miércoles, 8 de septiembre de 2010

miguel r. mendoza

Al comenzar el día, de Miguel R. Mendoza

Por Jesús Chávez Marín

Durante la década del los cincuentas, el poeta Miguel R. Mendoza escribió diariamente para los periódicos de la cadena García Valseca, entre ellos El Heraldo de Chihuahua, la columna “Al comenzar el día”. En esos textos breves, de dos cuartillas, que el autor llamaba “notículas”, aparecieron ideas originales, relatos en forma de parábolas, lecciones y oraciones de profunda religiosidad, respuestas amables a cartas que algunos lectores mandaban, comentarios de libros, reflexiones filosóficas, poemas en prosa y hasta alguna que otra venganza literaria de brillante enojo frente a la estupidez ambiental que a veces nos rodea y que todos sufrimos pero que suele dolerle más a los hombres de espíritu sensible y fino, como lo era el de aquel poeta que escribía en los periódicos, como también en revistas culturales y en guiones para cine, en la época de oro del cine mexicano.

Una primera selección formada por 132 de aquellos textos es la que aparece en este libro, compilada por el hijo del autor, quien lleva su mismo nombre, el señor Miguel R. Mendoza, el hombre que en Chihuahua más libros ha leído entre los de nuestra generación.

Leer todos juntos estos artículos elegantes y densos es una experiencia agotadora, por la cantidad impresionante de códigos que maneja. Estoy seguro de que muchos de los lectores que tuvieron el privilegio de leerlos uno por uno en el periódico del día tuvieron que tardarse un buen rato para disfrutarlos y releer para entenderlos en toda su plenitud. También imagino que el autor se impuso un rigor muy estricto al escribirlos, pues algunos son ensayos de enorme erudición y en todos los casos eran textos muy bien trabajados, con prosa de grato sonido, ideas bien estructuradas y un vuelo alto en ideas y en imaginación.

A pesar de que el libro no presenta en su estructura una secuencia ni cronológica ni temática en la sucesión de los textos, y solo se concreta a ennumerarlos en el índice, y de que los textos no llevan títulos que indiquen el asunto que va a tratar cada uno, la pura fuerza del estilo y el uso brillante de un lenguaje vigoroso y preciso hacen que se mantenga el placer y el encantamiento de la lectura. Sorprende mucho que esa columna haya aparecido los periódicos, donde la escritura suele ser descuidada, monótona y superficial casi por definición, y donde los únicos articulistas que aparecen son comentaristas de las fechorías más recientes de los políticos.

Al avanzar en las páginas de este libro nos vamos familiarizando con su autor y vamos estableciendo con él un código de comunicación. La atmósfera se establece desde el nombre de la obra que se va escribiendo y leyendo: Al comenzar el día, o sea: todas las mañanas habremos de reflexionar un poco en diversos asuntos, no solo para pensar en ellos y desarrollar una serie de conceptos, sino también para hallar en el sonido y en la esencia de las palabras un impulso para empezar, con energía y frescura, la jornada diaria. Esta imagen de la energía creativa es una de las que le son más gratas a Miguel R. Mendoza, y ese concepto lo desarrolla desde ángulos filosóficos y místicos, sobre todo para asociarla a la presencia de Dios en el universo, como fuente de belleza y poesía, como origen y el sentido de la existencia.

Al pasar de los días, en la lectura nos iremos acostumbrando a que Mendoza nos presente con toda naturalidad alguna frase, una imagen o una idea de los autores que él está leyendo en ese momento, o que ya ha leído y estudiado en otros años: poetas, filósofos, místicos, sociólogos, científicos, teólogos, novelistas con sus nombres, doctrinas y sistemas. Poco a poco nos vamos acostumbrando también a la mezcla abundante de frases hermosas, poéticas, que suenan a monedas de plata de buena ley, a guitarras y violines y voces de intensa armonía; al sentido certero y directo de la lógica, a la claridad de los pensamientos bien destilados y al sabor de las palabras en toda su plenitud.

Cada escritor forma a sus propios lectores, y Miguel R. Mendoza logró tener muchos en su época. Ahora con este libro, como con sus tres libros de poemas que su hijo ha publicado, seguramente habrá de tener otra generación de lectores. Igual que aquellos que lo leyeron en los años cincuentas, nosotros habremos de acostumbrarnos, al avanzar la lectura, a señalar algunas frases que podrán servirnos como aforismos, como una colección de joyas muy bien labradas. Por ejemplo estas que aquí transcribo:

Porque sabes perfectamente tus necesidades materiales y espirituales, puedes adivinar en una segundo las necesidades de los demás y comprenderlas.

Cada individuo tiene que decidir por sí mismo el tono y la calidad de sus actos.

A los que desesperan del destino del hombre, creyendo que sus pocos días sobre la tierra no tienen sentido alguno y que después de la muerte les espera la nada, conviene recordarles que la personalidad humana es una parte tan orgánica del universo como lo es el átomo.

Las vidas fincadas sobre valores espirituales resistirán todas las tormentas y los huracanes, mientras que las edificadas sobre las arenas movedizas del materialismo y la finitud serán llevadas por la corriente de las circunstancias hacia la esterilidad y la desesperanza.

Cultivemos secretamente el arte de tener fe en nuestros futuros éxitos.

La espera constante del infortunio, del fracaso y de la mala suerte, si estamos constantemente quejándonos, regañando o culpando a los demás, o a la vida misma, de nuestra situación, tiene un efecto paralizador sobre nuestro espíritu.

El mundo otorga a cada quién exactamente el valor que él mismo se da.

En un lugar donde imperan la sordidez y la miseria, difícilmente nos podremos librar de pensamientos amargos y emociones morbosas.

La alegría es el signo más claro de que estamos viviendo una vida determinada por el espíritu.

El ánimo con que afrontas las primeras horas del día tiene mucho que ver con los resultados durante su transcurso.

La amargura, el resentimiento, el desencanto y la envidia son pobres y malos materiales con que construir el edificio del carácter.

La manera de alcanzar la originalidad es confiar cada día más en nuestras propias fuerzas.

Cada día que pasa, la naturaleza, pletórica de vida, desparrama ante nuestros sentidos millares de incitaciones mentales, miríadas de sugestiones que la mente receptiva puede aprovechar, llenas de frescura, de novedad, de maravilla.

No hay cosa más esterilizante y deprimente que la rutina.

De toda experiencia, por dolorosa, molesta o humillante que sea, podemos destilar un gramo de sabiduría.

El amor es el ritmo del universo.

La mente universal está tratando de expresar algo a través de ti, algo totalmente distinto de lo que quiere expresar a través de los otros.

Los sentimientos de los niños son transparentes, llenos de frescura, exentos de complicaciones morbosas, tristes o perversas.

(También) admiramos a los escritores que han descendido hasta las tenebrosas profundidades del ser para traernos extrañas y ponzoñosas floraciones anímicas.

Un instinto seguro y profundo nos dice que la verdadera aristocracia es una aristocracia de maneras, una aristocracia que nada tiene que ver con el dinero, con el poder, con el talento, con la sangre o con el mundo.

No todos tenemos talento para la música, pero todo ser humano tiene en estado latente facultades para la caridad, el amor, la amistad y la cortesía.

La civilización actual, con su decantado progreso, tiende a volver más flácidos nuestros músculos y más perezosas nuestras células cerebrales.

Las represiones y los conflictos anímicos tienden a dividir la personalidad y deformar las emociones, a desperdiciar las energías.

Fuimos creados para pensar y somos literalmente la encarnación de nuestros pensamientos.

La acción inteligente y constante puede cambiar la vida más oscura y misérrima.

Echemos una bendición al reloj, no porque sea el guardián insobornable y severo del tiempo, sino porque nos hace el favor de marcar las horas luminosas del tiempo ilimitado y gozoso de Dios.

Hay muchos caminos para acercarnos a la realidad detrás del universo. Pero el camino de la belleza es el de más fácil acceso.

Las experiencias de la vida van dejando su huella indeleble en los rostros humanos.

Es fácil y cómodo escudarse tras de algún credo, tras de algún sistema filosófico, tras de algún esquema científico, tras de algún ritual religioso.

El anhelo de ser libre es un instinto indestructible en el corazón humano.

Toda discusión acerca del propósito de la vida, acerca de la “vida ideal”, acerca del sentido de nuestros días aquí en la tierra, suena un poco a hueco en estos tiempos angustiados y cínicos por los que estamos atravesando.

Todas las grandes ideas son sencillas.

Imagínese a sí mismo vívidamente como un desgraciado y pronto empezará a andar el camino que lleva al fracaso y a la desdicha. Imagínese a sí mismo victorioso y capaz, y eso contribuirá en grado importantísimo a su triunfo definitivo. No se imagine usted nada y cuando menos piense se encontrará convertido en una nulidad.

El artista es la encarnación concreta del anhelo de la humanidad hacia la más alta y completa satisfacción de la experiencia sensorial y espiritual.

La fidelidad a la idea que un hombre tiene de sí mismo es lo que es lo que confiere sentido y eficacia a sus pasos sobre la tierra.

La aptitud para poder reírse de sí mismo indica distinción y reciedumbre del alma.

Sin embargo el mayor valor de este libro de Miguel R. Mendoza no es la colección de frases certeras, que cada lector puede hacer la propia de acuerdo a sus preferencias, sino la solidez estructural de cada artículo diario, escrito con el rigor de un ensayo y con la gracia de la buena escritura. La calidad de los textos resulta refulgente en el periódico del día, y solo en periódicos como El País, de España, o como La Jornada de México, pero no la actual sino la de hace diez años, podía uno leer autores como este de Al comenzar el día. Para terminar, solo falta recomendar a ustedes que compren este libro y que lo lean, de preferencia un artículo cada día, que es como lo propuso el autor en su tiempo.

Mendoza, Miguel R.: Al comenzar el día. Doble Hélice Ediciones, México, 2002.

Agosto de 2002.

martes, 7 de septiembre de 2010

óscar erives


Óscar Erives en el escenario de sus memorias

Por Jesús Chávez Marín

En los veneros de la memoria y de la fantasía de los pueblos viven los actores, quienes usando su cuerpo como instrumento de expresión artística conjugan las palabras con los relatos, el movimiento con el destino, la voz con la esencia de las emociones y la acción en escena con el drama en vivo de las pasiones, la claridad de los pensamientos, la confusión del dolor o de la euforia, la nobleza y la vileza de los hombres. En los recuerdos de mucha gente de Chihuahua y de otros lugares vive el actor Óscar Erives, quien a lo largo de 34 años realizó un espléndido trabajo artístico en 51 obras de teatro y dos espectáculos musicales.

En este libro de memorias, el autor cuenta su historia: la de un niño que se imaginaba a sí mismo como el centro y el eco de muchas vidas posibles en el escenario de los juegos infantiles; en la celebración de la Misa donde él era monaguillo, o sea, protagonista que con toda seriedad aprendió los movimientos y los parlamentos de una ceremonia que se desarrolla frente a una comunidad; en las películas y en los relatos que su abuela, mujer inteligente y maestra de muchas generaciones, le platicaba en las tardes.

Aquel niño tenía muy claro que sería un artista y que algún día habría de actuar en el mismo escenario del Teatro Cine Colonial donde conoció algunos personajes famosos de su época. Muy joven decidió también que sería profesor. Inició su trabajo en el ejido La Norteña, un pueblo de mil habitantes en lo más intrincado de la Sierra, en el municipio de Madera, Chihuahua, donde había vivido de niño.

En ese mismo lugar también empezó el teatro. Con vecinos que ensayaban en las tardes dirigidos por el joven profesor, se formó un grupo que representó varias obras, con textos que el mismo Erives escribía tomando como base las historias que halló en libros antiguos. En este libro se hace un delicioso relato de aquellos orígenes, que para los habitantes de aquellas lejanas tierras resultaron inolvidables y para Óscar Erives la materialización de su firme vocación por el teatro, que descubrió y desarrolló por intuición, con talento y una sensibilidad bien educada en la disciplina del trabajo.

Con la misma habilidad narrativa, en este buen libro de memorias se sigue contando la historia de un hombre que realizó una obra cultural importante para nuestra región. Su trabajo como promotor cultural en Ciudad Madera, donde también siguió trabajando como actor y director de teatro; su llegada a Chihuahua para continuar su labor de maestro; los estudios en la Escuela de Arte Teatral del INBA, en la ciudad de México; las sociedades culturales que fundó y animó y, en el centro de todo, sus puestas en escena donde fue uno de los actores de mayor presencia en el teatro de su época, con los principales directores de Chihuahua.

Además de disfrutar de esta autobiografía contada con gracia y emoción, los lectores hallamos información de primera mano de una época de la historia de la cultura de nuestra región, y no solo la que se refiere a la actividad teatral, que es el tema principal, sino también de las formas que ha ido tomando el desarrollo artístico de nuestra sociedad, las políticas culturales, los errores y aciertos, su generosidad y su miseria. En una tierra donde el arte como actividad no se ve favorecido por la economía, existen hombres como Óscar Erives que empeñan su vida en las actividades del espíritu y así enriquecen la vida de sus semejantes, de sus contemporáneos, y fundan con su trabajo visiones de claridad para su tiempo y ventanas hacia la fantasía, el extrañamiento y los sueños.

Entre nuestros artistas, muy pocos han tenido el cuidado de escribir sus memorias, estos textos tan útiles que iluminan la historia, que le dan vida y frescura a los datos escuetos que solo quedan registrados en archivos oficiales, en las notas de prisa del periodismo, en programas de mano que muy pocos guardaron, en fotografías desordenadas y sin concierto o que, en el peor de los casos, no quedan escritos sino en la frágil memoria de protagonistas y espectadores que se van llevando a la tumba los recuerdos, al silencio de la muerte.

Estos libros son necesarios para el patrimonio cultural de una comunidad. Porque suele pensarse con descuido que para la Historia son más interesantes los hombres que murieron derrotados en guerras civiles, siempre crueles y absurdas; o los que amasaron fortunas, fundaron empresas y administraron en su provecho el trabajo colectivo; o quienes gobernaron países con mano dura y asesina o con mente generosa y justiciera; o los que hicieron descubrimientos espectaculares de beneficio inmediato aunque a veces en perjuicio de la naturaleza y de la esencia de la vida.

Más interesante para la Historia deberían ser los hombres que trabajaron todos los días en buscar un mundo de más plenitud para sus semejantes: en el teatro, en la música, en la pintura: en el arte. El desarrollo cultural de un pueblo es la expresión auténtica de su educación y de su evolución en lo material y en lo espiritual, por eso resulta valioso conocer su historia. Y más en el teatro, del que no queda una presencia material concreta, ya que su realización más plena sucede en la escena, en vivo, frente a los espectadores en un tiempo determinado que pasa y no vuelve.

Resulta fascinante leer las memorias de un actor quien además, como en este caso, ha sido uno de los principales protagonistas del desarrollo cultural de nuestra región: fundó sociedades artísticas, compañías de teatro, además de participar activamente en otras tantas. Erives ha sido uno de los animadores culturales más presentes y más productivos de Chihuahua.

En esta obra, la calidad del texto es otra de las sorpresas. La personalidad artística suele ser una riqueza que puede tomar muchas formas de expresión. Quien ha logrado madurar un oficio que exige tantas destrezas, como el oficio del actor, tiene facilidad para escribir, si se lo propone, con elocuencia y precisión. Es el caso de Óscar Erives en este libro de memorias. Su prosa es clara y sencilla, esa sencillez que es siempre tan difícil de conseguir, sin adornos ni falsa grandilocuencia, efectiva para revelar con exactitud los datos que se propone registrar, con cierta ironía además de una sobria emoción poética que le dan carácter y profundidad. El placer de su lectura se inicia desde la primera página y se sostiene en todo el libro, con un manejo hábil de imágenes y con una estructura bien cimentada.

Este libro será muy interesante para nuestra vida cultural, no solo por los aciertos particulares que revelan a un escritor talentoso, sino además por las historias que cuenta, los retratos de otros protagonistas de la historia reciente y por muchos datos, hasta hoy desconocidos, de la actividad cultural de esta región, esa obra colectiva realizada por los artistas de Chihuahua, entre los que Óscar Erives tiene un lugar muy destacado.

Erives, Óscar: El otro Óscar. Ediciones del Azar, México, 2001.

Octubre 2001, (prólogo a su libro El otro Óscar).

lunes, 6 de septiembre de 2010

juan holguín rodríguez


Retratos, voces y fantasmas villistas
Presentación del libro Una flor de Pancho Villa, de Juan Holguín Rodríguez

Por Jesús Chávez Marín

Uno de los personajes más simbólicos de la identidad colectiva chihuahuense es sin duda Francisco Villa, tanto por su leyenda dorada que lo fija como héroe grande, el guerrero que con inteligencia natural supo manejar ejércitos y también imaginar un destino generoso para su pueblo; como por su leyenda negra que todavía despierta gritos de rencor que de asesino sanguinario no lo bajan.

Muchos libros se han escrito en esta región sobre su vida, su muerte, su memoria. Algunos son de historia, con el supuesto rigor científico de los datos exactos; otros, de testimonios y entrevistas de gente que lo conoció en vida y que lo recuerdan con las anécdotas reales o inventadas que ávidos investigadores redactan sintiendo que tienen el polvo de oro de la verdad histórica como respaldo a sus ideologías o a sus intereses villistas o antivillistas. Otros libros son los de ficción, los del arte narrativo, cuyo objetivo esencial es la forma, la expresión artística de un tema, en este caso el de la presencia histórica de un hombre inolvidable, en medio de una guerra de muchos años.

Este nuevo libro de Juan Holguín Rodríguez es de estos segundos, de ficción, y podría ubicarse como una expresión moderna de la narrativa de la Revolución Mexicana. En los 14 cuentos que lo componen, Villa es personaje constante, ya sea en el centro del relato como protagonista principal, o como presencia que proyecta un ambiente, un tono y un lenguaje, o como referencia que enfoca la acción y el punto de vista, o como fantasma que se oye en los muros de una casa o que deambula en las carreteras del extenso norte mexicano.

La Revolución Mexicana en este libro no solo es una referencia temporal y cultural sino también una señal trágica, un destino que pesa sobre los personajes y los marca para siempre, aún más allá de la muerte. Parece una derrota colectiva que relumbra en medio del desierto a donde llegan los candidatos con sus falsas promesas, con sus tortas regaladas y sus banderitas de plástico. Parecen una derrota en la desesperanza de los viejos que en la resolana a veces distinguen las formas de su energía pasada, cuando cabalgaban por sus ideales y tenían fuerza y alegría de vivir, donde ahora solo queda esta desesperanza y la certeza de haber sido traicionados.

El primer cuento del libro tiene este tono. Se cuenta la historia de un viejo que muere en 1999 y que a los 15 años fue fusilado, ejecutado y dejado por muerto. Sobrevive de manera misteriosa y se vuelve silencioso y melancólico durante el resto de su vida. Su mirada recorre hasta el cansancio más inaudito los episodios trágicos de la Revolución y luego, con el mismo silencio y angustia sorda, la vida cotidiana de la paz sin justicia de los años que siguieron. El narrador cuenta que “casi a diario, en su viejo taller de zapatería, le buscaban la cara buena en la procura de una revelación exclusiva. Se arrimaron a él, con el mismo interés, periodistas capitalinos, cronistas de donde mismo, historiadores de donde quiera, escritores de pacotilla sintiendo en su bolsa coladera una historia diamantina, hacedores de santería, enfermos desahuciados, candidatos presidenciales, hampones de media monta, psíquicos de los cuatro horizontes, tahúres venidos a más y hasta gente de las iglesias vestidos a medio rostro. Todos se quedaban si ninguna respuesta”.

El segundo texto es el relato de la muerte de Pancho Villa, sobre todo de la víspera y de los días siguientes, contado por un narrador testigo que muchos años después platica y reflexiona. El tercero es un cuento de buen humor, con un lenguaje elegante y de mucha gracia, cuya sorpresa al final es descubrir al narrador, en este caso la narradora, que cuenta los hechos en primera persona. El siguiente es un monólogo cuya voz narrativa es un contrapunto muy bien lograda con una mezcla de lenguaje solemne y religioso con un ingrediente picaresco muy bien construido para retratar la psicología de una madre que cuenta la historia de su hijo, quien murió en la Revolución siendo general.

Luego viene el cuento que da título al libro, Una flor de Pancho Villa, que inicia con un narrador omnisciente y a la mitad del texto se sigue contando con la voz del narrador personaje, en este caso también una narradora, cuyo lenguaje es a veces poético sin perder la verosimilitud de la historia de amor de Soledad Seáñez Holguín y Francisco Villa.

Enseguida aparece un cuento cuyo ambiente es uno de los marcos imaginarios más atractivos de la ilusión popular, el de los entierros, los tesoros escondidos en la tierra, las montañas, los patios o las bardas anchas de alguna finca antigua. Aquí surge la historia de uno de los tesoros más fabulosos: “Fue en tiempos de la bola, cuando llegaron hasta aquí con el entierro escondido adentro de un misterio asilenciado a la fuerza. Pero no hay nada oculto bajo la luz del sol. Todo lo que se esconde un día se ve otro día. De allí que todos dicen: el entierro de la sierra de Amolar son las campanas de una gran catedral. Enteritas. Hechas, según muchas razones, de puro platino. Para arrancarlas de sus hermosas torres, los charros plateados de Tomás Urbina doblaron el silencio sagrado de los que pidiendo al Señor misericordia se encontraban, en el albor de aquel día, en la casa del Santísimo de una ciudad capital que desde entonces se quedó sin su primera voz”. Por supuesto, el general despacha a balazos a los que durante varios días y con muchos sacrificios habían subido a esconder las campanas hasta lo más alto de la más oscura sierra, y los deja enterrados en el mismo lugar del tesoro, para quedarse solo con el secreto de su paradero.

En el cuento que se llama “La cuchara el santo” viene la deliciosa historia de un sacristán que había sido cocinero del general Villa y de una cuchara mágica que nada tiene que envidiarle a los utensilios de las intrigas medievales. En “Sota de corazones” se cuenta la historia sorprendente de un caballerango, un cacique galante y una yegua fina. Luego aparece un cuento donde unos agraristas son metáfora de la revolución que dejó intacta la injusticia del mundo. El texto que sigue es una de las más logradas versiones narrativas de la leyenda tradicional de las apariciones del charro negro; aquí la identidad del narrador sorprende a la mitad del relato y se comprende el foco narrativo y el punto de vista con el que se relatan los hechos, en un giro de composición inesperado.

En “La tercera llamada” se ve el contraste grotesco entre la vanidad de un político y la pobreza recalentada de un pueblo casi fantasma donde relumbra la modesta dignidad de un antiguo guerrero que siembra sus tierras. En un tono diferente, en el cuento llamado “Calibre 45” otro general muy distinto, ante el ataque de una mazorca arrojada a la mitad de la función de cine, destruye a balazos la pantalla. Al día siguiente, los dos antiguos bandos de la revolufia, carrancistas y villistas, olvidan sus diferencias en el rito alegre y vital de la comida comunitaria.

En los dos últimos cuentos la figura de Villa aparece como fantasma. Primero como pasajero en un trailer rumbo a Ciudad Juárez y en el segundo la presencia vital de una finca antigua y el delirio de un excéntrico señor que cuenta historias que todo el pueblo escucha y comenta cada semana.

Aunque cada uno de los 14 cuentos tiene su propio ambiente y tonos distintos, en este libro hay en su conjunto una atmósfera que los une. La mirada del narrador, en casi todos los cuentos, pertenece a la época actual, aunque los temas son de principios del siglo XX, como ya dijimos, en el marco de la Revolución Mexicana y de la biografía de Villa. Su lenguaje narrativo es firme e intenso, propio de un escritor de siglo 21. Debe señalarse un error en la composición de este libro: Las absurdas citas de trovadores populares que se ponen al final de casi todos los textos: resultan molestas, rompen el efecto dramático con que termina cada cuento y la mayoría de las veces ni vienen al caso con el tema.

Fuera de este pequeño señalamiento, es un bello libro de cuentos. El autor ha sido un escritor constante y laborioso, uno de los más disciplinados y tercos en seguir construyendo la literatura en este desierto cultural y material. Y lo ha hecho con libros muy buenos, como este suyo, el más reciente, parte de una obra narrativa fundadora y trascendente.

Holguín Rodríguez, Juan: Una flor de Pancho Villa. Edamex, México, 2001.

Junio 2001

viernes, 3 de septiembre de 2010

josé pedro gaytán


Los óleos de Gaytán cuentan historias

Por Jesús Chávez Marín

José Pedro Gaytán tiene un temperamento artístico formidable que inició su expresión en la prosa narrativa. Desde joven ha escrito cuentos y luego ensayos acerca de las artes visuales, especialmente de la llamada escuela mexicana de pintura. Además de una extensa obra que apareció en revistas, periódicos y antologías, publicó un libro de crónicas que se llama Tres artistas camarguenses.

Empezó a pintar a principios de 1990, luego de haber tomado numerosos cursos en Coyoacán y en Oaxaca y de haber leído toneladas de novelas y libros de historia del arte y de historia universal. Teóricamente ya sabía de memoria las técnicas del oficio, conocía materiales, herramientas, mezclas y estrategias, las clásicas y las más actuales. Pero lo que más le ayudó a iniciar su trabajo de pintor, con el vigor y el orden que caracteriza todas sus acciones, fue el extenso caudal de fábulas que conoció en libros. En Chihuahua José Pedro Gaytán se distingue por ser uno de los escasos pintores que leen.

Por eso la fuerza mayor de su brioso estilo está en el arte de la composición, la facilidad para crear metáforas visuales que proyectan sus personajes hacia regiones simbólicas erizadas de misterios, y también de un juego irónico de gran ligereza.

Otra de las cualidades de sus cuadros es el colorido vivo y extraño de su estilo. Gaytán ha logrado colores nuevos donde el paisaje del desierto se transfigura con la fuerza más violenta de la luz, donde las montañas se alzan atormentadas por la lumbre de la pasión y la tierra, sus árboles, flores, semillas, forman parte de la piel de los personajes con naturalidad y armonía.

Este pintor ha realizado hasta hoy tres exposiciones individuales: Huyamos al sur, en el Tec de Monterrey, Primero las bellas y Homenaje a Tamayo, estas dos en la Quinta Gameros de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Además participa en varias colectivas. En pocos años ha logrado una obra de gran expresividad y de alto valor artístico.

Mayo de 2001.

jueves, 2 de septiembre de 2010

aarón piña mora

Aarón

Por Jesús Chávez Marín

Siempre resulta emocionante para el espectador asistir a la retrospectiva de un pintor cuya obra tiene tantos registros, como lo es la del maestro Aarón Piña Mora. En él se se cristaliza una gama de técnicas y de concepciones artísticas trabajadas por un cuidadoso artista cuyos viajes, lecturas y estudios han producido frutos espléndidos.

Encontraremos aquí diversas líneas temáticas: el retrato, los bodegones, el paisaje y las interiorizaciones simbólicas de la figura humana. Los singulares tonos de los colores en la obra de Piña Mora son de una expresividad única: algunos hilos de melancolía matizan las pinceladas vigorosas de su composición y le agregan a la textura del material una sensación de misteriosas presencias que se asoman como en un reflejo.

Una muchacha peinándose frente al espejo causa la serenidad de la contemplación de este acto sencillo y hermoso y también cierta luz tenue nos produce un efecto extraño de tristeza. El torso desnudo de una mujer, en otro de los cuadros, forma un espacio de rotunda sensualidad y sin embargo el rostro del personaje aparece lejano del ángulo desde donde fluye nuestra propia mirada. Estos contrastes están muy presentes en la visión poética de este pintor.

A veces los colores son muy vivos. Sobre todo en la ropa de las mujeres menonitas que retrata Piña Mora. En la tela de color oscuro que portan esas mujeres hay una constelación de estrellas diurnas, el sol entero en pequeños fragmentos de arco iris. Otros son los colores que utiliza al recrear a las mujeres tarahumaras: los de la tierra, los de las piedras, los de la noche. Un secreto profundo y con una cierta dimensión del dolor hay en sus ojos, casi siempre ocultos.

Las mujeres aparecen constantemente en esta obra. Hay un estudio de la esencia femenina a lo largo de toda la obra de Piña Mora. En los retratos, en los detalles, en grandes extensiones de su obra de muralista. Conoce los giros de su pelo, las líneas de la esfera en sus siluetas, el vuelo de su ropa, la ternura o la fiereza de sus miradas.

Acuarelas, pasteles y la fuerza del óleo, técnicas diversas en todas las épocas de este pintor, cuyo oficio de artista ha sido una de las grandes presencias de la cultura chihuahuense.

Diciembre 1997

miércoles, 1 de septiembre de 2010

arturo limón


Un libro para la acción

Por Jesús Chávez Marín

El nombre de Arturo Limón es muy conocido en Chihuahua. Desde muy diversas tribunas que van de las plazas a los barrios, de las páginas de los periódicos a los congresos internacionales, desde sus tres libros publicados a su cátedra en aulas de distintas escuelas y universidades, entre ellas la UNAM, la UACH y la Universidad Pedagógica Nacional, las palabras, las ideas y la praxis de este hombre han expresado para su comunidad, su sociedad, extensas y necesarias lecciones, indispensables para nuestra salud colectiva.

Licenciado en psicología, egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México, maestro en educación por la Universidad de Brigham Young, maestro en psicología educativa y doctor en psicología social por la misma UNAM, el doctor Arturo Limón pudo haberse concretado a su ejercicio académico. Pero eligió, además, la acción social como una de las líneas de su destino.
En la práctica activa de sus ideas, este escritor eligió el camino difícil de la defensa de la ecología, que es también la necesaria defensa de la especie humana, tantas veces víctima de sí misma, de la concepción consumista y comercial con la que se atienden hoy los asuntos del mundo. La cultura de la basura es el resultado de esta ansiedad causada por la venta y el consumo, de esta quebradura de todos los asideros espirituales que el hombre había elaborado con cuidado de siglos.

Podrían escribirse muchas páginas de las múltiples actividades que Arturo Limón ha emprendido organizando distintos movimientos en defensa del medio ambiente. Lo mismo como ecologista independiente que cuando ha sido invitado a colaborar por algunas oficinas de gobierno; de las campañas de limpieza pública que ha impulsado con eficiencia y sencillez, involucrándose intensamente con las personas, con las señoras, los niños, los jóvenes para resolver algún asunto urgente en la colonia, en el barrio. O comentar su extensa actividad periodística en la que sostiene y genera ideas de las cuales él ha venido a ser el único escritor, casi una voz en el desierto, pero una voz muy escuchada, muy fecunda. En 1982 inició en Chihuahua una temática, un estilo, una red de lecciones de cultura ecológica que no existía y por eso era referencia obligada en este nuevo interés social que, para nuestro bien, despierta en los ciudadanos más jóvenes que han venido dándose cuenta de las proporciones del deterioro ambiental que padecemos. Voces nuevas que empiezan a expresarse por diversos medios.

En este ambiente resulta casi indispensable un libro como éste, que rápidamente alcanzó su segunda edición: Hacia una cultura ecológica en Chihuahua.

Este libro hacía mucha falta en nuestro medio intelectual, donde sus temas son muy escasamente tratados, y se presentan con lenguajes científicos o técnicos tan cifrados que solo pueden ser leídos por especialistas en informes escuetos e indiferentes. Pero un maestro de escuela, por ejemplo, que quiera informarse o informar a sus alumnos de estos asuntos de la ecología no hallaba en Chihuahua ningún libro que sistematice este tipo de material.

Con paciencia de buen maestro y amenidad de hábil escritor, el autor desglosa un extenso corpus temático que inicia desde el origen del universo y llega hasta los problemas concretos de las ciudades y las regiones de Chihuahua. Para lograrlo, presenta una buena cantidad de tipos distintos de textos, de géneros de escritura que van de lo narrativo a lo lírico, desde el lenguaje científico traído con claridad al alcance de cualquier lector medio, hasta poemas de autores clásicos. También hay fragmentos de prosa didáctica, muy bien organizada y sistematizada. El libro no se queda en el planteamiento del problema, sino que además propone soluciones concretas, directas, y también relata en diversas crónicas las acciones que se han desarrollado, aquí y en otras partes del mundo, para solucionar problemas que enfrentamos en nuestras casas, en las ciudades.

Hay partes de la lectura que provocan sensaciones físicas. La efectividad de su expresión no solo informa con claridad sino además logra conmover como puede hacerlo la buena escritura artística, que es sugerente y efectiva. Por ejemplo, hay pasajes donde, al estar leyéndolos, se me despertaba una sed intensa y tenía que levantarme a tomar un vaso de agua. Otros que me causaron una tristeza muy grande por las especies de animales y aves que han desaparecido de la faz de la tierra. Como aquella noble bestia cuyo último alimento fue un pedazo de plástico desechado por un hospital millonario que clandestinamente dejaba su basura infectada a cielo abierto.

Sin embargo, el tono de la obra es equilibrado. Yo no sé cómo le hizo el autor para no desbordarse en lamentos finiseculares tratando temas como estos. Al contrario. El temple de su lenguaje es sobrio, estoico, tranquilo. No usa los recursos del efectismo, habiendo tantas historias negras qué contar con esta información que podría ser catastrofista. Aún así, no escatima ningún asunto. Su panorama es amplio y se nota que el texto sistematiza varios campos de investigación.

Es difícil agradar al lector con una lectura ligera, amena, cuando se tratan temas que tienen tanto que ver con la sociología y con la tecnología. Pero Arturo Limón lo consigue en este libro. Habla de Chihuahua, del universo y de las ciudades famosas del mundo donde los hombres y las mujeres casi fueron sepultados entre toneladas de plástico desechable, donde unos ríos murieron y luego volvieron a nacer con la ayuda de seres humanos más concientes y activos que lograron el milagro de que centenares de peces regresaran a iluminar con su vida aquel torrente nuevo. Aparecen relatos antiguos y los afanes del hombre contemporáneo que en la confusión de sus vidas, enmedio de la multitud sobrepoblada, procura encontrar otra vez los hilos del futuro. Transmite la nostalgia por los seres que desaparecieron para siempre, alcanzados por las balas de los cazadores y por la mancha inmensa del aceite sucio derramado entre las aguas donde habían vivido durante siglos como especie animada o vegetal. Pero enseguida presenta el autor una solución, una esperanza implícita en la acción que allí mismo propone. Conjura el desaliento. De esta manera, el lector recorre con placer este libro compuesto con variedad sabrosa, estructurado con claridad, con pocas palabras, con prosa que logra páginas deleitosas en frecuentes ocasiones.

Este libro es también verdaderamente inquietante. Es imposible quedarse indiferente ante lo que aquí se cuenta, lo que aquí queda escrito. Si una de las características de todo buen libro es que su lector después de leerlo ya no seguirá siendo el mismo, que su vida habrá de cambiar a partir de las ideas que ese libro expresa, de las sensaciones que transmite, sin duda Hacia una cultura ecológica en Chihuahua es de esa índole de libros.

Limón, Arturo: Hacia una cultura ecológica en Chihuahua, Edamex, México, 1997, segunda edición.

(JChM. Prólogo para el libro Hacia una cultura ecológica en Chihuahua).

Octubre 1997.