martes, 14 de junio de 2011

anaya


El chamán José Vicente

Por Jesús Chávez Marín

A los 21 años el poeta José Vicente Anaya (n. 1947) se fue de Villa Coronado a vivir al Distrito Federal. Allá inició la típica vida de empleado en ascenso y para 1976 tenía un buen empleo, un magnífico salario (eran los buenos tiempos de los petrobonos), un departamento bien ubicado, con buenos muebles y muchos libros.
Una tarde estaba mirando otra vez la foto de su abuelo materno, Jesús Leal, quien había sido guerrillero villista de aquellos bandidos sociales que se disfrazaban de arrieros, que se agarraban a balazos y los perseguían por los montes mientras ellos se morían de risa, y cuyas historias narran en los corridos de la revolución con voces y guitarras de Los Tremendos Gavilanes y Los Halcones de Saltillo. Los rasgos del indio del norte de aquel abuelo ilustre le dieron indicios a José Vicente Anaya de que en alguna parte de la Sierra Tarahumara debería buscar signos de su pasado y destino.
Entonces empezó a abandonarlo todo, regaló sus libros, vendió lo que pudo de sus pertenencia e inició un largo viaje por la república que duraría un año y cuya fase final debería ser su larga estancia en la Sierra Tarahumara. Vivió en varias ciudades, entre ellas Juárez y Chihuahua, en la Sierra de Oaxaca, en Macuiltianguis y fue limpiándose el hartazgo de vivir cómodamente en las zonas urbanas con dinero y vacío.
Finalmente llegó a la Sierra Tarahumara donde encontró a varias personas que fueron sus guías en ese viaje de iniciación. Había un antropólogo francés llamado Francoise Lartigué, a quien de inmediato los raramuris nombraron Pancho Lagartija, un misionario Gaeta (Galleta) acompañado de unas monjas vestidas de jipis y con greña de Janis Joplin, pero sobre todo José Vicente encontró a un chamán tarahumara muy anciano llamado Hermeregildo, a quien mostró la foto de su abuelo Jesús Leal. Cuando el chamán vio la foto, de manera gustosa dijo:
– Sí, es tarahumara.
Entonces decidió aceptar como a uno de los suyos a José Vicente y lo inició por el rito del peyote, que aunque no era consagratorio, le daba acceso a una fuente de conocimientos que antes el poeta no había encontrado. Con el chamán Mereilo (Hermeregildo) José Vicente pudo hacer la síntesis de muchos sueños, caminatas y recuerdos que antes habían estado desordenados, vivió todas las experiencias que fueron posibles y le removieron de manera intensa sensaciones y misterios.
—Yo llegué a sentir que ya había estado allí, no me sentí ajeno de esa tierra.
Ya ante José Vicente Anaya había estudiado la cultura china, el budismo, el Tao Te King por un lado y la filosofía existencialista francesa por el otro, sobre todo a Sartre, pero ahora Mereilo lo iniciaba en otra fuente de conocimiento más cercana a los enigmas profundos de la tierra y la naturaleza. Le pidió que fabricara un collar con cuentas grandes de ámbar y colores de agua. Estos collares no son decorativos ni de adorno, son una forma de escritura espiritual que desde entonces José Vicente ha estado escribiendo y reescribiendo al azar cada vez que los hilos se gastan o se revienta: cuando esto pasa también hay cambios importantes en la vida del poeta. Luego le pidieron que construyera otros tres collares para regalárselos a tres amigos en el futuro como iniciación también para esta fuente de conocimientos.
—¿Y a qué personas les regalaste esos collares?
—Eso por ahora quiero que quede oculto.
—José Vicente, ¿consideras que un escritor es también un chamán?
—El concepto de chamán podría traducírtelo, a la manera occidental, como lo que acá sería un médico, un sacerdote, un sicoanalista, hasta un científico o un sabio mayor. En este sentido considero, sí, que el poeta es un chamán en el sentido estricto y más completo de la palabra.
Recientemente Anaya tuvo también su rito de iniciación en el Budismo Chan, y ya antes ha sido un estudioso de la literatura oriental. Quizá en México, por ejemplo, José Vicente Anaya es el que tiene una visión más actualizada y exhaustiva del haikú japonés. Ha traducido a los clásicos del haikú auxiliado por asesores japoneses, pertenece a la Sociedad de Escritores de México y Japón. Por otro lado, uno de sus libros que más ha circulado se titula Largueza del cuento corto chino. Platicamos con José Vicente Anaya largamente en el comedor del Castel Sicomoro cuando vino a la mesa de literatura de las Jornadas FM 1991. Su conversación es tan inagotable que llenaría 25 notas como esta que aquí llega a su punto final.

Octubre 1991.

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