sábado, 24 de febrero de 2018

Mario Humberto Chávez, Laura Lee, Óscar Erives, Bernardo Robles y Andrés Mendoza

V. Traición

Por Jesús Chávez Marín

El mejor montaje de 1991 es la versión escénica que hizo Mario Humberto Chávez de Traición , pieza de Harold Pinter, importante dramaturgo contemporáneo, cuyo texto tradujo aquí Carlos Ayala.
Al público le encantaba levantarse de sus sillas y asistir a cada escena siguiendo a los actores, quienes se desplazaban por los bellos espacios de la Quinta Gameros hacia distintos escenarios de Londres y Venecia, donde sucedía la acción, el drama.
Al inicio, vemos a una pareja platicando en la mesa de un coqueto restaurante: ella es Ema (Laura Lee) y él es Jerry (Bernardo Robles). Ella es muy guapa y se muestra preocupada; él tiene varios kilos de más y se le nota incómodo, tenso: está frente a quien hasta hace dos años fuera su amante y luego se convirtió en una movida peligrosa. Además ella es la señora de Robert (Oscar Erives), el amigo y socio de Jerry en los buenos negocios de la industria editorial (inglesa).
Los diálogos, muy bien tramados, expresan la peripecia cotidiana de los personajes, sin grandes revelaciones ni aspavientos van trazando una tensión dramática y una intriga que de inmediato involucran al espectador. Luego Emma le confiesa a su examante que va a divorciarse, pues ha descubierto que su marido (también) le ponía los democráticos cuernos, así que ella se disponía a mandarlo por un tubo. Ah, y además anoche se lo dijo todo sobre su aventura con Jerry.
―Pero, ¿cómo fuiste capaz de contarle lo nuestro?
―Tenía que decírselo.
La obra está padre. Con la actuación espléndida de Laura Lee, su presencia escénica maravillosa y sensual es un bello espectáculo. Erives hace un personaje interesante, el bello timbre de su voz cautiva al respetable. Hay escenas donde él solito tiene al público entero en su puño, en una
mirada. Fue memorable aquella parte donde Robert se retira abrazando a su esposa, con un tejido muy fino de sentimientos donde se enlazan la ternura y la tristeza; una energía bien sutil se proyectó a los espectadores, quienes los siguen emocionados con la mirada hasta que ellos desaparecen tras una puerta.
Bernardo Robles no está nada bien para el papel de Jerry; se nota que le faltaron ensayos y recursos. Salir cayéndose de  borracho en el cuadro 9, donde debió ser un dechado de galantería y seducción, fue un error evidente. Además le anda urgiendo un curso de expresión corporal, su rigidez hace a veces que los otros actores lleguen a parecer adustos y sentenciosos, actitudes que no corresponden al texto en este drama de costumbres posmodernas.
Lo que ya de plano queda fuera de lugar es el hecho de que el mesero del restaurante italiano (Andrés Mendoza), se suelta echando tremendos rollos y sonríe irónicamente frente al público. Una estorbosa intromisión que vende interpretaciones y sugiere hipótesis cínicas, a veces hasta se burla del espectador y damitas que lo acompañan. Bueno, algunos de sus parlamentos son interesantes, muy bien escritos, y Mendoza es un buen autor; pero estructuralmente su personaje no funciona, hace trizas la tensión dramática y casi logra convertir el drama en simple chisme.
Por otro lado, el escenógrafo Lomelí no supo aprovechar los espléndidos espacios teatrales que ofrece con tanta naturalidad la Quinta Gameros y se conformó con sacar los silloncitos de siempre, cortesía de La Mueblería del Pueblo. La música estuvo, más o menos, a veces algo melodramática y con demasiado volumen, pero pasa.
A pesar de esos detalles el montaje es plenamente disfrutable. Y el público aplaudía con entusiasmo y largueza en todas las funciones.

Agosto 1991

sábado, 17 de febrero de 2018

Escritores con faltas de ortografía hay algunos, más de los que ustedes se imaginan

IV. La nueva dramaturgia


Por Jesús Chávez Marín


―¿Qué pasó, guera?, ¿ya le echaste una ojeada al disquette que te traje el otro día?

―Claro que sí, Venustiano, por cierto: tiene muchísimas faltas e ortografía, oye, mídete, ¿no?

―Má, que te pasa maestra, yo soy dramaturgo, no pinche gramático; para eso están los correctores muertos de hambre que trabajan aquí, por algo les pagas, pa que te corrijan la ortografía y esas mamadas.

―Bueno, cálmate ¡cómo eres sanguíneo, Venustiano! Te voy a recomendar un curso de control mental en el Excelaris, te está haciendo falta. Y me perdonas, pero a tu mamotreto le falta estructura, no cumple con los criterios de la ID (International Drama).

―No seas payasa, guereja, ¿con quién crees que estás hablando?: nada más ni nada menos que con Venustiano Mireles, no con cualquier pelagatos de esos que se mantienen haciendo antesala en los inframundos editoriales.

―Ya, ya, bájale poquito, ¿quieres?

―Tu viste que a mi obra le metí de todo: un obispo retirado, su novia, dos borrachines de Recursos Hidraúlicos, 33 ingenieros nucleares, cuatro putas del Bajarí, cinco violaciones hiperrealistas, siete rolas de Locomía y ocho teléfonos celulares en escena. Además ya mero la estrenamos, la están ensayando desde hace nueve meses unos actores del Centro Cultural El Gallito, dirigidos por la famosa Roxana Mares.

―Pues será el sereno. De todos modos: o le das una pulidita a tu libraco o aquí lo edito pura madre. Eso que te quede bien clarito, mi rey.


Agosto 1991

lunes, 12 de febrero de 2018

Teatro de Talavera en la Muestra estatal de teatro 1991

III. Novenario


Por Jesús Chávez Marín


Otra vez Manuel Talavera apuesta por el costumbrismo y ofrece su personal visión del paraíso conyugal. Una madre que ya chupó faros se queda como alma en pena que va arrastrando cadenas en el recinto de su hogar, donde rezan su novenario las dos guapas hijas y el tontolón de Chema, el chiple.

El actor Mario Humberto Chávez, en un regocijante papel que Talavera diseñó especialmente para él, se mete al público a la bolsa interpretando a El Gordo Delgado, amigo de la familia. 

Su actuación encuentra armónico equilibrio en el magnífico personaje del papá que hace muy bien Miguel Rodarte. 

Sin embargo, los otros actores resultan algo planos, comunes y corrientes; solo destaca la presencia grata en escena de la actriz Alma Jurado en el papel de Chela, y de los niños actores Gabriela, Ana Luisa y Pedro.

El texto requiere una recortada, una revisión autocrítica y le sobran dos o tres chistes bastante mamones que ofenden esta buena comedia de Talavera.

Agosto 1991

viernes, 2 de febrero de 2018

Allá cuando las computadoras personales empezaban

Dramaturgo en problemas técnicos allá cuando las computadoras personales empezaban

Por Jesús Chávez Marín

II. Al abrirse el telón:
―¿A qué hora llegaste, querida, no te oí entrar?
―Llevo como dos horas nomás mirando cómo le picas rico a la computadora, mi vida.
―Ay, es que el otro día, después del estreno de Relicario de la Rosario, ¿te acuerdas?, nos fuimos a casa de Luis David y estuvimos pisteando hasta las cinco de la mañana. Cuando llegué a la casa traía volado el sueño y se me ocurrió ponerme a escribir. Y no sé que maldita tecla aplasté: aparecieron en el monitor unos signos loquísimos, de todos colores; se me borraron 18 escenas de mi más ambicioso drama, el que en estos meses había estado creando.
―¡Ay güey! Que mala onda, querido.
―Imagínate, qué pendejo, venir con un borrachazo a borrar toditito. Ahora tendré que reescribirlo todo.
―Bueno, mi amor, no nada más tú tienes la culpa. Es que también a las chingadas computadoras les dan lagunas mentales, como a nosotros, se les borra el diskette, les llegan los humazos, ¿no crees?

Agosto 1991