jueves, 23 de junio de 2011

revista fronteras


Presentación de la revista Fronteras

Por Jesús Chávez Marín

Pocas cosas hay más descansadas y que provoquen tanta sensación de bienestar que tirarse en un sillón a leer una revista nueva. Los temas y las formas de ese tipo de publicaciones son tan varias como los gustos de las masas de lectores de todos los estratos culturales. Desde revistas para ciudadanos que se la viven al filo del analfabetismo hasta revistas tan sofisticadas que rayan en la pedantería ridícula con la que el pecado de la soberbia suele ser castigado.
Pero nada ofrece más sensación de actualidad, de pertenencia a cierto ámbito determinado de interés, que hojear una revista y leer detenidamente los textos que resultan de pronto atractivos y desdeñar sin culpa alguna lo que de plano no nos importa. Lectura ligera, sabiduría sabrosa, información insospechada y señas de identidad para el lector son las revistas. Son un paseo amable con muchas veredas y paisajes y frescura saludable, climas diversos para escoger.
La revista Fronteras, de la cual ya van cuatro números muy elegantes con el diseño sobrio y fino de Gabriela Rodríguez y Fernando Rodríguez, ha ido ganando una gran cantidad de lectores. Los que nunca tuvo Cultura Norte, su antecedente inmediato, que era soporífera y nunca consiguió alguna idea reconocible de diseño gráfico, ni de secciones y no fue más que una reunión desordenada de notas sin rigor y gráficas, las que hubiera al cierre. Aquella revista para lo único que sirvió fue para que Edmundo Valadés, cuyo nombre aparecía como director, se la pasara viajando al amparo de buenos presupuestos y lujosos viáticos y reuniendo información fragmentada, descuidada, sin el mejor profesionalismo. Por fortuna, este tiempo ya pasó, aunque no deja de ser útil señalarlo para ejemplo de futuras generaciones que pudieran caer en la tentación de buscar tan picarescas forma de la vida regalada.
La revista Fronteras tiene, en cambio, una estructura editorial bien definida. El tipo de material escrito cae en su propio lugar y fue una gran riqueza incluir el Dossier de Literatura, donde dos autores en cada número aparecen con su obra, ideas sobre literatura, formas de escritura y una semblanza ágil de personalidad como autores; de pronto puede suceder que el lector se encuentre joyas verdaderas y lucientes como los cuentos de Patricia Laurent Kullick.
Otra grandeza de esta revista es la sección de fotografías en blanco y negro que se llama Portafolio. En cada número aparece una muestra de dos autores, todos ellos muy buenos artesanos de la imagen. Hasta hoy han salido Ricardo Martínez, Pavel Hroch, Jorge López Vela, Silvia Calatayud, Guadalupe Velasco, y Alejandra Platt, además de los ganadores de Fotoseptiembre del año pasado.
Los ensayos y las entrevistas tienen buen nivel de redacción y algunos logran sostener el interés hasta su final. Por ejemplo el ensayo o crónica de Francisco José Amparán que se titula “Obstáculos y problemas de una generación perdida, Escritores norteños”, donde con buen humor y con rigor informativo hace un análisis del oficio literario que se realiza fuera del Distrito Federal.
Editar una revista es más complicado y laborioso que editar un libro. Y los resultados siempre serán disparejos. De esa manera, nunca pueden evitarse los lugares comunes como esta frase: “lugar de encuentros y desencuentros”, imagen gastadísima que usa Federico Campbell para referirse a la frontera San Diego-Tijuana. O la chocantísima palabra, que además es un barbarismo total: “la otredad”, que ya ha usado centenares de veces otros tantos centenares de autores que se sienten a sí mismo como interesantes descubridores de un mundo raro.
También adolece la revista Fronteras de una maniática insistencia en redactar ideas, figuras y metáforas respecto a las palabras frontera, fronterizo, puentes, cruces de caminos. Como que los editores del D.F. que publican tan descentralizada revista, descentralizada por oficio, por decreto y por obligación burocrática, se sintieran un tanto incómodos de tener sus oficinas en el mero centro de la ciudad de México, lugar que reúne los poderes, decisiones y presupuestos desde donde se dictan las órdenes que regirán los destinos de la cultura mexicana, fronteriza o no.
Otra fascinación incómoda es la veneración a los grandes nombres de autores famosos que algunas vez tuvieron algo que ver con algún estado “fronterizo”, porque nacieron allá, o tramitaron su acta de nacimiento o su fe de bautismo o se fueron de profesores rurales o de diputados por aquel distrito. Los nombres son: Jaime Sabines, Carlos Pellicer, Edmundo Valadés y otros similares. La verdad tanta adoración da vergüenza ajena.
Para disimular un poco el evidente centralismo de su factura editorial, la revista echa en su directorio unos cuantos nombres “fronterizos” de autores que pasan a ser figuras de paja de un así llamado “Semanario editorial” formados por dos posibles escritores de cada uno de los estados de Baja California, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Sonora, Tamaulipas, Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Tabasco y Yucatán y ya está: frontera norte y frontera sur prendidos en los alfileres de una autoría caprichosa e inmóvil.
En el caso de Chihuahua, sus representaciones son Rubén Mejía y Socorro Tabuenca. Tal vez por eso sucede que la información literaria y artística de este lugar se vea tan ninguneada. En cuatro números de Fronteras solo han aparecido minirreseñas escasas y desatentas: un comentario sobre la antología A medias tintas, de Rafael Ávila, dos poemas de Carmen Amato, una nota de siete líneas sobre la revista Solar número 19, otra un poco más larga sobre el número 19 de Azar, y dos comentarios críticos sobre dos libros de autores chihuahuenses: Reveses, de Alfredo Espinosa y Tarahumara, una tierra herida, de Carlos Mario Alvarado.
Sin embargo estas pequeñas raspaduras son faltas menores. No se puede negar que Fronteras es una revista de buena calidad, sin importar que sea fronteriza o deje de serlo, y que está llamada a ser una publicación importante, sobre todo en los años noventas, cuando desaparecieron tantas publicaciones y suplementos literarios en el país al mismo tiempo que han surgido, paradójicamente, una gran cantidad de escritores nuevos que buscan desesperadamente un lugarcito en la inmortalidad, que solo la letra impresa puede otorgarles.

Junio 1997.

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