lunes, 25 de noviembre de 2013

ricardo aziz nassif



Prólogo para el libro Te amo Alejandra

Por Ricardo Aziz Nassif

Escribir un prólogo para un libro de Jesús Chávez Marín es por lo menos un atrevimiento de mi parte. Y es que al recorrer sus páginas me encuentro con un texto impecable, con un oficio de narrador educado, con una escritura limpia y transparente como  la niñez del autor y como los coloquios amorosos con su madre, Carmen Marín.
Leer estas páginas fue para mí el encuentro con un excelente escritor lleno de sensibilidad e imaginación, con un lenguaje por demás sencillo pero refinado, ingenuo pero irónico, tolerante con la condición humana pero crítico con la  frivolidad y la farsa.
Su descripción de la ciudad  moderna y progresista que es  hoy en día Chihuahua es implacable, “el esperpento del progreso”. Y para los que hemos vivido por muchos años en esta querida ciudad es un gozo leer anécdotas que nos parecen comunes, dramas que nos ha tocado sufrir, y la vida tal cual es, sin agregados artificiales ni superfluos.
En estos días aciagos que estamos viviendo en nuestra ciudad y en todo nuestro estado, salpicados de sangre, drogas, desempleo y pesimismo, nos reconcilia con nuestra realidad encontrarnos con este libro de Chávez Marín, en su tercera edición corregida y aumentada. Es como beber agua fresca. Es como  reconciliarnos un poco con la vida. Como volver a creer en el talento, la posibilidad de creación y la belleza de una escritura llena de “lugares comunes”, dicho en el mejor sentido de estos términos, ya que están entretejidos en nuestra cotidianidad y forman parte de historias nuestras de cada día.
Estas historias, que van desde la niñez hasta su añejada admiración por Alejandra Guzmán; la tromba de 1990; la burlona descripción de un encuentro de escritores en la frontera; una tarde en el circo; la sátira despiadada de personajes de la alta sociedad, llevándose de corbata a uno que otro funcionario público.
Además de todo esto, su descripción genial de cada una de “las  estrellitas del sur”, como les dice el profesor Zacarías Márquez, arranca al lector la sonrisa, y en ocasiones la carcajada, sobre todo si uno los ha conocido. Y es que ahí su humorismo toca la grotesca realidad en la que desafortunadamente algunos han caído.
Parece que en este libro Chávez Marín no respeta a nadie ni a nada, pero eso no es exacto. El escritor respeta la belleza, la congruencia, la honestidad, el sufrimiento inherente a la condición humana. Y sobre todo respeta su profunda fe en la narración, en la literatura, en la memoria colectiva Y en su gente, a pesar de todo.
Son historias, crónicas y relatos construidos por todos los que habitamos Chihuahua y otras partes, pero admirablemente contadas solo por algunos, entre los cuales está con letras de oro un nombre y dos apellidos: Jesús Chávez Marín.


Enero 2010

martes, 19 de noviembre de 2013

regalo de navidad


Guión para programa de radio en Radio Universidad

Por Jesús Chávez Marín

Participación de Hildeberto Villegas Méndez, Lorena Sosa Rodríguez y JChM

Como regalo de navidad, leeremos textos de cinco poetas universales: Khayyam, Borges, Neruda, Tagore y el Haikú clásico japonés.

Textos de Omar Khayyam

Nishapur, actual Irán, 1048-1131, poeta, matemático y astrónomo persa, escribió un tratado de álgebra y redactó reformas al calendario, peregrinó a La Meca, libro: Rubaiyat, cuartetas.

1. Cerca del amanecer oí, en sueños, una voz en la taberna que decía: Despertad, hijos míos, y llenad vuestra copa, antes de que el licor de la vida en su ánfora se agote.

2. Ya sea en Nishapur o en Babilonia, que la copa tenga vino dulce o amargo, el licor de la vida va rezumándose gota a gota. Las hojas del árbol siguen cayendo gota a gota.


3. Oh amada mía, dame la copa que libra el presente de futuros temores y remordimientos pretéritos. ¿Mañana?, bah, mañana puedo ser yo el mismo, con los sietemil años del ayer.


4. Y si el vino fuera un presente de Dios, ¿quién se atrevería a blasfemar de los ensortijados zarcillos de la vida? Si el vino es bendición, ¿por qué no recibirla? Y si maldición, ¿quién la impuso?


5. Ah, confortadme con vino. Y cuando muera, lavad piadosamente mi cuerpo. Entonces, amortajado con hojas de parra sepultadme en un hermoso jardín.


6. Ah, quién pudiera crear el mundo de nuevo y obligar al encargado del libro del destino a inscribir nuestros nombres en otra hoja sin tacha. O a borrarlos por completo.


7. Oh, amada mía, si pudiéramos tú y yo coger en nuestras manos el plan absurdo del universo, ¿no lo reduciríamos a polvo, para moldearlo según los designios de nuestro corazón?


8. Una mujer dijo: mi barro está reseco por un largo olvido. Llenadme del antiguo jugo familiar y veréis que inmediatamente me repongo.


9. Oh, luna de mi deleite; su aura en el cielo se alza una vez más. Cuántas veces, en los días venideros, volverá a bañar de luz este jardín, buscando en vano a alguno de nosotros.


10. La aurora: felicidad y pureza. Un inmenso rubí cintila en cada copa. Coge dos ramas de sándalo, haz con una de ellas un laúd y deja que la otra te perfume.


11. El alba vuelca sus rosas en la copa del cielo. En el aire del cristal se desgrana el canto del último ruiseñor. Y pensar que hay insensatos que en esta misma hora sueñan con riquezas y distinciones. Qué sedosa es tu cabellera, amada mía.


12. Caeremos en la ruta del amor y nos arrastrará el destino. Oh, mi pequeña. Oh, mi preciosa copa. Levántate y dame tus labios, antes que me convierta en polvo.


13. Supongamos que hayas resuelto el enigma del universo, ¿cuál es tu destino? Supongamos que hayas arrancado a la verdad sus velos, ¿cuál es tu destino? Supongamos que hayas vivido feliz cien años y vayas a vivir otros cien, ¿cuál es tu destino?


14. La verdad y el error, la certeza y la duda no son sino palabras huecas. Irisadas o grises, esas burbujas son imagen fiel de la vida.


15. El vasto mundo: un grano de polvo en el espacio. La vana ciencia: palabras. Los pueblos, las bestias, las flores de los siete climas: sombras. El fruto de tu meditación: nada.


16. Los sabios no podrán enseñarte. Mas la caricia de unas pestañas de mujer te revelará la felicidad. No olvides que tu tiempo en la tierra está medido y que volverás al polvo. Trae vino, busca un refugio y deja que la vid te consuele.


(Hasta aquí los textos de Omar Khayyam).


Rabindranath Tagore


Calcuta India, 1861-1941, poeta, narrador, filósofo, profesor, músico y pintor. Análisis del alma infantil, inspiración religiosa que va más allá de cualquier confesionalidad. Familia noble y cultivada. A los 17 años escribió su primer libro de poemas. Sus padres lo enviaron en 1978 a Reino Unido para estudiar derecho. Más tarde fundó una escuela a la que llamó La voz universal. En 1913 ganó el Premio Nobel de literatura. Sus libros los escribió siempre en bengalí, algunos en inglés. Su estilo tiene abundancia de imágenes simbólicas y un tono poético refinado y lírico, sonoro y colorista. Sus libros:


Manasí, 1880.


La nueva luna, 9103.


El jardinero, 1913.


Gitanjali, 1914.


El niño, 1915.


El cartero del rey, teatro, 1912.


El rey del salón oscuro, teatro, 1914.


Las piedras hambrientas, narrativa.


1. El principio


¿De dónde vine?, ¿dónde me recogiste?, preguntó el niño a su madre.


Ella respondió estrechando al niño contra su pecho:


Estabas refugiado en mi corazón como su anhelo, mi rey.


Estabas en las muñecas de mis juegos de niña. Y cuando cada mañana formaba yo con barro la imagen de mi Dios, a ti te formaba.


Estuviste guardado como en un relicario con nuestra deidad doméstica. Al adorarla, también te adoraba a ti.




Viviste en mis esperanzas y amores, en mi vida entera. Y en la vida de mi madre.


En el regazo del Espíritu inmortal que preside nuestro hogar te criaste.


Cuando en la infancia mi corazón abría sus pétalos, tu flotabas en torno suyo como una fragancias.


Tu tierna suavidad floreció en mis miembros juveniles, como un resplandor que aparece en el cielo antes del alba.


Consentido del cielo, gemelo de la luz matinal, flotaste en la corriente de la vida y encallaste en mi corazón.


Cuando contemplo tu cara, el misterio me abruma. Tú, que perteneces a todo, te hiciste mío.


Por temor a perderte, con fuerza te estrecho contra mi corazón. ¿qué magia enreda el tesoro del mundo en estos brazos míos?


2. Juguetes


Niño, qué felíz eres sentado en la tierra, jugando con una ramita de árbol toda la mañana.


Me hace sonreír tu juego.


Estoy ocupado en mis cálculos, sumando y restando cifras muchas horas.


Quizás me miras y piensas: qué juego tan tonto para desperdiciar la mañana.


Niño, ya he olvidado el arte de abismarme con ramitas y pelotas de barro.


Persigo juguetes costos y junto montones oro y plata.


Con cualquier cosa que hallas creas tus juegos alegres. Yo gasto mi tiempo y mi fuerza en cosas que a veces no llego a obtener.


Lucho por cruzar el océano del deseo con mi frágil barca. Y olvido que también yo estoy jugando.


3. Profesión literaria


Dices que mi padre escribe un montón de libros, pero lo que escribe yo no lo entiendo.


Te estuve leyendo toda la tarde, ¿pero lograste de veras comprender lo que quería decir?


Qué historias tan bonitas, madre, las que nos dices. Me sorprende que mi papá no pueda escribir así.


¿No le habrá contado su mamá cuentos de gigantes, hadas, princesas?


¿Los habrá olvidado todos?


Con frecuencia, cuando tarda en tomar su baño, tienes que ir a llamarlo cien veces.

Aguarda si mantienes su comida caliente. Pero el escribe y escribe, y se lo olvida todo.


Papá siempre juega a escribir libros.


Si alguna vez entro a jugar en su cuarto vienes y me gritas: que muchacho tan travieso.


Si hago el menor ruido me dices: ¿no ves que tu padre esta trabajando?


¿Qué chiste tiene escribir y escribir siempre?


Cuando tomo la pluma de mi padre, o su lápiz, y escribo en su cuaderno tal como el lo hace: a, b, g, i, m, ¿por qué te enojas conmigo, madre?


Pero no dices una palabra cuando papá escribe.


Cuando el desperdicia montones de papel, mamá, parece que no te importa.


Pero si yo tomo una hoja para hacer un barquito, me dices: niño, qué molesto eres.


¿Y qué piensas de papá cuando hecha a perder hojas y más hojas de papel con letras negras por todas partes de cada página?


4. Ángela


No me escondas el secreto de tu corazón. Dímelo. Soy tu amigo. Dímelo solo a mí. Dímelo con tu sonrisa tan dulce, no te oirán mis oídos, sino mi corazón.


La noche es profunda, la casa esta silenciosa. El sueño cubre los nidos de los pájaros. Anda, dime tú, en un llorar vacilante o en un tímido sonreír. Con tu dulce vergüenza, en tu dolor dulce dime el secreto de tu corazón. 


5. María I


Mi corazón, pájaro del desierto, a encontrado su cielo en tus ojos. En tus ojos, cuna de aurora, imperio de estrellas, cuya profundidad se lleva mis canciones. Deja que me abisme en ese cielo, en esa solitaria inmensidad. Deja que entre a tus nubes, que se abran mis alas en tu sol.


6. María II


No te vayas, amor mío, sin avisarme. Toda la noche he estado despierto y ahora mis ojos se rinden. ¿Te irás mientras duermo? No te vayas, amor mío, sin decírmelo.


Me despierto con sobresalto y tiendo a ti mis manos. Te toco y me digo: es un sueño. Si pudiera enredar tus pies en mi corazón y amarrarte a mi pecho. No te vayas, amor mío.


7. María III


Si tu quieres dejaré de cantar. Si te asusto el corazón, quitaré mis ojos de tu rostro. Si fastidio tu descanso, me iré si te distraigo cuando estas cogiendo flores, me iré de tu jardín. Si  mis remos te alborotan el agua, no llevaré mi barca por tu orilla.


8.María IV


Desátame estos lazos de dulzura, amada mía. No me des más este vino de besos, que la niebla de tu pesado incienso me ahoga el corazón. Abre de par en par las puertas para que entre la luz de la mañana.


Estoy perdido en ti, preso en tus caricias. Sálvame de este hechizo para que de nuevo pueda ofrecerte mi corazón libertado.


Participación de Lorena Sosa Rodríguez


Jorge Luis Borges


Buenos Aires Argentina 1899, Ginebra Suiza 1986. Hijo de un profesor. En su juventud influido por expresionistas alemanes y poetas ultraístas. Escribió en la revista Proa. También en Sur, revista dirigida por Victoria Ocampo, y Revista de Occidente de José Ortega y Gasset, y en la revista Martín Fierro. Libros:


Fervor de Buenos Aires, 1923.


Luna de enfrente, 1925.


Cuaderno de San Martín, 1929.


Historia universal de la infamia, 1935.


Ficciones, 1944.


El aleph, 1949.


También compuso letras de tango y milonga. Fue profesor en Buenos Aires, director de la Biblioteca Nacional.


1. Arte poética


Mirar el río hecho de tiempo y agua y recordar que el tiempo es otro río, saber que nos perdemos como el río y que los rostros pasan como el agua.


Sentir que la vigilia es otro sueño que sueña no soñar y que la muerte que teme nuestra carne es esa muerte de cada noche, que se llama sueño.


Ver en el día o en el año un símbolo de los días del hombre y de sus años, convertir el ultraje de los años en una música, un rumor y un símbolo.


Ver en la muerte el sueño, en el ocaso un triste oro, tal es la poesía que es inmortal y pobre. La poesía vuelve como la aurora y el ocaso.


A veces en las tardes una cara nos mira desde el fondo de un espejo; el arte debe ser como ese espejo que nos revela nuestra propia cara.


Cuentan que Ulises, harto de prodigios, lloró de amor al divisar su Itaca verde y humilde. El arte es esa Itaca de verde eternidad, no de prodigios.


También es como un río interminable que pasa y queda y es cristal de un mismo Heráclito inconstante, que es el mismo y es otro, como el río interminable.


Y para cerrar con broche de oro, este otro poema también de Borges:


2. A quien ya no es joven


Ya puedes ver el trágico escenario y cada cosa en su lugar debido; la espada y la ceniza para Dido y la moneda para Belisario.


¿A qué sigues buscando en el brumoso bronce de los hexámetros la guerra si están aquí los siete pies de tierra, la brusca sangre y el abierto foso?


Aquí te acecha el insondable espejo que soñará y olvidará el reflejo de tus postrimerías y agonías.


Ya te cerca lo último. Es la casa donde tu lenta y breve tarde pasa y la calle que ves todos los días.


3. El sur


Desde uno de tus patios haber mirado las antiguas estrellas. Desde el banco de sombras haber mirado esas luces dispersas que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar ni a ordenar en constelaciones.


Haber sentido el círculo del agua en el antiguo aljibe, el olor del jazmín y la madreselva, el silencio del pájaro dormido, el arco del zaguán, la humedad.


Esas cosas, acaso, son el poema.


4. Poema de los dones


Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche.


De esta ciudad de libros hizo dueños a unos ojos sin luz, que solo pueden leer en las bibliotecas de los sueños los insensatos párrafos que ceden las albas a su afán. En vano el día les prodiga sus libros infinitos, arduos como los arduos manuscritos que perecieron en Alejandría.


De hambre y sed, narra una historia griega, muere un rey entre fuentes y jardines. Yo fatigo sin rumbo los confines de esta alta y honda biblioteca ciega.


Enciclopedias, atlas, el oriente y el occidente. Siglos, dinastías, símbolos, cosmos y cosmogonías brindan los muros, pero inútilmente.


Lento en mi sombra, la penumbra hueca exploro con mi báculo indeciso. Yo, que me figuraba el paraíso bajo la especie de una biblioteca.


Algo, que ciertamente no se nombra con la palabra azar, rige estas cosas. Otro ya recibió en las borrosas tardes los muchos libros y la sombra.


Al errar por las lentas galerías suelo sentir con vago horror sagrado que soy el otro, el muerto, que habrá dado los mismo pasos en los mismos días.


¿Cuál de los dos escribe este poema de un yo plural y de una sola sobra? ¿Qué importa la palabra que me nombra si es indiviso y uno el anatema?


Groussac o Borges, miro este querido mundo que se deforma y que se apaga en una pálida ceniza vaga que se parece al sueño y al olvido.


5. Otro poema de los dones


Gracias quiero dar al divino laberinto de los efectos y de las causas por la diversidad de las criaturas que forman este singular universo.


Por la razón, que no cesará de soñar con un plano del laberinto.


Por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises.


Por el amor, que nos deja ver a los otros, como los ve la divinidad.


Por el firme diamante y el agua suelta.


Por el álgebra, palacio de precisos cristales.


Por las místicas monedas de Ángel Silesio.


Por Schopenhauer, que acaso descifró el universo.


Por el fulgor del fuego que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo.


Por la caoba, el cedro y el sándalo.


Por el pan y la sal.


Por el misterio de la rosa que prodiga color y que no lo ve.


Por ciertas vísperas y días de 1955.


Por los duros troperos que en la llanura arrean los animales y el alba.


Por la mañana en Montevideo.


Por el arte de la amistad.


Por el último día de Sócrates.


Por las palabras que en un crepúsculo se dijeron de una cruz a otra cruz.


Por aquel sueño del Islam que abarcó mil noches y una noche.


Por aquel otro sueño del infierno, de la torre de fuego que purifica y de las esferas gloriosas.


Por Swedenborg, que conversaba con los ángeles en las calles de Londres,


Por los ríos secretos e inmemoriales que convergen en mí.


Por el idioma que hace siglos hablé en Nortumbria.


Por la espada el arpa de los sajones.


Por el mar, que es un desierto resplandeciente y una cifra de cosas que no sabemos.


Por la música verbal de Inglaterra.


Por la música verbal de Alemania.


Por el oro, que relumbre en los versos.


Por el épico invierno.


Por el nombre de un libro que no he leído: Gesta Dei per Francos.


Por Verlaine, inocente como los pájaros.


Por el prisma de cristal y la pesa de bronce.


Por las rayas del tigre.


Por las altas torres de San Francisco y de la isla de Maniatan.


Por la mañana en Texas.


Por aquel sevillano que redactó la Epístola Moral y cuyo nombre, como el hubiera preferido, ignoramos.


Por Séneca y Lucano, de Córdoba, que antes del español escribieron toda la literatura española.


Por el geométrico y bizarro ajedrez.


Por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce.


Por el olor medicinal de los eucaliptos.


Por el lenguaje, que puede simular la sabiduría.


Por el olvido, que anula o modifica el pasado.


Por la costumbre, que nos repite y nos confirma como un espejeo.


Por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio.


Por la noche, su tiniebla y su astronomía.


Por el valor y la felicidad de los otros.


Por la patria, sentida en los jazmines o en una vieja espada.


Por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema.


Por el hecho de que el poema es inagotable y se confunde con la suma de las criaturas y no llegará jamás al último verso y varía según los hombres.


Por Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos por morir tan despacio.


Por los minutos que preceden al sueño.


Por el sueño y la muerte, esos dos tesoros ocultos.


Por los íntimos dones que no enumero.


Por la música, misteriosa forma del tiempo.


6. Laberinto


No habrá nunca una puerta. Estás adentro y el alcázar abarca el universo y no tiene ni anverso ni reverso, ni extenso muro ni secreto centro.


No esperes que el rigor de tu camino que tercamente se bifurca en otro, que tercamente se bifurca en otro, tendrá fin. Es de hierro tu destino como un juez. No aguardes la envestida del toro que es un hombre y cuya extraña forma plural da horror a la maraña de interminable piedra entretejida.


No existe. Nada esperes. Ni siquiera el negro crepúsculo la fiera.


7. Las cosas


El bastón, las monedas, el llavero, la dócil cerradura, las tardías notas que no leerán los pocos días que me quedan.


Los naipes y el tablero, un libro y en sus páginas la ajada violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada.


El rojo espejo occidental en que arde una ilusoria aurora. Cuántas cosas.


Limas, umbrales, atlas, copas, clavos, nos sirven como tácitos esclavos, ciegas y extrañamente sigilosas.


Durarán más allá de nuestro olvido. No sabrán nunca que nos hemos ido.


8. El bisonte


Montañoso, abrumado, indescifrable. Rojo como la brasa que se apaga, anda fornido y lento por la vaga soledad de su páramo incansable.


El armado testuz levanta. En este antiguo toro de durmiente ira, veo a los hombres rojos del oeste y a los perdidos hombres de Altamira.


Luego pienso que ignora el tiempo humano, cuyo espejo espectral es la memoria.


El tiempo no lo toca ni la historia de su decurso, tan variable y vano. Intemporal, innumerable, cero, es el postrer bisonte y el primero.


Pablo Neruda


[Neftalí Reyes Basoalto] 1904-1973, chileno. Escribió en la revista Claridad. A los 20 años escribió el libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada, 1924. Fundó la revista Caballo verde para la poesía. Libros:


España en el corazón, 1938.


Canto general, 1939.


En 1971 ganó el premio Nobel de literatura. Su obra autobiográfica y póstuma: Confieso que he vivido.


1. En ti la tierra


Pequeña


rosa,


rosa pequeña,


a veces,


diminuta y desnuda,


parece


que en una mano mía


cabes,


que así voy a cerrarte


y llevarte a mi boca,


pero


de pronto


mis pies tocan tus pies y mi boca tus labios,


has crecido,


suben tus hombros como dos colinas,


tus pechos se pasean por mi pecho,


mi brazo alcanza apenas a rodear la delgada


línea de luna nueva que tiene tu cintura:


en el amor como agua de mar te has desatado:


mido apenas los ojos más extensos del cielo


y me inclino a tu boca para besar la tierra.


2. Oda a tus manos


Yo en el mercado


o en un mar de manos


las tuyas


reconocería


como dos aves blancas,


diferentes


entre todas las aves:


vuelan entre las manos,


migratorias,


navegan en el aire,


transparentes,


pero


vuelven


a tu costado,


a mi costado


se repliegan, dormidas, en mi pecho.


Diáfanas son, delgadas


y desnudas,


lúcidas como


una cristalería


y andan


como


abanicos


en el aire,


como plumas del cielo.


Al pan también y al agua se parecen,


al trigo, a los países de la luna,


al perfil de la almendra, al pez salvaje


que palpita plateado


en el camino


de los manantiales.


Tus manos van y vienen


trabajando,


lejos, suenan


tocando tenedores,


hacen fuego y de pronto chapotean


en el agua


negra de la cocina,


picotean la máquina aclarando


el matorral de mi caligrafía,


clavan en las paredes,


lavan ropa


y vuelven otra vez a su blancura.


Por algo


se dispuso en la tierra


que durmiera y volara


sobre mi corazón


ese milagro.


3. Déjame sueltas las manos


Déjame sueltas las manos


y el corazón, déjame libre.


Deja que mis dedos corran


por los caminos de tu cuerpo. 


La pasión –sangre, fuego, besos–


me incendia a llamaradas trémulas. 


¡Ay, tú no sabes cómo es esto!


Es la tempestad de mis sentidos


doblegando la selva sensible de mis nervios. 


Es la carne que grita con sus ardientes lenguas.


Es el incendio.


Y estás aquí, mujer, como un madero intacto


ahora que vuela toda mi vida hecha cenizas


hacia tu cuerpo lleno, como la noche, de astros.


Déjame libres las manos


y el corazón, déjame libre.


Yo sólo te deseo, yo sólo te deseo. 


No es amor, es deseo que se agosta y se extingue,


es precipitación de furias,


acercamiento de lo imposible.


Pero estás tú,


estás para dármelo todo,


–y a darme lo que tienes a la tierra viniste–


como yo para contenerte,


y desearte


y recibirte.


4. Oda al secreto amor


Tú sabes


que adivinan


el misterio:


me ven.


nos ven,


y nada


se ha dicho,


ni tus ojos,


ni tu voz, ni tu pelo,


ni tu amor han hablado,


y lo saben


de pronto,


sin saberlo

lo saben:


me despido y camino


hacia otro lado


y saben


que me esperas.


Alegre


vivo


y canto


y sueño,


seguro


de mí mismo,


y conocen,


de algún modo,


que tú eres mi alegría.


Ven


a través del pantalón oscuro


las llaves


de tu puerta,


las llaves


del papel, de la luna


en los jazmines,


el canto en la cascada.


Tú, sin abrir la boca,


desbocada,


tú, cerrando los ojos,


cristalina,


tú, custodiando


entre las hojas negras


una paloma roja,


el vuelo


de un escondido corazón,


y entonces


una sílaba


una gota


del cielo,


un sonido


suave de sombra y polen


en la oreja,


y todos


lo saben,


amor mío,


circula entre los hombres,


en las librerías,


junto a las mujeres,


cerca


del mercado


rueda


el anillo


de nuestro


secreto


amor


secreto.


Déjalo


que se vaya


rodando


por las calles,


que asuste


a los retratos,


a los muros,


que vaya y vuelva


y salga


con las nuevas


legumbres del mercado,


tiene


tierra,


raíces,


y arriba


una amapola,


tu boca:


una amapola.


Todo


nuestro secreto,


nuestra clave,


palabra


oculta,


sombra,


murmullo,


eso


que alguien


dijo


cuando no estábamos presentes,


es sólo una amapola.


Amor,


amor,


amor,


¡oh flor secreta,


llama


invisible,


clara


quemadura!


5. Mariana


Hoy me he tendido junto a una joven pura


como a la orilla de un océano blanco,


como en el centro de una ardiente estrella


         de lento espacio.


De su mirada largamente verde


la luz caía como agua cristalina,


en transparentes y profundos círculos


         de fresca fuerza.


Su pecho como un fuego de dos llamas


ardía en dos regiones levantado,


y en doble río llegaba a sus pies


         leves y claros.


Un clima de oro maduraba apenas


las diurnas longitudes de su cuerpo


llenándolo de frutas extendidas


         y oculto fuego.


Diciembre 2010