lunes, 23 de octubre de 2017

Sergio Alberto Campos Chacón


La sangre de Sara

Por Jesús Chávez Marín

En un reciente foro de literatos señalaba Mario Lugo que aún estamos esperando que llegue a los vagos territorios de la literatura chihuahuense (vamos a suponer también por hoy que tal literatura existe, como se permitió en hipótesis de trabajo aquella noche el mismo Lugo) la creación de la novela chihuahuense. Y ahora estamos aquí celebrando la presentación de la novela de Sergio Alberto Campos Chacón, que es la versión novelada de aquel asalto al cuartel de ciudad Madera en 1965.
Como hoy, aquel día también fue jueves, como lo consigna Sergio Alberto en su testimonio, al iniciar su texto con unas palabras. Para nuestro oficio, esta novela de testimonio podría ser un buen comienzo de una novelística chihuahuense que Mario Lugo y muchos lectores estamos esperando.
“La madrugada del jueves 23 de septiembre de 1965, el profesor y médico Pablo Gómez Ramírez, los profesores Arturo Gámiz García, Miguel Quiñones Pedroza, Rafael Martínez Valdivia, los campesinos Salomón Gaytán Aguirre y Antonio Escobel Gaytán y los estudiantes Emilio Gámiz García y Óscar Sandoval Salinas, y otras personas aún sobrevivientes, todos de ideología marxista, atacaron el cuartel militar de ciudad Madera, Chihuahua, con la pretensión de iniciar una revolución socialista” (p.9).
Barrancas rojas, de Sergio Alberto Campos Chacón, es la versión novelada de esa guerrilla. Esto queda muy claro en el pacto narrativo que el autor propone desde el principio. No es un reportaje con nombres y fechas, aunque la verdad histórica y la estricta revisión de documentos se nota en el rigor de su testimonio. Pero deja muy claro que la suya es, antes que nada, una novela, una versión novelada de unos hechos históricos.
¿Quiénes son los personajes de esta novela? Ante todo, el grupo de jóvenes guerrilleros que decidieron su destino en el hecho de armas, para ellos heroico y coherente, al que acudieron llevados por su idealismo y por los impulsos generosos de su sangre joven. Es un personaje colectivo, “los guerrilleros”, pero muy bien construido en la individualización de Juan, un joven adusto y casi rígido, lleno de ideas y estoicismo; en Sara, la bella muchacha que elige el camino de las armas y cuya sangre corriendo por la nieve en plena batalla es la metáfora totalizadora de esta novela, a ratos profundamente romántica; Graciela, a quien vemos peregrinando por las inhóspitas calles de la ciudad de México entrevistándose con extraños donadores de recursos para la revolución. Casi personaje de Gorki, llena de dignidad con sus ropas humildísimas y su hambre revolucionaria, pero sobre todo en Juan Luis, el personaje más cercano a la voz del narrador omnisciente y el hilo más fuerte de esta historia.
Frente a ellos hay otro personaje colectivo: el ejército. Vemos al soldado Ubaldo Venzor despidiéndose de María, su mujer, muy de madrugada para responder al llamado de tropa que lo convoca a viajar hasta ciudad Madera, donde el alto mando del ejército lo llama. Vemos en su oficina también al Secretario de Defensa, hablando por teléfono con el presidente Díaz Ordaz, que en la novela se llamará Durán Ortíz. Y también está otro general de división, Giner Durán (que en la ficción de Barrancas rojas habrá de llamarse Justiniani) diciendo para siempre: “¡Querían tierra, denles hasta que se harten!”, y ladrando en palacio la arrogancia negra del poder.
Aparecen personajes, estos sí con sus nombres reales aquí con la doble vida de la historia y de esta novela, el secretario de gobernación Echeverría, el rector de la Universidad de Chihuahua Manuel Russek, el comandante de tropa al que le tocaron los hechos de Madera, que en la novela se llama Jesús Reyes Villegas.
Toda novela es un lugar, un espacio casi físico, donde viven, son creados y pasan muchísimos personajes. Campos Chacón maneja con talento los grupos de gente: las manifestaciones frente al palacio de gobierno, las quemas de los ataúdes que estuvieron a punto de incendiar también la gran puerta de este lugar donde ahora estamos de fiesta, por razones literarias, pero donde suceden o se traman tantas historias a veces bastante negras.
También de un pincelazo el autor retrata con acierto a sus criaturas pasajeras, como la mujer del soldado que se preocupa por el salario de la quincena de su guerrero marido: “adiós no, soldado, hasta pronto”; el cubano a quien solo conocemos por la excelente recreación tipográfica de su habla caribeña cuando asesora a los futuros guerrilleros; el secretario atildado y servil, el empresario del Grupo Huenachi (Huenachi en la novela es Chihuahua en el juego retórico de los nombres que exige la libertad para fabular la historia y recrear conversaciones ultraprivadas que, por serlo, jamás podrían ser documentadas de otra forma) el empresario de Bosques de Huenachi que manipula a su favor la situación, la reunión con el presidente de la república donde sus intereses son su único pensamiento social, la tosca personalidad del gobernador Giner a quien le deja sentir que es macho, muy macho y castrense con tal de que siga favoreciendo su causa, la del empresario, que siempre será la causa de su dinero.
Otro de los recursos narrativos de este texto son los desplazamientos. Se maneja bien el espacio, lo mismo los camiones miserables donde viaja Graciela, famélica y digna, por el Distrito Federal buscando fondos para la revolución, que el clima frío de la intensa nevada que une su crueldad a la crueldad de la guerra y de la sangre derramada, la que empezó con la nieve ligera en el hombro de un estudiante y terminó con una helada negra la noche siguiente de una madrugada sangrienta.
Vemos al camión de soldados atravesando desde Juárez el “mar de dunas” y también el despacho del presidente Díaz Ordaz a donde, tímido y obediente, entra Luis Echeverría a entregar detallados informes y pronósticos de la  política y de la vida.
Campos Chacón maneja extensamente el diálogo. Vemos muchas escenas y pocas descripciones, a ratos su narrativa parece dramaturgia. Pero es, sobre todo, un teatro de ideas. Quiso dar testimonio de todas las conversaciones, ponerlas en el escenario vasto de su novela. Él mismo nos comunica al principio su proyecto de este gran teatro de conceptos, cuando advierte y asume el riesgo de su desmesura, y le señala al lector: “Por extremistas que le parezcan algunas reflexiones que leerá, eran normales en ese tiempo.”
Pero también anuncia lo necesario de esa mezcla de ideas y vertiginosos relatos, porque esa historia “grabó a fuego violento nuevos registros en la conciencia social de los chihuahuenses.”
En la lectura de Barrancas rojas asistimos de nuevo, o asistimos por primera vez, según sea la edad del lector, a un juego intenso de ideas y hechos históricos: la ideología que se fue tejiendo en Cuba luego del triunfo de su revolución en 1959 y de su reconstrucción política y social; la guerra de Vietnam donde se empantanó la sociedad entera de los Estados Unidos; el jipismo y su blanda protesta clasemediera; el marxismo más ortodoxo que era también una especia de encendido mesianismo; la manipulación financiera de los bosques de Chihuahua que, por sus resultados, es también una maligna ideología; la filosofía castrense sostenida por un gobernador militar que es también un viejo neurótico de los de antes; los informes de gobernación mezclados de noticias internacionalistas justificadoras de la violencia interna; las ideas palpitantes en las gargantas de jóvenes estudiantes que resultan casi aburridos de tan fanáticos: “les recuerdo también que nuestras vidas no tienen sentido cuando en las ciudades y en el campo son explotados miles de compatriotas por la burguesía.”
La novela es un texto donde todo cabe: documentos, gritos, ráfagas de ametralladora y el pájaro carpintero del telégrafo, las voces enamoradas y las fieras.
A una novela siempre la reconocemos como tal, cuando lo es, por el tejido sabio de sus múltiples hilos. Sergio Alberto Campos Chacón es con mucha discreción y sutileza un poeta, un novelita poeta, en la recreación de imágenes amorosas o terribles, en medio del fuego de las metralletas y el humo de las ideologías.
Como cuando Juan Luis mata por primera vez: “El muchacho supo que ya nunca más sería el mismo, invadió los terrenos de la muerte que casi no conocía, a la que llamó para destruir la vida del soldado.”
Imágenes en plena acción o dramatización: “Por varias noches, calambres venidos del subconsciente estremecieron a los guerrilleros, rompiendo la secuencia del sueño”.
Las imágenes terribles de la guerra: “Más claro el amanecer, los soldados disparaban contra lo que se moviera. Liberándose de la demoníaca carga emocional del combate, entraron violentos a sus casas…”
Imágenes que fulguran en las fronteras del amor y de la muerte cuando el guerrillero ve caer a su amada Sara: “Apretó su mano y sintió que la sangre de la joven lo quemaba, la que al correr como lava derritió la nieve dejando en la mente de Juan Luis la imagen de profundas barrancas rojas, como las gigantescas montañas de la sierra.”
La visión expansiva del amante herido en la muerte de su amada, y también en la derrota, es casi la síntesis de esta novela; el título de ella aparece como una sorpresa en medio del texto.
La novela de Chihuahua habrá de hacerse con muchas novelas, con diversos relatos que canten y cuenten la peripecia de nuestra vida en común. El asalto de Madera es una señal de nuestra historia. El 23 de septiembre sigue muchas veces vivo. La novela “Barrancas rojas, de Sergio Alberto Campos Chacón, es una de esas novelas que vendrán, aquí pionera y fundadora.

Octubre 1991

domingo, 15 de octubre de 2017

Mario Lugo

Literatos frente al público

Por Jesús Chávez Marín

En los recientes años se ha ido estableciendo una costumbre en esta ciudad: poner frente a narradores, poetas y críticos literarios un micrófono para que expresen de viva voz sus pensamientos. Nadie es tan descarado para hablar en público y tan hábil para manejar las palabras como un escritor. Y se formó un público dispuesto a escuchar y asistir a este tipo de espectáculos.
De otra manera no se explica cómo 117 personas llenaron la Quinta Gameros  el viernes27 de septiembre nada más para escuchar cuatro discursos con este tema: “Panorama de la literatura chihuahuense”, en la última mesa de conferencias de las Jornadas FM 1991.
Primero habló Alfredo Espinosa. Aunque empezó diciendo que la poesía no sirve para nada porque no produce alimentos y no derriba dictaduras, terminó diciendo que sirva para respirar.
Habló del aceleramiento de los regionalismos, citó un epigrama de Alberto Carlos donde exigía que le escrituraran un desierto a los chilangos, porque se habían quejado de que ellos no tenían, y criticó la insensibilidad del gobierno para la cultura y las artes, apenas matizada por el entusiasmo personal de la maestra Eva Lucrecia Herrera.
Agregó que una constante de los escritores norteños es el vigor de quienes están conscientes de la vida breve y la certeza de la muerte, la marginalidad de quienes se niegan a participar en el simulacro de las democracias.
En el segundo acto de este drama, el narrador juarense Willivaldo Delgadillo leyó una larga crónica titulada: “Por el retorno a la literatura”, que inició con una pregunta: “¿Qué significa ser escritor chihuahuense?” Su historia está salpicada de anécdotas, resentimientos decantados estrictamente en los límites de los grupos y grupúsculos de literatos juarenses, cuyo máximo reventón es leer poemas dedicados a los calzones de las prostitutas en una cantinucha llamada La Brisa, donde tocan rockanrol ranchero.
Afirmó que en Chihuahua es fácil ganar un status de escritor siempre y cuando se involucre uno en esos chismes, pleitos y envidias a los cuales se hadado en llamar “movimiento literario.”
José Vicente Anaya leyó un discurso titulado románticamente: “Las mujeres poetas de Chihuahua, Evas de un paraíso desterrado.” Denunció las actitudes de dominio que siguen teniendo los cultos contra la mujer intelectual, la cual se ve agredida por ninguneos, sonrisitas burlonas y abiertas carcajadas.
Hizo un recuento de mujeres escritoras que se inicia en 1915 con la parralense Aurora Reyes, quien fue pintora, sindicalista y autora de cinco libros. Su poesía, dijo, era delicadeza para la vista, el olfato, el tacto e incluye haikús de gran factura.
Otra maestra fue Nellie Campobello, jugadora de emociones no aprendidas sino descubiertas y cuya sensibilidad más desbordante está en su prosa más que en sus versos.
De ahí le siguió Anaya con las poetas nacidas en la década de los años cincuenta, habló de sus voces frescas, conscientes y comprometidas, y dijo nombres: Yolanda Abbud, de Juárez; Margarita Aguilar, de suavidad amorosa; Blanca Estela Cano, de Casas Grandes, en quien el amor se une a la reflexión de la existencia; Lourdes carrillo, para quien los amores se mezclan con una intensa preocupación social; Ana Perches, la campeona del humor paródico; Guadalupe Salas en quien el amor es la sorpresa y la cotidianeidad de amores no planeados, con jazz, café y espontáneas manos traviesas que inician el juego de las caricias; Lety Santiesteban, quien narra en sus poemas el deleitoso enamorar; Micaela Solis, de quien Anaya dice es la poeta más conocida y leída, y cuyos textos son imágenes para el mágico encantamiento.
Lamentó Anaya la poca difusión que tiene la poesía de esos lugares, pues impide que su discurso pueda incluir a otras mujeres de la cosecha de mujeres poetas chihuahuenses.
Como acto final, Mario Lugo refrendó su bien ganado título de ser uno de los escritores más polémicos de la ciudad.
Despotricó contra las revistas chihuahuenses, entre ellas aquella de donde él mismo es editor, Finisterre, de la que dijo que estaba dada al catre, a la autocomplacencia, a la indolencia y al importamadrismo. Despotricó contra Jesús Gardea, a quien llamó sorpresa malogrado y quien según él, desde Sobol, no da una. Despotricó contra los exizquierdistas a quienes llamó folklor local, neofayuqueros posobsoletos y posretrógrados. Fustigó a todos los escritores locales de quienes dijo eran a cada minuto rebasados por la realidad. Atacó a todos los medios por la estricta falta de pago de todo tipo de colaboraciones literarias, producto de un desdén absoluto.
Terminó disculpándose con todos los escritores a los que no ha podido atacar esta noche por razones de espacio y para no hacerles muy largo el cuento.
A las diez de la noche termino este acto público frente a las mismas 117 personas que muy atentas asistieron a este rito de descuartizamientos super agresivos, mezclados con alabanzas ultra románticas.

Octubre 1991