viernes, 16 de julio de 2010

rubén alvarado


Relatos de un poeta lleno de risa cuyo nombre es Rubén Alvarado. Presentación del libro Cosas de la mala suerte

Por Jesús Chávez Marín

La celebración que esta noche de mayo nos reúne pertenece a la índole de fiestas que mayor felicidad causa a los literatos: la presentación de un libro nuevo, escrito por uno de nosotros.

Rubén Alvarado nos convoca hoy con duplicada suerte: en primer lugar, no es común platicar con este poeta extraño y solitario cuya sonrisa es inolvidable. Pocas veces aparece él en alguna calle, en alguna lectura pública de textos, en algún café del centro. Es discreto y habla poco. Se despide antes que pase media hora, porque vagos asuntos lo llaman a otra parte. Él se lleva consigo la máquina de escribir que trae en la pulsera de su reloj y lo acompaña siempre. Se esfuma literalmente como un fantasma elegante.

En segundo lugar, este libro que nos llega ahora desde una imprenta de la ciudad de Puebla, titulado Cosas de la mala suerte, llena nuestras manos de imágenes y sombras; pone en la boca palabras para contarnos con gentileza muchos asuntos que luego resultan ser de la propia vida. Alvarado es un maestro que tiene intuición certera. Nadie sabe cómo sacó de nuestra memoria más íntima historias que jamás nos atrevimos a contarle a nadie.

Por ejemplo estas dos que voy a leerles:

Ella era única, la mujer más bella que había visto. Los atributos creados en sus largas noches en vela se habían vertido en el hermoso cuerpo joven que pasaba junto a él.

Solo escapaba de aquel efímero encuentro, ella entraba a la iglesia acompañada por un lujoso hombre, mientras él guardaba su amor callado, en el fondo de la escarapelada taza de peltre.
(Página 55)

Esta es la segunda:

Él vive al lado. La vieja casa fue dividida hace muchos años. Desde entonces, o tal vez antes, se fue levantando entre los dos un muro inmenso que terminó por separarnos.

A la fecha nos vemos casi nunca. Él parece no envejecer, yo ya tengo el cabello entrecano. Aún le escucho mover lo que supongo son muebles; cavar en el patio hoyos interminables en donde posiblemente sepulta los treinta y tantos años que me lleva en delantera.

Él en la casa grande, yo en la de enseguida, nos hemos quedado solos, cada cual royendo su melancolía y soledad, cada uno tomando el café a solas.

Únicamente en las noches de aguaceros gustamos de charlar un poco. Es cuando lo veo a los ojos, cuando siento que estoy más viejo que él, cuando pienso que mi padre es de cantera.
(Página 25)

Hace veinte años descubrí que los textos que escriben los poetas son objetos tan concretos y útiles como todas las cosas que acompañan la existencia de los hombres y las mujeres. Me acordé recientemente de aquella revelación cuando leí este libro de Rubén Alvarado y cuando transcribí en mi cuaderno algunas de sus páginas.

Los textos viven entre nosotros como lámparas de nuestra casa, como copas en las que servimos amorosamente un poco de vino tinto en el lecho de la intimidad. Como automóviles, trigo, flores en el patio, plumas de tinta negra y punto mediano con que escribimos tremendas historias que ocurren por las mañanas. Los textos son objetos sonoros que nos acompañan, alimentan; dan frescura en verano y calor en invierno; son galas que nos visten, y semejantes a la loción con la que aromamos el cuerpo para ir a las citas.

Las palabras, los poemas están al alcance de las manos y de la memoria, viven en los libreros y en la silla del baño, en la cocina de la vivienda, si queremos tenerlos.

En estas páginas hay mucho material de sueños. Al reverso de las hojitas, en los calendarios del año 2000 habrá textos de Rubén Alvarado tomados de este libro. En las oficinas, algunas muchachas adornarán la cubierta de su escritorio con alguno de estos relatos, esas mujeres y uno que otro señor habrán de hacer la trascripción del libro y sacarán copias para regalarlas a sus amigas y a sus hermanas.

Y es que la precisión cuidadosa de estas maquinitas de lectura que escribe Alvarado tiene una mezcla de tonos muy seductora. Humor cariñoso y tenue, melancolía profunda y a veces completamente dolorosa; prosa cristalina, agua pura fluye y brilla en la hoja como en un río en su lecho de arena, en su ribera el perfume de las jarillas nos invita a respirar y a pensar y a escribir otras palabras que solo fueron sugeridas en el silencio de las interlineas por este autor, para quien los lectores formamos parte en la trama en sus relatos.

¿Quién es este hombre?, ¿cómo se le ocurren tantas historias?, ¿de dónde las saca?, ¿por qué se mantiene él pensando todo el santo día mientras camina, mientras es al mismo tiempo maestro de literatura o periodista, algunos años, estudiante de materias extrañas en la hermética vida?

Se la vive pensando y escribiendo. Nos observa detenidamente con sus grandes ojos que escudriñan aún más que nuestro propio espejo. Acaso en este mismo momento sus ojos y sus manos nos están transformando en personajes literarios y saldremos en las páginas siguientes que firme Rubén Alvarado. Como una sombra de ejemplo, aquí va otro texto suyo:

Mi abuelo decía que los poetas al morir se transforman en fantasmas. En risas ocultas que nadie ve. Se ignora de dónde aparecen y sin embargo no se les puede negar.

Los hombres temen debido a su naturaleza humana, no porque el fantasma quiera asustar, no. Ellos tienen otras ocupaciones, como hacer literatura; claro, son fantasmas y no se les puede censurar, porque ¿a quién censuraríamos?, ¿a dónde dirigiríamos nuestras palabras?
(Página 26)

Bueno. Además de cumplir su condición de fiesta de iniciación, las presentaciones de libros son también un digno acto de comercio. Por eso quiero decirles a ustedes que se lleven este libro, cómprenlo, léanlo, guárdenlo en la biblioteca de sus corazones. Aquí lo tienen, son Cosas de la mala suerte de Rubén Alvarado.

Mayo 1994.

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