viernes, 28 de diciembre de 2018

Otra revista de Salcido

En la foto Rosy Hernández, Claudia Flores Ames, Luis Carlos Salcido, Ana Belinda Ames Russek, Margarita Muñoz, Enrique Servín y Alfredo Espinosa

Otra revista de Salcido

Por Jesús Chávez Marín

Domingo 30 septiembre 1990. A partir de mañana (lunes primero de octubre de 1990) empezará a circular aquí una nueva revista muy bien diseñada, que ofrecerá a la sociedad algunos servicios. La revista se llama Chihuahua me vuelve loco y su director es Luis Carlos Salcido. El núcleo de la publicación es una cartelera mensual, una marquesina, una agenda de espectáculo, cultura y turismo donde visitantes o ciudadanos que quieran salir de noche, o de día, encuentren información de a dónde ir; la programación de las conferencias que habrá en el mes, los miles de cocteles que se organizan cada semana, exposiciones de pintores, dibujantes, fotógrafos, quién hablará sobre apaches o sobre poesía japonesa.
En el primer número vienen además textos interesantes: uno sobre Magia y energía que escribe el Mago León;  un cuento precioso y sorprendente de Sofía Casavantes; una crónica de viajes titulada “El Valle de las Cuevas”, de Manuel Valdez.
La revista incluye la programación de la Expogán, las Jornadas de Otoño en el Teatro de los Héroes, que este año serán especiales porque coinciden con el festín de los 10 años del Complejo Cultural y Artístico.
Esa publicación impresa será mensual, aparecerá los días primeros del mes. El regio coctel de presentación será mañana lunes, en el Salón Cerro Grande del Castel Sicomoro, a las 8:30 de la noche y los lectores de esta columna de Auraed invitados quedan de mil amores.
30 septiembre 1990

sábado, 15 de diciembre de 2018

Giorgio Germont. Qué dilema moral más infame

Qué grande es Dostoievski
(Crimen y castigo, Libro III, Capítulo 4)

Por Giorgio Germont

Qué dilema moral más infame el de Rodia Raskolnikov cuando recibe a su madre y a su hermana en su humilde cuartucho. Su mente vuela constantemente a los hechos que le roban la tranquilidad, el doble asesinato del que es culpable. Su mente está tan desquiciada que se atreve uno a preguntar si no es acaso cierto que ya era presa de la enfermedad mental cuando las mató a la usurera y a su sobrina.
Pero ahora debe olvidar todo eso y recibir a su pobre madre y a su hermana, quienes están en la desgracia y las reprende por tratar de resolverlo todo con un matrimonio por conveniencia. Se acusa interiormente de hipocresía al criticarlas a sabiendas que él no tiene derecho a criticar a nadie.
Y luego aparece un ángel que viene a agradecerle su increíble generosidad al haber regalado su último centavo, el día anterior, a la viuda Marmeladov para que pudiera sepultar a su marido. Ese ángel no es otro que la misma Sonia, la joven perdida que mantiene a sus hermanitos trabajando en la calle de mujer de la vida galante.
Al verla entrar a su cuarto, el asesino siente que Dios le ha mandado un mensaje de perdón, perdón a su hermana, perdón al prójimo y perdón a sí mismo. Perdón dentro de su sincero y obsesionante arrepentimiento. La obsesión que le llena de una imperiosa necesidad de confesar su crimen.
Y es ella, Sonia, la damita licenciosa, la que al final lo salva para siempre.
Lo salva después de que él le pide a ella un pasaje de la biblia. Y lo leen juntos ahí en ese cuartucho donde ella "se gana la vida". Los dos toman asiento para oír la palabra de Dios, y se escucha el comentario editorial tan agudo:
"Vea usted nada más, querido lector, que ironía: el asesino y la prostituta tomados de la mano, leyendo la biblia..."

jueves, 13 de diciembre de 2018

Tan solo dame una señal, chiquita, oh mi vida

Tan solo dame una señal, chiquita, oh mi vida
Los Teen Tops y Roberto Jordán en Chihuahua

Por Jesús Chávez Marín

Ir a un concierto de Roberto Jordán fue el antiguo sueño de un montón de jovencitas chihuahuenses desde los años setentas, cuando él cantaba en el radio Amor de estudiante y era una de las grandes estrellas de la televisión bailando sus pasitos fresas al ritmo de sus grandes éxitos discográficos.

Y como los sueños jamás nos abandonan hasta que se cumplen, la noche del viernes primero de septiembre aquellas mismas jovencitas, cincuenta años después de la antigua ilusión, llegan con su boleto en la mano al Teatro de los Héroes para mirar a uno de sus más platónicos amores, Roberto Jordán, quien ahora tiene 74 años y luce como nuevo, alto, delgadito, con su voz ensoñadora y su sonrisa bondadosa.

Claro que ya nada es lo mismo, la vida pasa aunque el entusiasmo siga. Muchas de esas mujeres ya fueron antes a conciertos del cantante, en otras ciudades, y de todos modos regresan, fieles a la comunicación artística que pactaron con él desde hace tantos años; sin embargo, para la mayoría este es su primer encuentro en vivo.

En el doble play de la noche, también se presentaron Los Teen Tops, el legendario grupo mexicano de rock que tuvo su época gloriosa de 1960 a 1965. Esos 5 años fueron suficientes para ganar para siempre la gloria y la inmortalidad en la música popular en todos los territorios de habla hispana.

Hay que decir aquí a nombre de la hoy tan obligada igualdad de género, que la otra mitad del público la formaban hombres que a su vez también cincuenta y sesenta años antes fueron jovencitos ilusionados, audiencia reverente de los años dorados del rock, y que, cómo no, también querían cantar a coro Confidente de secundaria, Presumida, Quién puso el bomp, y otros himnos de su generación que sonaron y siguen sonando en el arte de estos excelentes músicos que son Los Teen Tops, que además traen un equipazo de instrumentos y sonido.

Por mucho que hayamos visto en videos, y alguno que otro afortunado haya ido a conciertos en vivo, a Mick Jaggser de 80 años brincando con energía juvenil por toda la pista, o a Paul McCartney cantando su fina músca a una edad semejante, de todas maneras resulta raro mirar al señor que toca el bajo con su pelo canoso y su mueca de anciano bailar los pasitos de antaño. Escuchar que el requinto glorioso que suena tan fresco lo toque un señorcito calvo que parece jubilado de todos los sistemas. O que Roberto Jordán ya no sea el galanazo que salía en películas y daba conciertos en Rusia, sino un viejo flaco y correoso con un arete de oro en la oreja izquierda.

Pues todas estas consideraciones salen sobrando, porque a los diez minutos de tocar, Los Teen Tops ya tenían en un puño a todo el público con el grande, el hermoso rito del rock. Cuando el vocalista decía bailen, todos bailaban con gracia y el estilo, sin importar cuántos años hubieran pasado por el cuerpo, las venas y las penas. Cuando decía, canten, se escuchaba impresionante el arte colectivo de la voz humana. Los Teen Tops dieron un concierto de una hora y media, Roberto Jordán fue igualmente generoso, otra hora y media.

Eran dos generaciones, con una diferencia de una década. Los Teen Tops firmemente arraigados en los sesentas, el rock clásico. Roberto Rordán instalado azucaradamente en los setentas. Pues resulta que el público respondió con más entusiasmo al llamado de los Teen Tops, y un poco menos al canto bastantito más fresa de Roberto Jordán.

Fueron dos conciertos plenamente disfrutables, para un público cuyo promedio de edad era, en un cálculo visual, el rango de los 65 años de edad. Todos los asistentes salieron felices y un poco más jóvenes de cómo llegaron, que es lo que siempre sucede con el milagro del arte.

Septiembre 2017

sábado, 1 de diciembre de 2018

Soledad Lechuga


El arte de Soledad Lechuga: sincronía de las miradas

Por Jesús Chávez Marín

Es un doble honor para mí tomar la palabra en este hermoso recinto, el Centro Cultural Cuauhtémoc, en esta ciudad tan plena de energía y gracia. Y además, que la pintora Soledad Lechuga me haya invitado para que exprese algunos comentarios en torno a su exposición Arco iris en las hojas que se van.
En la exposición que hoy se presenta hay dos temas principales: uno es el de la exploración visual de dos ambientes de noble antigüedad: la cultura de Paquimé y los dibujos del arte rupestre. El segundo es la realización pictórica de una visión de la naturaleza desde una mirada poética que tiene que ver con un ambiente donde se mezclan un misticismo oriental y un estoicismo espartano.
Los paisajes que esta pintora dibuja en sus lienzos tienen un secreto que aquí voy a tomarme el atrevimiento de revelar: el arte del haikú. Ella es una gran lectora de literatura oriental y tiene extraordinaria habilidad para escribir esos clásicos poemas japoneses. Su capacidad de síntesis es prodigiosa en la composición de los versos y de igual manera aplica esa luz en los elementos de la naturaleza.
Su manejo de los colores tiene una extraña mezcla de alegría y nostalgia. Los personajes de sus cuadros son ríos y montañas, árboles y llanuras; jamás aparecen en ellos ni personas ni criaturas animadas, como si sus ojos y sus manos estuvieran instalados en el tercer día de la creación, en la pureza de los seres minerales y vegetales.
En sus temas de Paquimé y de las pinturas rupestres hallamos también esa mirada germinal, un diálogo de colores y texturas con los albores de un tiempo remoto. Una intensa investigación documental, fotográfica y presencial realizó Soledad Lechuga para conseguir estas líneas de su producción artística. Viajó por todo el estado en busca de aquellos dibujos que fascinaron su alma y estimularon su imaginación.
Espero que ustedes y muchos otros espectadores de Cuauhtémoc visiten en los próximos días esta exposición de sutil belleza.
Noviembre 2018