lunes, 28 de febrero de 2011

poetas de ciudad cuauhtémoc

En la foto Andrés Espinosa.

Crónica de cinco amigos que se reunieron en Ciudad Cuauhtémoc para compartir el fuerte licor de la poesía: presentación del libro Quinteto para un pretérito, de José Luis Domínguez, Andrés Espinosa, Juan Marcelino Ruiz, María Dolores Guadarrama y Raúl Manríquez

Por Jesús Chávez Marín

La historia es conocida: hace algunos años varios artistas de ciudad Cuauhtémoc fundaron la revista Voces de tinta, donde aparecieron textos de gran calidad literaria, dibujos y fotos. Desde entonces esa ciudad empezó a ser conocida no solo por la dulzura y el color de sus manzanas y el vigor del trabajo y la economía sino también por sus poetas, sus escritores.

Cinco de ellos publican ahora este bello libro de poemas titulado Quinteto para un pretérito. Además de ser un solo libro, donde la voz y el estilo de los cinco autores permanece unido en una misma atmósfera de otoño, amor, tristeza ligera y dulce, y de día domingo, el texto es también la reunión de cinco breves poemarios, con su propia estructura interna y cada uno con su nombre: El amor, un terso, tibio cuerpo de mujer, un dulce pan envenenado, de José Luis Domínguez; Domingo Siboney, de Andrés Espinosa; Salida de emergencia, de Juan Marcelino Ruiz; Febrero se cuelga por mis ojos, de María Dolores Guadarrama y La breve luz, de Raúl Manríquez.

En esta reseña habrán de comentarse primero cada uno de los cinco poemarios, en el mismo orden en que aparecen en el libro, y luego se hablará del libro como estructura completa.


1. El amor, un terso, dulce cuerpo de mujer, un dulce pan envenenado está compuesto con 65 brevísimos textos en prosa trabajada por sílabas, como se escriben los versos, donde se expresan imágenes, figuras y asuntos con gran densidad y capacidad de síntesis, en lo que se conoce como lenguaje poético y a manera de aforismos o versículos.

Desde el primer texto el autor abre una atmósfera, define el tono del discurso, el cual es descendiente digno de textos antiguos como El cantar de los cantares o el Rubaiyat y también de algunos libros recientes. A mí, por ejemplo, me parece, en su forma, semejante a la única novela de Juan José Arreola: La feria. El poemario inicia de forma magistral con el primer versículo. Veamos un fragmento:

Henchida de gozo, como la hierba en la humedad reciente, se yergue la memoria, como una luz líquida y suicida que por amor ya herida se derrumba.

Como en las buenas novelas, los mejores libros de poemas, las obras bien tramadas, este inicio contiene todos los elementos que lo forman: el tono, la atmósfera, el tipo de discurso, los temas y asuntos que habrán de tratarse.

En este caso, la memoria es el personaje que primero aparece, en forma de una lluvia que cae y que voluntariamente se gasta, alterada por el amor. El tono poético se construye aquí por metáforas donde la memoria es una yerba húmeda y fresca o el agua como luz, y por el uso de voces como henchida de gozo, yergue y luz líquida. También porque el sonido del texto es armonioso y de gran elocuencia.

En el transcurso del texto se despliegan juntas una historia de amor y el discurso reflexivo de la existencia, marcada en forma trágica, o sea, ineludible, por la premonición y el ideal del amor perfecto, los placeres del encuentro amoroso y el dolor terrible de la separación y de la ausencia.

Aquí van un ejemplo donde el canto es de presentimiento, casi platónico, de aquel grande amor que todos soñamos, el que la mayoría de nosotros seguimos buscando hasta llegar a la muerte más remota con la ilusión de que en alguna parte existe:

Antes de conocerte solía decir tu nombre... amanecía bajo los puentes o pasaba largo tiempo en una banca solitaria de la vieja estación...

Embriagados por esa grande ilusión de amor, cuando la protagonista aparece por primera vez no podemos mirarla a los ojos, ni conocer su rostro, nuestra mirada no logra definir los límites del contorno de su cuerpo. Ella no es ella sino el ideal de la naturaleza y de la esencia femenina, como en este versículo hermoso:

En el patio, inmóvil, bajo los rayos de una pálida luna, inmóvil, una lámpara: el árbol del cerezo.

La primera presencia es como la luz: rotunda aunque sea inaprehensible:

Cuando tú pasas hay todo un gran incendio, tu detienes el aire y es tu mirada una flor abriéndose hasta el alba, en tus pupilas el universo se torna en apacible sitio.

En la textualidad hay una mezcla afortunada de imágenes que aluden a formas materiales, como el cuerpo o la naturaleza, con formas de lo abstracto, como la eternidad o los delirios. Así sucede en esta parte:

Tus brazos: un par de enredaderas blancas trepando el basalto de mi cuerpo; tus manos ahuyentan seres sin rostro que a veces vienen de pasado a atormentarme. Al mínimo roce de tus dedos surgen en mí destellos de una eternidad que ayer no conocía.

Una de las características asombrosas de las pequeñas flores del desierto es su exuberancia de colores y formas sintetizadas en breve espacio. Así son también estos textos, donde el juego de sensaciones y sentidos es vertiginosos. Hay textos de tres líneas donde se expresan sensaciones de la vista, del sabor, de la temperatura, del sonido, la textura y los olores, como en este:

La noche es así, como tu cuerpo. Escarcha y fuego sobre el mármol, fino encaje, nieve cálida, espuma de la tibia mar, arena, miel contrariando los deseos de la roca.

En este su segundo libro de poemas, José Luis Domínguez alcanza una fecunda madurez.


2. Domingo Siboney está formado por 20 exactos poemas donde el hilo conductor podría definirse así: el poeta realiza un paseo dominical acompañado de sus evocaciones y pensamientos, que inicia en el texto llamado “Palabras en profundo” y concluye en el poema 20, que se llama “Lluvia final”.
El poema está construido con una condensación de imágenes de gran originalidad, se oyen voces que logran relaciones extrañísimas en medio de una cotidianidad amorosa y reflexiva. Inicia de esta manera:

¿Cómo funciona tu amuleto?,
no coincido con el entendimiento
que tienes de las calles;
antes, aquí hubo un río,
en él lavaban las palabras
y eran entregadas a los infantes.

Metáfora concentrada para contar los orígenes del lenguaje, que también son los orígenes de la especie humana: la que tiene las palabras, o sea, pensamientos y recuerdos.

A partir de allí el lector inicia un recorrido donde el espacio está integrado, como un mismo territorio, por las calles de una ciudad, los campos antiguos de un lugar antes deshabitado y el cuerpo como lugar íntimo y abierto a las sensaciones.

Por ejemplo, una mujer es descrita no en la inmovilidad de un retrato, sino en el la energía que produce el movimiento, la acción:

...danos la leche matinal de tu piel,
y la fuerza grisácea de tu mirada;
déjame acariciar el felino en tu espalda,
surca mi intranquilidad con su zarpazo.

En otro texto se describe la plazuela de una ciudad. En los elementos que la forman vive la esencia de la sensualidad y tiempo mítico femenino:

Porque la noche huele a perfume,
salgo a la calle:
la noche y cierta placidez
dirigen mi frente al cielo.
Cruzo el tiempo cuando me dirijo a la plazuela
a reposar mis pies en sus bancas;
recuerdo que llegó ese perfume
antes del aroma a incensario
y a carbón quemado,
a puerta cerrada
a muerte y a presagios;
comenzaron a latir mis ríos antiguos
de agua clara;
agua que aún susurra
hasta cerrar mis párpados
y cerrarme el alma.
La luna zumba de misterios,
descansa su piel blanca sobre el pasto.
Pienso en una mujer,
escucho los aullidos de su noche
que se traslucen al frente de su falda.

Hay un poema llamado “Hotel de mayo” que tiene la estructura de una pieza de teatro, donde el regocijo del encuentro amoroso y el titubeo de la presión social son narrados a contrapunto desde la mirada de uno de los dos amantes.

Otro de los recursos efectivos del libro es la amplificación de las sensaciones. Así, el leve roce de una caricia provoca un sonido estereofónico que llena el espacio vital:

Yo, al tocar tu mano
sentí un toque de dulzura,
mientras tu voz sonaba
por todo el cielo.

La perplejidad ante el destino de la propia existencia es pensada con la sencillez de un paseo cotidiano y con la perspectiva de los cuatro elementos del universo:

No sé por cuales calles continuar
antes de que me sorprenda
la sonrisa oscura del final.
El fuego está a mi lado,
el viento se eleva,
la tierra brota
y el viento baila.

Hay también una certera transfiguración de sensaciones en varios versos, como en estos dos:

Vuelvo a escuchar tu perfume
frotar la ondulación del aire

El estilo de Andrés Espinosa está forjado en la búsqueda de verdades elementales por medio de las imágenes y la armonía sonora de las palabras. Sus cantos de amor son reflexiones acerca del destino. Su textos filosóficos suelen ir mezclados por la presencia de una mujer en el recuerdo, en la memoria, en la cadencia de las palabras, en los sonidos de la ternura.


3. Salida de emergencia es otro ritmo, un sonido profundo, distinto, al que nos había acostumbrado a los lectores Juan Marcelino Ruiz. No ya aquel ingenio burlón de sus textos anteriores, donde era un pensador pesado de humor ligero.

En este nuevo trabajo suyo, compuesto solo de 8 poemas largos, el último de ellos dividido en cinco partes, el tono es distinto desde el primer texto, este bello poema llamado “En la estación”:

Tras los cristales de la estación antigua
la luz del sol se vuelve más delgada,
el filo que toma sus aristas
decanta la pupila indiferente
la seda del metal sombrío
que se extiende más allá de la insistencia.
Salta en mi rostro
la mueca del viajero involuntario;
flota en la incertidumbre de alejarse
la obligación de desaprender los nombres
de acostumbrar los ojos a cielos diferentes
de masticar las migajas de otras lunas
de prescindir de tus huesos de pantera.

Por el oriente...
el tren llega como ayer por el oriente
con su jauría de sonidos tristes,
su silbo agonizante me rompe el cautiverio
y su reptar invicto y testarudo.

Si estuviéramos hablando del género novelístico diríamos que se trata de un texto realista. Juan Marcelino Ruiz no abunda en metáforas, va directo al asunto, aunque también se permite figuras como las migajas de lunas. Lo que sigue conservando de su lírica anterior es el sonido hermoso de su ritmo poético. En nuestra literatura de Chihuahua él es de los pocos que tienen muy bien educado el oído para escribir.

Otro de los recursos de este poeta es su capacidad de observación y de penetración psicológica, el punto de vista bien enfocado. Como se muestra en esta estrofa donde hace un retrato muy expresivo de algunas jóvenes mujeres de ciudades mexicanas en los albores de este siglo nuevo:

Ellas van por el andador sin exigencias,
abrevando en el oasis sabatino
de una tarde ya libre de maquilas,
trituran un chicle con maestría
presumiendo su escasez de primaveras
sobre un cadencioso redoble de tacones.

Para rematar en una escena de colores vivos, donde se demuestra que los buenos poemas, como dice Paz, no solo cantan sino también cuentan historias. Esta es la última estrofa de ese mismo texto:

La selección natural hace las veces
de generoso cupido darwiniano
y por la noche
en el salón de baile los cuerpos sudorosos
compartirán sus risas, su fatiga
al compás de la música grupera.

Los lectores queremos seguir leyendo a los dos poetas que existen en Juan Marcelino Ruiz: el ingenioso que nos hace pensar muerto de risa de su libro Derrepentes, y este poeta de tono mayor que aparece en la reunión de sus amigos en este libro.


4. Febrero se cuelga por mis ojos es la continuidad de una obra poética de tramado finísimo, de una de las buenas escritoras de Chihuahua. Desde su libro anterior, llamado Molinos de viento, María Dolores Guadarrama escribía con la seguridad de quien ya había hallado, luego de muchos trabajos y abundantes lecturas, el estilo de su voz. Algunos de los elementos de ese estilo son: uno, la conexión profunda con los elementos de la naturaleza, las flores, los frutos, las piedras, el aire, las estaciones. Dos, el pulido del texto, hasta hacerlo austero y sencillo, expresivo y elegante. Tres, el buen sonido de los versos, el encuentro armonioso de las palabras, el ritmo cadenciosos. Cuatro, los temas levemente adoloridos, el consuelo de la tristeza asumida, la ternura suave de los movimientos amorosos. Cinco, la profunda feminidad de sus textos, que son también la profunda humanidad, sin fanatismos ni poses agresivas o fundamentalistas.

El poemario abre así:

Gris
febrero se cuelga
por tus ojos
mis ojos.

Con agilidad, el cuarto verso de este breve poema hace un guiño amoroso y, quizá por la química fuerte del amor, se funde con el amado, en una sola mirada.

Este breve poemario está claramente marcado por señales de estación, a la manera de los poemas clásicos japoneses. Es de otoño el ambiente. Al inicio de los textos la señal es completamente declarada:

Llora triste el viento de noviembre
las hojas son estrellas que crujen al contacto
se desmoronan amarillas.
Entre tanto
el polvo rabioso
levanta calaveras.

Predominan la tristeza y el dolor en este pequeño libro de María Dolores Guadarrama. Aun en el bello cuadro de este poema aparece al final la total desesperanza, en forma casi violenta:

Se oyen ladrar los perros
demos un paseo entre el olor de las manzanas
para ver la esperanza en los ojos de las muchachas
que van y vienen de los huertos.
Esperan el veinte de noviembre
su baile y su verdad de ratas.

Es un texto amargo y extraño, de imágenes a veces difíciles de descifrar, como esta:

Vuelvo a nacer, boca que me traga.

Sin embargo tiene la seducción del arte bien trabajado, como lo es el arte de María Dolores Guadarrama.


5. La breve luz es el primer libro de poemas de Raúl Manríquez, quien antes había publicado cuentos en su libro Romance de otoño y en cuanta revista ha salido en los últimos 10 años. También los lectores esperamos la próxima salida de su novela La sierra es frágil (que luego apareció con el título de La vida a tientas), con la que ganó el premio Chihuahua de literatura.

A pesar de que su oficio de narrador seguramente le dio dificultades para hallar los hilos de la poesía, parece que ha resuelto el problema con gran soltura, auxiliado por su temperamento de artista, su talante pensativo y su concentración.

Inicia estos poemas forjados con ideas y con la exacta educación de los sentimientos:

El mundo es también imperfecto.
¿Y a quién le importa?
Acaso nada tendremos
solo esta tarde
y este cigarro
que ya terminan.

Es dominante el tema de la muerte en esta colección de poemas de Raúl Manríquez: el estoico dolor ante el espanto de la muerte, la serena tristeza de los recuerdos:

Irrumpe en la claridad del mediodía
una noticia inesperada
un repentino sinsabor que oprime el aire.

Más adelante dice:

Hay sin embargo una suave indiferencia.

Y aún más:

A pesar de todo
es una tarde hermosa.

Es apenas el umbral del dolor. La angustia llegará después, según se expresa en este verso:

La soledad se agranda
se desmorona la certeza de las horas.

Para que de una vez la cascada del dolor encuentre su caída:

Y hacia dónde dirigir una plegaria
dónde encontrar un mínimo sentido
una razón que aparezca coherente
en la tarde que filtra desteñida
el apagado cristal de la ventana.

Viajes, amores, recuerdos, material de sueños. Material poético en los textos de Raúl Manríquez.

José Luis Domínguez, Andrés Espinosa, Juan Marcelino Ruiz, María Dolores Guadarrama y Raúl Manríquez: Quinteto para un pretérito. Editorial Instituto Chihuahuense de la Cultura, México, 2001.

Mayo de 2001.

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