lunes, 24 de febrero de 2014

julieta venegas

La caravana de Capulina

Jesús Chávez Marín

A Julieta Venegas de plano le echaron a perder su concierto en Chihuahua. En el magnífico escenario natural y tecnologizado de El Palomar amontonaron grupos "abridores" como si no hubiera mañana.

Primero apareció Limo, chavos animosos que empiezan su carrera de galeotes de la música, arduo camino que en esta ciudad tienen que aventarse todos los artistas frente a un público siempre frío y desdeñoso. Luego el grupo For, con una cantante bonita pero gritona y fastidiosa; y aunque los músicos tocaban realmente muy bien, salieron con covers que estuvieron de moda hace 20 años y que siguen siendo populares pero nada frescos. Más aun, cometieron el autogol de poner en la pantalla principal al centro del escenario videos de las canciones, con los artistas originales, y eso arruinó por completo su propia identidad artística como grupo. Trataban de que sonara igualito al original y hasta de sincronizar la pronunciación de las letras con la buena voz, aunque maleducada, de la cantante.

Luego salió una banda que se llama El Último Real, que verdaderamente fue lo mejor de la noche. Se almorzaron a la mismísima Julieta con su música original, obra propia, en la que cada artista era perfecto ejecutante de su instrumento; especial toque norteño que sonaba extraño interpretado por estos músicos de rock clásico pero que le daba un plus sorprendentemente alegre. Quizá tuvieran cierta influencia de las bandas La Maldita Vecindad y el mítico grupo de Tijuana, Nortec, pero muy asimilados en su propio arte musical.

Los torpes organizadores no tuvieron la menor conciencia del reloj, pues el tempo de este multiconcierto más parecía el de aquella caravana Corona que en los años cincuentas del siglo pasado, hacían desfilar artistas por docenas, uno tras otro, en el escenario del antiguo teatro del cine Colonial de Chihuahua, al cual hoy se le conoce como Teatro de la Ciudad.

Entonces, por si no fuera poco, todavía salió el grupo de Barranquilla, Colombia, llamado 69 Nombres; una fusión de entre rock y ritmos afroantillanos, pero que todas las canciones sonaban igualitas.

De esa manera, cuando por fin salió Julieta Venegas, una hora tarde de lo que estaba programada, ya medio mundo estaba de lo más fastidiado. Algunos de plano abandonamos el lugar cuando ella apenas iniciaba su tercera canción.

Febrero 2014

lunes, 17 de febrero de 2014

cobalto 60

Cobalto 60. Presentación de El gran engaño, novela de Agustín Horcasitas Cano

Por Jesús Chávez Marín

En 1984 conocimos en Chihuahua la expresión técnica cobalto 60, el nombre de un material radiactivo que se mezcló en la producción industrial de Aceros de Chihuahua. La información periodística fue escasa, en relación a la trascendencia de los hechos, cuyos daños se extendieron en el espacio y en el tiempo de tal forma que ahora, cuando ya pasaron 16 años de aquel accidente nuclear, aquella radiación sigue causando trastornos de salud en los recintos que fueron construidos con la varilla contaminada que no pudo detectarse ni retirarse, sobre todo después de una interesada campaña de ocultamiento de información y de silencio.

De este suceso histórico quedaron estos registros: una versión oficial que no corresponde a la magnitud del problema; informes técnicos que nunca se dieron a conocer y que alimentaron archivos secretos, muchos de los cuales seguramente ya fueron destruidos, y las vagas historias de la tradición oral, mal alimentada por los rumores, los temores y la información fragmentada y manipulada. No hay más. Faltan la investigación histórica y la investigación científica de lo que realmente sucedió.

En este ambiente, Agustín Horcasitas Cano escribió una novela donde la verosimilitud narrativa se alimenta de información muy concreta, procesada con la imaginación y la estructura estética de una obra de ficción.

La acción inicia en un espacio que para la mayoría de nosotros es territorio de extrañamiento: el edificio de un reactor nuclear, el F-1, en la ciudad de Fairbanks, Texas. Desde el principio del texto, el autor demuestra habilidad narrativa para crear espacios y personajes que se manejan con naturalidad en su propio ámbito existencial. Las naves industriales donde se toman decisiones en las que tiene más valor el capital financiero que la vida humana; un hospital de mala muerte en ciudad Juárez, donde sucede un asalto planeado milimétricamente por la CIA, antiguo membrete muy famoso en los años setentas y ochentas, casi de ficción, que en los noventas se ha visto desplazado por la DEA; una prisión en Mazatlán, donde estaba la “celda de la muerte”, en una sección que fue construida con la varilla maldita y nadie se dio cuenta sino diez años después, luego de que varios reclusos murieron por causas desconocidas.

Este libro tiene varios códigos de lectura. Es una novela de aventuras sabrosamente contadas, donde los hilos de intriga sostienen con habilidad la estructura narrativa; es también un testimonio cercano a uno de sus narradores, quien cuenta las anécdotas de su propia experiencia como protagonista; es una reflexión accesible y bien documentada sobre las realidades fabulosas de la energía nuclear, la producción industrial, la comercialización a gran escala y los misterios políticos y económicos, cuyas luces y sombras determinan nuestro destino social.

El buen instinto narrativo de Agustín Horcasitas Cano, sostenido con una estructura novelística efectiva y certera, cuenta una historia de ficción cuya verosimilitud es impecable. Claro que nadie confundiría verosimilitud con “realidad”. Toda buena novela es un espacio coherente que crea su propia verdad, desde la cual se trama un pacto de comunicación con el lector. Cuando el texto funciona, los narradores de la historia podrán hablarnos de seres cuya única esencia sea la fantasía, pero que en la escritura serán perfectamente creíbles y que, como sustancia narrativa tendrán igual valor de verdad que los actos que pertenecen a la realidad histórica.

Esta es la sustancia de las novelas: la forma del texto. Puede aludir a hechos de la realidad, como es el caso de esta novela. O puede contar una historia totalmente imaginada. Pero en ambos casos deberá construir un mundo coherente, esto es la verosimilitud: un objeto similar a la verdad. En los dos casos será un texto de ficción. Pero también en ambos casos la historia será una verdad más profunda, sostenida por el tratamiento estético del texto.

En este sentido, El gran engaño es la revelación de un hecho trágico que realmente sucedió. En el ámbito de su escritura existen seres de fábula, como los tenebrosos agentes de la intriga internacional; el presidente de los Estados Unidos que, más preocupado por su campaña de reelección que por un accidente nuclear que no acaba muy bien de comprender, ordena sabotear los propios sistemas científicos de seguridad; un grupo de burócratas de la industria privada en complicidad con burócratas del gobierno mexicano, que aparecen negligentes, dóciles y cínicos en el manejo de un asunto tan delicado como la radiactividad.

En la acción de la novela, esos seres de fábula resultan creíbles gracias a la buena escritura novelística. Sobre todo porque su red de relaciones, en el texto, incluye otros personajes cercanos a la verdad histórica, los cuales, son embargo, pertenecen a la misma sustancia de la ficción. Ellos son los camioneros que transportan 300 toneladas de tubería contaminadas con radiactividad; el policía aduanal que por unos cuantos dólares corrompe sus funciones; el joven ingeniero que aún conserva idealismo y ética personal para buscar la verdad, y que termina por ser despedido de la empresa donde era gerente de producción; el anciano cuya esposa murió de un cáncer fulminante y lo dejó solo para siempre.

Esta verdad de la ficción es también sustancia de la historia de los pueblos. Una buena investigación histórica siempre incluye textos literarios. En los poemas, las novelas, el teatro, las buenas películas, se expresa la vida, el destino personal de los hombres y las mujeres que fueron protagonistas de los hechos históricos.

Por eso es importante esta novela. No solo por contarnos una historia que se lee gratamente, que nos atrapa desde la primera página, nos eriza la piel con su tragedia y nos mete a vivir en un espacio de extrañamiento, sino porque registra una versión muy sólida sobre aquellos sucesos que afectaron profundamente nuestra ecología. Y la registra con la sólida verdad de su buena estrategia narrativa, con la sólida verdad de la ficción literaria. 

Horcasitas Cano, Agustín: El gran engaño. Edamex, México, 1999.

Octubre 1999

viernes, 14 de febrero de 2014

bullying

Cuatro relatos de bullying

Por Jesús Chávez Marín

Bullying, la voz inglesa que nombra un tema de moda, se refiere a un viejo asunto: la educación temprana en el ambiente de la violencia, el intercambio de burlas en la escuela primaria, en la secundaria, la preparatoria. Cuando esa conducta alcanza la etapa universitaria, ya queda como resabio de inmadurez, tardía y sin reflexión. Aquí van unos ejemplos.

1. Hace unos días un amigo mío, que es muy sentimental, puso en su página facebook una foto donde aparece muy guapo un hijo suyo, en su graduación. En el texto que acompañaba la foto se despachó con la cuchara grande de la cursilería presumiendo a su hijo, tan inteligente, salió super elegante, decía. A los diez minutos, el muchacho le pidió, le exigió a su papá que borrara, pero ya, el cuadro de esa historia, foto y textos, precavido ante la posibilidad de que ese espacio de su propio muro se plagara de burlas y de torpe ingenio.

2. El editor Esteban Medina fue a principios de los años noventas profesor de literatura en el Colegio de Bachilleres durante cuatro semestres. Dos años después, uno de sus hijos estudió la prepa en el Plantel IV. Cuando estaba en el primer semestre, le dijo: papá, qué bueno que ya no me tocó que fueras mi profe en el Bachi. Es un trabajo humillante. Todos los estudiantes se burlan de los maestros, a la mayoría les ponen apodos vergonzosos.

3. Una joven escritora tenía un sitio facebook muy popular, donde la leían más de quinientos seguidores. Hace un año decidió suspenderlo y abrir otra cuenta con un nombre distinto. Dice que ese nuevo sitio nada más lo usa para su comunicación profesional. Hizo ese cambio para liberarse, cuando sintió que ya tenía como vicio invasivo las redes sociales; así ganó un tiempo que ella ha ocupado en terminar su tesis de licenciatura. Me platicó que, en parte, esa decisión fue para evitar alguna violencia verbal que le llegaba, y que suele abundar sobre todo en los sitios que llegan a ser populares, como lo era el que ella decidió suspender.

4. Le pregunto a Rubén Rey, (socio mío en una empresa de escritores fantasmas con servicios de redacción para autores que no tienen manera de escribir textos y solo les alcanza el tiempo para firmarlos): Oye, maestro, ¿qué es lo más actual sobre el  bullying? Me responde: No, Chávez, estás muy viejito y ya batallo para explicarte las cosas; mejor te lo escribo. Agarró la lap top y puso esto:

¡Cómo era diferente la sociedad quince años atrás! Sin celulares, sin internet y sin tantos divorcios, inseguridad ni madres solteras. Empero, siempre ha existido una constante: los abusadores escolares y sus víctimas.

Hace quince años la cultura era muy diferente. Era el siempre infalible "ojo por ojo, diente por diente". "M’hijo, ¡defiéndase! No sea dejado", era la cantaleta de todos los días.

El abuso puede extenderse por meses o años; esta decisión corre a cargo del bully, el abusador. Mis respetos: es increíble el cómo ese tipo de gente siempre encuentra una nueva manera de desmoralizar y ofender al prójimo. No, no se cansan.

Parece completamente normal y casi socialmente obligatorio saberse integrar a los juegos pesados, ya sea en primaria alta o durante toda la secundaria. Cuando la dosis llega a excederse, el daño será irreparable.

Son acciones que destrozan hasta al más sereno de los humanos, y son muy comparables a una violación sexual.

Diario. De lunes a viernes. Desde la temprana hora de entrada a la escuela hasta la salida en la tarde. Siete, quizás ocho horas al día en un proceso que termina por apoderarse y borrar todo rastro de socialización que el sujeto haya podido tener.

Hasta aquí las reflexiones de mi socio, quizá teñidas con algunos malos recuerdos. Como puede verse, además de mis lecturas recientes sobre el  bullying, me han enseñado más las conversaciones con mis amigos y colegas que la avalancha de artículos y ensayos en los que ahora se registra este viejo asunto de la violencia temprana.

Noviembre 2013

martes, 4 de febrero de 2014

azar

Primer aniversario de la revista Azar

Por Jesús Chávez Marín

El 14 de septiembre Azar, revista de literatura, cumplió un año de rozagante y feliz existencia. Lety Santiesteban y Rubén Mejía le hicieron su pastelito de cumpleaños y le organizaron la más extravagante y divertida fiesta que haya sido vista en estas tierras en el año de gracia de 1990.

Desde las 8 de la noche fueron llegando todo género de amigos y parientes de esta revista, desde sujetos extraviados en oscuras meditaciones hasta personas felices cuyo trabajo artístico las deja tan fatigadas y contentas que ni tiempo les queda para las depresiones y los desamparos propios de una crisis económica tan corrosiva como las nuevas gasolinas que solo le hacen daño a los pobres motores del 85 para atrás.

De Ciudad Juárez llegó un puñado de poetas malditones quienes toda esa noche, por cierto, se portaron muy seriecitos como no es su costumbre. ¿Qué les pasa? ¿Acaso ya maduraron? Nos dejaron a todos sorprendidos ante su serena conducta a la cual no nos tenían acostumbrados.

Por las tardes los jóvenes de la nueva promoción de rockeros de nuestra ciudad había instalado dos toneladas de equipo electrónico que incluye poderosos amplificadores, micrófonos más sensibles que algunos de los poetas allí presentes, una pila equipadísima, bajos, guitarras, y toda la energía que uno tiene a los 18 años de edad.

Heriberto Ramírez, promotor de rock y productor del programa de radio Fin de milenio (y en sus ratos libres filósofo de la ciencia) invitó a dos grupos que alternaron toda la noche para que ni un solo minuto quedara sin ritmo: Espacios vacíos y el grupo Opción libre, cuyo compositor es Rimbaud, que allí andaba.

Ese día Alberto Chávez, general de cinco estrellas, decidió que la batería la tocara mejor su hijo, el altísimo y fornido baterista de Espacios vacíos, y él se puso a tocar el requinto. Más tarde habría de componer el alimón el "Blues del jefe Mejía y Lety Santiesteban", apoyado debidamente por un grupo de danzantes.

Porque a la buena tocada le siguió el baile. La raza de todas las edades se levantó de las escasas sillas que le quedan al antiguo local de Ajos y Cebollas, lugar de la fiesta, y se puso a practicar los pasitos ye-ye de sus mejores tiempos y se mostró bien dispuesta a ensayar los violentos ritmos de las nuevas generaciones allí presentes. Los jóvenes, de lejecitos, sonreían divertidos.

La noche fue espléndida y gozosa. Antes que otra cosa, las empresas editoriales de Rubén Mejía fueron siempre lugares de trabajo colectivo, centro de referencia para los artistas de la ciudad, tiempo de amistosos encuentros y desgarradores desencuentros también. Por eso la revista, y en especial sus fiestas, siguen teniendo tan alegre capacidad de convocatoria como se vio en la noche de ese viernes venturoso.

Septiembre de 1990