lunes, 11 de diciembre de 2017

La noche triste del PRI

La noche triste del PRI. ¿Y dónde está el revolucionario institucional?

Por Jesús Chávez Marín

A las dos de la mañana, la noche del 12 de julio, Mario Tarango anunció ante los micrófonos y las cámaras de todo el mundo que los resultados en las elecciones de ese domingo serán adversos al Partido Revolucionario Institucional.
―La tendencia de los cómputos no nos favorece ―dijo.
Todos los reporteros de Chihuahua habíamos sido testigos de los cierres de campaña verdaderamente impresionantes del PAN y del PRI. Jesús Macías y Francisco Barrio, dos ilustres juarenses, hicieron breves discursos, ambos muy precisos y cada quién con su estilo.
Diez toneladas de banderas de polietileno volaban, interrumpían los fragmentos celebrables de ambos discursos en las manos de militantes de todas las edades. Las banderas del 4 de julio eran azules: la hora azul. Las banderas del 7 de julio eran tricolores. El territorio común de aquellas pasiones políticas eran las calles del centro de la ciudad de Chihuahua, frente a los foros gigantes instalados a una orilla del kiosco principal.
En medio de una atmósfera cargada de convicciones, dudas, emociones rockanroleras llegó el sábado 11 de julio. En hoteles de cinco estrellas y en otros edificios donde se hospedaban las coordinadoras de todas las campañas, se instalaron con impresionantes recursos muchas salas de prensa.
En la calle Pacheco, en la avenida Ocampo junto al parque Lerdo, en el Palacio del Sol, en el Mirador, en el San Francisco fueron recibidos periodistas de la ciudad de México, Monterrey, Guadalajara, ciudad Juárez y  también muchos escritores y locutores extranjeros. El equipo instalado en esos lugares era absolutamente posmoderno y made in Japan: computadoras, celulares, faxes, televisores gigantes
La noche del sábado era una orgía periodística. En alemán, inglés, francés y, sobre todo, en el claro idioma castellano; afanosos corresponsales hablaban desde cincuenta teléfonos anunciando las vísperas del histórico domingo en que el PRI habría de perder las elecciones de 1992 en Chihuahua. En cada sala de prensa había cincuenta máquinas de escribir, la mayoría de la marca Olympia, y todas estaban ocupadas por escritores apresurados tomando café por litros y fumando Marlboro rojos, uno tras otro. Y escribiendo crónicas al fin del milenio.
En la mañana del domingo 12 de julio había filas de ciudadanos en muchas casillas, desde las 7:30 de la mañana. A las ocho se abrió la votación. Los personajes principales fueron las urnas transparentes y la tinta indeleble que manchó durante toda la semana siguiente el dedo pulgar derecho de los mayores de 18 años que quisieron votar en las elecciones de gobernador, presidencias municipales y diputaciones estatales para elegir a los titulares del poder público en Chihuahua.
Personajes secundarios y un poco misteriosos fueron los observadores. Eran de todos los signos políticos: panistas vestidos de testigos de Jehová; priistas con ropaje de economistas exitosos; místicos del poder que juraron voto de silencio; escritores de historias y leyendas; licenciados de archivo que se sentían interesantes por un día; estrategas de la información con su disco duro a cuestas; historiadores de la revista Vuelta que se sienten personajes de la Historia.
A las ocho de la noche, neomilitantes y neopanistas cerraron la avenida Ocampo para proclamar la victoria de Francisco Barrio Terrazas. Esperaban con ansias a los miembros de su partido que llegaban corre y corre con las actas del registro que certificaban el triunfo del PAN en su casilla correspondiente. Un locutor leía a gritos el texto de su felicidad:
―Casilla 5369, de la colonia Colinas del Sol, Barrio 239, Macías203.
Aplausos y gritos de júbilo se hartaban del gozo efímero del éxito político del momento. A veces alguien levantaba banderitas azules.
―No alcen banderas, compañeros ―gritaba el neolocutor― no vaya a ser que nos impugnen por propaganda a destiempo.
En la lujosa sala de prensa del PAN había cerezas de botana, televisores de pantalla grande de telecable, del canal 2, del 9 y del 13 a todo color con el show del momento: las elecciones de Chihuahua. Tableteaban las máquinas de escribir y repicaban los celulares en el cinturón de ejecutivos junior notoriamente fresas, que militan en el Partido Acción Nacional desde 1986. Los jerarcas del partido estaban muertos de risa: ganaron.
A las 11:30 de la noche llegaron a ese local de prensa el señor Francisco Barrio Terrazas y su diligente asesor Luis Héctor Álvarez. Barrio, sereno y algo triste, aunque satisfecho por la inminente victoria; Álvarez muerto de risa como los demás jerarcas allí reunidos. Escena: “rueda de prensa”. Los reporteros acarrean cámaras, micrófonos y grabadoras hasta la mesa que preside. Le preguntan a Barrio una serie de lugares comunes y luego pierden jubilosos toda objetividad periodística: le aplauden durante dos minutos.
A las doce de la noche Francisco Barrio anuncia en la calle su victoria, ante un nutrido grupo de panistas a quienes llama: “amigos”. Se desborda la alegría formal y en fanatismo inaugural de los panistas que este año ganaron el gobierno, las presidencias municipales de varias plazas importantes y la mayoría en el Congreso del Estado. Se desvelarán en su carro las tres noches siguientes pitando el claxon y agitando estandartes.
A las dos de la madrugada, en el local de la presidencia estatal del PRI sucede la enésima ruda de prensa donde, esta noche, los priistas aceptan la derrota.
En el transcurso de la semana siguiente habría de saberse que las ciudades de Chihuahua y Delicias votaron en mayoría por el PRI y el Partido Revolucionario Institucional ganó las dos presidencias municipales. Aun así, el partido será al fin del milenio partido de oposición, la segunda fuerza electoral.
Se sospecha que este año muchos priistas votaron por el PAN. Se teme una desbandada parecida a la de Baja California, donde las cosas no le van muy bien al partido. Se aceptó con estoicismo republicano la derrota de este año. Los observadores no vieron sangre y ningún reportero pudo ganarse la exclusividad de ningún fraude: no lo hubo.

Julio 1992

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