viernes, 29 de diciembre de 2017

Héctor M. Calixto

El teatro de la Carpa Fábregas

Por Jesús Chávez Marín

En sus notas e publicidad no se registran nombres. Como los juglares de la Edad Media, ellos son anónimos. Viajan por las ciudades de su tierra y llevan baúles cargados de ilusionismo; ordenan el espacio escénico cada noche, cada función. Desde las butacas, ellos se ven felices y nos contagian de libertad.
Algunos tienen toda una vida en el teatro de carpa, teatro rodante, teatro de legua y aman su oficio, aman a la gente de todos los lugares para quienes trabajan con entrega plena. Para muchas personas ellos y sólo ellos, son el teatro; buena parte de su público aprendió ahí a ser espectadores, a conocer ese espejo, ese lago donde la vida tiene la coherencia delate. Platiqué con varios de los actores para conocer su trayectoria de artistas. Como homenaje a todos ellos transcribo aquí algunas de esas entrevistas y la lista completa de sus nombres:
Alfonso Miranda
Connie Castelle
Fausto Centeno
Gabriel Fragoso, apuntador, actor.
Gloria Luz Covarrubias, actriz, cantante.
Héctor M, actor, director.
Javier Olmos, actor, cantante del dueto Los Paisanos junto con:
Julio Martínez, organista, cantor chihuahuense.
Maricarmen Olivares
Marile Illarramend
Ninfa Gay, actriz, cantante, bailarina.
Paquita Loza.
Rafael Franco.
Raúl Olivera, don Prócoro, chihuahuense.
Rodolfo Obregón.
Rosalía Rico, actriz, cantante, La Paloma de Jalisco.
Susy Moreno, cantante, bailarina, empresaria.
Los visité una mañana entera y pude entrar a sus espacios mágicos, llenos de gitanerías, baúles, vestuario, fantasía. ] En sólo veinticuatro horas ellos instalan un teatro, un foro con mil recursos escenográficos; en ese mismo tiempo pueden desarmarlo y se van con u magia siempre a otros lugares, otros rumbos y destinos. Sólo entrevistamos a quienes esa mañana encontramos en el ensayo de la obra de ese día, pero sus respuestas nos dan una idea casi completa de cómo es la vida de todos ellos, los diecisiete actores de la compañía.
Alfonso Miranda: yo vine p0or primera vez a Chihuahua en 1944m al Salón Paraíso Chino, entonces tenía veinticuatro años y las muchachas nos despedían con flores cuando subíamos al tren. Yo era cantante de boleros y de música ranchera, vestía de charro y la gente decía que yo era el doble de Pedro Infante, nos parecíamos mucho. Hice varias giras a provincia, con bastante éxito y estuve ocho años en la ciudad de México, donde trabajé en cine, radio y teatro; después también en televisión, últimamente en el canal13 y mucho en fotonovelas, sobre todo en la revista Linda.
En cine he hecho papeles breves, por ejemplo en La Leyenda del rey Rodrigo, con Fanny Cano. Fanny era bellísima, su piel muy blanca como de leche y sus ojos preciosos y se portaba muy linda con sus compañeros, mire aquí en esta foto estoy retratado con ella; en esta obra con Daniela Romo y acá con Manolo Fábregas. Sí, también hice bastante teatro sedentario, por ejemplo Don Juan Tenorio, con Fernando Larrañaga, yo en el papel de El Comendador y el Jesús de Nazareth con Rafaela Iturbide, donde hice de San José.
Gloria Luz Covarrubias. Debuté profesionalmente como cantante a los catorce años, a mí me gusta más el canto que la actuación. En los lugares a donde vamos hago temporadas simultáneas en centros nocturnos, cantando. He hecho radio en la XEBP de Torreón y en cine he doblado algunas actrices cuando a ellas les toca cantar y no pueden hacerlo, yo fui la voz de Virginia López en sus películas.
Héctor M. Calixto: la carpa es vehículo para llevar un mensaje de cultura a todas las personas. Salvo dos años en que fui maestro de ceremonias de El gato negro en Acapulco, toda mi vida he trabajado en teatro trashumante: en el Tayita, el Noriega, en Salón México y aquí en el Fábregas. El teatro tiene muchas facetas y una va ubicándose según la edad. Aquí unos actores se van, otros llegan. Yo he formado varias generaciones. Hace treinta años conozco al público de Chihuahua, es la ciudad que he visitado más; los teatreros de esta ciudad son mis amigos: Saavedra, Hernández Soto, Mario Montoya de Val, René Ortíz, Varona, Chonchita Mendoza, Lomelí, Mario Humberto Chávez…Hay mucha comunicación entre la gente de Chihuahua y yo. Nuestro repertorio siempre se está renovando, pronto vamos a poner una obra de Carlos Ancira. Nuestros actores son de distintas formaciones, los hay egresados de estudios académicos y otros que se han hecho en el teatro de la legua. Yo también escribo poemas y soy autor de cuatro obras de teatro.
Julio Martínez: estudié música aquí en Chihuahua, mi tierra. Mis maestros fueron el profesor Márquez, el profesor Escobar y el ingeniero Duarte: piano, canto y solfeo. Empecé en radio, en la XEM y en BW, canté con Tomi Sifuentes en la orquesta Premier. Luego formé un trío con René Ortiz y Oscar Hernández. Después me fui a Espectáculos Landeros, en ciudad Madero Tamaulipas. Con Javier Olmos estoy en el Dueto Los Paisanos desde 1961, hemos grabado tres long-plays, uno de ellos en Discos Bego en Estados Unidos, a donde Cornelio Reyna nos llevó a grabar.
Paquita Loza: debuté a los quince en el coro de la opereta y Zarzuela de Guadalajara. Ahí estudié dos años canto y actuación en Bellas Artes y, como examen, presenté mi primer recital de declamación. En teatro debuté con La Enemiga de Darío Nicodemi, pero mi primer papel en teatro profesional fue en Dueña y Señora, con un grupo local de Guadalajara. Mi mamá apoyó mucho mi carrera pero me exigió un título de comercio por si no la hacía en el teatro. Después trabajé en Celaya con José Galvez, Pastora Soler, Sara Uach y Varnum. Me he adaptado a toda clase de teatro, por ejemplo aquí, en teatro de carpa, donde todo tiene que hacerse algo sobreactuado y elevar el volumen de la voz, para que todos oigan, porque no hay paredes, no hay acústica; además no podemos actuar sin apuntador porque montamos una obra diaria. E cambio en un teatro de Cámara todo es más bordadito, más detallado, y con tres meses de ensayos previos. Soy feliz, me gusta mi trabajo sobre cualquier otra cosa. Más que satisfacciones económicas he encontrado satisfacciones personales. Y en esto pienso seguir mientras Dios me ayude con la salud de mi hermana y la salud mía. Ella, mi hermana, es mi única familia.
Raúl Olivera, don Prócoro: empecé en 1931, he actuado en todos los teatros y en todas las carpas de México: Edén, Pierrot, Encanto, Estrella, Balmis, Rosalva, Teatro Obrero, Noriega, Virginia Fábregas, Mayuca, Tayita, Casa del Barrillero…Sí, a veces me he metido en líos por esto de decirles en escena, una vez me metieron a la cárcel en Obregón, Sonora, porque dije que el presidente municipal no sabía leer ni escribir, duré veinticuatro horas; luego en aquella huelga grande que hubo en  Cananea, Sonora, monté una escena:  Prócoro se va a la huelga y me llamaron fuerte la atención las autoridades. Pero yo aquí me divierto más que el público. Tengo en esto más tiempo que Palillo, Resortes o Clavillazo y aún sigo. En teatro me sé desde la a hasta la zeta.
Rodolfo Obregón: cada día el teatro va cambiando conforme los usos de la sociedad, de la gente, por ejemplo antes no se decía en escena ninguna majadería, en cambio ahora se exige mayor naturalidad. El actor se hace a base de tablas, no de estudios académicos. El teatro es el reflejo de la vida ,ofrece mensajes, aquí se aprende como en una escuela; uno anda entre sombras y en el escenario encuentra el reflejo de sí mismo con un ordenamiento del que la realidad no es capaz. Uno aprende aquí a “arquitectar” su vida.
En Tequesquitengo Morelos tienen mis padres una finca, cerca de ahí hay un gran lago y bajo el agua existe una ciudad entera, hundida, con sus cúpulas, sus casitas y su plaza. Cuando yo era niña me metía a bucear, me gustaba visitar esa ciudadcita bajo el agua y tocar sus muros, sus campanarios…
Esto nos lo contó la hermosa Rosalía Rico y puede muy bien ser una oportuna alegoría de lo que es el teatro, el reflejo, la sombra, el espejo, el aura de la realidad.

Marzo de 1984

sábado, 23 de diciembre de 2017

Viviana Mendoza Hernández

Cada mañana

Por Viviana Mendoza Hernández

El perfume se extiende, 
cálida manta de nostalgias.
Las memorias avanzan 
los sueños se pierden. 

La sangre se calienta 
cuando los labios tocan el borde. 
La mente despierta y el corazón salta. 
La maquinaria se enciende. 

Los adictos caen en el hechizo,
se entregan. 
Ahogan cualquier duda 
en la oscuridad del pensamiento. 

Bastan unos instantes de cada mañana 
y todo cambia. 
Se cumple un deseo cotidiano. 
El alma canta. 

La metamorfosis se completa 
cuando el tren del pensamiento 
deja que los tripulantes hablen. 
Allí adentro.

La maquinaria toma su ritmo, 
las ideas saltan. 
Las durmientes sostienen ese mundo 
 donde solo entienden un sonido. 

Una palabra poderosa,
oscura y legendaria. 
¡Café, café, café, café, café!




Viviana Mendoza Hernández es licenciada en letras españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Escritora, periodista y fotógrafa, ha publicado la novela Buscando una vida normal y numerosas colaboraciones literarias en varios medios. Actualmente es reportera de El Devenir de Chihuahua.

Víctor Hugo Rascón Banda. El abrecartas

El abrecartas. Las cosas andan mal en la oficina

Por Jesús Chávez Marín

El invitado de honor era el autor de la obra. Llegó puntual acompañado de su anfitrión Enrique Cortazar, amigo suyo. Esto fue el 18 de marzo a las ocho de la noche. La gente iba llegando a la Sala de Espectáculos del INBA en el Pronaf de ciudad Juárez, para asistir al estreno local de El abrecartas, de Víctor Hugo Rascón Banda. Esta pieza forma parte de Armas blancas, publicada por la revista Repertorio y cuya primera versión escénica fue montada en México por Julio Castillo.
Como siempre, varias personas fueron llegando tarde, ya iniciada la función, sus pasos sonaban más fuerte que los ruidos y voces de la escena; este teatro del Pronaf tiene instalaciones deficientes, pésima acústica, las butacas se amontonan a un solo nivel en semicírculo ante el escenario y nomás los de la primera fila alcanzan a ver bien; los que estamos atrás, aunque sea en la segunda, tenemos que estirar el cuello entre las cabezas de los de adelante, las lindas cabelleras rizadas de algunas damas, nuestros ojos encandilados por alguna que otra calva radiante.
Una de las calvas, un caballero delgado y gris, se acerca, entra, es el señor Manzo quien llega puntual a la oficina, se acomoda tranquilo ante su escritorio a leer el periódico. Otros empleados van entrando, miran insistentes la pulsera de su reloj para calcular si llegarían tarde y para que los espectadores vean muy claro que, en la mañana de un viernes, la vida comienza.
Chayito viene de mal humor, se enoja con Manzo porque éste cambió de lugar su escritorio, “órdenes de la Licenciada”; Florecita llega tarde y quiere firmar la tarjeta como siempre “es que como una es madre soltera”, pero la tarjeta ya fue capturada por órdenes de Ya Sabes Quién, ¿qué qué? ¡Si siempre esperan a que yo pueda firmar! Las miradas, el ambiente se va cargando de tensión. Polo intenta poner macetas nuevas, son órdenes de la, quítame esas mugres de aquí, van a llenar todo de plagas, aúlla Chayito irritadísima.
Creo que al licenciado le pidieron la renuncia, parece que hasta auditoría quieren hacer; lo va a sustituir una licenciada en Administración Pública joven, guapa y tecnócrata, con maestrías en el extranjero y toda la cosa. de las horas-hombre, su obsesión es la eficiencia, no quiere probar el sabroso menudo que le convida Florecita, “de ahora en delante nadie comerá en horas de”, si al menos fueran dietéticas. Y los colores de la atmósfera van cambiando desde el gris verdoso del escalafón y la transa hacia tonos naranja y nubarrones con buen puesto en el crucigrama.
Al licenciado ya le descubrieron las tranzas, ya se te notó, la nómina fantasma y los cheques puntualmente cobrados; Manzo ve amenazada su cercana jubilación; a Florecita la cacharon recibiendo mordida por sellar unos papeles; a Chayito sele esfuman los pequeños poderes que tiene como la típica secretaria particular del jefe querendón. Aquí la modernidad es amenaza.
En otra parte, el reseñista se percata e que ya contó la anécdota completa, platícame un texto, y aún no ha dicho nada de la muy buena dirección de Rodolfo Rodoberti, quien también actúa en la obra; hace el papel del Señor Manzo, muy bien ,hasta se hizo afeitar el cráneo por Manuel Meza, encargado de maquillaje y peluquería; funciones muy bien cumplidas en la caracterización de estos actores; ellas vienen peinadas como oficinistas de mediopelo en contraste con la cabellera audaz de la dinámica licenciada tecnócrata, que es la amenaza perfumada con cocó chanel. El técnico de luces, Juan Ortega, logra buenos efectos escénicos, usó con acierto el escaso arsenal que ofrece este triste local que sufre de graves carencias en sus instalaciones: parece hecho para otro tipo de espectáculos, farsas oficiales y esas aburridas conductas de los pequeños poderes. A continuación el señor diputado dirigirá unas palabras.
Es notable el trabajo de las actrices. Patricia Jaimes, en el papel de Chayito, es un polo de energía que da estructura a las tensiones de la escena, es fuerte, es una fiera que se enfrenta a la extraña para defender su posición, su territorio, sus amores; su novio y su amante aparecen más débiles, ella lo sabe y pelea. Por su parte Isela Mendoza hace su propia versión de Florecita, renuncia a lo fácil del tipo, no es la pícara vulgarcita sino la graciosa y muy viva secretaria que,  busca conciliar la nueva situación, su actuación es fina y aprovecha el palmito para encontrar matices. Lourdes Arguelles interpreta a La Licenciada, ella es muy guapa y tiene presencia escénica, aunque hubo alguna inseguridad en su actuación, ciertos titubeos restaron fuerza a su personaje. En parte por un error de dirección en su entrada, debió proyectarse como la amenaza que viene y no sólo la prepotente y sangrona funcionaria que a ratos parecía.
Los actores, salvo Rodoberti, tuvieron menos fortuna esa noche.
Víctor López se veía flojo, a ratos declamatorio, no logró sacar su papel en El Licenciado; Polo fue insignificante, por más que entraba y salía, no logró existir en la actuación de Cesar Molina, Leonel Hernández y Jésús  Avila, sin lograr hacerla como los ciudadanos que llegan a tramitar fragmentos de su existencia ante los escritorios de su desventura (mídete), se hacían bola, tropezaban, engolaban la voz. En cambio el niño que llega a vender chicles saca muy bien su breve papel. En tres minutos se mete al público a la bolsa con mucha gracia y frescura. Buen actor este Rodolfo Iván González, niño de seis años.
En conjunto, ellos son muy buen grupo. Acá, a Chihuahua, han venido varias veces, entre otras pusieron en el Paraninfo la obra Compañero,  de Vicente Leñero y allá están montando Los Albañiles. Con El Abrecartas están participando en el Festival de Primavera de Ciudad Juárez. Es interesante que decidieran montar precisamente esta pieza que habla de problemas en la burocracia oficial. Ellos son maestros o alumnos de la Escuela de Ciencias Políticas de la Uach. Muchos de los aspectos que la obra señala son materia de estudio para estos teatristas.
Víctor Hugo Rascón Banda quedó encantado con la puesta en escena, se reunió con los actores y el director para hacerles comentarios, varios de los cuales quedan cumplidamente fusilados en esta reseña. Platicó horas, firmó autógrafos, repartió sonrisas, anotó teléfonos, saludó antiguos amigos condiscípulos de la secundaria y la prepa, que el cursó aquí en Ciudad Juárez; los de intendencia estaban desesperados. Querían que saliéramos ya, que desocupáramos el teatro, empezaron a apagar las luces como recurso de cantina  chafa ante clientes necios que acusáis; pero afuera la tertulia siguió libre y gozosa hasta las diez y media de la noche, hora de las muchas despedidas y el que mucho se despide pocas ganas tiene de irse.

Junio 1986

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Alberto Valenzuela Rodarte. ¿Quiere ser escritor?


¿Quiere ser escritor?

Por Jesús Chávez Marín

En 1982, cuando la corresponsalía chihuahuense del Seminario de Cultura Mexicana organizó la primera Asamblea de Escritores, cursaba yo el último año de letras españolas en la Escuela de Filosofía y Letras.

También en aquellos tiempos quería ser escritor. Quería serlo desde que estaba en la secundaria en el Instituto Regional, donde un maestro jesuita llamado José J. Treviño Botti nos leyó en voz alta durante todos los viernes, en la clase de español, la novela El viejo y el mar. 

Yo escribía un diario todos los días y tenía vicio por la letra impresa. Pasaba noches enteras leyendo biografías de santos y de papas, la extensa novela Los mártires, de Chateubriand, libros de Juan T. González “el amigo del obrero” que mi papá me recomendaba con entusiasmo, y novelas del sacerdote jesuita español José Luis Martín Vigil.

El texto que usó aquel profesor de literatura para impartirnos su clase tenía un título de forma interrogativa: ¿Quiere ser escritor?, publicado en editorial Jus en 1963, cuyo autor es otro jesuita mexicano, Alberto Valenzuela Rodarte, compuesto con una copiosa reunión de estrategias de redacción.

Estábamos en tercero de secundaria. Nuestro profesor logró contagiarnos su entusiasmo por la literatura, todo el grupo nos soltamos escribiendo y fundamos una revista escolar bien diseñada.

Una vez escribí una página, se la entregué al profesor para ver si la publicaba: apareció en la página 8 del número 2.

Lo que siguió después será la historia común, angustiosa y previsible e irrelevante para casi toda la gente de estos terrenos donde impera la vaquería, de casi todos los escritores que han vivido en Chihuahua. Otra revista en el bachillerato, varias en la escuela universitaria, colaboraciones gratis en la mezquina prensa industrial y en más de quince revistas locales de todo tipo: desde la lujosa Azar revista de literatura, hasta la tricolor Scorpio de Florencio Aceves.

Y ahora, cuando tantos sueños personales y colectivos se acabaron para siempre, tendría yo como muchos otros que hacerme algunas preguntas que francamente me hacen quedar en ridículo:
1. ¿Quiero todavía ser escritor?
2. ¿Logré ser escritor?
3. Ser escritor en Chihuahua, ¿es causa de prestigio o de desprestigio?
4. ¿Le sirven para algo los escritores a Chihuahua?
5. Si nadie necesita historias nuevas para llevarlas a la pantalla; si no hay aquí canales de televisión que requieran guiones; si el radio no necesita buenos textos para transmitir sino pura música chatarra que le vende Televisa y unos cuantos poemas que ya están escritos en El declamador sin maestro; si los periódicos de la ciudad ya cerraron los mínimos espacios a donde alguna vez se asomaron los asuntos de la literatura y para llenar las pocas planas que no lograron vender de publicidad meten refritos de La jornada, Proceso y de otros periódicos del Distrito Federal donde es evidente que escriben mucho mejor que la mayoría de nosotros los autores de Chihuahua; si nuestras revistas nadie las compra y en cambio se venden un montón de Teleguías, Eres, Vanidades, Tvynovelas; si la sociedad chihuahuense se la pasa muy a gusto sin nuestros poemas, sin nuestros relatos y es muy poco probable que lea algún día nuestros libros; si las muy escasas obras de teatro que aquí se ponen en escena ya las escribieron los maestros y varios no tan maestros de otras naciones, los extranjeros famosos y solo excepcionalmente algunos dramaturgos mexicanos que viven o murieron en la ciudad de México; si no existe la menor demanda de textos míos por parte de la sociedad chihuahuense; ¿tiene algún sentido aunque sea en la zona más abstracta de las ilusiones, seguir siendo escritor, o seguir intentando ser escritor?

La única respuesta lógica y automática para todas estas preguntas es:
No.

Para documentar mi pesimismo, voy a poner enseguida una frase de Gabriel Zaid:

¿Para qué va un poeta a decirle sus versos
 a una ciudad que no le paga por serlo
y que lo ningunea precisamente como tal? 

Cuando fui joven tenía cierta seguridad muy íntima de que todos mis sueños se cumplirían. Y todos mis sueños tenían algo que ver con libros. Con leer libros. En el lugar más secreto de mi corazón también estaba seguro que escribiría páginas maravillosas.

Y aunque suene así de ingenuo, todavía la estricta verdad de mi vida sigue siendo la misma: el gusto por leer, el impulso de escribir. Todos mis actos giran en torno a los libros, la escritura.

En la primera asamblea conocí a casi todos los escritores chihuahuenses. Ya conocía unos pocos, pero la verdad me sorprendió que hubiera tantos y de tan variadas fortunas. Desde bohemios que arrastraban a su vida en las cantinas, en las calles y en las misérrimas oficinas donde trabajaban y donde les componían versos a las señoritas que de ellos tanto se burlaron y los miraron con lástima y cierta repulsión por su traje brillante, su pelo lustroso; hasta brutísimos académicos, dramaturgos exitosos en la escena nacional y novelistas de lo más aburridos pero que ya habían ganado el premio Villaurrutia que el gobierno otorga y a quienes la crítica reseñera bautizaba con la obviedad que la caracteriza, como a Rulfos del desierto y poetas de una sola cuerda.

Pero a la casa que fueres haz lo que vieres.

Me sentí impresionado con aquella extraña y variopinta reunión de literatos. No a todos les tenía respeto. Con la insolencia propia de los hombres inmaduros, despreciaba a varios de ellos. Algunos de sus discursos eran joyas de humorismo involuntario: necios, vehementes y engolados.

Recuerdo por ejemplo discusiones absurdas acerca del paisaje, la montaña, el desierto, tontería y media. Un poeta pintoresco leyó a gritos unas rimas donde su padre era un roble fálico, elefante blanco, monumento al autoritarismo doméstico, infestado de conejos y golpes de pecho.

Otro escritor desglosó una sarta de episodios y enseñó una peligrosa confusión de identidades suyas durante veinte largos minutos; cuando creíamos que ya había terminado, le aplaudimos por cortesía. Esperó él con parsimonia a que el aplauso terminara y luego dijo:

―Ha hablado el escritor. Ahora hablará el hombre.

Y a continuación se aventó otros veinte minutos de muy incoherentes y mal narradas anécdotas.

Junto a aquellos dinosaurios de las letras chihuahuenses también conocí algunos escritores. Hasta entonces no sabía que existieran profesionales: es decir, que fueran autores de libros bien hechos, que cobraran por escribir, que publicaran en la llamada prensa nacional, o sea, la prensa del Distrito Federal.

Los escritores de mi generación tenían ideas claras respecto a la literatura. Habían participado en algunas revistas y publicaciones que asumían en serio el oficio literario. Eran rigurosos con los textos, estudiaban gramática, lingüística y teoría literaria. Aunque viviéramos aquí, andábamos al día en literatura latinoamericana, la cual en los años setentas había tenido un impulso fabulosos en el mercado mundial de libros y editoriales.

Leíamos a García Márquez, Octavio Paz, Vargas Llosa, Rulfo, Lezama Lima. Teníamos revistas literarias, le entramos a la moda del estructuralismo, al realismo mágico, a la experimentación formal como lectores y como redactores. Las tres asambleas de escritores chihuahuenses que el Seminario de Cultura realizó en 1982, en 1984 y en 1987, junto con otros hechos, aumentaron nuestro interés por la literatura, formaron un contexto para existir como escritores. Llegó a crear cierta energía colectiva, la cual se expresaba en otros ámbitos de la sociedad chihuahuense.

Hoy es notorio que aquel impulso se acabó.

¿Por qué? Hay muchas causas. En la cuarta asamblea se examinaron algunas de ellas.

De toda aquella agitación que empezó hace veinte años ha quedado el trabajo de algunos autores que, siguiendo su impulso individual, casi sin estímulos ambientales ni sociales, han venido escribiendo su propia obra literaria. Diré solo unos pocos nombres, como muestra basta un botón de girasoles.

Entre otros autores serios y profesionales están: Alfredo Espinosa, Gaspar Gumaro Orozco, Alfredo Jacob, Rubén Mejía, Micaela Solís, Enrique Servín, Mario Lugo, José Manuel García García, Alejandro Carrejo Candia, Jorge Humberto Chávez, Rodolfo Borja y Mario Arras. Ellos viven aquí en nuestras ciudades, tan dañadas por el desastre económico y por la depredación ecológica que le han causado los grandes capitales locales, la industria, el comercio y la política autoritaria, que son aquí tan perniciosos como en cualquier lugar del mundo.
Marzo 1995.