lunes, 1 de agosto de 2011

alfonso chávez salcido

 Vamos a dar un paseo entre la resolana y la sombrita. Presentación del libro Retratos cotidianos, de Alfonso Chávez Salcido

Por Jesús Chávez Marín

Cuando niños la ciudad era un lugar fantástico, espacio abierto, inmenso, habitado por personas extraordinarias que a veces nos miraban pero que casi siempre pasaban indiferentes, ocupados en sus asuntos con rostros duros, concentrados, la mayoría de las veces de gesto agrio, como enojados. Algunas veces íbamos al centro de la ciudad y sentíamos llegar a un lugar distinto cada vez, a la vuelta de la esquina pasábamos por primera vez frente a una tienda donde la abundancia de frutas, juguetes, olores y sonidos era asombrosa, por allí caminaban enanos y señores elegantes, ancianos de ciento veinte años de edad y señoritas con vestidos preciosos y perfumado aroma cuya presencia era un regalo para los que pasaban a su lado.
¿En qué momento perdimos esa mirada? ¿En cual año de nuestra vida la indiferencia nos perdió y nos encontramos de prisa caminando con gesto de fastidio por una ciudad, la misma, que ya no nos importaba, donde ya éramos solo gente que va sin fijarse en nada y llega al banco a cobrar un cheque o entra a una oficina oscura y helada, llena de ruido sin armonía ni sentimientos. Para algunos de los niños que ahora nos miran atentos somos unos blandos monstruos del mal humor de los muchos que se aglutinan en las ciudades.
Pero para esos males existe el remedio. Son libros como este de Retratos cotidianos, escritores como Alfonso Chávez Salcido que nos corrigen la mirada, nos devuelven el asombro y los colores de las cosas, afinan nuestros cinco sentidos, nos llevan de nuevo a pasear por las calles y a escuchar las voces que habíamos perdido por andar aturdidos en las cuentas, las parrandas, las compraventas.
Lo primero que cautiva de este libro es hallarnos a la vuelta de cada página con personas y objetos reconocibles, que en la escritura son nuevos para nuestros ojos, para la imaginación. El tono del narrador nos incluye de alguna manera, somos los lectores quienes hacemos este viaje interior y nuestros los van naciendo en cada relato.
El narrador se presenta a sí mismo desde el inicio del texto:

Aquí estoy
rodeado de entes
tan móvil como el viento
viajero urbano
que relata el vacío
ámbito de todos
los que verán
con mis ojos
en estas letras

El tono de la prosa será complejo: no solo construye con gran habilidad espacios narrativos con descripciones ágiles, sino además da voz a los personajes recreando un lenguaje que suena auténtico en cada uno de ellos, registrado con oído fino y escrito con gran belleza. Las voces populares se armonizan en el discurso formando una prosa que tiene una cadencia poética. Quizá lo más original de este libro sea ese tono de contar historias donde las ideas surgen con naturalidad, las imágenes logran una expresividad enérgica y clara.
El panorama presentado en estos relatos está nutrido por una conciencia histórica sólida y una reflexión visión compleja de los usos y costumbres de la sociedad moderna. Y aunque los modelos reales de muchos de los personajes de estas historias son personas concretas, con nombres propios y vida verdadera, la anécdota que les da vida literaria está forjada con un punto de vista que los proyecta desde un ángulo con alto grado de significación.
No se trata solamente de contar una historia entretenida. El narrador busca trastocar el lenguaje para hallar la profunda humanidad del personaje, de la situación dramática y de los mismos lectores, involucrados en el juego literario, los mil ángulos y filos de un destino colectivo.
La modernidad del género relato ha abierto este tipo de textos hacia muchas posibilidades. El retrato literario, la viñeta, la prosa poética, el aforismo, la flecha rauda de algún dato histórico significativo, la secuencia del guión cinematográfico, la entrevista, la grabación de un monólogo, el ritmo pausado de un ritual, a todo acude el autor para establecer y sostener este pacto de comunicación entre su narrador y sus lectores.
La mezcla de sensaciones es otro de los recursos efectivos de este libro. El barroquismo de las descripciones, la estridencia de los ruidos que abunda en todas las ciudades, encuentran equilibrio en una prosa de gran sobriedad y de amplio registro. Escuchemos, como ejemplo, este fragmento:

A la ciudad la tocamos no solo con las extremidades, sino con la vista, el oído y el olfato. Calculamos la distancia entre nosotros y el auto que nos embiste, el oído reacciona ante el chirriar de llantas y los músculos de las piernas se tensan, espueleados por la adrenalina; el control físico para evitar el choque entre cuerpos en las avenidas enmarañadas de obstáculos.

Indígenas, niños de la calle, prostitutas, vendedores ambulantes, músicos, son aquí personajes entrañables. Otros relatos del libro tienen distintos personajes, el espacio literario de su fábula está habitado por golondrinas, palomas y otros seres que comparten el entorno vital y son parte de un destino común. Así en un pasaje el autor narra esto:

Allí mismo, al amanecer, el ruido de miles de alas estremece al parque, se forman remolinos oscuros que inician el día en busca del grano, fruto o insecto para llenar sus insaciables mollejas. Y en la esquina trafica aburrimiento el caballo del hombre que acarrea tierra de hoja para los jardines, o fruta y verduras. El equino saluda con mirada triste a los perros que ladran a sus retumbantes cascos, acostumbrados al pavimento. En los barrios suburbanos y residenciales, al anochecer, se escucha el maullido de los gatos, con ojos fieros y brillantes que llaman a sus evasivas consortes ocasionales, para perpetuar la especie, y con agilidad trepan árboles y bardas en búsqueda constante, acabando a su paso con alimañas y ratones descuidados.

En otra parte también las estatuas y los monumentos son personajes singulares, desde muros nobles o cuerpos de bronce de 60-90-60 nos acompañan y nos hacen sentir la pertenencia a un espacio y a un tiempo determinados, nos dan la seguridad de arraigarnos en un paisaje que nos da sustento.
Este libro es un bello retrato de la ciudad de Chihuahua. En su simbolismo nos sentimos aludidos y nos comunica su escritura un matiz de amabilidad y esperanza. No es un libro amargo, aunque relate de pronto tantas miserias cotidianas. Es un texto pensado con buen humor, con afecto por los seres humanos y confianza en la trascendencia de nuestro destino.

Chávez Salcido, Alfonso: Retratos cotidianos. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 2000.

Agosto de 2000.

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