sábado, 24 de septiembre de 2016

Lety Santiesteban. Restaurant bar Ajos y cebollas 1986


Francisco Ortiz Pinchetti en el Ajos y Cebollas

Por Jesús Chávez Marín

Todas las mesas del bar Ajos y Cebollas estaban llenas a las nueve de la noche de aquel viernes cinco octubre 1986. Los fotógrafos de sociales se dieron vuelo retratando a todo mundo; las meseras y el dueño de la casa, muy atentos, saludan de mano a los presentes y las Negras Modelo regaron generosamente platillos serranos que la discreta concurrencia devoraba.

Había expectación por conocer al cronista que en los recientes meses narró los hechos políticos de la ciudad: Francisco Ortiz Pinchetti. A las nueve y media llegó un cuarentañero moreno de melena entrecana, vestido de camisa azul. Alicia Márquez hizo la sencilla presentación y luego la voz pausada del periodista se escuchó desde las bocinas que cubren el local.

“Voy a ser breve”, dijo, “importa más el diálogo con la tertulia. Hablaré de la prensa escrita, no por ahora de los medios electrónicos que en nuestro tiempo son importantes por su cobertura.

“La prensa tiene tres principales bloques de obstáculos que impiden su desarrollo pleno. El primero es que la mayoría de las empresas que se dedican a la información son sociedades anónimas, esto es: empresas cuyo fin es el lucro, la acumulación de capital y, por tanto, están para apoyar objetivos económicos y obtener ganancias, más que para ejercer el periodismo.

“Lo segundo es la existencia de PIPSA, Productora e Importadora de Papel, S.A., empresa monopólica del gobierno. Es la única que distribuye papel en México. Ello se presta a una manipulación desde sutil hasta directa sobre los medios impresos. Aunque pocas veces ha cortado suministro, como en los casos de la revista Por qué o en los inicios de Proceso, cuando negó absolutamente el producto, sí usa el racionamiento, limita la cantidad a determinado medio que muestra señales de independencia. O impone el cobro adelantado a unas empresas mientras da plazos sin límites a otras más dóciles  al gobierno.

“El tercer factor es el manejo de publicidad oficial en los medios. El gobierno acostumbra canalizar sumas considerables a los periódicos para pagar anuncios y, en el peor de los casos, gacetillas. Esto último es bastante grave, porque es la venta del propio espacio informativo para disfrazar comunicados oficiales. Proceso se ha negado a publicar gacetillas, pero sí tenía contratos de publicidad oficial. Es un ejemplo de esas relaciones y del control que el gobierno ejerce.

“En los últimos años de su gobierno, López Portillo mandó retirar toda la publicidad de la revista. No te pago para que me pegues, dijo, como si se tratara de su dinero, de su país propio. Proceso tuvo serios problemas económicos, desmontó la agencia informativa que tenía y se vio obligado a despedir a treinta trabajadores. La crisis pudo sortearse gracias al vuelo que el mismo presidente dio a la revista al ventilar espontáneamente el asunto: dio a entender que de ninguna forma había podido comprar a esos periodistas. Las ventas de la revista aumentaron, la circulación subió tanto que hasta hoy hemos podido subsistir.

“Ante esto cabe preguntarse si hay en México una censura. Creo que no la hay. No hace falta la presencia de un censor instalado en las redacciones. Hay otras formas. Están las llamadas a los directores, muchos de ellos dispuestos a obedecer; no me saque esto, quíteme aquello. O el control que se ejerce sobre los distribuidores y voceadores, pastoreados por gente cercana al gobierno, quienes se encargan de estimular o desalentar la circulación de publicaciones, según convenga en su momento.

Corresponsal en Chihuahua durante los recientes meses, Ortiz Pinchetty hizo varias precisiones.

“El caso Chihuahua es, en todo esto, un ejemplo claro. Aquí funcionó esta maquinaria de control. La televisión mintió descaradamente en programas especiales y en noticieros. La prensa publicaba como información las versiones oficiales. En el Distrito Federal los hechos de Chihuahua apenas se conocieron. Solo se intuye que acá hubo algo serio por la insistencia en machacar tanto las versiones de mentida tranquilidad, por la supuesta limpieza en los comicios. Las campañas del PRI fueron las únicas que se cubrieron, los demás no existían.

“Para mi vida profesional de periodista, Chihuahua fue importante. Tuve el privilegio de vivir hechos insólitos que nunca se habían dado en la vida del país. Aquí hubo participación ciudadana, política, sin precedente.

“Claro que pasará mucho tiempo para quitarme el sambenito de que me tachen de empanizado, pero eso es culpa de la desinformación; estos hechos son imposibles de entender para quien no los vivió. El mismo Antonio Becerra tuvo problemas con su partido, a nivel nacional, por este asunto.

“La mayoría de los periodistas fueron visiblemente coptados por el aparato, se instalaron en las oficinas del partidazo y se dedicaron a transcribir textos oficiales, jamás salieron a observar, a constatar los hechos. Publicaron lo que se les dijo, no se molestaron siquiera en caminar por las calles, se quedaron en los cómodos hoteles con barra libre.”

Antes de terminar la conferencia, alguien estaba ansioso por levantar la mano: era David García Monroy.

―Oye, quería preguntarte por qué manejaste en tus crónicas que en el cierre de campaña del PRI hubo nomás cinco mil gentes, si éramos un chingo. También quiero saber por qué hablaste de acarreados, yo no sé qué es eso, ningún intelectual se ha ocupado de aclararme nada, maestro, ¿qué es un acarreado?

Estallaron carcajadas. Alguien del público se hizo oír a gritos para hablar de las hileras de camiones y todo eso. Ortiz Pinchetti respondió que en ninguna parte de sus textos habló de cinco mil personas, eso es fácil de verlo en la revista. Que se constataron casos de presión sobre maquiladoras y sindicatos. Y que ésta era una conferencia sobre periodismo y no un debate político.

Terco, García Monroy, con ansias neopriistas, insistía en que él y sus amigos ferrocarrileros asistieron lo más voluntariamente posible a los actos a que fueron citados, eran libres no acarreados, los acarreados ¿existen? Este hombre para todo saca a sus ferrocarrileros, ellos ya han de estar hartos como nosotros en el Ajos y Cebollas con este tipo de altercados monrolleros.

El moderador, Federico Márquez, supo sortear el incidente y abrió espacio a otras preguntas, otras voces. El conferencista contestaba con claridad y buen tino político. A las once terminó la conferencia y Ortíz Pinchetti se sentó con sencillez a la mesa, a platicar con Queta Santiesteban, Jorge Muñoz, Juan de la Torre y otros periodistas que allí estaban. Volvieron a circular las cervezas y se reanudó el ambiente bohemio que reina los viernes en el Ajos y cebollas.

Octubre 1986.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Nacho Guerrero en la Quinta Gameros

Poetas y fotógrafos en la Quinta Gameros.

Por Jesús Chávez Marín

Octubre 1986 ha sido pródigo en actos culturales que celebran el aniversario de la ciudad. El cronista de la ciudad se ha ocupado de que esto ocurra. El doce de octubre publicó notas en los cuatro matutinos, su secretaria y él anduvieron ocupados semanas antes del día señalado.

En ese marco, el pasado miércoles 22 se inauguró la serie de actos culturales Nuestra casa, imágenes de la ciudad de Chihuahua en el Centro Cultural Universitario Quinta Gameros. Varias personas, elegantes a todo lo que daban, se reunieron esa noche. Lo primero fue una exposición de fotografías de Nacho Guerrero y Víctor Fernández. Imágenes que captan con precisión la vida urbana, fotos testimoniales y artísticas donde la figura humana tiene importancia.

Para iniciar el acto, funcionarios de gobierno y artistas cortaron con tijeras y con cierta demagogia rencorosa un cartel largo donde estaban escritas las palabras “canibalismo” y “desunión”, actitudes que, a decir de los organizadores, había que desterrar. Hubiera estado mejor que cortaran el tradicional listón de las inauguraciones.

Las fotos de Nacho expresan su conocida habilidad como retratista, su composición y factura impecables. Nacho sabe mirar rincones y figuras que permanecen ocultas para la mirada de los profanos.

Agradable sorpresa fue la presencia del joven fotógrafo Víctor Fernández. De estilo vigoroso, crea un insólito dinamismo en sus trabajos; con pocos elementos encuentra formas de expresión corporal en sus temas, con agilidad en la mirada. Tiene buena visión para relatar el ambiente urbano.

Hubo algo de vino fresco, muy racionado, las papas se acabaron pronto. La crisis, ni modo. Se tomaron fotos para sociales por kilos; las damas perfumaban el aire, se echaron todo el veinte de Channel 5 y posaron a su gusto para las diecinueve cámaras cuyos flashes encandilaban. El fondo musical fue espantoso, se oían rechinidos y extraños tamborazos fuera de tono.

Medardo Aragón llegó vestido de catrín, muy propio el esmoquin, sombrero; esa noche usaba ¡monóculo! ―se los juro―, y bastón de caballero de los años veintes.

Más tarde José Vicente Anaya, quien vino de México invitado por el ISSSTE dentro del programa La voz de los poetas, leyó parte de su reciente obra. Vestido de saco marinero, su melena rizada y barba montaraz, hablaba con voz alta y bien educada de su trabajo literario. Leyó un fragmento de Peregrino, un largo poema de viajero. También varios textos breves que él llama Postales, parecidos a los haikús japoneses.

El jueves anterior también el ISSSTE había presentado a Alfredo Espinosa en la Quinta Gameros. Habló de su trayectoria de poeta, contó su experiencia literaria, leyó poemas. Esa noche asistió mucha gente, allá estaban casi todos los que integran la comunidad literaria local.

―Hasta yo vine ―dijo Rogelio Treviño, quien asiste muy poco a esos rituales.

Dentro de las buenas vibras del octubre chihuahuense, empezó a circular esa misma semana el libro Muestra de la poesía chihuahuense, de Rubén Mejía y Alfredo Espinosa. Está muy bien hecho, a pesar de que fue impreso en los talleres gráficos de gobierno del estado. Aparecen textos de veintiún poetas.

Octubre 1986

viernes, 9 de septiembre de 2016

Aquellos buenos anfitriones



Escritores en la frontera norte

Por Jesús Chávez Marín

El jueves 24 de abril llegamos Jesús Camúñez y yo a la casa del jefe Rubén Mejía para despertarlo. Eran las tres de la mañana y habíamos quedado en ir juntos a Juárez, al primer encuentro nacional de escritores en la frontera norte, al que el jefe fue invitado y cuya inauguración sería a las nueve. Queríamos llegar a tiempo porque dentro de la ceremonia le iban a entregar a Jesús Gardea el recién fundado premio literario José Fuentes Mares.

Todo esto lo organizó la Universidad Autónoma de ciudad Juárez. Al encuentro habían sido invitados veinte escritores de la república; el premio consistía en trescientos cincuenta mil pesos y una medalla con la imagen de Fuentes Mares.

Ya había amanecido cuando cruzamos el kilómetro veintiocho y llegamos a aquella ciudad; nos dirigimos sin desayunar al aula magna de rectoría, lugar del encuentro. La función empieza: en el presídium estaban el rector de la universidad, Alfredo Cervantes; el director de relaciones Ernesto Lucero, organizador del evento; Carlos Montemayor y su pipa, presidente del jurado que elige al ganador del premio, y la señora Emma Peredo de Fuentes Mares. Entramos en el momento en que el locutor anuncia la intervención de Federico Ferro Gay quien, en nombre del jurado, explicará todo lo relacionado con el premio. El voluminoso profesor se acerca al micrófono con su paso lento y navegante, saca de un bolsillo de su camisa el acostumbrado papelito con apuntes de su discurso. Habla de los problemas para elegir al ganador, de que se contó con la opinión de otros escritores y se eligieron como candidatos a Jesús Gardea, Joaquín Armando Chacón, María Luisa Puga, Luis Arturo Ramos y se le otorga a Jesús Gardea por su regionalismo de verdadero habitante del desierto, sus relatos con personajes fuera del tiempo humano y por desoír el canto de las sirenas capitalinas y entregar una obra del pueblo y para el pueblo sin demagogia ninguna.

Gardea se levanta de su asiento, recibe el premio de manos de la señora Fuentes Mares, se acerca al micrófono y dice:

―Voy a ser breve porque estas cosas me asustan; el premio Fuentes Mares es una cosa buena, pero a mí me hizo falta don José, nos hizo falta a todos; gracias.

Las luces de las cámaras de televisión encandilan y luego termina la ceremonia. Salimos al vestíbulo donde hay café, galletitas para engañar al hambre desvelada sin almuerzo, un mural de colores chillantes con los héroes de siempre: Carranza, Juárez, etcétera, mal dibujados; a un lado reporteros de televisión entrevistan a un Jesús Gardea muy formalito y serio ante las cámaras; en un rincón hay una mesa donde las Librerías de Cristal venden libros a precios gandallas que a nosotros, acostumbrados a la voracidad sin freno de los libreros de Chihuahua, ya no nos asustan. Conversaciones. Alcanzo a oír a uno de los escritores que, signo de los tiempos, dice: vine aquí a buscar chamba y me mandaron por un tubo.

La primera mesa de trabajo empieza media hora después, por favor pásenle todos, el coordinador de va leyendo currículos de cada participante y se nos abandona a nuestra suerte, cada quién leerá según le dé su gana: tema, forma y extensión libres, no hay folletos con el programa que permita elegir si quedarnos o irnos.

Participaron veinte escritores, tres mujeres y diecisiete hombres, venían de la ciudad de México, de Veracruz, de universidades gringas o de Chihuahua y otros estados de la república. Nueve de ellos leyeron relatos o fragmentos de novela; seis presentaron ponencias o ensayos; cinco leyeron versos. La problemática social está ausente, como forma, en la muestra de los textos y en el interés de los participantes, como si la literatura, según esa muestra, fuera el ave pura que cruza el pantano y no se entera, bueno, ni por las vísperas de las calientes elecciones que vienen y, claro, como en todo, hubo sus excepciones, pocas.

Los narradores fueron el sector más gris:
Lalo Mussong leyó un cuento de vampiros calientes emplastado de adjetivos.
Herminio Martínez un fragmento de novela, donde uno que se llama Rosendo Soledad visitó países raros donde vio bueyes con piernas de señorita, gallinas de plumas rizadas a la Christian Bach y una larga enumeración sin más sintaxis que el engarzamiento de países de a mentiras, habitados por alucinaciones.
Octavio Páez Chavira lee un relato escrito a la antigüita que sucede en Parral.
Joaquín Armando Chacón sigue estancado en sus propias amarras y lee un texto largo y aburrido.
Entre los menos tediosos se puede mencionar a Ana Piñó, muy chula ella por cierto, quien logra trazar a sus personajes con buena técnica. Lee un cuento cuyo tema es el choque entre el mundo indígena y la ciudad de México
También a Federico Urtaza, su cuento de temática cotidiana, con buen manejo del diálogo y el ritmo.
Y a Daniel Sada con un texto narrativo escrito en octosílabos que trata de húngaros y del cinematógrafo ambulante.

Quienes leyeron poemas flotaron en los extremos. Desde textos preciosos hasta la cursilería más podrida.
Entre los primeros estaba Carmen Boullosa quien leyó poemas de amor y delicado erotismo, con su buena voz de actriz perfectamente modulada y con un timbre finísimo. Su lectura fue uno de los mejores momentos del encuentro.
También Sandro Cohen, buen lector y poeta, leyó versos a la muerte de su padre y todo el mundo, en silencio, era una sola onda en contacto con esa región llamada poesía.

En el otro extremo estaba Olga Leticia Moreno, una güera de dos metros de estatura nacida en Durango, es periodista y colabora para la revista Impacto; la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez la rescató de “El rincón sentimental” y le publicó un libro titulado Poesías, ¿no lo crees? Créelo. Olga Leticia lee sus versos que dicen: “Me ahoga la nostalgia y me ahoga el sentimiento enfrentándote al mañana día a día cara a cara y siento vergüenza por ti, por mí, por todo”, qué es eso, Olga.
Y luego Rafael Mojica le hace segunda con poemas rimados en osa inspirados en la rosa, rosa rumorosa empalagosa ojerosa y fastidiosa, poema y rosa las dos son milagrosas.

Los ensayistas estuvieron más parejos en su buena calidad.
Pedro Cruz Garay nos ilustra con un ensayo fuera de cuento sobre un poeta gringo.
Jorge Humberto Chávez habla de un taller literario que fundaron aquí en Juárez en 1980. Y los problemas que enfrentaron.
Vicente Francisco Torres comentó dos novelas “fronterizas” y dijo, con justa razón, que los campesinos mexicanos se harán ricos en Estados Unidos “cuando los pericos mamen”, que es el título de una de las novelas.
Alfredo Espinosa presentó un buen ensayo que trata de pachucos y cholos, la hipótesis que pone al día la marginación de los chicanos jóvenes en Estados Unidos.
Rubén Mejía habla de la experiencia de periodismo cultural, que es ProLogos, en medio de una sociedad que ha cambiado radicalmente de los años setentas a los ochentas.

Fueron en total seis mesas de trabajo a las que asistíamos todos: éramos pocos, el público lo componían los mismos participantes y los organizadores y dos tres curiosos. No llenábamos la pequeña aula.

Después de las lecturas se hacían a veces discusiones bizantinas sobre regionalismos en la literatura y aquí se soltaban los comentarios levemente envidiosos contra los que ya han tenido éxito en la ciudad de México: “se trasculturizan y achilangan y luego escriben puras falsedades” y allí Montemayor volvía a defender a los exiliados del terruño. Exiliados en la SEP, como dijera un día Bartoli.

Espinosa y Montemayor atacaron a los escritores chicanos por su lengua inmadura y estos se enojaron mucho, esa noche no fueron a la pachanga, ofendidos y humillados.

Los juarenses son buenos anfitriones, muy alegres en la parranda, y generosos. Las dos noches que estuvimos por allá nos llevaron a sendas fiestas.

La primera noche fuimos a casa de uno de los funcionarios, un patio solariego de grandes árboles, a una carne asada. Sirvieron cortes de primera calidad. Varios escritores rompieron diez años de dietas vegetarianas y se hartaron de chuletas y cervezas Tecate. El señor de la casa sacó una botella de buen wisky para un grupo de cantadores que estábamos alrededor de una guitarra: Montemayor cantó otra vez la misma, aquella rola medieval de la infanta doña Mimí que dice: “la Infanta doña Mimí se limpiaba con un alhelí”. Camúñez apantalló a todos con su voz norteña cantando las de Los Tigres del Norte. Uno de los anfitriones inventaba tangos estilo Juárez. Fue buena velada.

La segunda noche tiraron la casa por la ventana: nos llevaron al penthouse del galgódromo y pusieron barra libre y un doble trío de guitarristas vestidos con esmoquin que cantaban piezas de Julio Jaramillo. Generosamente corrieron el wisky y el coñac. Todos estaban encantados tomando y viendo las carreras de perros que allá abajo, en la pista, corrían tras una zorra de mentiras, qué simbólico. Hubo varias carreras. Luego los distinguidos escritores fueron invitados a integrar el “círculo de ganadores” y bajaron hasta la pista para entregarle su trofeo al perro ganador y para retratarse con él, con su entrenador y con el gerente del galgódromo. Luego se sirvieron bocadillos y descorcharon botellas de vino francés.

La mañana siguiente, sábado 26, fue la reunión plenaria a la que asistió solo una mínima parte de los participantes.

Jesús Gardea hace una glosa del encuentro, “creo que es mi deber”, dice, y habla de que “se leyó narrativa de calidad, ensayos afortunados” y demás lugares comunes laudatorios. Para equilibrar regaña a dos de los participantes. Gardea, novelista aceptable, luce torpe haciendo papelitos de cacique cultural: tartamudea, es mal orador, no logra un discurso coherente. Luego una de sus hijas intelectuales hace su propio resumen de los importantes acontecimientos y termina diciendo: qué bueno, qué bueno, qué bonito” y para rematar, chin, le soltaron el micrófono a Joaquín Armando Chacón y habló mucho rato. Que en sus tiempos no había encuentros y nadie tomaba en cuenta a los escritores, que a uno cuando lo veían escribir le decían marica, que los escritores a fin de cuenta somos seres de carne y hueso como todos los demás, se los juro, que en próximos encuentros los temas deberían tratar sobre cómo serán las esposas de los escritores, primera mesa, los esposos de las escritoras, segunda mesa y así hasta que le quitaron el micrófono y todos espantados de cómo un escritor, con obra publicada y premios, pueda ser tan torpe.

Para terminar, el rector de Universidad Autónoma de Ciudad Juárez les entrega a cada uno de los participantes un bonito recuerdo, unos pergaminos hechos con toda la mano, dice Gardea, que es la constancia de su participación en el encuentro. Cada participante es llamado por su nombre y van pasando, uno por uno, a recibir el pergamino como si se estuvieran graduando de la secundaria.

Abril 1986