jueves, 30 de junio de 2011

maría dolores guadarrama


El fuego violeta de María Dolores Guadarrama

Por Jesús Chávez Marín

En mayo conocí en su tierra a esa mujer, a esta escritora sensual y delicada María Dolores Guadarrama. Ella me dijo, con sencillez, que había leído mis textos, que algunos le habían gustado, lo cual me produjo una alegría extraña, ya que en estos lugares donde vivimos con áspera dureza un escritor no puede ser más que un iluso desconocido. Nadie lo lee, y quien lo lee no se lo dice a uno, ni para bien ni para mal. Por eso el saludo de Guadarrama me pareció excepcional y cálido.
Quince días después volví a la ciudad de Cuauhtémoc, a donde me invitó Raúl Manríquez, y tuve la suerte de asistir a una fiesta donde estaban todos los poetas del lugar. Un artista de melena roja empezó a tocar la guitarra y varias personas cantaban; entre todas las voces se destacaba el sonido fino de una cantadora. Era María Dolores Guadarrama.
La noche seguía volando, se cruzaban las conversaciones y entre todos arreglábamos el mundo a punta de palabras, sensaciones y música. Un poeta que se apellida Zapata se burlaba de nosotros y bailaba al son de la guitarra para que también pudiéramos burlarnos de él y de su traje de pachuco elegante y desmadroso.
En medio de la plática le dije a María Dolores que su voz era muy educada, que parecía la de una cantante profesional. Me contó que ella había sido cantante y que dejó aquel arte para dedicarse a criar a sus hijas; que a veces extrañaba un poco la vida de artista, cuando su voz acompañaba la alegría y la tristeza de la gente.
Yo me quedé pensando que ella sigue siendo una cancionera en la escritura de sus poemas hay una música más alta donde interpreta los sueños que existen en las palabras, donde todos vivimos. En la armonía del lenguaje, en los sonidos secretos y públicos de nuestra imágenes y de nuestras ideas ella compone canciones más intensas con la sensualidad de su visión poética.
En esta colección de poemas suyos titulada Molinos de viento encontré conexiones que había andado buscando, como lector, para interiorizar en mis pensamientos las imágenes de las infinitas criaturas de la naturaleza, “los seres que pueblan este singular universo”, como lo expresa Borges. Metidos en nuestras cajas de pavimento, alambre, cemento y máquinas, los hombres y las mujeres de este siglo nos hemos ido olvidando de las estrellas y de las flores, los árboles y las espigas, lo cual ha resultado una trampa mortal para nuestra civilización construida con plástico y circuitos cerrados.
En este libro la autora nos señala de nuevo aquel mundo que vamos olvidando y perdiendo. La naturaleza es la musa de sus nuevas canciones mientras “el rumor de las futuras flores fecunda la aurora del horizonte”, cuando “el sol se enreda como si fuera un niño en una blanca nube matinal”.
“Amo la aurora y el rumor de la vida, y, sin embargo, la soledad es mía”, dice la voz poética del libro. En esa soledad, el paisaje es el entorno que con toda naturalidad se expresa y se hace vida interior, tal como lo hacen los poetas orientales, quienes no han olvidado aquellos colores.
Cuando yo era niño, hace ya tiempo, esta ciudad de Chihuahua era veinte veces más pequeña. No habían televisiones en las casas y había más espacio para vivir. Aquí la lluvia siempre ha sido excepcional, desde entonces era “solo un desierto blanco y espinoso donde la arena es obstinadamente seca”, como ahora.
Cuando llovía y había relámpagos y tronaba el cielo, mi madre tapaba los espejos de la casa, rezaba con palma bendita en sus manos para que no nos cayera un rayo. Subíamos a las camas para que con nuestros el pies en el suelo no hiciéramos tierra con la electricidad de las tormentas.
La lectura de este pequeño libro, este lindo libro de poemas, me reconstruyó en la memoria aquel paraíso de infancia. Hay en él unos versos que dicen: “Llueve; la tarde viste un traje de plata. Los niños se suben a las camas, se tapan las orejas para no escuchar los rayos”.
Es imposible no amar a los poetas cuando suceden estas cosas. Cuando ponen en nuestra vida el sonido de las propias voces en sus escrituras. “Vuelca tu corazón, abre los ojos de los extraños”, dice María Dolores Guadarrama. Se lo dice a sí misma, a la escritora. “Voces de viento resbalan por el vidrio”, la sensibilidad de la artista va recogiendo ese rocío y lo destila pensamientos para darle armonía a las sensaciones desordenadas que produce el drama de la vida. El orden del mundo lo construye la poesía.
El oficio es arduo. Para escribir, el artista necesita una energía firme, tiene que emplearse a muerte. “En este entorno denso que a veces me aniquila, en esta angustia tensa que me destempla el alma soy la humilde fuente de un parque imaginario donde alguien refresca su cara”, escribe María Dolores Guadarrama.
Cuando hacía este ensayo, le platiqué a mi amigo José Piñón algunas ideas sobre la poesía de Molinos de viento. El leyó el texto y se entusiasmó grandemente con el libro. Tanto que ya no hallaba como pararle la boca. Como él es un vigoroso poeta, a quien admiro, encontró en Guadarrama muchas confluencias con su propio trabajo de escritura.
—Mejor escríbeme algo— le dije
Y escribió estos comentarios que yo decidí incluir en la presentación del libro de Guadarrama, la cual hoy celebramos en la bonita Quinta Gameros esta fresca noche de agosto.
El texto de Piñón se refiere al primer poema del libro. Enseguida se los voy a leer:

Piel de la tierra

El poema toma al entorno, la naturaleza, como objeto admirable. Es el pretexto sensual para definir una cosmovisión del alma. El sujeto es el espíritu mismo de nuestra poeta lo sepa o no la autora. Pero, vayamos por partes.

1. El primer fragmento anuncia la premonición de la inminente primavera. El invierno presente que se aleja con su desnudez de plomo, cede, a los ojos de Guadarrama, paso a la floración que viene, que se siente cuando fecunda la aurora del horizonte, allí, donde el sol festeja las llanuras y la piel de la tierra comienza a celebrar el cambio.
2. El invierno expira para no reaparecer jamás, vencido en los textos por la primavera (y vale decirlo, los veranos y otoños) que subyacen o afloran, alternativa, cíclica y vitalmente inmencionados y sobrepresentes. Escucho el canto de una torcaza triste, que se acompaña del murmullo del agua; respiro el aire apacible de mi tierra; me apego a la vida; susurra el viento sobre los pinos y el olor a yerbanís me anima. Vida que testimonia la vida inmersa bajo el encanto de una coreografía ambiental fresca, fría, joven y dinámica bajo la promesa implícita de la esperanza solar: danzan las grullas sobre mi cabeza y el sol se enreda, como si fuera un niño en una blanca nube matinal.
3. Luego aparecen petirrojos, manzanos, caracoles, la omnipresente lluvia menuda por ahora, porque se está trazando el preámbulo disfrazado como figura y definición del entorno rural y estamos a un instante de penetrar por los senderos, rectos y sinuosos, sombríos y deslumbrantes del espíritu humano. Es que las amapolas brillan como universo de soles amarillos.
4. Con el cuarto fragmento descubrimos, no sin asombro, un alma, aunque un alma anunciada: La voz de árbol me retracta, me hace llorar como en los viejos tiempos y entonces se me dilata el corazón. Han entrado a escena, con dulzura y fuerza, provocando sueños y alucinaciones, el árbol y la luz derramada como figura y definición del entorno interior. Figura y entorno que encontrarán en la aventura del poema un desenlace de singular importancia.
5. El cielo se estremece, afirma la poeta, para evocar, enseguida el pasado pero en tiempo presente: mi madre tapa los espejos, incrementando los vínculos entre los paisajes exterior-interior de su emotividad, pues uno de los espejos ve por la rendija de la sábana rota mientras la tarde viste un traje de plata (notemos con qué sencilla elegancia da cuerpo y vestido a lo incorpóreo). Los niños (Guadarrama misma) se tapan las orejas para no escuchar los rayos y las dalias, en el jardín, se esconden en tanto la tierra se estremece. Se recuerda el equilibrio con el texto estableciendo una comunión terrible y cotidiana entre la belleza desatada y el miedo.
6. Luego de la catarsis, la lluvia, el miedo desaparecen. No volverán a importunarnos. Se ha verificado una toma de conciencia. Ahora danzan las estrellas entre los pinos como pájaros azules a mitad del camino y a vueltatiempo aparecen lagos tornasol como espejos de venados, musgos naranja trepando voladeros, seres inexplicables e hilos de agua congelada como dedos de hielo acariciando el vacío azul. El poema para este momento, se ha convertido en poesía pura, estructurada bajo la apariencia de siete tercetos lineales que oscilan, unidos e independientes entre sí, y se ayuntan con otros. Son orden y caos: paisaje interior que memoriza, evoca e interpreta el instante natural y ecológico. Todo se transforma, ahora, en un ecosistema de testimonios y remembranzas. Incluso la misión, esa, la única: vuelca tu corazón, abre los ojos de los extraños.
7. María Dolores se ha manifestado. No son solo palabras o ideas sino el corazón mismo que, tal vez, con una sencillez delicada y metafórica, se ha transformado en luna y con optimismo matinal se enreda en su reboso color naranja, se adorna con un collar de nubes perla y se va a soñar a La Habana.
8. Trazando la rosa de los vientos en ondas de espiral. Los sueños, entretanto, se han quedado dormidos en el alucinógeno estruendo matinal.
9. Cuando yo muera, quiero quedar bajo la sombra de un árbol, canta la poeta, empezando con ello la culminación de un viaje que nos llevó, en manos de la realidad y de la fantasía, a construir nuestros propios sueños y, tal vez, a liberarnos de nuestras pesadillas. Cuando yo muera, dice Guadarrama, manifestando el inicio de su espléndido testamento quiero quedar bajo la sombra de un árbol, un árbol de copa ancha, de abundante follaje, de raíces profundas y espaciadas con pequeños y grandes nidos, donde el calcio de mis huesos ayude a ese gigante a transformar, en su savia, una pequeña parte del que un día fuera mi mundo. Lo anterior, por si solo, es un poema, un drama completo, una historia total, una oración con sujeto, verbo y predicado, elevada bajo el rigor de esa claridad grande y sencilla que ya quisiéramos tantos.
José Piñón

Leer poesía siempre nos produce la sensación de que vivimos en un universo armónico y no en este caos del tiempo donde nos vamos muriendo vertiginosamente. La literatura es una ilusión racional colectiva que construimos entre todos, autores y lectores, para dar cauce a la angustia y al porvenir. “Hay un fantasma adentro de mi persona, es el fantasma de otro fantasma más viejo”, escribe María Dolores Guadarrama en alguna parte. Y en otra dice: “Cuando uno escribe hay que tocar los brazos de la pluma, viajar al corazón mismo de la tinta”. En ese centro de tinta hay una montaña de ideas y de sentimientos que muchos hombres y mujeres expresan desde hace siglos, a pesar de que “todo sea tan pasajero y milenario, todo tan transitorio y transitado”.
Me platicó Enrique Servín que en Alemania se estableció una línea telefónica donde uno marca y se escuchan poemas de todos los autores famosos del mundo. Esa línea ha tenido un éxito increíble, muchos llaman para no suicidarse; otros para aprender palabras amorosas, que, como cualquiera lo sabe, resultan efectivas para la seducción; otros llaman para buscar consuelo en los largos meses de invierno y otros más afortunados para acompañar las alegrías de la juventud o la plenitud de su amor correspondido.
En las horas de la derrota, yo quiero hallar en la línea una voz que me lea estos versos de María Dolores Guadarrama:

No llores, no llores, no llores.
Trágate las lágrimas y haz como que trabajas.
Fíngele al mundo también indiferencia.
Finge que no te importa que no llueva,
derrúmbate la tristeza en el hígado.
Haz que la rabia te cuadre.

En el vino de honor de esta noche voy a brindar por la literatura, como siempre lo hago. También brindo por María Dolores Guadarrama y por su bello libro Molinos de viento.

Guadarrama, María Dolores: Molinos de viento. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 1996.

Agosto 1996.

miércoles, 29 de junio de 2011

volver a santa rosa

Para no perder la memoria de la gente: presentación del libro Volver a Santa Rosa, de Víctor Hugo Rascón Banda

Por Jesús Chávez Marín

Víctor Hugo Rascón Banda siempre llega a su tierra con las manos llenas. Estrenos de teatro, ideas, proyectos, libros, son la expresión de su personalidad enérgica y generosa. Esta vez nos trae su primer libro de relatos.
Volver a Santa Rosa es una obra narrativa compuesta con trece textos cuya estructura no es tan sencilla como pudiera parecer a la primera mirada. Los relatos pueden leerse como independientes entre sí, y la experiencia será gratificante. Pero su mejor lectura se realizaría como la de una novela, un “edificio novelístico” como le llama Vicente Leñero en la contraportada.
El personaje que se perfila con mayor profundidad es el narrador, que es el mismo los trece relatos. Se trata de un niño que está en quinto y luego en sexto grado de primaria. Su curiosidad está plena, llena de gracia y recursos. Sus ojos no se cansan de mirar al mundo ni su memoria de registrar todo lo que sucede, ni su mente de aprender las palabras con las que se comunican las gentes. En un cuaderno él escribió, antes de irse del pueblo, todo lo que quería recordar “para no perder la querencia”, tal como se lo había aconsejado su abuelo Ladislao.
Con la mirada de este niño se nos va revelando un panorama complejo, un lenguaje que perfila con precisión la cultura bien definida de una época, un grupo social, un territorio, unas costumbres, unas creencias. Todo sucede en Santa Rosa, más o menos a finales de los años cincuentas y principios de los sesentas. Doña Rita Benicio, personaje del relato “La casa de las golondrinas”, describe así a su pueblo:

Santa Rosa es como todos los pueblos mineros. Vivimos rodeados de cerros de metal que provocan fenómenos. Vivimos entre huertos de azahares que remueven sentimientos y hacen que la gente sufra pasiones. Vivimos en esta barranca profunda, donde no se puede mirar el cielo de frente, ni se puede salir con facilidad. Así son los pueblos mineros. ¿Cómo quieres que vuelen las almas de los muertos? Están entre nosotros, porque no encuentran el azul del cielo.

Hay una gran variedad de tonos narrativos a lo largo del libro. Cada uno de ellos está bien armonizada con los asuntos que trata.
El narrador tiene una expresión muy equilibrada sin perder la verosimilitud de su punto de vista y de su lenguaje de niño. Los lectores chihuahuenses nos emocionamos con la lectura de este libro donde vamos hallando muchas voces que ya casi no recordábamos, pero que caen con el sonido claro de las moneditas de antes. Palabras nobles que suenan como recién nombradas.
Varias son las líneas estructurales que dan unidad al libro, no solo la voz de un mismo narrador. Hay en varios de los relatos personajes que se repiten y que van creciendo y revelando su identidad: los papas del niño, los hermanos, los abuelos. Hay una atmósfera común, tramada en el paisaje, el clima, la descripción de las casas, muebles, objetos, ropa y, sobre todo, unas relaciones familiares intensas, llenas de amor y seguridad. El manejo del tiempo está bien ceñido a la percepción del niño narrador: desde escenas que suceden al tiempo de la narración, o el día anterior, hasta cosas que sucedieron muchos años antes y son contadas con el tamiz del recuerdo. También los tiempos fantásticos, oníricos, donde se confunde la realidad con percepciones alteradas por el sueño o por la leyenda.
El ritmo de la escritura es uno de los mejores regalos del libro. Leí en voz alta varios de los cuentos y me encantaba la fluidez de la prosa, la naturalidad de los diálogos, de los monólogos del narrador. A veces la persona que me escucha leerle en voz alta los cuentos de Víctor Hugo soltaba la risa, o mostraba emociones diversas: ternura, tristeza, añoranza. No es este libro como esa literatura que, estando bien hecha, no resiste la prueba del sonido sin convertirse en un espectáculo aburrido. Al contrario: Volver a Santa Rosa parece estar escrito para la voz humana, como los viejos cuentos tradicionales.
Los temas donde se borda este material narrativo son muchos: la búsqueda del tiempo perdido, la muerte, la violencia, los ideales maltrechos por el molino de los intereses, los inicios del narcotráfico, la honra, la injusticia, las derrotas de la emigración.
Hay un contrapunto que domina dos grandes líneas temáticas: por un lado la estrecha unidad familiar en la que se desenvuelven los personajes y por el otro la constante violencia en la que vive la sociedad de estos habitantes de la sierra. Las muertes y los hechos de sangre son abundantes: un suicida que se ahorca, una pelea con puñales en las manos, unos rurales que acribillan a dos jóvenes, siete guerrilleros torturados y con el tiro de gracia, una abuela asesinada.
El narrador cuenta todos estos hechos con una cierta naturalidad que asusta, con un estoicismo que comparte con los demás personajes. Sin duda este es uno de los elementos más originales del libro, pues para nada se parece al tratamiento escandaloso y lleno de morbo con el que se tratan estos temas en la literatura más reciente.
Volver a Santa Rosa habrá de tener muchos lectores, porque trata de la novedad de la Patria, como diría López Velarde: la patria de la infancia, de la familia, de la tierra a donde todos queremos regresar.

Octubre 1996.

martes, 28 de junio de 2011

baudilio caraveo

En la foto Gabriela Rascón Licano, JChM y Víctor Ele Ruiz

Baudilio Caraveo: un escritor en la guerra

Por Jesús Chávez Marín

A principios de 1994 el editor Martín Reyes me encargó uno de los trabajos más fascinantes que he realizado: ser el corrector de estilo de las memorias de Baudilio B. Caraveo Estrada, quien fue mayor del ejército revolucionario que inició el siglo XX mexicano transformando todas las estructuras sociales y políticas de nuestro país.
Guadalupe Caraveo Castro, hija del autor, se había propuesto publicar el libro por dos razones; la fuerza del cariño a su padre era una de ellas, pero además sabía que aquellas escrituras eran un material valioso para la historia y para la literatura.
Guadalupe se dio a la tarea de leer una vez más, con toda atención, los doce cuadernos que su padre había escrito a renglón seguido de 1958 a 1960; revisó con atención científica el legajo de documentos, fotografías y testimonios que él había reunido durante su agitada vida de guerrero y pensador; mecanografió con todo respeto y cuidado aquel libro complejo y de clara redacción; consultó a varios especialistas, entre ellos el famoso historiador Jesús Vargas.
Con el entusiasmo y la energía de sus navegaciones intelectuales, Vargas examinó el original mecanográfico que le entregó la licenciada Caraveo Castro y vio que aquella obra era importante para la historiografía de la revolución mexicana, pues cubría vacíos de información de la participación de los habitantes de una extensa zona de la Sierra de Chihuahua, que fue uno de los orígenes de aquel movimiento armado. Luego entre ellos dos hallaron en Martín Reyes al editor correcto para los trabajos de la publicación.
En aquel tiempo mi hermana Carmen y yo trabajábamos en Doble Hélice, la editorial de Martín Reyes. Ella digitalizó el texto y a mí me tocó la corrección técnica.
Durante cinco meses trabajé todas las tardes en la prosa inteligente y atractiva de Baudilio Caraveo. Recorrí en sus páginas las rutas de su odisea, desde las extensas zonas de la preciosa tierra de sus padres, a caballo, hasta muchas de las zonas de la guerra y de la política en los trenes militares de la acción revolucionaria. A veces la escritura tiene más realidad que la vida misma, cuando las historias están tan bien escritas como las que escribe Baudillo Caraveo.
En su libro el paisaje es dibujado con maestría, Baudilio tiene la sensibilidad de un poeta cuando habla de árboles y ríos, montañas y abismos; el olor de las cocinas en los hogares amenazados por la violencia de la guerra despertaban en su escritura una ternura especial que solo un artista de las palabras, como Baudilio, sabe expresar. La belleza de las mujeres, el honor de los hombres valientes y la nobleza de campesinos y mineros matizan el estudio elegante de este panorama narrativo.
Caraveo era un militar culto. Desde niño frecuentó libros y periódicos; en el lenguaje sencillo y castizo de los serranos halló historias y canciones que forjaron su estilo de pensador y de poeta. Fue lector de Daniel Cabrera, Filomeno Mata, Juan Sarabia, Ricardo y Enrique Flores Magón, cuyas letras fueron semillas de rebeldía e ideales de justicia.
En sus Memorias, Baudilio cuenta con toda naturalidad que dejó su posición cómoda de estanciero para luchar por sus ideales. Había demasiadas injusticias en el mundo y se necesitaban hombres como él para remediarlas. Todas las épocas necesitan hombres así. Él y sus hermanos y hermanas pusieron en prenda sus propias vidas para buscar una sociedad mejor.
La peripecia del libro se inicia en 1909, en el distrito Rayón de Chihuahua. Baudillo y varios de sus amigos fundan en Moris uno de los innumerables clubes antirreeleccionistas que se dieron en el país, y empezaron a reunirse para hacer política de oposición al régimen dictatorial de Porfirio Díaz. Baudilio participaba definiendo estrategias civiles, escribiendo manifiestos, organizando en su territorio las próximas elecciones presidenciales. Su candidato era el señor Francisco Madero. Caraveo fue nombrado elector para asistir al Colegio Electoral de Batopilas.
Ante la inflexibilidad de la dictadura, cuyo vicio es la sensación de absolutismo, Baudilio se puso frente a trescientos hombres, y en coordinación de muchos otros grupos se lanza a acción justiciera de las armas.
Este pequeño grupo de guerreros al mando de Baudilio Caraveo van ocupando varias plazas en acciones donde la astucia y la clara inteligencia de su jefe van logrando más que la violencia. La voluntad llena de fortaleza de Caraveo jamás produjo hechos sanguinarios. Su temperamento era el de un hombre que había forjado en su corazón el espíritu de la paz y en su pensamiento el respeto por la vida humana, por la familia y por los bienes ajenos. Siempre que pudo, logró impedir la rapiña y el encarnizamiento que por desgracia son propios de los tiempos negros de la guerra.
En su libro critica duramente a muchos de los protagonistas más conocidos de la Revolución Mexicana. Los critica con toda la libertad y la información que tiene su punto de vista privilegiado de testigo y actor de sus tiempos.
Pero no solo es un libro este de memorias militares. Hay en él pasajes literarios bellísimos. Baudilio era un narrador talentoso, la escritura es encantadora, su forma de contar historias tienen la sabrosura de los clásicos.
Esta noche es de fiesta. La aparición de Historias de mi odisea revolucionaria, de Baudilio Caraveo es un acontecimiento feliz para nuestro pueblo, cuya alma colectiva es forjada por obras como esta. Buenas noches.

Caraveo, Baudilio: Historias de mi odisea revolucionaria. Editorial Doble Hélice, México, 1996.


Septiembre 1996.

lunes, 27 de junio de 2011

palabras sin arrugas

En la foto Federico Urtaza

Revista de cuento, poesía y ensayo

Por Jesús Chávez Marín

En este mes la revista Palabras sin arrugas cumple cinco años de edad: Una mirada retrospectiva al importante trabajo de reconstrucción cultural realizada por estos jóvenes escritores chihuahuenses es el mejor homenaje que podemos hacer para unirnos a la alegría de esta celebración.
La revista fue fundada por Lourdes Carrillo y Federico Urtaza cuando ambos eran estudiantes de la Escuela de Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Una de las motivaciones para iniciar este trabajo de escritura fue el constituirse en uno de los muchos señalamientos de esa fecha histórica, uno de los tantos no se olvida de aquel tiempo de sangre joven derramada en las calles, de buitres delirantes desde el trono. Por eso el primer número de Palabras sin arrugas apareció el 2 de octubre de 1978. Y a pesar de que solo han aparecido trece números, la revista ha tenido cierta continuidad y la consistencia suficiente para ser hoy una de las presencias del espíritu crítico, del oficio de la escritura; como diría Mario Benedetti, del ejercicio del criterio.
Quizá el valor más notable de esta revista sea su independencia: el grupo de jóvenes que la edita no tiene compromisos de publicidad, ni de doctrinas constituidas en aparato político o religioso, ni se rechaza a ningún colaborador que presente un trabajo consistente.
El grupo además, edita su propio material echándose a cuestas el enorme trabajo de imprimir, compaginar, distribuir, seleccionar.
Ediciones La Plancha, guiño sonriente con el que hacen llamar a su ejercicio de difusión, es un verdadero taller literario: se reúnen con alguna regularidad para criticar los trabajos propios y ajenos, para discutir la literatura, para tejer amorosamente su revista.
Es entonces cuando podemos tener a la mano las alquimias de Héctor Jaramillo, sus excelentes cuentos y poemas; los luminosos textos de Rogelio Treviño, carismático velador y poeta, a quién, por cierto, le publicarán dentro de pocos meses su Lámpara de la piedra en una editorial del D. F; la construcción de una filosofía antisolemne, que es como nombra Jorge Benavides a sus ensayos; los poemas de Lourdes Carrillo, Enrique Servín, Josías Vargas, Héctor Varela Unive, Gabriel Ortíz, Rubén Mejía, Alfredo Espinosa, Daniel Torres Jáquez, Gabriel Ortiz; el excelente cuento de Sergio Durán llamado Un acto de amor (en el número 11de la revista); las chispitas de ingenio de Rubén Nevárez en Los trabajitos y los diítas o El Cabuz (Caras vemos, taras no sabemos. El hombre le debe a Eva el valor y la duda/la mujer le debe al cómplice hombre la celda del hogar dulce hogar); las traducciones de textos en otros idiomas que producen Enrique Servín, César Santiesteban y Federico Ferro Gay; y una nómina abundante de autores chihuahuenses.
Por todo esto y por lo que vendrá; nuestra página Aura se une hoy con amistad y afecto, a los colaboradores y editores de Palabras sin arrugas en la celebración de su quinto aniversario y se une también a la esperanza de tiempos mejores, de espacios más propicios para el ejercicio de nuestro oficio, la escritura.

Octubre 1983

viernes, 24 de junio de 2011

literatura chihuahua 2001


Literatura Chihuahua 2001

Por Jesús Chávez Marín

La literatura que se escribe en la ciudad de Chihuahua tiene hoy un grado de madurez semejante a la que se produce en el resto del país, incluyendo por supuesto a la del Distrito Federal que se desarrolla con todas las ventajas del centralismo absoluto que la favorece. Pero no siempre ha sido así en Chihuahua. El proceso del fortalecimiento se inició con la década de los ochentas.
Antes de 1980 no se publicaban libros de literatura en Chihuahua. Cuando apareció la antología Relatos de autores chihuahuenses en 1976, compilada por Isauro Canales y Alfredo Jacob, el hecho era casi insólito, aunque también habían sido publicados La absurda espera de Lourdes Garza Quesada en 1961, Fruto prohibido de Héctor Ornelas en 1963, El norte misterioso y legendario de Pascual García Orozco, Tras un cristal azul de Manlio Favio Tapia Camacho en 1977, Viernes de Lautaro de Jesús Gardea y algunos de los primeros libros de José Fuentes Mares. Sin embargo la producción editorial de esos textos era muy mala, páginas plagadas de erratas, portadas feas, ilustrados con dibujos ingenuos o con fotos deslavadas, tipografía pobre, descuidada, sin armonía.
De revistas literarias, solo existían precariamente dos que salían cada año. Una era todavía de cartoncillo y mimeógrafo, estudiantil y sin ambiciones, se llamó Palabras sin arrugas y duró de 1978 a 1983, y aunque solamente aparecieron trece números, su estirada leyenda alcanzó para que diez años después de cancelada algunos y algunas se proclamaran a sí mismos los fundadores del hilo negro, inventores del agua hervida, poetisas honorarias y a veces, sin el menor sonrojo, fundadores de la literatura chihuahuense.
La otra revista fue Metamorfosis iniciada en 1968 por estudiantes de la Escuela de Filosofía y Letras, quienes luego del entusiasmo inicial la abandonaron cuando solo habían producido unos cuantos números. Luego los directivos de la escuela la retomaron para volverla oficial, publicar ensayos de profesores, poemas inofensivos y cuentos sin chiste.
Ese era el panorama a principios de los años ochentas cuando un grupo de escritores nacidos en los años cincuentas decidieron entre todos y cada uno por su cuenta tomar en serio la labor literaria, iniciar las acciones que fueran necesarias para llegar a ser escritores profesionales, para leer metódicamente los textos de la tradición clásica y a los autores más actuales, publicar lo que escribían y enfrentar con seriedad la crítica de lectores y su realizar su autocrítica con rigor y estudio de la teoría literaria. Algunos también se hicieron editores, labor que fue piedra de toque para que se produjera esta nueva visión de la literatura en la ciudad de Chihuahua.
Algunos de ellos habían participado en Palabras sin arrugas, otros habían estudiado letras españolas y otros andaban por la libre. Pero todos coincidían en la idea de asumir la literatura como una forma de vida y trabajo. Sus nombres son Alfredo Espinosa, Enrique Servín, Ramón Antonio Armendáriz, JChM, Rogelio Treviño, Federico Urtaza, Mario Lugo, Micaela Solís, José Piñón, Óscar Robles, Rubén Alvarado, Heriberto Ramírez, Dolores Gómez Antillón, Jorge Benavides Lee, Víctor Bartoli, Rubén Mejía, Josefina María Cendejas, Sergio Durán, Ana Belinda Ames Russek, Susana Avitia Ponce de León, Alfonso Chávez Salcido, José Pedro Gaytán, Héctor Jaramillo, David García Monroy, Guadalupe Guerrero, Humberto Payán Fierro, Guadalupe Salas, Raúl Sánchez Trillo, Manuel Talavera, Lourdes Uribe, Héctor Varela Unive, Ernesto Visconti, David Hernández González, Margarita Muñoz, Leticia Santiesteban, Alma Montemayor, Minerva Ramírez, Héctor Contreras, Luis David Hernández, Fernando Chávez Amaya, Víctor Díaz, Raúl Gómez Franco, Nacho Guerrero, Elías Holguín, Remigio Códova, Juan Guerrero, Mariano Salcedo Zaragoza, Mónica Torres Torija, Flor María Vargas y Luis Urías.
Esta generación de señores y señoras fundó revistas, suplementos, editoriales, talleres literarios; escribieron libros, ensayos críticos, crónicas, reseñas; organizaron concursos, presentaciones, ciclos de conferencias, foros. Con su presencia en la ciudad, su trabajo intenso en los años ochentas, lograron construir un respaldo fuerte para los artistas de la ciudad que en los noventas iniciaron su literatura.
Lo que no pudieron es formar lectores, excepto unos cuantos. Los escasos lectores de la ciudad casi no leen autores de Chihuahua, prefieren seguir leyendo revistas y libros publicados en la Ciudad de México, considerada por inercia la única literatura mexicana.
Los autores de aquí no han sabido tender un puente de comunicación con su ciudad, en parte porque muchos de los temas que conmueven a los chihuahuenses de estos años están ausentes: la cultura de las maquiladoras, el narcotráfico suburbano, la nueva sociedad de las mujeres independientes, el alcoholismo adolescente y juvenil en los bares del rocanrol, llamados antros, los manejos tramposos de la democracia electoral, considerada en los discursos de la clase media política la única democracia, los niños solitarios cuya madre se la pasa en el trabajo y la parranda y cuyo padre es aún más ausente, el abandono afectivo de las divorciadas y mujeres solas, algunas casadas igualmente solitarias, que después de los 45 años de su edad clausuran su vida sexual por falta de respeto, de nobleza, de cariño y de recursos económicos de los señores, con quienes pudieran establecerse nuevas relaciones o por lo menos sueños a domicilio, como dice en un poema Galia Zuverza.
A pesar de todo, ha corrido un mar de tinta en estos 20 años con la obra colectiva de los escritores de la ciudad de Chihuahua, más por su propia terquedad que porque hubieran hallado condiciones favorables. Este blog está compuesto por crónicas de ese tiempo, por supuesto una visión personal y fragmentada de todo ese magnífico panorama de generosidad, trabajo y alegría. Su ordenamiento es cronológico y el ambiente que lo anima es de fiesta, la fiesta de la literatura.

Febrero 2001.

jueves, 23 de junio de 2011

revista fronteras


Presentación de la revista Fronteras

Por Jesús Chávez Marín

Pocas cosas hay más descansadas y que provoquen tanta sensación de bienestar que tirarse en un sillón a leer una revista nueva. Los temas y las formas de ese tipo de publicaciones son tan varias como los gustos de las masas de lectores de todos los estratos culturales. Desde revistas para ciudadanos que se la viven al filo del analfabetismo hasta revistas tan sofisticadas que rayan en la pedantería ridícula con la que el pecado de la soberbia suele ser castigado.
Pero nada ofrece más sensación de actualidad, de pertenencia a cierto ámbito determinado de interés, que hojear una revista y leer detenidamente los textos que resultan de pronto atractivos y desdeñar sin culpa alguna lo que de plano no nos importa. Lectura ligera, sabiduría sabrosa, información insospechada y señas de identidad para el lector son las revistas. Son un paseo amable con muchas veredas y paisajes y frescura saludable, climas diversos para escoger.
La revista Fronteras, de la cual ya van cuatro números muy elegantes con el diseño sobrio y fino de Gabriela Rodríguez y Fernando Rodríguez, ha ido ganando una gran cantidad de lectores. Los que nunca tuvo Cultura Norte, su antecedente inmediato, que era soporífera y nunca consiguió alguna idea reconocible de diseño gráfico, ni de secciones y no fue más que una reunión desordenada de notas sin rigor y gráficas, las que hubiera al cierre. Aquella revista para lo único que sirvió fue para que Edmundo Valadés, cuyo nombre aparecía como director, se la pasara viajando al amparo de buenos presupuestos y lujosos viáticos y reuniendo información fragmentada, descuidada, sin el mejor profesionalismo. Por fortuna, este tiempo ya pasó, aunque no deja de ser útil señalarlo para ejemplo de futuras generaciones que pudieran caer en la tentación de buscar tan picarescas forma de la vida regalada.
La revista Fronteras tiene, en cambio, una estructura editorial bien definida. El tipo de material escrito cae en su propio lugar y fue una gran riqueza incluir el Dossier de Literatura, donde dos autores en cada número aparecen con su obra, ideas sobre literatura, formas de escritura y una semblanza ágil de personalidad como autores; de pronto puede suceder que el lector se encuentre joyas verdaderas y lucientes como los cuentos de Patricia Laurent Kullick.
Otra grandeza de esta revista es la sección de fotografías en blanco y negro que se llama Portafolio. En cada número aparece una muestra de dos autores, todos ellos muy buenos artesanos de la imagen. Hasta hoy han salido Ricardo Martínez, Pavel Hroch, Jorge López Vela, Silvia Calatayud, Guadalupe Velasco, y Alejandra Platt, además de los ganadores de Fotoseptiembre del año pasado.
Los ensayos y las entrevistas tienen buen nivel de redacción y algunos logran sostener el interés hasta su final. Por ejemplo el ensayo o crónica de Francisco José Amparán que se titula “Obstáculos y problemas de una generación perdida, Escritores norteños”, donde con buen humor y con rigor informativo hace un análisis del oficio literario que se realiza fuera del Distrito Federal.
Editar una revista es más complicado y laborioso que editar un libro. Y los resultados siempre serán disparejos. De esa manera, nunca pueden evitarse los lugares comunes como esta frase: “lugar de encuentros y desencuentros”, imagen gastadísima que usa Federico Campbell para referirse a la frontera San Diego-Tijuana. O la chocantísima palabra, que además es un barbarismo total: “la otredad”, que ya ha usado centenares de veces otros tantos centenares de autores que se sienten a sí mismo como interesantes descubridores de un mundo raro.
También adolece la revista Fronteras de una maniática insistencia en redactar ideas, figuras y metáforas respecto a las palabras frontera, fronterizo, puentes, cruces de caminos. Como que los editores del D.F. que publican tan descentralizada revista, descentralizada por oficio, por decreto y por obligación burocrática, se sintieran un tanto incómodos de tener sus oficinas en el mero centro de la ciudad de México, lugar que reúne los poderes, decisiones y presupuestos desde donde se dictan las órdenes que regirán los destinos de la cultura mexicana, fronteriza o no.
Otra fascinación incómoda es la veneración a los grandes nombres de autores famosos que algunas vez tuvieron algo que ver con algún estado “fronterizo”, porque nacieron allá, o tramitaron su acta de nacimiento o su fe de bautismo o se fueron de profesores rurales o de diputados por aquel distrito. Los nombres son: Jaime Sabines, Carlos Pellicer, Edmundo Valadés y otros similares. La verdad tanta adoración da vergüenza ajena.
Para disimular un poco el evidente centralismo de su factura editorial, la revista echa en su directorio unos cuantos nombres “fronterizos” de autores que pasan a ser figuras de paja de un así llamado “Semanario editorial” formados por dos posibles escritores de cada uno de los estados de Baja California, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Sonora, Tamaulipas, Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Tabasco y Yucatán y ya está: frontera norte y frontera sur prendidos en los alfileres de una autoría caprichosa e inmóvil.
En el caso de Chihuahua, sus representaciones son Rubén Mejía y Socorro Tabuenca. Tal vez por eso sucede que la información literaria y artística de este lugar se vea tan ninguneada. En cuatro números de Fronteras solo han aparecido minirreseñas escasas y desatentas: un comentario sobre la antología A medias tintas, de Rafael Ávila, dos poemas de Carmen Amato, una nota de siete líneas sobre la revista Solar número 19, otra un poco más larga sobre el número 19 de Azar, y dos comentarios críticos sobre dos libros de autores chihuahuenses: Reveses, de Alfredo Espinosa y Tarahumara, una tierra herida, de Carlos Mario Alvarado.
Sin embargo estas pequeñas raspaduras son faltas menores. No se puede negar que Fronteras es una revista de buena calidad, sin importar que sea fronteriza o deje de serlo, y que está llamada a ser una publicación importante, sobre todo en los años noventas, cuando desaparecieron tantas publicaciones y suplementos literarios en el país al mismo tiempo que han surgido, paradójicamente, una gran cantidad de escritores nuevos que buscan desesperadamente un lugarcito en la inmortalidad, que solo la letra impresa puede otorgarles.

Junio 1997.

miércoles, 22 de junio de 2011

ceremonias de navidad

Orígenes de las tradiciones navideñas
por Jesús Chávez Marín
Para muchos hombres y para muchas mujeres el recuerdo de los regalos, los juguetes, que amanecían cuando eran niños cerca de su lecho, o al pie del arbolito, al amanecer del día 25 de diciembre, día de la Navidad, es uno de los grandes tesoros de la memoria. La Navidad había ido creando un ambiente de fiesta, de ternura y de alegría donde los niños esperaban siempre sorpresas. Las comidas especiales, las cenas, las piñatas y el regreso de los ausentes reforzaban siempre los afectos familiares.
La Navidad es sin duda alguna, dentro del año, la celebración de mayor arraigo entre todas las esferas sociales y, por lo tanto, se manifiesta y proyecta en múltiples y variadas formas; pero dentro de ellas, a pesar del carácter profano que ha venido adquiriendo, se encuentra siempre el mensaje y la esencia religioso-emotiva que le dio vida.
La tradición universal de la Navidad, de profundo contenido espiritual y emotivo, tiene su centro en la religiosidad cristiana que celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret. Los rituales y las fiestas adoptan rasgos singulares y distintivos en cada país, de cada región, y sus modalidades e interpretaciones son condicionales por la sensibilidad y los recursos colectivos o individuales de cada lugar y de cada época. Existe, entonces, una tradición navideña mexicana, ya que sus conceptos pasaron de la vieja España a la nueva como consecuencia del descubrimiento del mundo americano y de la conquista material y espiritual, donde adquirieron valor propio dentro del mosaico pluricultural que conforma nuestro país. La Navidad tiene un arraigo profundo en el pueblo mexicano, que la concibe como un elemento que desde siempre a formado parte de su ser.
El ciclo navideño en México se inicia con la primera posada, el 16 de diciembre, que son un Novenario; la natividad del Señor el 25 de diciembre; el día de los santos inocentes, el 28; la Epifanía, o sea, la llegada de los Santos Reyes Magos y termina con la Candelaria, el 2 de febrero.

Las posadas
Al parecer tuvieron su origen en un lugar llamado San Agustín de Acolman, donde los frailes agustinos las implantaron con el propósito de sustituir y erradicar las celebraciones paganas del culto idólatra. Asimismo se sabe que los dominicos, en su afán de divulgar el santo rosario, establecieron y difundieron el Novenario que precede al 24 de diciembre.
En 1587 fray Diego de Soria quiso que el pueblo participara de manera pública en la preparación de la Navidad y obtuvo del Papa Sixto V una bula que autorizaba la celebración en la Nueva España de unas misas llamadas de aguinaldo, del 16 al 25 de diciembre, que tenían lugar al aire libre, en los atrios de los templos, y entre las cuales se intercalaban pasajes y escenas de la Navidad.
En un principio la celebración se limitó a las misas de la mañana; después se prolongó a la oración de la tarde con el rezo del Rosario y luego, en el siglo XVII, se establecieron las procesiones.
Por lo que toca a la costumbre de pasear los peregrinos, fray Juan de Véjar fue uno de los que más contribuyeron a difundir esta devoción, sustentada en el censo césaraugustano que obligó a José y a María a trasladarse de Nazaret a Belén, donde nacería Jesús. De esta manera, a las procesiones se añadieron las figuras de los peregrinos José y María quienes, guiados por un ángel, pidieron albergue en Belén. Así nacieron las posadas.
De acuerdo con la costumbre, al tiempo que se canta se suelta se rechifla con silbatos, se queman luces de Bengala y zumban los cohetes. Los versos para pedir posada no son iguales en todas partes y, además, cada lugar tiene su propia tonada. Las figuras de los peregrinos son en general de barro, aunque en algunos lugares se presentan en vivo.
Al terminar de rezar se rompe la piñata con mucho alboroto. Al final aparecen las charolas con canastitas de porcelana llenas de colación, o las bolsas con dulces, con las que la dueña de la casa agradece la visita de sus invitados. A veces se prolonga la velada alrededor del canasto henchido de buñuelos y de la olla de atole blanco. Así termina la posada.

La piñata
Se dice que la piñata es de origen chino, que Marco Polo la llevó a Italia. De ahí pasó a España y luego a México, donde es ahora elemento característico de las posadas mexicanas. Otros creen que las piñatas son un elemento autóctono, de la tradición prehispánica, derivado directamente de los ricos adornos en forma de piñas, confeccionadas con flores y frutas de gran colorido, que los indios acostumbraban hacer para sus fiestas. Sin embargo puede aventurarse que las piñatas mexicanas son producto del sincretismo cultural.
Si las teorías sobre el origen de las piñatas son diferentes, no lo son menos acerca de su simbolismo; mas entre todas las interpretaciones que de éste se han hecho, la más generalizada es la que representa la lucha que sostiene el hombre, valiéndose de la fe para destruir el maleficio de las pasiones.
Las piñatas tradicionales tienen forma de liras, rosas, barcos, sandías, animales estrellas y muñecos con cabeza de cartón pintados al agua cola. La base es una olla de barro cargada con frutas de la estación: limas, cañas, jícamas, naranjas, tejocotes y cacahuates. La olla tiene orejas, por las que pasa el mecate del cual se cuelga. Primero se le pone una capa de papel periódico y el resto se cubre con cartón, papel de estaño y de china, hasta lograr la forma deseada; todo se pega con engrudo hecho con harina, agua y una pizca de alumbre para que no se descomponga. El resultado es una creación única, individual, producto de la imaginación del artesano. La forma de muchas piñatas se adapta a la moda.
Cuando llega el momento de romperla hay que tener preparados un palo de escoba adornado con papel de china y un paliacate para vendarles los ojos a los que quieran pegarle. Los mirones que esperan su turno cantan versos como estos.

No quiero fruta ni quiero plata
yo lo que quiero es romper la piñata.

Dale, dale, dale, no pierdas el tino
porque si lo pierdes, pierdes el camino.

La piñata nunca debe estarse quieta; el que la maneja debe maniobrar con ella de tal manera que suba y baje para que el que la ataca se desconcierte y no pueda romperla de inmediato. Se trata de prolongar la diversión conservando lo más posible su efímera pero alegre vida.

La puesta del Nacimiento
El acontecimiento central de las celebraciones navideñas es la puesta del Nacimiento, o sea, la escenificación no sólo del Misterio, el Niño, San José y la Virgen –figuras insustituibles- elaboradas de diferentes materiales, a los que suelen añadirse la mula y el buey, el ángel, la estrella, los pastores y los Reyes Magos, sino también todo tipo de figuras que la creatividad popular ha hecho incluir.
La costumbre de la escenificación del nacimiento se debe a San Francisco de Asís, quien tuvo la feliz idea de representar en vivo el Nacimiento del Niño Dios, allá por el año de 1223, en el pueblo de Greccio, Italia. Se representó después con figuras de madera vestidas de tela, las esculturas más famosas se hacían en Génova y Nápoles.
La costumbre de poner nacimientos pasó de Italia a España, donde los llamaron Belenes, y de allí a México. Al principio se ponían solo en los templos, y más tarde en los conventos y en las casas particulares.
Para estimular la devoción de los nuevos cristianos, los misioneros propagaron en el pueblo mexicano la costumbre de los belenes y aprovecharon la destreza y habilidad manual indígena para su manufactura.
Las figuras tradicionales se hicieron con los más variados materiales. Hay constancia de un nacimiento del siglo XVIII “de hueso en un corazón de vidrio”, que valía en aquella época cuatro pesos.
Un material muy usado fue el zumpantle, madera casi tan ligera como el corcho y, por lo tanto, fácil de labrar. Se cubrían primero con una capa ligera de yeso, luego recibían el encarnado de rostro y manos, o pies, y por último el estofado de las vestiduras, el cual consistía en pintura de colores sobre fondo de oro y plata, bruñidos.
Las figuras de cera, por la facilidad de su modelado, fueron muy usadas en México. A veces sólo la cabeza y las extremidades eran de cera, insertadas en un cuerpo de madera con vestidos de tela. Se vaciaban en molde y se acababan a mano con mucha paciencia, afirmando los detalles de la cara y de las manos, aplicando ojos de vidrio o de alguna semilla diminuta. En el siglo XIX encontramos nacimientos con esculturas hechas con plata casi pura amalgamada con mercurio para darle ductilidad, las cuales eran pintadas y decoradas como si fueran de arcilla.
Los nacimientos típicamente mexicanos se caracterizan por su ingenuidad, anacronismo, colorido y tinte costumbrista local: creaciones dictadas por el instinto y la sensibilidad que reflejan la psicología del pueblo y en las que coexisten lo refinado y lo primitivo, lo realista y lo simbólico, con notas de humorismo, ironía, tristeza, optimismo y candor; perfiles, actitudes y matices que le dan un toque humano.
Para realizar la escenificación de los nacimientos, los mexicanos utilizan los más variados materiales, agregando todos los elementos y signos que le parecen apropiados para expresarse. El espíritu religioso del mexicano, aunado a su paciencia amorosa, destreza manual y deleite en el trabajo, ha guiado y continua guiando a artistas y artesanos de modo singular.
Significativa es, dentro de los adornos florales navideños, la flor de nochebuena (cuetlaxóchitl), originaria de México, cuyo uso, al principio únicamente regional, se ha extendido en todo el mundo como símbolo navideño.

Las pastorelas
En la evangelización de la Nueva España el teatro ocupó un lugar muy importante. Los Autos Sacramentos eran piezas breves que representaban historias religiosas. Los misioneros tuvieron que aprender las lenguas de los indígenas y se valieron del teatro como medio de instrucción.
Entre esas formas de teatro religioso estaban las pastorelas o entremeses para las posadas. El tema de las pastorelas es casi siempre el mismo. Se inicia con un conciliábulo en el infierno: Luzbel, preocupado por la llegada del Mesías, decide salir al mundo a ponerle tentaciones a los pastores para que no lleguen al portal. El arcángel Miguel lo desafía y lo vence. El arcángel Gabriel anuncia el nacimiento del Niño Dios y todos acuden con sus ofrendas al pesebre, donde después bailan y cantan villancicos.
Los personajes de la pastorela simbolizan siempre una cualidad o un defecto determinado que los caracteriza: Gila, la sufrida; Bartolo, el flojo; Bato, el goloso; y el diablo, el maloso.
Todavía en años recientes la gente de las parroquias participaba como actores de las pastorelas en las calles de su barrio. Eran espectáculos populares que le daban mucha vida a la comunidad.

Nochebuena
La noche del 24 de diciembre es la misa de gallo y la cena de Navidad. Durante todo ese día, e incluso en días anteriores, las mujeres de las familias se dedican a cocinar gran cantidad de exquisitos platillos.
Para no quebrantar el ayuno de ese día, era costumbre tomar en la nochecita una pequeña colación que consistía en atole de agua espolvoreado con cáscara de cacao tostada y molida, que se acompañaba con delicados buñuelos bañados con miel y salpicados con grageas de colores. Enseguida las familias cantaban villancicos, haciendo tiempo mientras llegaba la hora de la Misa de Gallo, siempre muy alegre pues allí también se cantaba con panderos en un ambiente cálido y de expectación.
Luego, juntos, regresaban al hogar y se daban los aguinaldos, ya que la Navidad era y es la fiesta de los niños. Nada más conmovedor que contemplarlos abriendo paquetes, sus ojos brillantes de anticipación, de asombro y gozo, por el deseo cumplido o por la sorpresa que les dejó el Niño Dios.
Finalmente se servía la cena en una ambiente de regocijo y paz, pero también con un dejo de melancolía al recordar a los ausentes, pues:
La Nochebuena se viene,
la nochebuena se va,
y nosotros nos iremos
y no volveremos más.

La cena de Nochebuena
No hay alegría sin comida ni amor sin compartir. El espíritu navideño se prolonga en la cena hospitalaria. Esta no podía servirse antes de las doce de la noche, hora en que terminaba el día de la abstinencia y seguía aquel en que ya se podía comer carne y pescado. Por fin llegaba la hora de la cena que era tan deliciosa y abundante que compensaba con creces la espera. ¡Qué variedad de platos! ¡Qué diversidad de postres! ¡Qué arreglo de la mesa tan especial! En cada hogar mexicano –de acuerdo con sus posibilidades económicas– se echaba la casa por la ventana para esta gran ocasión que reunía a todas las familias, no sólo padres e hijos, sino abuelos, sobrinos, tíos, parientes lejanos y aun conocidos que acudían aceptando la hogareña generosidad de los anfitriones.
Algunos de los platillos típicamente mexicanos de esta linda época son el caldo de habas, el bacalao, el guajolote con mole, pero sobre todo los buñuelos, el ponche de frutas y los tamales.

Día de los Santos Inocentes
Esta fiesta se celebra el 28 de diciembre, en la que se rememora la matanza de niños de Belén que ordenó el rey Herodes, cuya intención era eliminar al Niño Jesús. Para proteger a su hijo, José y María huyen a Egipto.
Ese día existe la costumbre de pedir en broma cosas prestadas, para devolverlas más tardes con regalos en miniatura. Actualmente sólo en muy pocos mercados se consiguen las charolitas de hojalata o de porcelana con juguetes en miniatura especiales para hombres y mujeres, típicos de esta fiesta, y de las tarjetas con versos alusivos como estos:
Inocente palomita
que te dejaste engañar
sabiendo que en este día
nada se debe prestar.

También existe la costumbre de hacer bromas y engaños a los demás, haciéndolos quedar como “inocentes” ante el ingenio de quien plantea la broma y aprovecha el descuido del amigo que olvida que ese día puede caer víctima de ese juego.

Día de Reyes
La fiesta de Epifanía, que se inició en Oriente en el siglo III, tiene el encanto del misterio: tres Reyes Magos caminan siguiendo una estrella, llenos de fe y esperanza, hasta encontrar el amor de Dios Niño y celebrar su unión mística con él.
En los Nacimientos, manos infantiles acercan al pesebre las figuras de los Santos Reyes, y al caer la noche dejan sus zapatos en la ventana para recibir los regalos que han de dejarles al pasar con su cabalgata de camellos, caballos y elefante. Van camino al portal de Belén, donde ofrendan al Niño Jesús oro por ser rey, mirra por ser hombre e incienso por ser Dios, y reciben a cambio paz, amor y gozo, que fueron su recompensa. Melchor, Gaspar y Baltazar comparten desde entonces el tesoro del amor que recibieron, por eso son tan generosos.
En su recuerdo se celebra el 6 de enero. Según la costumbre se comparte una rosca de pan que lleva escondida la figura de un Niño Dios chiquito de porcelana. Cada comensal parte su porción, y al que encuentre en su parte El Niño tiene la obligación de invitar a todos los concurrentes a una tamalada el
2 de febrero, día de la Candelaria.
Ese día es costumbre llevar a bendecir al Niño Jesús, en una charola adornada con flores entre dos candelas que, al quedar benditas, sirven de protección y ayuda en las tempestades.
Con esta fiesta finaliza el ciclo navideño.

Las tradiciones son también nuestro patrimonio.
El alcohol industrial, que se vende a mares y cuyo consumo se promueve con insistencia en la televisión, en el radio, en carteles gigantescos y en los periódicos es una presencia constante que a veces se convierte en una sombra enorme en este tipo de fiestas tradicionales. Las otras drogas, las ilegales, también circulan en abundancia en estas fechas, destrozando con su espectro los valores que dan un sentido de humanidad a nuestras comunidades.
El comercio sin límites de todos los objetos, las ideas, las sensaciones y aún de los sentimientos ha provocado una crisis monstruosa que tiene muchas aristas: el desastre ecológico, el desorden financiero, la injusticia, la riqueza fabulosa concentrada en muy pocas manos frente a la miseria terrible que alcanza cada día a un mayor número de personas, la violencia ejercida desde las cúpulas del poder político y del económico y también desde la desesperación y la degradación moral de los bajos fondos de la sociedad.
Es importante frente a este panorama reavivar nuestras tradiciones, las que nos hacen pensar y hablar de nuestras propias vidas, de la nobleza que también existe entre nosotros, de las cosas que guardamos en nuestra memoria colectiva.
Hace falta que hablemos más con nuestros amigos, con nuestros familiares, practicar el arte de la conversación. Que no queramos llenar nuestra vida con los estímulos artificiales del consumismo, que nos convierte como individuos en simples consumidores cautivos y productores alienados de mercancías, sino que encontremos la fortaleza de nuestra individualidad, nuestra conciencia, nuestra dignidad de seres humanos.

(La información de esta charla fue tomada del folleto titulado Aspectos de las fiestas navideñas en México, de la Galería Universitaria Aristos, editado por la UNAM en 1981)

Diciembre 1996.

martes, 21 de junio de 2011

carlos mario alvarado


La Tarahumara: una tierra herida. Análisis de la violencia en zonas productoras de estupefacientes en Chihuahua.

Por Jesús Chávez Marín

Varias veces se ha mencionado que los escritores de Chihuahua se ocupan muy poco de la realidad que los rodea, en la que están involucrados; muchas veces en su obra se escapan hacia el esteticismo, el esoterismo y la lírica individualista. Mientras tanto la vida pasa. El humo de las maquiladoras, el narcotráfico, la violencia y la transa política parecen solo temas del periodismo y nunca de la literatura que se escribe en estas tierras.
Carlos Mario Alvarado ha decidido con este libro suyo, escrito con el rigor de un sociólogo y con la belleza de un pulido estilo de narrador, dar un paso firme en el largo camino de dar sustancia literaria al tiempo que transcurre en su tierra.
Existen muchas formas de contar una historia. Alvarado decidió en este libro contar una extensa historia donde la protagonista es una sociedad sostenida por un profundo sentido de la honra que se enfrenta a condiciones adversas de clima y de economía invasora y avasallante, y más tarde, a partir de los años cincuentas, invadida también por uno de los grandes poderes financieros del mundo: el narcotráfico, tal como lo señala el autor al principio de su libro.
La semilla de la violencia y de la venganza ya existía en los grupos un tanto dispersos de mestizos y de indígenas que habitaban la sierra. Frente a situaciones de carencias angustiantes, empezó a extenderse una actividad nueva: la siembra y cultivo de amapola y mariguana que era pagada generosamente por extraños que empezaron a llegar a los más apartados lugares en sus avionetas. La cosecha se pagaba con dólares, armas y licor. Para muchas familias era la única salida. Niños, mujeres y señores grandes empezaron a producir la droga, aprendieron el cultivo y la clandestinidad.
Las autoridades del país respondieron con golpes, torturas, fumigación indiscriminada de sembradíos. Pero algunas veces también se convertían en socios de aquella gigantesca actividad tan productiva que tenía ramificaciones en altos círculos de poder. Muchos aventureros comenzaron a llegar. Ostentaban sus armas poderosas, camionetas de lujo y parrandas de varios días acompañados de Los Tigres del Norte o de cantantes que cobran montones de billetes. Pacas de a kilo.
La espiral de la violencia de la que habla Alvarado en su libro era ya un remolino que se llevaba ciudades enteras. Los jóvenes campesinos fletaban aviones para traer desde Parral ríos de cerveza y de hielo para festejar durante noches enteras la cosecha de aquel aceite que brotaba de las preciosas flores rebanadas. El número de muertes fue aumentando, según revela el autor en el cuidadoso manejo de los datos que aporta. Las cárceles estaban repletas y los presidentes municipales solicitaban más hospitales para que tanto herido no muriera desangrado por falta de las más elementales atenciones.
Años después, alguien decidió desde las sombras de su lujoso escondite que la cocaína debería consumirse más en aquellas lejanas tierras de campesinos. Para que los jóvenes jamás tuvieran ya salida, para que se involucraran de plano en una actividad en la que ya eran expertos desde niños: el cultivo de aquella mercancía clandestina que se producía entre los montes, los discretos ríos y las parcelas escondidas y vigiladas por hombres fuertemente armados que eran capaces de enfrentarse al mismo ejército nacional. Claro, la cocaína venía de fuera, pero su consumo era conveniente en estos lugares productores de mariguana y amapola en cantidades a veces industriales.
Su oficio de periodista y sus estudios profundos de sociología, filosofía y teología son los surtidores de un natural talento narrativo que Alvarado muestra con mucha sobriedad. No se entretiene ni se deja llevar por su habilidad para contar historias, sino mantiene firme la rienda de su texto para avanzar en los caminos correctos de una rigurosa investigación antropológica y social, que es la verdadera textualidad de La Tarahumara: una tierra herida. Con este su primer libro, Carlos Mario Alvarado aparece como escritor de gran estilo y presenta un material revelador y valioso para la comprensión de una de las zonas más oscuras de nuestra conciencia colectiva.

Alvarado, Carlos Mario: La Tarahumara: una tierra herida. Editorial del Instituto Chihuahuense de la Cultura, México, 1997.

Junio de 1997.

lunes, 20 de junio de 2011

el arte de tomar café


La vagancia intelectual del café: refrigerio intelectual, fuente de palabras y zona de pensamiento crítico.

Por Jesús Chávez Marín

Una mujer que es psicóloga, quien por confusas razones del amor me critica mucho, me dijo una tarde que yo había pasado más tiempo en las cafeterías que en la universidad. Ese comentario me dejó un poco pensativo y le dije que tal vez tenía razón; durante diez largos minutos me la pasé preocupadísimo por todas aquellas horas perdidas. Por supuesto, me refería a las horas pasadas en el aula.
En efecto, conozco las tres o cuatro cafeterías que hay en nuestra ruinosa ciudad. Durante años he venido conociendo a las diversas peñas que se dan cita en los distintos lugares, grupos de amigos ocasionales que se reúnen en busca de un relajamiento psicológico como un refrigerio intelectual, para decirlo con palabras de Guillermo Herrera, a quien entrevisté para escribir este relato, ya que él es todo un experto en el arte de tomar café.
Es así como he ido conociendo las diversas tertulias, gordas que se ponen a desayunar con sus amigas y a contar con sumo desparpajo las intimidades más secretas de otras amigas ausentes; políticos en retiro que leen al descuido los periódicos mientras saborean su amargura mezclada con la amargura reconfortante del café; desempleados que con moneditas acabalaron para un café y con la mirada levemente humillada examinan el anuncio clasificado que hace polvo todas sus esperanzas: ni son ingenieros industriales, ni saben computación, menos el 80% de inglés, ni tienen de 20 a 35 años, ni son de presencia agradable, ni consigue cartas de recomendación, ni traen para la propina, ni conocen algún compadre influyente.
Para no hacerles el cuento largo no hablaré de otros tipos de especímenes habituales del café: vendedores ambulantes que se la pasan revisando sus tarjetas y la verdad perdiendo el tiempo sin hacerle caso a Napoléon Gil, su autor de cabecera, quien en 200 páginas que ellos tantas veces han repasado les dictó las instrucciones precisas para hacerse ricos; misántropos que como fueron profesores durante cuarenta años se siguen comunicando con sus semejantes en tono sentencioso y reprobatorio. Y otros.
El caso es que yo mismo terminé perteneciendo a una peña: el de los escritores asiduos a la cafetería, quienes toman café nada más porque saben que la cafeína se emplea como tónico del corazón. Ya sé que una gran cantidad de personas en esta ciudad se pueden preguntar, en diferentes tonos y con distintas implicaciones, que ¿cuáles escritores?, ¿a poco en serio hay escritores aquí? Vagos, ociosos, borrachines, mariguanos, periodistas hay muchos, ¿pero escritores? ¿hay deveras?
Pareciera que en este pueblo no hay lectores, los que pudieran establecer una demanda de escritura. Al no haberla, suena absurdo que exista la oferta: los supuestos productores de textos ¿para qué carajos se ponen a escribir? Ni quien los pele. Para la gran mayoría de los chihuahuenses son desconocidos los nombres de Enrique Servín, Ana Belinda Ames, Rubén Mejía, Lilly Blake, Alfredo Jacob, Lourdes Garza Quesada, Luis Nava Moreno o cualquiera de los cinco que estamos en esta mesa (Alfredo Espinosa, Mario Lugo, Guadalupe Salas, Alma Montemayor and me).
En 1992 nosotros mismos organizamos un debate en torno a estos asuntos. Examinamos diversos factores en torno a lo que sería en Chihuahua la profesionalización de los oficios de la escritura.
De un lado poníamos la oferta: los escritores de cualquier tipo: poetas sentimentales, articulistas que llenan las planas editoriales, poetisas sensualmente histéricas, reseñistas de libros de los que lleguen tres ejemplares que los libreros locales venden al doble de su precio, redactores políticos que se la pasan sacándole la garra a sus colegas que están en el candelero, cuentistas, ensayistas y uno que otro novelista.
Del otro lado poníamos la “demanda”, las personas físicas o morales que requieren textos: se supone que las primeras empresas que buscarían conseguir textos son los periódicos. Pero en Chihuahua, al igual que en muchas otras regiones, los periódicos no necesitan textos de ningún escritor de su localidad. No tienen espacios culturales, ni de opinión, ni de análisis. Las pocas páginas son refritos de la prensa de la ciudad de México del día anterior; con notas informativas de sus propios reporteros, el 70% de los cuales son mera transcripción de boletines oficiales de gobierno o de clubes o de organismos empresariales; recortes de la revista Teleguía, Proceso, Eres, Cine Premier para llenar las columnas de espectáculos.
Las escasas funciones locales de teatro, danza, música; las también escasas conferencias o presentaciones de libros o exposiciones de artes plásticas no reciben cobertura, excepto de los fotógrafos de sociales de vez en cuando.
Otro cacicazgo que tal vez compraría textos, que es la mercancía que producen los escritores, es la oficina de promoción cultural del Gobierno del Estado. Pero la verdad compra muy pocos, ya que su actividad es escasa. En cuatro años de su inútil existencia, el Instituto Chihuahuense de la Cultura no ha editado ni un solo libro, ni un triste folleto. Antes se publicaba una revista Solar, de la cual en tres años alcanzaron a salir 20 números. Esa publicación se mantuvo en cinco etapas, con cuatro distintos equipos editoriales que cambiaban según las caprichosas destituciones y sustituciones de los 4 directores que han tratado sacar el buey de la barranca, sin conseguirlo. Todos ellos alegan a su favor que el gobierno siempre les asigna un presupuesto enano, y que nunca tienen dinero para nada y mucho menos para andarles pagando a los escritores de la ciudad de Chihuahua, los cuales en el fondo son muy despreciados por parte de los burócratas de la cultura.Mucha de la gente que circula en los cocteles comparte con ellos esa actitud de lo más pendeja: se refieren a los artistas, a los literatos de su ciudad llamándolos seudointelectuales. Así. Nunca los nombra como intelectuales, siempre les ponen el prefijo para sentir su propia chispa de ingenio y autosuficiencia.
Del municipio ya mejor ni hablamos. En la administración pasada su actividad editorial, escasa y de pésima calidad, se dedicó a publicar libros de historia y a favorecer, por cierto que mínimamente, a la empresa editora de la cual era dueño el propio presidente municipal Patricio Martínez, el Centro Librero La Prensa. Esta administración tampoco lleva muy buenas trazas, aunque ya conocemos a una editorial privada que tuvo un pequeño patrocinio para la publicación de un libro de cien páginas titulado La región romántica.


Junio 1995.

sábado, 18 de junio de 2011

josé pérez espino


En la resolana de Solar

Por Jesús Chávez Marín

Señor José Pérez-Espino, editor de Semanario: Tuve el gusto de conocerlo a usted en abril de 1992, cuando nuestro amigo Willivaldo Delgadillo me invitó a trabajar en la divertida mesa de redacción de Semanario.
En aquel tiempo era usted un joven de 23 años y jefe de información. Ahora es usted el editor y yo, por mi parte, regresé de ciudad Juárez aunque sigo disfrutando el privilegio de seguir escribiendo en sus hospitalarias páginas, ahora desde mi ciudad de Chihuahua.
Leí con interés su excelente análisis crítico publicado en la página 11 del número 203, titulado “Cómo autoelogiarse”, donde examina con lupa el número 8 de la revista Solar que dirige en esta ciudad José Luis García.
En su artículo se refiere usted a mi reseña “Danzón para editores de literatura en su fiesta de 15 años”. Acerca de su texto, quiero escribirle aquí algunos comentarios.
1. En su página 11 dice esto: que Mario Humberto Chávez pone en la presentación de Solar esta afirmación: “La generación de escritores de la segunda mitad de este siglo se ha formado en la Escuela de Filosofía y Letras de Chihuahua”. Y luego escribe, con cierta irresponsabilidad juvenil lo siguiente: “Tal afirmación es falsa. En ese mismo número lo contradice Jesús Chávez Marín, quien identifica tres grupos”.
Resulta que yo jamás contradije a Mario Humberto. Al Contrario. Estoy totalmente de acuerdo en que la mayoría de quienes escribimos en la ciudad de Chihuahua hemos tenido contacto, con mayor o menor intensidad, con la Escuela de Filosofía y Letras, la cual fue fundada ya hace 30 años por Gaspar Orozco y Federico Ferro Gay. Es cierto que hay tres grupos literarios, pero en los tres hay gente que se formó en esa escuela y que después realizó su trabajo profesional de escritura en periódicos y espacios diversos, donde cada quien tenía sus querencias y sus intereses.
2. En la página 13 de su artículo, saca usted esto: JChM fue incluido no obstante que (solo) ocasionalmente trabaja el cuento y la poesía. Solar lo reconoce como uno de los más leídos cronistas culturales de la comunidad”.
Y en eso tiene usted la razón. Es cierto. Todavía no soy autor de libros, no tengo prisa por serlo, créalo. Mi placer ha sido desde 1976 publicar mis textos en periódicos y revistas. Me gusta el juego de comunicación rápida y efímera del periodismo y no aspiro a la eternidad incierta de los libros.
En cuanto a que yo sea “uno de los más leídos cronistas culturales”, allí sí le agradezco su generoso comentario.
3. En su página 14 pone usted esto: “tal parece que para JChM la literatura chihuahuense es únicamente aquella que se publica en la ciudad de Chihuahua”. Y aquí, señor José Pérez-Espino, le gana nuevamente el arrebato de su pasión crítica. En mi artículo quedan muy claros los límites de tiempo y espacio del asunto que se trata: 15 años de revistas en la ciudad de Chihuahua. Lo remito a mi página 76, donde escribo: “Para que después no se den por inexistentes, también deberíamos mencionar que en la ciudad hubo algunos grupos que alguna vez en la vida quisieron ser”.
Por supuesto que tengo noticia del excelente trabajo de escritura de todos ustedes que viven en Juárez. Incluso he tenido la suerte de tenerlos como compañeros de páginas en el antiguo semanario Ahora y en la joven revista Semanario del Meridiano 107, de la cual es usted subdirector.
Para consignar aunque solo fuera superficialmente la trayectoria de ustedes como escritores hubiese yo tenido que entregar otro artículo casi igual de extenso que este del cual estamos platicando. Los editores de Solar solo me pidieron este de nuestra ciudad. Para hacer el otro, hubiera tenido que investigar en Ciudad Juárez todos los espacios que usted mismo anota en su ensayo: la revista Nod, los talleres del INBA, los 30 números de Entorno, las memorias de los encuentros nacionales de escritores que organiza la Universidad de Juárez, los festivales literarios de la Escuela de Agricultura ESAHE, los Cuadernos de Arena, las Ediciones Arácnido y la elegantísima Puentelibre.
Para realizar esa investigación yo hubiera querido viajar a Juárez, instalarme en casa de mis suegros, que allá viven, entrevistarlos a todos ustedes. Pero me dio mucha pereza intentar bajarles presupuesto a los burócratas del caso que, la verdad, se tardan mucho para entregar los recursos financieros que, a pesar de que son nuestros, ellos administran, a veces con demasiada soberbia, lentitud y torpeza.
4. En la misma página 14 de su artículo viene esto escrito: “La mayor parte de ese texto (o sea el mío) fue publicado en el número 109 de Semanario correspondiente al 27 de abril de 1992, pero el dato no es consignado y el texto aparece como publicado por primera vez”. Bueno: mi texto “Danzón para etcétera” es la refundición de aquel artículo que yo saqué para celebrar la salida del libro de poesía Segunda muerte, que le publicó la UNAM a Rubén Mejía. Solo que en ningún lado digo ahora que este artículo sale por primera vez, la verdad nadie me preguntó y, cuando le fue entregado al editor de Solar no me pareció hablar de mí ni de mis artículos de antes. Me pareció útil el texto de antes para la reseña que se me pidió respecto de este asunto de levantar una breve historia de las publicaciones literarias.
Quede esta carta para señalar, pues, que fue en Semanario donde salió la primera versión de este texto, en su mayor parte. Es más, fue escrito en las computadoras de su misma sala de redacción.
Finalmente quiero decirle que, por mi conducto, esta ciudad le agradece la atenta crítica con la que usted señala todos los gazapos y vacíos de información que se cometieron en el número 8 de Solar.
Reciba un fraternal saludo de quien se honra en llamarlo compañero de redacción y colega en el luminoso ejercicio de la literatura.

Mayo 1994.

viernes, 17 de junio de 2011

siqueiros, lucha y sebastián

Salud, José Pedro Gaytán

Por Jesús Chávez Marín

A las ocho de la noche, llegué al Teatro Saavedra, donde se habría de presentar el libro 3 artistas camarguenses, de José Pedro Gaytán. En el vestíbulo del teatro, él recibía personalmente a sus invitados a quienes, también personalmente había entregado la invitación para esta ceremonia literaria. Era signo de la buena suerte que, media hora antes, ya hubiesen tantas personas platicando animadamente.
Me asomé al foro y allá me quedé, porque Lucha Villa cantaba con su voz ronca y sexi desde los discos viejos con la buena sonorización de la tecnología japonesa y la excelente acústica de este teatro de lujo: no me quedó otro remedio que sacar de mi portafolios un litro de tequila que traía, y servirme un generoso vaso discretamente, mientras muchísima gente seguía llenando a la función.
Con permiso de mis amigos los administradores del teatro, subí a la cabina de las luces y las sombras, desde donde se divisa por los grandes cristales las trescientas butacas y el proscenio. Salió una canción de José Alfredo Jiménez brindando por ellas y yo me quedé recordando aquel homenaje que en 1982 organizó José Pedro Gaytán y su grupo Aura a José Alfredo, donde cantaron Nidia Corral, Acihua, Eduardo Escalera y otro charro cuyo nombre no me acuerdo, acompañados del Mariachi Zapopan. El paraninfo de la universidad estuvo a reventar, la escenografía era un zarape muy fino y un sombrero enorme y de lujo, se leyeron ensayos muy alegres y eruditos escritos por Oscar Robles y Luis David Hernández. Al igual que esta noche, aquellos días eran también tiempos de dicha y cariño muy bien elaborados. Y es que aquel también fue una fiesta literaria. Cualquiera que haya saboreado siquiera una vez el agua fresca de esta fuente mágica, la literatura, sabe para siempre en donde habitan los secretos de la fábula, los orígenes, la fantasía y el amor: en las palabras que escriben los poetas.
Y antes de que esta crónica se me siga poniendo tan lírica como acostumbra, ya pasó media hora: se los juro que el teatro está casi lleno, para sorpresa de todos. Ya nos habíamos acostumbrado a que los Juegos Literarios viene poca gente y siempre empiezan tarde esperando inútilmente a que lleguen tarde otros pocos y aquello no se vea triste. Pero esta noche todo empezó puntualito. Apagaron las luces, le subieron el volumen a la música y se oyó una voz muy bronca, acompañada por el mariachi de disco, que gritaba:
—Silencio, señores, éntrenle a la pelea: el gallo de oro de San Pedro de la Pasión, contra el bulique de Lorenzo Benavides. ¡Cierren las puertas!
Con sus mejores galas. Subieron al foro muy contentos y se acomodaron en sus sillas. Del otro lado, bajó el autor del libro, José Pedro Gaytán muy del brazo de su amiga Silvia Sapién, la productora de este espectáculo, quien subió al atril y dijo en el micrófono unas leves palabras. En dos minutos, le cedió la palabra al protagonista.
Gaytán agradeció, emocionado pero muy sereno como siempre, la presencia de tantas personas que tanto lo queremos. Habló un poco de sus aventuras como periodista cultural, como crítico del arte mexicano y como profesor del Tecnológico de Monterrey. Dijo que antes nos parecía muy lejano el libro, nos conformábamos con suplementos y revistas. Pero que gracias a la energía de escritores nuestros como Alfredo Espinosa, Rubén Mejía, Guadalupe Salas, Rubén Alvarado y Gabriela Borunda que ya empezaron a sacar buenos libros, con rigor profesional y con una calidad que no le piden nada al nivel nacional, muchos nos decidiremos a seguir su ejemplo y que, por lo pronto, aquí está este libro que hoy presentamos.
Discurso brevísimo y ágil, lo cual agradece siempre el público desde sus cómodas butacas, cuya regocijante obligación es aplaudir lo que bien le parezca y también vaciar la sala cuando el espectáculo no cumpla sus expectativas. El público: ese conjunto de todos nosotros los que asistimos a los teatros y a los museos en busca de un leve fragmento de La Verdad, y también con el ánimo de hallar algo de acción y buen humor para bañar nuestras penas o para compartir la mexicana alegría.
A continuación, la escritora Guadalupe Salas leyó con su voz clara y sensual dos relatos del libro donde salen algunas de las andanzas del famoso escultor Sebastián, uno de los cinco artistas más portentosos del mundo con su geometría caliente y monumental. Guadalupe vestía unas mayas negras de licra y una camisa de algodón blanquísimo, la verdad, andaba muy guapa y estilera como siempre, así solo se visten las poetas modernas y lindas. Luego leyó este texto suyo:
“Toda aparición de un libro cualquiera es, sin duda, una celebración, primero de orden personal y segundo para la historia de una comunidad concreta. José Pedro Gaytán nos regocija con este importante recuento y análisis de los tres artistas camarguenses. Me llama la atención como sigue con extrema fidelidad el desarrollo artístico de Siqueiros, Lucha Villa y Sebastián, sin dejar de lado la apreciación sociocultural de Camargo.
Santa Rosalía de Camargo de pronto nos parece un Macondo mágico, un pueblo que ve llegar a las carpas como un anticipación quimérica donde el arte tendrá cabida a pesar de su limitado espacio.
El libro de Pedro Gaytán también es historia personal donde lo anecdótico camina paralelo a la nostalgia, a las canciones populares, a los exacerbados rasgos de los murales de un loco visionario, como lo fue Siqueiros, y a las figuras de proporciones voluptuosas de las esculturas de Sebastián”.
Mira que sabroso camina: se dirige a Guadalupe Salas con gracia desde el atril de lectura hacia la mesa del presidium. Luego el mismo Gaytán presenta al siguiente lector, el ingeniero David Carrera, minero y músico, quien leerá dos breves textos del libro que se refieren al pintor David Alfaro Siqueiros, gloria de Camargo y famoso luchador social. Después otro lector lee historias de Lucha Villa. Entre cada lector, José Pedro platica breves episodios literarios de todo un grupo de gente, los 53 escritores de esta ciudad son los protagonistas de esta nuestra colectiva educación sentimental.
Para cerrar el acto, sube Silvia Sapién con una enorme sonrisa que nos invita al vino de honor que ya está listo a la salida junto a siete frascos gigantes de Coca Cola para los abstemios y los niños que asistieron.
Quizá la escena más bella de todo este teatro tan bien dirigido, fue la firma de los autógrafos. Se hizo una gran fila al centro del escenario donde muchos hombres y muchas mujeres se acercaban con su libro en las manos para que Gaytán les estampara frases cariñosas y su famosa firma de autor en la primera página de su libro. Alfredo Espinosa me comentó: mira, para que veas que la literatura si interesa a mucha gente, no nada más a unos cuantos.

Æ     Mayo 1994.