miércoles, 22 de junio de 2011

ceremonias de navidad

Orígenes de las tradiciones navideñas
por Jesús Chávez Marín
Para muchos hombres y para muchas mujeres el recuerdo de los regalos, los juguetes, que amanecían cuando eran niños cerca de su lecho, o al pie del arbolito, al amanecer del día 25 de diciembre, día de la Navidad, es uno de los grandes tesoros de la memoria. La Navidad había ido creando un ambiente de fiesta, de ternura y de alegría donde los niños esperaban siempre sorpresas. Las comidas especiales, las cenas, las piñatas y el regreso de los ausentes reforzaban siempre los afectos familiares.
La Navidad es sin duda alguna, dentro del año, la celebración de mayor arraigo entre todas las esferas sociales y, por lo tanto, se manifiesta y proyecta en múltiples y variadas formas; pero dentro de ellas, a pesar del carácter profano que ha venido adquiriendo, se encuentra siempre el mensaje y la esencia religioso-emotiva que le dio vida.
La tradición universal de la Navidad, de profundo contenido espiritual y emotivo, tiene su centro en la religiosidad cristiana que celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret. Los rituales y las fiestas adoptan rasgos singulares y distintivos en cada país, de cada región, y sus modalidades e interpretaciones son condicionales por la sensibilidad y los recursos colectivos o individuales de cada lugar y de cada época. Existe, entonces, una tradición navideña mexicana, ya que sus conceptos pasaron de la vieja España a la nueva como consecuencia del descubrimiento del mundo americano y de la conquista material y espiritual, donde adquirieron valor propio dentro del mosaico pluricultural que conforma nuestro país. La Navidad tiene un arraigo profundo en el pueblo mexicano, que la concibe como un elemento que desde siempre a formado parte de su ser.
El ciclo navideño en México se inicia con la primera posada, el 16 de diciembre, que son un Novenario; la natividad del Señor el 25 de diciembre; el día de los santos inocentes, el 28; la Epifanía, o sea, la llegada de los Santos Reyes Magos y termina con la Candelaria, el 2 de febrero.

Las posadas
Al parecer tuvieron su origen en un lugar llamado San Agustín de Acolman, donde los frailes agustinos las implantaron con el propósito de sustituir y erradicar las celebraciones paganas del culto idólatra. Asimismo se sabe que los dominicos, en su afán de divulgar el santo rosario, establecieron y difundieron el Novenario que precede al 24 de diciembre.
En 1587 fray Diego de Soria quiso que el pueblo participara de manera pública en la preparación de la Navidad y obtuvo del Papa Sixto V una bula que autorizaba la celebración en la Nueva España de unas misas llamadas de aguinaldo, del 16 al 25 de diciembre, que tenían lugar al aire libre, en los atrios de los templos, y entre las cuales se intercalaban pasajes y escenas de la Navidad.
En un principio la celebración se limitó a las misas de la mañana; después se prolongó a la oración de la tarde con el rezo del Rosario y luego, en el siglo XVII, se establecieron las procesiones.
Por lo que toca a la costumbre de pasear los peregrinos, fray Juan de Véjar fue uno de los que más contribuyeron a difundir esta devoción, sustentada en el censo césaraugustano que obligó a José y a María a trasladarse de Nazaret a Belén, donde nacería Jesús. De esta manera, a las procesiones se añadieron las figuras de los peregrinos José y María quienes, guiados por un ángel, pidieron albergue en Belén. Así nacieron las posadas.
De acuerdo con la costumbre, al tiempo que se canta se suelta se rechifla con silbatos, se queman luces de Bengala y zumban los cohetes. Los versos para pedir posada no son iguales en todas partes y, además, cada lugar tiene su propia tonada. Las figuras de los peregrinos son en general de barro, aunque en algunos lugares se presentan en vivo.
Al terminar de rezar se rompe la piñata con mucho alboroto. Al final aparecen las charolas con canastitas de porcelana llenas de colación, o las bolsas con dulces, con las que la dueña de la casa agradece la visita de sus invitados. A veces se prolonga la velada alrededor del canasto henchido de buñuelos y de la olla de atole blanco. Así termina la posada.

La piñata
Se dice que la piñata es de origen chino, que Marco Polo la llevó a Italia. De ahí pasó a España y luego a México, donde es ahora elemento característico de las posadas mexicanas. Otros creen que las piñatas son un elemento autóctono, de la tradición prehispánica, derivado directamente de los ricos adornos en forma de piñas, confeccionadas con flores y frutas de gran colorido, que los indios acostumbraban hacer para sus fiestas. Sin embargo puede aventurarse que las piñatas mexicanas son producto del sincretismo cultural.
Si las teorías sobre el origen de las piñatas son diferentes, no lo son menos acerca de su simbolismo; mas entre todas las interpretaciones que de éste se han hecho, la más generalizada es la que representa la lucha que sostiene el hombre, valiéndose de la fe para destruir el maleficio de las pasiones.
Las piñatas tradicionales tienen forma de liras, rosas, barcos, sandías, animales estrellas y muñecos con cabeza de cartón pintados al agua cola. La base es una olla de barro cargada con frutas de la estación: limas, cañas, jícamas, naranjas, tejocotes y cacahuates. La olla tiene orejas, por las que pasa el mecate del cual se cuelga. Primero se le pone una capa de papel periódico y el resto se cubre con cartón, papel de estaño y de china, hasta lograr la forma deseada; todo se pega con engrudo hecho con harina, agua y una pizca de alumbre para que no se descomponga. El resultado es una creación única, individual, producto de la imaginación del artesano. La forma de muchas piñatas se adapta a la moda.
Cuando llega el momento de romperla hay que tener preparados un palo de escoba adornado con papel de china y un paliacate para vendarles los ojos a los que quieran pegarle. Los mirones que esperan su turno cantan versos como estos.

No quiero fruta ni quiero plata
yo lo que quiero es romper la piñata.

Dale, dale, dale, no pierdas el tino
porque si lo pierdes, pierdes el camino.

La piñata nunca debe estarse quieta; el que la maneja debe maniobrar con ella de tal manera que suba y baje para que el que la ataca se desconcierte y no pueda romperla de inmediato. Se trata de prolongar la diversión conservando lo más posible su efímera pero alegre vida.

La puesta del Nacimiento
El acontecimiento central de las celebraciones navideñas es la puesta del Nacimiento, o sea, la escenificación no sólo del Misterio, el Niño, San José y la Virgen –figuras insustituibles- elaboradas de diferentes materiales, a los que suelen añadirse la mula y el buey, el ángel, la estrella, los pastores y los Reyes Magos, sino también todo tipo de figuras que la creatividad popular ha hecho incluir.
La costumbre de la escenificación del nacimiento se debe a San Francisco de Asís, quien tuvo la feliz idea de representar en vivo el Nacimiento del Niño Dios, allá por el año de 1223, en el pueblo de Greccio, Italia. Se representó después con figuras de madera vestidas de tela, las esculturas más famosas se hacían en Génova y Nápoles.
La costumbre de poner nacimientos pasó de Italia a España, donde los llamaron Belenes, y de allí a México. Al principio se ponían solo en los templos, y más tarde en los conventos y en las casas particulares.
Para estimular la devoción de los nuevos cristianos, los misioneros propagaron en el pueblo mexicano la costumbre de los belenes y aprovecharon la destreza y habilidad manual indígena para su manufactura.
Las figuras tradicionales se hicieron con los más variados materiales. Hay constancia de un nacimiento del siglo XVIII “de hueso en un corazón de vidrio”, que valía en aquella época cuatro pesos.
Un material muy usado fue el zumpantle, madera casi tan ligera como el corcho y, por lo tanto, fácil de labrar. Se cubrían primero con una capa ligera de yeso, luego recibían el encarnado de rostro y manos, o pies, y por último el estofado de las vestiduras, el cual consistía en pintura de colores sobre fondo de oro y plata, bruñidos.
Las figuras de cera, por la facilidad de su modelado, fueron muy usadas en México. A veces sólo la cabeza y las extremidades eran de cera, insertadas en un cuerpo de madera con vestidos de tela. Se vaciaban en molde y se acababan a mano con mucha paciencia, afirmando los detalles de la cara y de las manos, aplicando ojos de vidrio o de alguna semilla diminuta. En el siglo XIX encontramos nacimientos con esculturas hechas con plata casi pura amalgamada con mercurio para darle ductilidad, las cuales eran pintadas y decoradas como si fueran de arcilla.
Los nacimientos típicamente mexicanos se caracterizan por su ingenuidad, anacronismo, colorido y tinte costumbrista local: creaciones dictadas por el instinto y la sensibilidad que reflejan la psicología del pueblo y en las que coexisten lo refinado y lo primitivo, lo realista y lo simbólico, con notas de humorismo, ironía, tristeza, optimismo y candor; perfiles, actitudes y matices que le dan un toque humano.
Para realizar la escenificación de los nacimientos, los mexicanos utilizan los más variados materiales, agregando todos los elementos y signos que le parecen apropiados para expresarse. El espíritu religioso del mexicano, aunado a su paciencia amorosa, destreza manual y deleite en el trabajo, ha guiado y continua guiando a artistas y artesanos de modo singular.
Significativa es, dentro de los adornos florales navideños, la flor de nochebuena (cuetlaxóchitl), originaria de México, cuyo uso, al principio únicamente regional, se ha extendido en todo el mundo como símbolo navideño.

Las pastorelas
En la evangelización de la Nueva España el teatro ocupó un lugar muy importante. Los Autos Sacramentos eran piezas breves que representaban historias religiosas. Los misioneros tuvieron que aprender las lenguas de los indígenas y se valieron del teatro como medio de instrucción.
Entre esas formas de teatro religioso estaban las pastorelas o entremeses para las posadas. El tema de las pastorelas es casi siempre el mismo. Se inicia con un conciliábulo en el infierno: Luzbel, preocupado por la llegada del Mesías, decide salir al mundo a ponerle tentaciones a los pastores para que no lleguen al portal. El arcángel Miguel lo desafía y lo vence. El arcángel Gabriel anuncia el nacimiento del Niño Dios y todos acuden con sus ofrendas al pesebre, donde después bailan y cantan villancicos.
Los personajes de la pastorela simbolizan siempre una cualidad o un defecto determinado que los caracteriza: Gila, la sufrida; Bartolo, el flojo; Bato, el goloso; y el diablo, el maloso.
Todavía en años recientes la gente de las parroquias participaba como actores de las pastorelas en las calles de su barrio. Eran espectáculos populares que le daban mucha vida a la comunidad.

Nochebuena
La noche del 24 de diciembre es la misa de gallo y la cena de Navidad. Durante todo ese día, e incluso en días anteriores, las mujeres de las familias se dedican a cocinar gran cantidad de exquisitos platillos.
Para no quebrantar el ayuno de ese día, era costumbre tomar en la nochecita una pequeña colación que consistía en atole de agua espolvoreado con cáscara de cacao tostada y molida, que se acompañaba con delicados buñuelos bañados con miel y salpicados con grageas de colores. Enseguida las familias cantaban villancicos, haciendo tiempo mientras llegaba la hora de la Misa de Gallo, siempre muy alegre pues allí también se cantaba con panderos en un ambiente cálido y de expectación.
Luego, juntos, regresaban al hogar y se daban los aguinaldos, ya que la Navidad era y es la fiesta de los niños. Nada más conmovedor que contemplarlos abriendo paquetes, sus ojos brillantes de anticipación, de asombro y gozo, por el deseo cumplido o por la sorpresa que les dejó el Niño Dios.
Finalmente se servía la cena en una ambiente de regocijo y paz, pero también con un dejo de melancolía al recordar a los ausentes, pues:
La Nochebuena se viene,
la nochebuena se va,
y nosotros nos iremos
y no volveremos más.

La cena de Nochebuena
No hay alegría sin comida ni amor sin compartir. El espíritu navideño se prolonga en la cena hospitalaria. Esta no podía servirse antes de las doce de la noche, hora en que terminaba el día de la abstinencia y seguía aquel en que ya se podía comer carne y pescado. Por fin llegaba la hora de la cena que era tan deliciosa y abundante que compensaba con creces la espera. ¡Qué variedad de platos! ¡Qué diversidad de postres! ¡Qué arreglo de la mesa tan especial! En cada hogar mexicano –de acuerdo con sus posibilidades económicas– se echaba la casa por la ventana para esta gran ocasión que reunía a todas las familias, no sólo padres e hijos, sino abuelos, sobrinos, tíos, parientes lejanos y aun conocidos que acudían aceptando la hogareña generosidad de los anfitriones.
Algunos de los platillos típicamente mexicanos de esta linda época son el caldo de habas, el bacalao, el guajolote con mole, pero sobre todo los buñuelos, el ponche de frutas y los tamales.

Día de los Santos Inocentes
Esta fiesta se celebra el 28 de diciembre, en la que se rememora la matanza de niños de Belén que ordenó el rey Herodes, cuya intención era eliminar al Niño Jesús. Para proteger a su hijo, José y María huyen a Egipto.
Ese día existe la costumbre de pedir en broma cosas prestadas, para devolverlas más tardes con regalos en miniatura. Actualmente sólo en muy pocos mercados se consiguen las charolitas de hojalata o de porcelana con juguetes en miniatura especiales para hombres y mujeres, típicos de esta fiesta, y de las tarjetas con versos alusivos como estos:
Inocente palomita
que te dejaste engañar
sabiendo que en este día
nada se debe prestar.

También existe la costumbre de hacer bromas y engaños a los demás, haciéndolos quedar como “inocentes” ante el ingenio de quien plantea la broma y aprovecha el descuido del amigo que olvida que ese día puede caer víctima de ese juego.

Día de Reyes
La fiesta de Epifanía, que se inició en Oriente en el siglo III, tiene el encanto del misterio: tres Reyes Magos caminan siguiendo una estrella, llenos de fe y esperanza, hasta encontrar el amor de Dios Niño y celebrar su unión mística con él.
En los Nacimientos, manos infantiles acercan al pesebre las figuras de los Santos Reyes, y al caer la noche dejan sus zapatos en la ventana para recibir los regalos que han de dejarles al pasar con su cabalgata de camellos, caballos y elefante. Van camino al portal de Belén, donde ofrendan al Niño Jesús oro por ser rey, mirra por ser hombre e incienso por ser Dios, y reciben a cambio paz, amor y gozo, que fueron su recompensa. Melchor, Gaspar y Baltazar comparten desde entonces el tesoro del amor que recibieron, por eso son tan generosos.
En su recuerdo se celebra el 6 de enero. Según la costumbre se comparte una rosca de pan que lleva escondida la figura de un Niño Dios chiquito de porcelana. Cada comensal parte su porción, y al que encuentre en su parte El Niño tiene la obligación de invitar a todos los concurrentes a una tamalada el
2 de febrero, día de la Candelaria.
Ese día es costumbre llevar a bendecir al Niño Jesús, en una charola adornada con flores entre dos candelas que, al quedar benditas, sirven de protección y ayuda en las tempestades.
Con esta fiesta finaliza el ciclo navideño.

Las tradiciones son también nuestro patrimonio.
El alcohol industrial, que se vende a mares y cuyo consumo se promueve con insistencia en la televisión, en el radio, en carteles gigantescos y en los periódicos es una presencia constante que a veces se convierte en una sombra enorme en este tipo de fiestas tradicionales. Las otras drogas, las ilegales, también circulan en abundancia en estas fechas, destrozando con su espectro los valores que dan un sentido de humanidad a nuestras comunidades.
El comercio sin límites de todos los objetos, las ideas, las sensaciones y aún de los sentimientos ha provocado una crisis monstruosa que tiene muchas aristas: el desastre ecológico, el desorden financiero, la injusticia, la riqueza fabulosa concentrada en muy pocas manos frente a la miseria terrible que alcanza cada día a un mayor número de personas, la violencia ejercida desde las cúpulas del poder político y del económico y también desde la desesperación y la degradación moral de los bajos fondos de la sociedad.
Es importante frente a este panorama reavivar nuestras tradiciones, las que nos hacen pensar y hablar de nuestras propias vidas, de la nobleza que también existe entre nosotros, de las cosas que guardamos en nuestra memoria colectiva.
Hace falta que hablemos más con nuestros amigos, con nuestros familiares, practicar el arte de la conversación. Que no queramos llenar nuestra vida con los estímulos artificiales del consumismo, que nos convierte como individuos en simples consumidores cautivos y productores alienados de mercancías, sino que encontremos la fortaleza de nuestra individualidad, nuestra conciencia, nuestra dignidad de seres humanos.

(La información de esta charla fue tomada del folleto titulado Aspectos de las fiestas navideñas en México, de la Galería Universitaria Aristos, editado por la UNAM en 1981)

Diciembre 1996.

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