lunes, 5 de julio de 2010

kalimán


Un episodio de Kalimán

Por Jesús Chávez Marín

A finales de los años cincuentas y principios de los sesentas, a la una de la tarde, muchos niños en la ciudad de Chihuahua, recién saliendo de clases de la escuela primaria, escuchábamos el radio en la estación xebu la norteñita. Salía un episodio más de la radionovela Kalimán el hombre increíble. En la entrada musical del programa sonaba el inicio de la quinta sinfonía de Beethoven y un locutor anunciaba con dramatismo: Kaa-li-mán. Tierno con los niños. Galante con las mujeres. Implacable con los malvados. Así es: Kalimán: ¡el hombre increíble! Con la magistral actuación de los primeros actores Andrea Palma en el papel de la princesa Ligeia; Augusto Benedico interpretando al conde Bartock. Mario Humberto Chávez en el papel de Solín. Y en el papel de Kalimán: ¡el propio Kalimán! Así lo anunciaba y eso daba un toque de realismo al relato radiofónico.

Años después se supo que la voz del famoso héroe yogui la hacía el actor español mexicano Luis Manuel Pelayo.

Con muy efectiva capacidad de síntesis, el locutor narraba los hechos recientes de la saga: En el capítulo anterior, la reina Ligeia estaba a punto de caer a la celada terrible que para ella prepararon los esbirros del malvado conde Bartock. El pequeño Solín, por su lado, volaba hacia el abismo de la desesperación al no poder salvarla, sabiendo que Kalimán andaba muy orondo de visita en el lejano oriente, concretamente en China, caminando tranquilo por la gran muralla, y sería imposible que pudiera salvarla.

Pero en esos mismos instantes, nuestro héroe se preparaba física y mentalmente para realizar ¡el actus mortis!

Tres minutos antes de que llegaran los comerciales, iniciaba el nuevo episodio:

Kalimán, ¿qué haces aquí? Pensé que andabas en la China lejana y misteriosa. Pero por otro lado, qué bueno que viniste, porque la princesa Ligeia está en extremo peligro.

Serenidad y paciencia, mi pequeño y valiente amigo. He de decirte que aún estoy en China, en la gran muralla O sea: mi cuerpo. Mediante el kantra del actus mortis he logrado llegar a este valle de la muerte para impedir que Bartok logre sus malvados propósitos.

Respiro entonces, maestro. Sé se que habrás de salvar a la hermosa Ligeia.

Con la misma serenidad y relajamiento, el locutor cumplía de nuevo su papel de narrador: Kalimán, o su espíritu mismo, se desplaza con ligereza hasta donde transita la linda y ojiverde princesa Ligeia, quien jamás se hubiera imaginado el peligro que la acechaba y el destino terrible que le hubiera deparado la suerte al caer bajo la esfera de dominio del terrible vampiro. Nicomedes, el vasallo incondicional del tenebroso conde Bartock, esperaba complacido el desenlace casi ineludible, cuando de pronto aparece Kalimán. La esmeralda en su turbante de lino brilla como un tigre entero; la silueta de su cuerpo se proyecta en el follaje de los árboles gigantescos. Parece una pantera de sombra. Los ojos de Kalimán, su mirada penetrante, se clavan como un puñal en la frente del esbirro, quien retrocede asustado.

Kalimán, ¿qué haces aquí, maldito? Creí que te habíamos mandado a la China. Que andabas de turista en aquel país helado y milenario.

Eso quisieras tú, cobarde, que con una dulce joven usas toda la fuerza de tu malvado corazón.

Sabes bien que no tanto yo, sino mi amo, el conde Bartock, es quien elaboró la estratagema. Yo obedezco órdenes.

Lo mismo peca quien mata la vaca tanto como el que le sostiene la pata o viceversa, como dice mi compadre mexicano, Raúl.

Pues de todos modos, no podrás salvar a la meliflua Ligeia con tu yoga de a peso. No eres más que un hombre mostrenco vestido con sábanas y kimonos.

De nuevo el narrador tomaba la batuta: con esas palabras aludía Nicomedes al atuendo blanco que Kalimán viste día y noche, que a la luz del sol en aquella alborada de junio brilla como plata, como luna, como espejo.

Y entonces, sin que mirada alguna hubiera podido percibir su movimiento, Kalimán, a increíble velocidad, sube la montaña hasta llegar al lado de la hermosa y frondosa Ligeia, una fracción de segundo antes de que un alud de cuarzos y metales caiga sobre su dulce cuerpo, que la fuerza de aquellas piedras en su gravedad hubieran sin duda destruido.

En transición inmediata, después de aquella acción heroica precisa y metafísica, se oía la primera ronda de anuncios comerciales. Con música ranchera, un grupo cantaba: Siga los tres movimientos de Fab, remoje, exprima y tienda. Luego el siguiente: La masa Maseca rinde mucho más; un kilo de Maseca mire lo que da: 80 tortillas para preparar enchiladas y tacos, pero ya. También la voz de seda aguardentosa de Enrique Rocha anunciaba: Fume Faros, son re buenos y nada caros.

Con agilidad similar a la del famoso yogui hindú mexicano, la producción radiofónica retoma la historia con ritmo dramático: Esa misma tarde Solín y la dulce Ligeia vuelven a pedir consejo a su famoso padrino y mentor Kalimán. Con paciencia de santo y de mínimo y dulce Francisco de Asís, nuestro héroe les contesta con versos de Omar Khayyam: vivan con intensidad el fugaz instante de la vida. Mientras tanto, con maldad inverosímil, el vampiro Bartock destilaba ira y veneno para llenar de tinieblas a quien se le pusiera enfrente, ayudado con mansedumbre y eficiencia por Nicomedes, su asistente, quien al referirse al adolescente Solín, le llamaba “pequeña sabandija”. Con otras dos rondas de mensajes mercantiles, llegaba el final de cada episodio de media hora.

Con voz amistosa, y a la vez poniéndole mucha crema, el locutor preguntaba al micrófono como al oído de la seducida audiencia, formada en su mayoría por niños y también por numerosos adultos: ¿Podrá Kalimán regresar su espíritu y presencia desde aquí hasta China, donde su cuerpo sin respiración lo espera, a él o a la muerte?; ¿volverá otra vez a lograr completo el peligroso acto de yoga del actus mortis, mediante el cual se desdobla en increíble viaje astral a la velocidad del relámpago?; el amor secreto que Ligeia siente por el caminante y aventurero, ¿logrará enlazar a Kalimán en la trampa confortable del cariño y de la estabilidad en una venturosa unión que lo lleve a reposar de tantas tormentosas batallas físicas y espirituales?

No se pierda el siguiente capítulo de Kaa-li-máan: ¡el hombre increíble! Descúbranlo ustedes mismos mañana, a la misma hora y en esta misma estación.


Junio 2010.

1 comentario:

  1. Modesto Vázquez González y Rafael Cutberto Navarro escribieron Kalimán primero para radio y luego para comics. Este relato está basado en su obra.

    ResponderEliminar