interés para que encuentre claves de su mejoramiento.

Hay que tomar conciencia, junto con el enfermo, de que su mal tiene remedio y hay que buscarlo; pensar junto con él que su mal es una enfermedad verdadera, no una simple etapa de tristeza. Y de que las soluciones suelen ser sencillas y definitivas, de que mal es controlable con cuidado y disciplina. Tomar en serio posibles insinuaciones de suicidio del paciente, no echar en saco roto este tipo de afirmaciones, por superficiales que parezcan.

Hace falta insistir en que cuando veamos a alguien que padece una tristeza que parece sin remedio, nos interesemos por esa persona sabiendo que su sufrimiento es real y no una conducta caprichosa. De esta manera, podemos ser útiles para quien muy cerca de nosotros sufre una etapa dolorosa que sin atención podría durar toda la vida.

Junio 1999

jueves, 29 de julio de 2010

elko, liliana y juan armando


(En la foto Elko Omar Vázquez Erosa).
 
Tres poetas, dos ciudades: Elko, Liliana y Juan Armando (Cantina, bohemia y poesía: un espectáculo de JChM)

Guión: Jesús Chávez Marín

Actores: Elko Omar Vázquez Erosa, Juan Armando Rojas, Liliana Pedroza y Martín Chávez Bejarano

Personajes:
Elko: poeta
Juan Armando: poeta
Liliana: cuentista
Martín: cantinero

Tramoya:
Escenografía: El Foro del Arte
Dirección: Jesús Ramírez
Producción: Foro del Arte

Análisis de personajes:
Elko: 28 años, poeta, nació el 9 de julio de 1974, estudió ciencias de la información en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua y ha sido profesor de literatura en el Centro de Asesoría y Servicios Culturales y en el Colegio de Educación Media Superior. Participó como redactor en la producción editorial de Voces de viajeros, antología donde también aparecen textos suyos, y es autor de los libros Cantos de vampiros, El refugio y Jardín de luna. Fue reportero de El Heraldo de Chihuahua y actualmente lo es de Televisa. En esta obra platica con dos amigos suyos en un bar.

Juan Armando: 29 años, poeta, estudió licenciatura y maestría en letras en la Universidad de Texas en El Paso, y el doctorado en la Universidad de Arizona. Es autor de los libros Lluvia de lunas y Río vertebral. Algunos de sus textos aparecen en la Antología de la poesía latinoamericana del siglo XXI: el turno y la transición, compilado por Julio Ortega, y en Cuentistas de Tierra Adentro III. Actualmente es becario de la fundación Andrew W. Mellon en Amherst College, Nueva Inglaterra, donde es profesor invitado. En esta obra vino a Chihuahua aprovechando sus vacaciones de Navidad, se reúne con dos amigos en el bar Molotov y al día siguiente presentará su nuevo libro.

Liliana: 26 años, cuentista, es egresada de la Universidad Autónoma de Chihuahua y actualmente escribe su tesis de doctorado por la Universidad Complutense de Madrid, donde estudió tres años. En esta obra se reúne con dos amigos. Al día siguiente viajará al Distrito Federal, donde radicará un año.

Martín: Estudiante de ingeniería industrial en el Tecnológico de Chihuahua, hace en esta obra el papel de El cantinero del bar Molotov.

Unidad de tiempo: la acción de las 8:30 a las 9:45 de la noche.

Unidad de espacio: Bar Molotov

Unidad de acción: La obra tiene 4 personajes, 3 de ellos platican y leen poesía. El cantinero lleva copas de vino tinto.

Escena 1
La acción sucede el miércoles 8 de enero de 2003, en el bar. Liliana entra a donde había quedado de verse con sus dos amigos. Ellos aún no han llegado:

Liliana: Chin, ninguno de los dos ha llegado. ¡Qué tipos! Me citan en esta cantina de mala muerte, repleta de señores parranderos y luego me salen con su cabrona puntualidad mexicana. Bueno. Mientras pediré algo. (Le hace una seña al cantinero).

Voz en off: (Biografía breve de Liliana)
Liliana Pedroza tiene 26 años, es cuentista, egresada de la Universidad Autónoma de Chihuahua y actualmente escribe su tesis de doctorado por la Universidad Complutense de Madrid, donde estudió tres años. Esta tarde decidió reunirse con dos amigos. Mañana se va al Distrito Federal, donde radicará un año.

Al terminar la voz en off, Liliana mira el reloj con impaciencia, busca en su bolsa y saca de allí unos papeles.

Liliana: Mientras llegan estos cabrones, voy a revisar otra vez mi cuento:
Lee la mitad del cuento “Ladrar a la luna”

(Entra Elko, encandilado buscándola. Ella interrumpe su lectura y le grita:)

Liliana: ¡Elko! Acá estoy.

Elko: Maestra, Qué gusto verte. ¡Feliz año! (La abraza).

Liliana: Cómo son méndigos, aquí me tienen de su pendeja esperándolos en el club de Tobi.

Elko: híjole, perdóname, Liliana. Es que el cabrón de mi jefe me puso a redactar una nota de última hora y se me colgó el tiempo.

Liliana: Bueno, ya ni modo. Oye, estuve leyendo el libro que me mandaste a Madrid: El Refugio. Me gustó mucho el poema “X”

Antes de leer el poema, entra voz en off. Breve biografía de Elko:

Elko Omar Vázquez Erosa es un poeta de 28 años. Nació el 9 de julio de 1974, estudió ciencias de la información en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua y ha sido profesor de literatura en el Centro de Asesoría y Servicios Culturales y en el Colegio de Educación Media Superior. Participó como redactor en la producción editorial de Voces de viajeros, antología donde también aparecen textos suyos, y es autor de los libros Cantos de vampiros, El refugio y Jardín de luna. Fue reportero de El Heraldo de Chihuahua y actualmente lo es de Televisa. Esta tarde, platica con dos de sus amigos suyos en el bar.

Al terminar la voz en off, Elko lee el poema “Antes de llegar a ti”

Liliana: Qué bueno que escribes mejor que como lees. ¡Ah!, mira: hasta que al fin llega Juan Armando.

Juan Armando entra discretamente y se sienta a la mesa.

Juan Armando: Dispénsenme la tardanza, es que tuve que encargar al bebé con una amiga de Jennifer y además se me reborujó la calle Luis Pasteur.

Liliana: Pos ya ni modo. Oye, mañana presentas tu libro, ¿verdad?

Juan Armando: Sí. Mañana en Cuauhtémoc y el viernes en la Quinta Gameros.
Quiero leerles este poema, a ver qué les parece.

Voz en off. Biografía breve de Rojas:
Juan Armando Rojas es un poeta de 29 años, estudió licenciatura y maestría en letras en la Universidad de Texas en El Paso, y el doctorado en la Universidad de Arizona. Es autor de los libros Lluvia de lunas y Río vertebral. Algunos de sus textos aparecen en la Antología de la poesía latinoamericana del siglo XXI: el turno y la transición, compilado por Julio Ortega, y en Cuentistas de Tierra Adentro III. Actualmente es becario de la fundación Andrew W. Mellon en Amherst College, Nueva Inglaterra, donde es profesor invitado. Acaba de llegar de Massachussets ahora para Navidad, esta tarde platica con dos amigos en el bar Molotov.

Al terminar voz en off, Juan Armando lee “El palpitar el eco”

Cantinero: Oiga, señorita, pero nos dejó picados con el cuento que estaba leyendo. ¿Qué pasó después?

Liliana lee la segunda parte de su texto.

Elko: Voy a leerles otro poema, a ver si ahora sí te gusta como leo, Liliana.

Elko lee el poema “Aguardo con paciencia”.

Juan Armando: ¿Cómo estructuraste tu libro?

Elko: (respuesta)

Liliana: Ahora tú, Juan Armando, léenos otro.

Juan Armando lee “Nube negra”

Liliana: ¿Por qué escogiste este tema para tu libro?

Juan Armando: (respuesta)

Elko: Hay otro texto mío que todavía me duele. Voy a leérselos.

Elko lee “Nadie pasa por las calles del pueblo”

Liliana: Qué padre descripción haces allí del espacio chihuahuense. Por cierto, Juan Armando, tú tienes uno parecido que se llama “Responso”.

Juan Armando lee “Responso”

Elko: Ahora tú léenos algo, Liliana.

Liliana lee “Congregación de palomas”

Juan Armando: bueno, vamos a pedir la del estribo, y mientras cada uno de nosotros lee su poema final.

Cada uno de los tres lee el texto que él escoja.

Se levantan. Toman sus cosas, uno de ellos va al baño, los demás lo esperan y luego salen juntos.

Telón.

Espectáculo presentado en enero 2003, en el Foro del Arte de la ciudad de Chihuahua.

miércoles, 28 de julio de 2010

macín

(En la foto JChM, Hildeberto Villegas, Margarito Puerta
Enrique Macín, Heriberto Altés Medina y Rafael Solo Baylón).
Macín, un escritor en escenarios y libros
Presentación del libro Psicodrama a las seis y media, de Enrique Macín 

Por Jesús Chávez Marín

Muchos de quienes se inscriben en una escuela de filosofía y letras quieren ser escritores: es su propósito en la vida. Y también su sueño. Cuando en 1976 entré a estudiar letras españolas en la Universidad Autónoma de Chihuahua, el único de mis profesores que era un escritor profesional era Enrique Macín. Algunos otros habían publicado algún poema de lo más estudiantil en alguna revista de circuito cerrado; otros pocos iban a congresos de literatos y presentaban tremendas ponencias de 25 cuartillas con un buen corpus de notas a pie de página y con una biografía deveras espeluznante, que seguramente habrían transcrito de algún catálogo bibliográfico: todos sabemos esos trucos.

Pero Enrique Macín era un dramaturgo de éxito regional: su obra Los nuevos bizantinos había llenado a reventar los que eran entonces los grandes teatros de esta ciudad, y los únicos: el Paraninfo de la Universidad y el pent house del Hotel Presidente, en todas las funciones. La obra fue producida por Francisco Flores, dirigida por Manuel Talavera, y los actores fueron Hildeberto Villegas, María Elena Pérez Rodríguez y Huidobro Gaxiola, además de los artistas de reparto.

Como la obra trataba de curas que cuelgan la sotana; protestantes pragmáticos y millonarios; mariguanos en la onda del existencialismo necio y audaz, y testigos de Jehová que venden el Atalaya y el Despertad a precios populares, el obispo Almeida asistió con su plana mayor y todos estaban a punto del infarto de tanta risa y carcajada clerical.

No tardó la Universidad Autónoma Metropolitana de la ciudad de México en publicar la pequeña joya de ironía y humor negro que Macín escribió, según nos contó después a quienes luego de haber sido sus discípulos tuvimos el honor de ser sus amigos, mientras acariciaba los dulces senos de una señora que en aquel tiempo era su novia.

Diez años después vino Adán se despide. Macín la estrenó en el Teatro de Cámara, que por mal nombre ahora se llama Teatro Saavedra: otra vez llenos totales, a pesar de que el teatro en esta ciudad siempre ha sido de precaria salud. Polémico como siempre ha sido, puso en escena preocupaciones filosóficas demasiado densas para esta sociedad que en algunos asuntos suele ser frívola y superficial: fracaso en escena: una actriz histérica que se aferró a ser la dama joven a pesar de sus 55 años cumplidos, Elisa Ames Russek, reborujó todo el asunto; el talento del gran actor Jesús Ramírez no pudo salvarla.

A pesar de esto, la obra de Macín fue publicada por una universidad de los Estados Unidos y en esta ciudad el libro fue presentado con bombo y platillo por Gaspar Gumaro Orozco en el antiguo Cidech, mala imitación de biblioteca pública de aquellos tiempos. Otra vez la gente llenó el lugar: este escritor es el único de este pueblo que convoca multitudes.

Pasaron otros 10 años y salió su primera novela, Sueños sin epílogo, editada en Chihuahua: era el primer libro que le publicaban en su tierra, aunque le costaron una lana las dos ediciones. Recuperó su dinero a los dos meses y hasta con ganancia porque las dos ediciones se agotaron.

Este es su cuarto libro: la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde ahora él es casi el decano, tiene orgullo de contarlo desde hoy entre su catálogo de autores.

Macín, Enrique: Psicodrama a las seis y media. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 2002. 

Diciembre 2002.

martes, 27 de julio de 2010

josé antonio garcía pérez


Haikú en la ciudad de Chihuahua
Presentación del libro Haikú: Bonsai de poesía, de José Antonio García Pérez

Por Jesús Chávez Marín

Un sabio mexicano de nombre estepario llamado Abraham Oceranski me dijo que Latinoamérica tiene más cercanía cultural con las tierras orientales que con el occidente aparatoso y vencedor. Otra tarde de otoño también me dijo, mientras caminaba tranquilamente por la plaza de armas: Observa bien esta estatua del aventurero Antonio de Deza y Ulloa, ahora muy famoso porque fundó la ciudad de Chihuahua junto con otros pelafustanes de igual calaña. Mira el diseño de este bulto de bronce: fíjate bien en esa arrogancia agresiva y muy poco elegante: el hombre de bronce mira con ojos de lumbre hacia el templo: en un reto de lo más absurdo le indica a la Catedral y a todo lo que ella simbolice que la ciudad tiene que edificarse precisamente aquí, en donde apunta el dedo índice de su mano derecha: aquí: bajo sus testículos.

En aquel momento de hace 15 años y también en este momento cuando tengo el honor de participar en la presentación del libro Haikú: Bonsai de poesía escrito por mi compañero de la escuela de letras José Antonio García Pérez, vuelvo a ver aquellas dos figuras en la memoria: el filósofo samurái Oceranski pensando muerto de risa me parece la viva estampa de la cultura oriental; el muy poco relajado pero quizá muy respetable Deza y Ulloa en su estatua desafiando a la Catedral me parece un bronce que podría muy bien ser uno de los innumerables símbolos de nuestra cultura occidental.

El libro recién nacido de Antonio, quien además es tocayo del ilustre fundador y colega de Oceranski en el arte del pensamiento, es muy semejante a la síntesis de esas dos culturas no tan lejanas que forman la estirpe de nuestro extenso y milenario origen espiritual.

El título de este discurso quizá pudiera parecer injusto: “El inicio del haikú en la ciudad de Chihuahua”, porque antes hubo otras cinco personas que escribieron y publicaron en revistas y folletos algunos textos semejantes al poema haikú en esta región: Gaspar Gumaro Orozco, Arturo Rico Bovio, Rogelio Treviño, Enrique Servín y Lilly Blake.

Sin embargo, este es el primer libro que aparece con una esencia y unas circunstancias que lo señalan como libro de iniciación:

Es el primero que asume el riesgo de aparecer con ese solo género de poesía: haikú. Los libros y plaketes de los anteriores solo se atrevieron a poner uno que otro poema haikú un tanto cuanto asfixiados entre textos más largos con versos y estrofas en la estricta retórica de la tradición literaria española.

Por otro lado, la estructura de este libro de García Pérez tiene tres ambientes: en el primero asume la preceptiva clásica de la tradición japonesa, cultivada en español por unos cuantos autores, unos con mayor y otros con menor acierto. El segundo se atreve a dar un mayor énfasis a la temática amorosa y erótica, respetando siempre el espacio y el tiempo a que obligan la contemplación de la naturaleza y las señales de estación, pero asumiendo un lirismo risueño y edonista. Y en el tercero el autor resulta aún más audaz: el haikú narrativo, la densidad de una fábula y la ligereza de un viaje estético.

Para terminar quiero compartir con los lectores los que más me gustaron: al leer el libro cada quien pudiera elegir los suyos:

Cielo y tormenta:
El mar hace hara-kiri
en su rabieta

El horizonte,
gran beso ancestral
entre cielo y monte

De madrugada
el frío y la acuarela:
Luz sonrosada

Cruzan en el cielo
constelaciones negras,
¡llegan las aves!

Tímida tarde,
que nos muestra su rubor
después que arde

Flores jóvenes:
¡me pegan los colores
tan vivamente!

Volátil rumor,
zumba hastío y tedio:
Es un moscardón

Diciembre 2002.

lunes, 26 de julio de 2010

yermo

(Autor de la foto Didier Emmanuel Ortiz).

Te buscarás en mis ardientes ojos
Presentación del libro Yermo, de Alfredo Jacob

Por Jesús Chávez Marín

Desde hace siglos la Iglesia Católica tiene entre sus políticas extender elaboradísimos homenajes a quienes considera modelos de las conductas y virtudes que considera propios de su ideología. A quienes dieron la vida por la fe, los mártires; a quienes propagaron por lejanas tierras sus doctrinas, los misioneros; a quienes con su vida de sacrificios y abnegación erigieron con sangre, pudor y lágrimas la pureza de su hogar como si fuera un monumento de granito, las mujeres virtuosas. La iglesia los beatifica, bendice, glorifica y canoniza en medio lo que ahora suele denominarse intensas campañas de publicidad.

También los gobiernos civiles y militares mantienen la interesada costumbre de encumbrar figuras de héroes muertos, incluso algunos de los que ellos mismos hayan mandado matar, para mostrar a los niños de escuela y a los señores y señoras de buena educación los valores del civismo, la valentía y lealtad de los próceres que nos dieron Patria; los generales que perdieron cinco batallas pero que murieron en el intento de alcanzar aunque fuera una victoria; los caudillos que ya estaban a punto de tomar el poder o de levantarse en armas para tumbar a otros del poder y que murieron en una emboscada de la que nunca se supo quien fue el autor intelectual; las señoras que organizaron en su casa la conspiración de los que luego serían los padres de La Independencia. El gobierno los pone como la gran cosa en los libros oficiales de historia, manda construir estatuas con sus figuras en bronce montados sobre caballos briosos, imprime estampitas civiles con su foto y su maquillada biografía escrita al reverso.

Sin embargo los artistas de las ciudades, quienes realizan obras más importantes y más trascendentes para las vidas privadas y para la vida pública de los pueblos que las acciones de los guerreros, los políticos o los santos, casi no aparecen en la historia universal.

Y eso que, como una vez lo dijo Alfredo Espinosa: la obra de los artistas es obra pública, tanto o más necesaria que las carreteras, los puentes, las siembras, las plantas hidroeléctricas, y su trabajo hace más falta para que la gente viva, que los actos, muchas veces tenebrosos, de los políticos y los clérigos.

Esta noche tenemos el honor de reunirnos en torno a uno de nuestros más preclaros artistas, Alfredo Jacob, quien ha dedicado su vida al difícil oficio de la poesía.

En esta ciudad nadie como él encarna en su vida la figura legendaria de lo que es un poeta: lee casi todo el día, sobre su mesa del comedor de su casa hay libros de autores recientes, autores clásicos, todas las revistas literarias y culturales importantes del país y los periódicos del día. Junto a esa mesa, Alfredo Jacob lee durante la mañana entera y a veces también en las tardes. A un lado de esa misma mesa está su máquina de escribir, antes era una Rémington modelo 1953 y hace cuatro años la cambió por una Olimpia 1997; en ella escribe su refinado y cuidadoso artículo mensual para una revista local y antes escribió también comentarios sobre los libros que aparecían en Chihuahua; todos los autores nuevos le pidieron prólogos, estudios preliminares y presentaciones para sus obras y Alfredo siempre los favorecía con su brillante prosa, con sus claras ideas. También ha sido un gran amigo y una grata compañía para sus amigos, su vida bohemia ha sido intensa a pesar de su férrea disciplina de trabajo como profesor de literatura en el Colegio Palmore y en Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua. O cuando fue más que bibliotecario un verdadero maestro cuando nos atendía con su gentileza acostumbrada en la Biblioteca del Parque Lerdo. En fin: su vida plena y fecunda ha sido una vida de poeta, con todos los dolores, los desaforados trabajos, las grandes y privilegiadas amistades y la satisfacción de hallar el verso preciso, la palabra exacta, el sonido musical del idioma, todo y muchas otras aventuras que enfrenta y que goza quien se atreve a ser ese hombre misterioso, extraño y abierto: un poeta.

La escritura de Alfredo Jacob, pulida y brillante, ha sido uno de los patrimonios artísticos más valiosos de nuestra ciudad. Sus versos forjados en las formas puras de la poesía en español tienen una sonoridad bellísima y en sus estrofas van formando conceptos poéticos, figuras, imágenes donde recuerdos remotos, ilusiones secretas y esperanzas de largo futuro cristalizan con una ritmo que parece natural.

El libro tiene cinco partes: Elementos de mi alma, Cantos al amor, Sonetos de la ciudad, Dunas y Memoria. No solo es su temática la base de la estructura, sino también sus formas poéticas, ya que el autor maneja con habilidad todas las métricas: el soneto, las décimas, el romance, el himno, la redondilla y más.

Aunque Alfredo Jacob es un gran lector de poesía moderna, adoptó como textura de su expresión personal y metal de su estilo las formas clásicas. No le dio la gana sumarse a las modas nuevas, ni en el léxico, ni en las ideas ni en el verso libre de los poetas recientes, muchos de los cuales por “novedosos” de su año ya pasaron al olvido mientras muchos de los sólidos versos de Alfredo Jacob hoy cobran vigencia y expresan con claridad la época que ahora compartimos. Para muestra voy a señalar un solo ejemplo: Anda ahorita una moda, a veces bastante farisaica, de hablar de la ecología. Por otro lado, casi nadie ha protestado por las agresivas y alevosas acciones con las que algunos comerciantes coludidos con arquitectos y por supuesto con gobernantes han destruido el centro de la ciudad de Chihuahua, el Cerro Coronel, el Cerro Santa Rosa y, poquito a poco, también el Cerro Grande. Con sabiduría y sencillez, Alfredo Jacob escribe poemas como este:


Calle Libertad

Calle de Libertad, bullanguería,
mercado del piropo y la sonrisa,
feria de la ilusión que sintetiza
de mi ciudad su ambigua geometría.

Trampolín de la cita; joyería
donde escoger la joya es ilusorio;
imperio de lo frágil, avalorio
que se muestra en cualquier estantería.

Estás enferma de inquietud mundana;
quiero verte más bella y más humana,
como antaño lucías tu aristocracia,

pues cegada no sabes que algún día
vas a perder tu noble simpatía
como has perdido para mí tu gracia.


Como este texto, pueden verse en el libro muchos otros donde está con claridad la silueta de un pensamiento novedoso y bien informado, el pensamiento de Alfredo Jacob, escrito en versos rimados y medidas, en estrofas que tiene aún el oro del Siglo de Oro español.

El tono más presente en el libro es la tristeza, la melancolía, la nostalgia, la evocación en silencio, un silencio físico y también metafísico. Desde el primer poema que abre el libro, una especie de autorretrato poético llamado “Décimas de mi angustia” donde el paisaje es...


esta soledad inmensa

...cuyos elementos, nombrados...

son el mundo que yo sueño


...dice el poeta, en otras palabras, este es el material de mi escritura. Entonces nombra su identidad...


Soy la voz en el desierto


...que va muy bien para un poeta de Chihuahua, aunque también este desierto es espiritual, metafórico, sin dejar de ser profundamente físico en el cuerpo y en el paisaje. Enseguida, se indica el rumbo y la Itaca de esta odisea...


El silencio es mi sendero
hacia moradas mayores


...viene también este bellísimo retrato de lo que es el desierto, una de las muchas expresiones de la atinada originalidad de Alfredo Jacob:


soy lo que no soy, reseco
clima de un silencio humano


Este libro da para muchas lecturas, hay poemas que le son útiles a la intimidad de cada lector o lectora como espejo de su tristeza, como impulso de amores, como empeño de ideas. Por razones personales me gusta coleccionar textos que definan o dibujen la depresión, esa enfermedad que se define como la muerte de todos los deseos. Esta que hallé en el libro de Jacob es una de las mejores que he leído:


Mi noche no tiene día,
ni mengua el terrible trance;
vivo en un continuo lance
con mi gran melancolía.


Quiero terminar estas palabras diciéndole a Alfredo Jacob que desde 1975, cuando lo conocí, él ha sido uno de mis mejores héroes; como siempre quise ser escritor y este señor era un escritor que trabajaba como bibliotecario en la Biblioteca del Parque Lerdo y me prestó el libro El lenguaje, de Eduard Sapir que yo necesitaba para un trabajo escolar, despertó mi admiración porque hablaba con inteligencia y corrección. Después fui lector de la “Columna de Alfredo Jacob” que aparecía todos los días en el periódico Novedades de Chihuahua. Después tuve el privilegio de ser amigo suyo hasta hoy, pero lo admiro igual que entonces, o sea muchísimo, siempre.

También quiero darme el lujo de cerrar esta intervención con uno de los grandes textos del libro:


Yermo

Tu sombra –roca en luz, silencio mío–
me indaga este minuto consumido;
arde mi corazón, arde vencido
cuando en las venas me transita el frío.

Va la tarde amistando con el río
y el valle me devuelve mi alarido;
vago por mi penumbra, dolorido,
bajo la luz difusa de mi estío...

Sembré en el yermo y coseché guijarro;
agua bebió mi sed –mi sed de barro–
y el camino acorté con suelta brida...

Me sorprendió el dolor, solo y desierto;
quise vivir sintiéndome ya muerto
y alcé la frente y me lancé a la vida.


Jacob, Alfredo: Yermo. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 2001.


Febrero 2001

domingo, 25 de julio de 2010

ignacio solares


El sitio, una dramatización de la angustia. Presentación de El sitio, novela de Ignacio Solares

Por Jesús Chávez Marín

Las visiones desoladoras y la vibración de la tristeza son hilos de colores intensos, difíciles de manejar en un texto narrativo sin caer en el melodrama o la comunicación fácil y chantajista con los lectores, la manipulación de su sentimentalismo, crueldad vacía y absurda. Por eso mismo es una sorpresa esta novela de Ignacio Solares, El sitio, donde con el tono sobrio y estoico de su escritura y la sabiduría estructural de la trama, el texto se convierte en un territorio donde el lector vive, sufre al lado de los personajes, es él mismo un personaje que escucha y de pronto parece estar involucrado en los hechos que suceden, los cuales están cercanos a su vida cotidiana, que siente suyo el lenguaje de la desesperación y se ve afectado por el agua ardiente de la angustia.

Ignacio Solares, quien nació en Ciudad Juárez, Chihuahua, es un hombre que ha escrito quince novelas que han dejado huellas profundas, intensas, en la literatura mexicana, en la fabulación de nuestra alma colectiva y, sobre todo, en la identidad de los lectores. Sus visiones de la realidad son vibrantes y complejas, surgen de la vida cotidiana y de la realidad histórica e incluyen hilos de fantasía que el hombre ha elaborado y experimentado para explicarse y expresar secretos de la vida y de su propia muerte.

En El sitio, su novela recién publicada, Solares construye un mundo narrativo de brillante expresividad a partir de una trama que ofrece múltiples niveles de significación y corren simultáneas en la escritura. Las líneas iniciales abren con fuerza hilos de intriga. Así inicia la novela, en la voz del narrador personaje:

Temo no estar a la altura de mi sufrimiento, Monseñor.
De las innumerables acusaciones que se me hacen una es cierta, lo confieso abiertamente: bebía demasiado a últimas fechas. Sobre todo a raíz de la muerte de mi madre. Aunque no tengo por qué engañarlo a usted, cuál es el caso: desde antes bebía demasiado.

El hombre que expresa estas palabras es un sacerdote con problemas de alcoholismo y se inicia de esta manera un relato donde hay un contrapunto entre el discurso subjetivo del atribulado personaje y una mayor objetividad en otras secuencias narradas en tercera persona gramatical que, sin embargo, permanecen cercanas al punto de vista del narrador personaje e incluso mantienen el diálogo con el Monseñor a quien se le escribe y se le habla en voz directa esta larga confesión.

El personaje cuenta la historia de un pasado reciente y sombrío, en el clímax de su problema de alcoholismo, cuando también suceden en su delirio extremo, o en la realidad de lo que está contando, estos hechos: el edificio de departamentos donde vive con una tía anciana es tomado por unos soldados que impiden a los inquilinos la salida. Afuera, en la calle, marchan batallones de soldados y pasan tanques de guerra. Nadie sabe si se trata de un golpe militar o de una invasión, ya que en el sitio fueron cortados el teléfono y la electricidad y queda impedida cualquier forma de comunicación con el exterior.

Los dos niveles de lectura concentrados en un mismo punto de vista narrativo son, queda claro, el delirio o el relato realista. Lo interesante de este tejido narrativo es que ambos niveles van simultáneos en la escritura, se alimentan mutuamente enriqueciendo la significación del discurso y creando una atmósfera muy original.

El lector halla en el texto indicios para guiarse por ambos niveles de lectura. La hipersensibilidad auditiva que sus estados alcohólicos le producen al personaje hacen que pueda percibir con intenso registro las vidas de los habitantes del edificio sofocado por el sitio militar, y así lo dice él mismo: “como si mis nervios se ramificasen por todo el edificio y recogieran sus más secretas resonancias”. En el nivel realista de otra lectura también sabemos que el sacerdote aquel tenía una intensa comunicación con los inquilinos, incluso algunos de ellos se confesaban con él, lo cual da indicio de la intimidad con la cual conoció de cerca las historias de los vecinos.

Por eso en la trama principal hay otras historias contenidas, independientes en el tiempo y el espacio del presente del relato, pero que agregan esferas de significación, a la manera de las novelas clásicas. Incluso Solares, el autor, recrea de forma ágil varias de las anécdotas de otras novelas suyas, entre ellas de Puerta del cielo, Anónimo y Columbus, como una especie de señales de presencia de toda su novelística anterior, recurso que es muy característico de este autor desde su primer volumen de cuentos El hombre habitado, donde en varios de los textos aparecen exactas historias que después serán desarrolladas en novelas posteriores, en una especie de espiral narrativa.

Solares, Ignacio: El sitio. Alfaguara, México, 2001.


Junio 2001.

jueves, 22 de julio de 2010

alfonso reyes siáñez


Una extraña atmósfera de sensaciones.
Presentación del libro Rocío de sentimiento, de Enrique Alfonso Reyes Siáñez.

Por Jesús Chávez Marín

De todos los textos que un autor puede escribir, el más riesgoso es el poético. Las zonas más secretas de la intimidad, la claridad más intensa de los pensamientos, la visión más personal, las palabras más cercanas al propio cuerpo son los materiales del poema. Pero no basta sólo con ese fulgor de la propia vida para construirlo. Hace falta armonizarlo con las ideas colectivas, con las voces múltiples de la expresión universal de la tradición.
Enrique Alfonso Reyes Siáñez construye en éste, su segundo libro de poesía, una atmósfera plena de sensaciones sonoras, olfativas, visuales donde sus versos líricos iluminan no solamente historias de diversos momentos de su infancia, de su escuela, de sus amores, sino además nos conecta con imágenes muy reconocibles por todos nosotros que nos miramos en el espejo de esta escritura forjada con nostalgia, con ternura, con dolor, y con la fuerza que da la meditación constante, el ejercicio de pensar.
En el primer texto, titulado “El valor de vivir”, el autor habla de los contrastes físicos y espirituales con los que batallamos todos los días, nuestra presencia en medio del mundo, entre nuestros semejantes, y en las claves que el poeta va iluminando con su búsqueda espiritual, tal como dice en uno de sus versos:

Alba de esperanzas
que voy abriendo en la misteriosa selva del destino.

La estructura de este libro tiene una secuencia existencial que se va rebelando en el orden en que vienen los poemas. La historia se inicia en la primera infancia, donde las palabras son objetos tangibles, importantes para forjar una identidad que se conecta al presente de la escritura y al presente de cada lector. Así vemos que el poeta evoca la voz del padre, en el momento mágico del ensueño. Así lo expresan estos dos versos:

El cuento que mi padre me relataba,
antes de cerrar mis ojos

En ese mismo poema también se habla de las “canciones de infancia, que aún viven”. De una manera muy atinada, el texto juega con esos jirones de sueño que se proyectan para siempre en la vida de los hombres y de las mujeres, esos sonidos y palabras luminosas que son para todos el sustento de la propia identidad.
Con gran intuición, Reyes Siáñez forja en sus textos esas imágenes del pasado que surgen vigorosas en la reflexión de un presente cristalizado en cierto momento de la propia existencia. Les voy a leer dos versos de un mismo texto, donde se forja esa piedra de toque. Primero, la voz poética habla de la “nostalgia de mis juegos que volaron” y, dos estrofas después, aparece esta otra metáfora: “La misteriosa huella del amor”. Las dos vías de la sensibilidad, el recuerdo y la experiencia intensa del presente, se armonizan en el texto para construir un lenguaje de gran expresividad.
En otro poema hallamos un retrato de gran originalidad de lo que, para el autor, es la amistad: El fulgor de un arcoiris que a veces, por descuido, guardamos en los bolsillos rotos de los sueños.
Los poetas, los pensadores, son personas de sensibilidad muy viva. Su vida espiritual es muy dinámica y muchas veces navegan, como lo indica uno de los versos de este libro, en “la misteriosa soledad”. A pesar de eso, los poemas de Enrique Alfonso Reyes Siáñez suelen tener una sencillez y una ternura de gran dulzura, de profunda humanidad. Como cuando se refiere al amor de la madre y le canta a su “amor sin condición”, al “consuelo oportuno”, al “arrullo que solía oír” desde el vientre de la mujer, aún antes de nacer. De esa mujer que se entrega entera y no espera ninguna otra recompensa que ver alegre a su hijo.
En el paisaje de este libro, escrito con la reflexión y la sensualidad del presente en contrapunto con los colores de los recuerdos, se habla de la escuela donde todos fuimos niños. Uno de los textos se refiere, según las palabras de uno de sus versos, de “la cotidiana tarea de aprender la lección”. Quienes son o han sido maestros, maestras, hallarán en este poema un homenaje de gran cortesía y cariño.
El autor hace también una sutil reflexión de su propio oficio de escritor, y se refiere en otro texto a

La facultad de expresarme que la vida me otorga

facultad que es ejercicio constante desde la infancia del poeta, según lo indican estos dos versos, donde habla de su actividad de pensar e imaginar que parecían tan naturales, desde el refugio del amor:

la ternura de mi madre, cuando me miraba,
con mis ojos cerrados y mi mente volando.

Me parece muy hábil la escritura de Reyes Siáñez en el trazo de gran precisión con que suele describir figuras y personas en unos cuantos versos. Como es el caso de este bello retrato de una joven mujer:

muchacha, que detrás del maquillaje
cubre sus sentimientos,
que son el tesoro de su intimidad

Hay también en este libro, como una trama de hilos muy finos, un afán siempre constante de seducción: al lector, a la amada, a la musa. Incluso se atreve a revelar sus intenciones en palabras muy explícitas, según lo indica este verso:

tal vez estas palabras humedezcan tu corazón

Quizá el tono más constante en todo el libro sea la ternura, ese sentimiento tan difícil de expresar. Vivimos tiempos tan ásperos, fríos y violentos, que las lecciones de amor que también hay en esta escritura sin duda serán para nosotros como un poco de agua fresca. Así se expresa en esta parte del libro, donde se habla de

Este amor, inmensa ternura solitaria
en lo profundo de la noche

Algunas de las palabras con las que están forjados estos poemas, según el poeta, “se refugian en tu piel de mujer”, así se lo expresa a una de sus amadas, a quien también le dice esto:

se desvaneció mi pudor frente a tus ojos

El riesgo de la propia intimidad esa uno de los componentes más difíciles pare el poeta. En la apuesta va todo: el cuerpo, los pensamientos secretos, la crueldad, el sufrimiento, la alegría, la fe. Para tener a la amada, la voz del poema habla de:

la ansiedad de robarme tu sombra,
que es el consuelo de mi desvelada vida

Y en otro poema, también le expresa el triunfo de esta aventura poética:

Saber que te llevo tatuada

Leer este nuevo libro de Enrique Alfonso Reyes Siáñez es una experiencia estimulante. Los colores de la infancia iluminan con alegría y ternura zonas oscuras de nuestro presente. La temblorosa inseguridad ante la primera experiencia amorosa, cuando somos protagonistas de la intensidad amorosa y la repentina conciencia del propio cuerpo, se queda grabada en nuestra identidad, nuestra conciencia, con una mezcla confusa de placer y temor, de ilusión y dolor, pero son en la memoria sensaciones tan llenas de nuestra propia vida que las guardamos como uno de los mayores tesoros. De todo esto habla este libro: habla de nosotros, de los juegos, de las canciones, de los amores, de nuestra propia respiración.

Junio 2010.

miércoles, 21 de julio de 2010

rodrigo pérez rembao


Tan jovencitos y ya tan amargados
Presentación de la novela Alguien se está
muriendo, de Rodrigo Pérez Rembao

Por Jesús Chávez Marín

En Chihuahua hay pocos novelistas. Alfredo Espinosa, Jesús Gardea, Enrique Macín, Isauro Canales, Carlos Chavira Becerra, Víctor Bartoli, Willivaldo Delgadillo, César Francisco Pacheco Loya, Guillermo Hernández Orozco y algún otro que escape a una rápida nómina de memoria. Por eso resulta notable que este noche se presente aquí la novela titulada Alguien se está muriendo, la primera de Rodrigo Pérez Rembao, el joven escritor de 26 años que junto con su amigo Jaime Romero Robledo fundó la revista Artificios, donde varios de su generación iniciaron una carrera literaria.
Alguien se está muriendo es una novela breve muy bien escrita. Desde el primer párrafo se nota la fuerza de un lenguaje narrativo bien estructurado, el tono definido, la mezcla temática que nos propone, a los lectores, un pacto narrativo que desde el arranque nos mete de lleno en una atmósfera de extrañamiento.
¿Quién es este personaje llamado Víctor, que tiene tan solo veintitantos años, reflexivo y solitario, y enfrenta la vida con tanto desaliento?
Para que ustedes se ambienten, escuchen el tercer párrafo, que inicia así: “Un día como cualquier otro, notó que su ánimo se encontraba opaco. Sintió fastidio solo de pensar en tramitar las siguientes horas. Le pareció absurda la rutina que seguía de tiempo atrás a la fecha: el despertador a las seis, el baño, gotas de loción; la corbata al cuello; un café con dos de azúcar y salir a la calle. Ingresar al tráfico primero y luego a un edificio donde un pequeño espacio habría de confinarlo la mayor parte del día. ¿Para qué? Para conseguir el sustento y prolongar la rutina. Le pareció insensato; le pareció una mera lucha por la superviviencia. ¿Consiste la vida únicamente en batallar por la preservación? Tal vez sí”.
La aventura de este personaje tiene este arranque. El proceso de degradación o de mejoramiento así inicia en esta historia. Más tarde los lectores conoceremos a Rebeca, bella muchacha que trabaja en oficina y se inscribe en una agencia de modelos. A Gustavo, un ex compañero de universidad de Víctor con quien este confronta sus propios pensamientos desde la superioridad burlona de su escepticismo. A Carmen, una mujer de 50 años clienta frecuente de videocentro cuya ternura y buena fe han forjado la entrega para cuidar a su sobrino, a quien ama como a lo mejor de su vida.
Lo más intrigante de estas historias tejidas es la atmósfera que las envuelve. Por los pensamientos y las palabras de Víctor asistimos casi escandalizados al vacío existencial y autocomplaciente de algunos jóvenes de nuestro tiempo. Nada los salva. Ni ideales, ni esperanzas, ni ilusiones. El futuro está perdido, confundido con un presente sin asideros espirituales ni intelectuales. Jóvenes sin fe, sin padre, se enfrentan, en esta novela, al ruido constante de los mensajes que anuncian la moda y lo nuevo. El futuro está cancelado y el presente solo se sostiene con dinero. Los niños y adolescentes que en los cruceros son payasitos trágicos en cuyas manos flotan por el precario arte de sus malabarismos tres naranjas, como espectáculo único de su vida miserable, estos, digo, no son siquiera dueños del presente, de la dignidad mínima para vivir. En esta novela, como en la vida real de nuestros días en las calles, solamente son objetos de escenografía, parte del decorado en las ciudades de este supermercado sin piedad que todos hemos constituido.
En cierta forma, Alguien se está muriendo es una novela de terror; ver la vida de estos jóvenes tan precaria de sueños, tan llena de ruido, tan intranquila y egoísta, sin contacto con la naturaleza, sin árboles, sin flores ni libros, sin agua; sin más paisaje que los alambres de la luz y los semáforos; sin más aire que el humo de los carros y de las plantas maquiladoras; sin recintos nobles ni lugares sagrados; metidos en antros viciosos y en oficinas monocromáticas donde la competencia es la única misión de la excelencia (palabras nuevas injertadas en la ideología autoritaria de la administración pública de la globalización, este mito ridículo que se nos ha impuesto), ver todo esto en la fría y serena prosa de Rodrigo Pérez Rembao, pone los pelos de punta. Es doloroso enfrentar el espejo de esta novela con la vida real donde muchos jóvenes de hoy parecen tan semejantes a los personajes de sus páginas, donde el único vestigio de idealismo es la conducta impostadísima de Gustavo que, sin embargo, es uno de los retratos más trágicos, por atenerse tan cómodamente a una fe simplista y artificial.
Este mundo tan bien reflejado es la expresión de que su autor tiene un talento poco común para contar historias, y también para establecer con el lector un abanico floreciente de ideas. Que el personaje principal sea un joven solitario y reflexivo no hubiera bastado. Las situaciones en que se presentan los personajes, en espacios narrativos bien construidos con unas cuantas frases; la evolución neurótica de Víctor, que presenta todas las gamas de la angustia y la depresión perfectamente observables en las noches de claridad morbosa y en los días de doliente aburrimiento; los encuentros con otras personas que, sin embargo, no le importan realmente al obsesivo pensador; son todas ellas factores narrativos de amplio registro, de fuerte impresión. Deveras sorprende que un escritor tan joven pueda construir este enredo con tanta verosimilitud.
Escuchen, como ejemplo, el breve relato de alguna de las noches atormentadas del protagonista: “No tenía la certeza de que estas visiones fueran sueños auténticos, pues no dormía del todo mientras se llevaban a cabo. No lograba definir hasta qué punto intervenía su voluntad en la construcción de semejante pesadilla”.
La estructura de la novela tiene tres partes, que corresponden distintos procesos mentales del protagonista más cercano al narrador, el cual conduce el punto de vista del relato; con un total de 32 capítulos breves, que se forjan con alguna independencia pero que están bien ceñidos a un hilo narrativo firme. El transcurso del tiempo narrativo, con varios planos de la memoria y con presagios del futuro cercano, se extiende con una lógica de causas y efectos. Artesanía narrativa mezclada con ideas. No se trata aquí solo de la anécdota brillante y efectiva que se queda hueca en sí misma queriendo competir con el lenguaje cinematográfico, situación de la que adolecen tantas novelas de moda, llamadas light, sino la mezcla certera de conceptos y escenas, de estructura y lenguaje, de buena prosa y claro pensamiento. Las conductas de los personajes evolucionan con secuencias bien tramadas, la atmósfera es nítidamente reconocible; en fin, los aciertos son abundantes.
Por todo esto, es una buena noticia para la literatura este libro de Rodrigo Pérez Rembao. Como lectores, podemos esperar de él muchas otras buenas novelas que han de salir de sus manos de artista. Podría ser que, en el futuro, su talento narrativo traiga otras historias donde también sea posible la felicidad como en este lo fue tanto la tristeza; donde en sus páginas leamos la plenitud del amor y la alegría de la amistad, como en esta vimos tan bien contado el vacío espiritual y la soledad inaudita en personajes de tan poca edad. Donde el futuro pueda mirarse con un horizonte abierto y no solo esta nube de humo que mancha y oscurece nuestra identidad colectiva, tan frágil siempre y tan rodeada de asechanzas, igualito que en esta limitada vida real en la que nos hemos metido todos, como imbéciles, y donde ya no hallamos la puerta.

Pérez Rembao, Rodrigo: Alguien se está muriendo, Universidad Autónoma de Chihuahua Ed, México, 2000.


Julio 2000.

lunes, 19 de julio de 2010

vicente ribes iborra


Presentación del libro Anatema. La conquista de Texas

Por Jesús Chávez Marín

La novela es quizá el género que permite más libertad en su escritura y el que más se acerca a la sensibilidad de los lectores de nuestra época, formados como espectadores de películas y de las narraciones visuales y sonoras de la televisión antes que en la lectura. A la novela nos gusta entrar como a un lugar desconocido, a una ciudad, a una casa, donde vivimos con los personajes y acompañamos sus acciones, desentrañamos sus lenguajes, establecemos un pacto con el narrador o los narradores varios que aparecen para hablarnos de los dramas, las tragedias, el dolor, el amor, el paisaje: un mundo semejante al nuestro pero con la coherencia de una estructura y un sentido novedoso. La palabra novela viene de la palabra novedad, noticia fresca, vida siempre intensa en sus placeres y en sus delirios, en la razón y en los sueños, en sus presagios y sus sombras.

Este es también un género que tiene un abanico muy amplio de registro y de niveles de escritura, el valor artístico de sus productos es también infinitamente diverso: legítimamente pueden llamarse novelas a las de Corín Tellado y sus similares que repiten hasta el agotamiento el recetario del amor entre comillas del joven guapo y triunfador que rescata a la cenicienta y la lleva a la cima de la felicidad luego de vencer juntos los obstáculos de una adversidad tan artificial como las promesas y las palabras en almíbar que se dicen los enamorados muy similares al narrador tan previsible siempre como las tramas y los escenarios de una ficción elemental y tediosa. A pesar de eso, este tipo de escritura encuentra a sus lectores, los cultiva y los forma en su eterno retorno. Este tipo de productos en serie, además de las “de amor” tiene muchos otros subgéneros: de misterio, de aventuras, de vaqueros, policiacas, pornográficas, de espionaje. El más reciente serían las biografías no autorizadas, con escándalos de políticos y de figuras del espectáculo que también podrían forjarse en un género tan prodigo donde todo cabe con tal de que el lector disfrute de un relato que lo divierta y lo distraiga de sus problemas cotidianos.

Al lado de toda esta literatura adocenada y de consumo masivo, los novelistas que tienen intenciones artísticas buscan escribir un texto distinto, que valga por su originalidad, por el valor de su forma y siempre con la intención totalizadora de producir la ilusión de la realidad, recreándola y formulando nuevas posibilidades vitales. El objeto artístico busca formar algo que no había existido antes, y por eso renuncia a recetas y fórmulas prefabricadas para asumir el riesgo que significa el arte.

Tal es el caso de esta novela llamada Anatema. La conquista de Texas, de Vicente Ribes Iborra. Para demostrar esta afirmación, o sea, que esta novela es un texto literario, o sea, artístico, comentaremos brevemente algunos de los elementos de su estructura, basada en la búsqueda de originalidad y de una visión totalizadora de su material narrativo.

En principio podría pensarse que se trata de una novela histórica, lo cual tiene algo de cierto, porque sus relatos están sólidamente sustentados en investigaciones históricas y geográficas de mucha precisión en su cronología, su contexto temporal, su recreación de paisajes y territorios, en la descripción detallada de su travesía. Además de ese contexto muy bien documentado, aparecen como protagonistas lejanos varios personajes históricos con su nombre y apellido, el rey de España, los virreyes de la época y el año exacto de las aventuras que se cuentan: 1680, finales del siglo 17.

Pero no es tan fácil de clasificar un texto literario que de veras lo sea: en rigor no puede hablarse en este caso de una novela histórica, ya que los tres personajes principales son estrictamente de ficción, y las aventuras que se cuentan pertenece a distintos orígenes: leyendas de la época, relatos históricos, documentos, mapas, relatos fantásticos como el huracán que levanta en vilo a los expedicionarios o el hallazgo de la fuente de la eterna juventud. Pero el material narrativo más importante es el de la ficción literaria: la fuerza de la imaginación que logra crear personajes, producir la acción y el movimiento con solo la fuerza del discurso narrativo y una estructura bien pensada para engarzar y dar coherencia a todo ese material narrativo tan diverso: los elementos del espacio narrativo, la ilusión del transcurso del tiempo, la actualización del ensueño en la memoria de los personajes y la concepción de documentos que contienen información como versos, pergaminos, memoriales y hasta los mismos papeles antiguos abandonados en una casona en decadencia, escritos por uno de los diversos alter egos del narrador, los que escribió un tal José Alcocer en el real presidio de Monterrey, sargento que fue del grupo expedicionario de los protagonistas de esta historia delirante de aventuras.

La anécdota que se narra es la expedición de reconocimiento de un grupo que en forma oficial sale de Aguascalientes hacia el norte, como castigo para sus tres principales por la anatema o excomunión que había caído sobre ellos por un incidente a la vez absurdo y trágico, para descubrir y tomar oficialmente posesión de aquellos parajes en nombre del rey de España. De esta manera y enfrentando grandes dificultades recorren todo el territorio del norte de lo que hoy es México, hasta llegar a Texas y aún más lejos. A las orillas del río San Antonio fundan una misión presidio, donde la mitad de los expedicionarios se quedan a vivir, estableciéndose como colonos, mientras el resto del grupo continúa la travesía hasta llegar a la desesperanza y la desaparición.

La novela se extiende hasta dos siglos después, cuando aparece vivo el último personaje, quien había alcanzado la eterna juventud y la inmensa soledad de sobrevivir en el delirio y en el remolino de los recuerdos ya sin el sustento de sus semejantes.

La estructura de la novela se alza en tres personajes principales, varios otros secundarios de los que se cuentan sus historias individuales, algunas ya en el plano de la irrealidad y la fantasía, algunos en la memoria distorsionada de las habladurías de la época, otros en su propio testimonio como narradores personajes que se alternan.

Uno de los desafíos que libró el autor es el uso de un lenguaje que recreara el español antiguo de la época que se narra, finales del siglo 17 en la región norte de la Nueva España, y que pudiera ser leído sin grandes dificultades por un lector moderno. Porque este es otro de los elementos esenciales del objeto artístico: que de alguna forma tenga vigencia en su propia época, que exprese su tiempo.

A pesar de contar una historia antigua, esta novela no tiene nada de acartonada ni obsoleta. Su sensibilidad está muy bien ubicada en su tiempo: principios del siglo 21. El elemento principal con el que el autor consigue esto, es con la peculiar visión del narrador, su enfoque, su mirada.
Sin dejar de ser un cronista exacto de aquella expedición que navega por los desolados parajes del norte soleado y extenso, el narrador tiene una perspectiva del mundo muy desengañada, con esa angustia fría que da el escepticismo, con esa resignación cínica de los ojos acostumbrados a la decadencia y al polvo del desengaño, con esa capacidad de asombro ya vencida en la resolana de la sangre que se derrama, las armas en las manos y en la carne, los desastres naturales que cumplen sus amenazas trágicas, los destinos de los hombres que se repiten en la lumbre de todos los tiempos.

De esta manera la novela logra construir una atmósfera muy sobria: es un realismo mágico sin los aspavientos y las grandilocuencias que nos administraron hasta el hartazgo García Márquez y sus malos imitadores como Isabel Allende y otros. En otro sentido es una novela estrictamente realista, ya que ni el narrador ni sus personajes principales se enredan en las charlatanerías y fanatismos de su contexto, el cual solamente queda consignado en su estricto nivel de narratividad, y nos ahorra los juicios morales instantáneos de los que nos saturó cierta novelística, como la de Vargas Llosa o la de Carlos Fuentes. También es una novela de aventuras, pero sin reventarnos con anécdotas prolijas que pretendan competir con la narrativa cinematográfica, mas bien le tiene sin cuidado esa acción trepidante y cuenta con serenidad las más atroces cuchilladas y hasta el huracán que levanta la expedición hacia el cielo y hacia el polvo y hacia el olvido.

Como toda buena novela, esta contiene en su estructura una serie de relatos independientes que aparecen sin que se rompa el ritmo del relato principal, sino más bien amplificando el sentido de la historia. De esta manera el interés del lector se mantiene en dos líneas paralelas. Esto se logra alternando dos tiempos: el presente de la historia y el pasado de los recuerdos, la infancia lejana, la fantasía delirante de los personajes legendarios y hasta la proyección al futuro de la tragedia colectiva en donde aparecen, por ejemplo, papeles viejos o los nuevos colonizadores que ya a mediados del siglo 19 se hallan de frente, casi el fantasma vivo que seguramente había bebido de la fuente de la eterna juventud, al mismo capitán Juan Reyes de Vivar, el jefe de aquellos expedicionarios que doscientos años antes habían conquistado las llanuras de Texas y habían fundado el presido misión, la ciudad de Dios, que seguramente se plantaría en el tiempo y en la historia y llegaría a ser una ciudad del futuro.

Para construir la verosimilitud de sus personajes en la travesía de la ficción, el autor hace una conexión con gran habilidad narrativa: con el señuelo de esa misma historia de la fuente de la eterna juventud, hace aparecer como personaje a un mulato misterioso, que según su relato anduvo en aquella primera expedición, estrictamente histórica, que concluyó en 1535, casi un siglo y medio antes del tiempo presente de la novela: la expedición de Cabeza de Vaca, Castillo, Dorantes y Estebanico. De esta manera coinciden en su materia narrativa la expedición famosa del norte, las siete ciudades de oro de Cíbola y la Gran Quivira, con esta expedición de los personajes de esta novela: la del capitán Reyes de Vivar, Magdalena Ruiz de Escalante y Fray Antonio Olivares.

Resulta fascinante imaginar la manera como el material histórico en el cual es especialista el autor, Vicente Ribes Iborra, doctor en historia de América que tiene 20 libros publicados, casi todos de historia de la presencia de Valencia en Estados Unidos y algunos de la historia de Aguascalientes, ese caudal de información se va convirtiendo en material narrativo y en esta novela tan entretenida y original, en esa voz narrativa anclada sólidamente en un conocimiento vasto de la historia y adornada en la elegancia de un buen narrador, en la filosofía de un escéptico, en la ironía de un buen observador de las costumbres humanas a quien solo podríamos reprocharle un cierto acento racista que se expresa sin el menor asomo de culpa, ya que los indígenas en toda la novela se reducen a ser un personaje colectivo miserable y vicioso, una mente quebradiza sin sustento humano, un amasijo de confusión y escasa higiene. Hay un solo personaje que salva apenas, en forma individual, la dignidad de la raza: a la expedición se agregó en forma voluntaria un médico indígena llamado Nicolás Aboites, que da pie al narrador para alabar el buen nivel de la medicina india, se dice que aún superior en sus resultados a la medicina que se practicaba en España: “A opinión tan certera se sumaron cronistas de la talla de Antonio de Solís, Bernal Díaz del Castillo, fray Bernardino de Sahún, Clavijero y otros”. A pesar de esto, el personaje en el desarrollo del relato resulta de muy poca importancia, no alcanza entonces a dar un poco de equilibrio a las expresiones de profundo desprecio con que el narrador se solaza siempre a referirse a los indígenas.

En conclusión, los lectores circulamos felices en los terrenos narrativos de esta novela muy bien ceñida a la visión estética y en la que aprendemos con placer muchos vericuetos de la vida cotidiana de la colonia en estas regiones del norte mexicano, bien distinta a los relatos del centro de la república, de su corte virreinal y sus conquistadores famosos. De esta manera, tenemos aquí un material de lectura que nos ofrece el entretenimiento de los buenos relatos, los que están narrados, y el conocimiento que nos dan estos libros que seguramente son el producto de muchos días de trabajo, años quizás, de investigación y de escritura y que nosotros podemos disfrutar en unas cuantas horas de buena jornada. Con toda humildad, quiero yo recomendarles esta noche que inicien esta travesía, la experiencia estética y regocijante de la lectura. Muchas gracias por su atención.

Ribes Iborra, Vicente: Anatema. La conquista de Texas. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 2008.

Abril 2008