Un zumbidito
Por Rafael Cárdenas Aldrete
y Jesús Chávez Marín
Laborio circulaba contento con su carro nuevo. Venía de la agencia donde
había dejado sus ahorros en el pago inicial y activado un crédito bancario a
cuatro años; un dineral, pero este precioso KIA Niro, SUV híbrido color azul
profundo por supuesto que valía el montón de firmas que había desparramado al
calce de todos los documentos que le pusieron enfrente.
Ágil demente a pesar
de la edad, es decir, ágil ‘de mente’, conducía disfrutando el silencio del
motor y el desplazamiento sedoso que tienen los carros bien construidos, aunque
las calles de la ciudad sigan igual de irregulares desde el siglo pasado.
La desincronización de
los semáforos lo detiene cada rato, y al llegar a los cruceros más
congestionados, su gozosa calma desabrocha el cinturón de seguridad e inicia la
marcha hacia la neurosis en la marea del tráfico. La impaciencia entonces se le
encaja como nube de abejas directamente en los ojos, los oídos. En su jubilado
cerebro vuelve a ser el profesor maltrecho por tantos años de lecciones
repetidas, toneladas de exámenes revisados, aburridas academias, burocracia
escolar, gritos, burlas de estudiantes malditos, y ahora los imbéciles que
circulan copando dos carriles y el de la troca roja blindada de atrás que se le
echa encima.
A Laborio no le gusta
ladrar insultos ni sonar el claxon con rabia, pero la furia le hormiguea en la
punta de los dedos y sube por los brazos hasta quedársele atorada en el pecho.
Siente cómo se le anuda la garganta de coraje mientras el desgraciado tráfico
se vuelve más denso. Baja la velocidad y circula a vuelta de rueda por la
ineptitud del de adelante de ir lento en el carril de alta velocidad.
“Órale, viejo pendejo,
dale” le gritan. “Hace calor”, piensa a gritos Laborio. Luego un escalofrío y
el mareo se suman al enjambre. “Muévete, buey”, pasa el insulto al de adelante
emitiendo apenas un zumbidito.
“Ya. Ya quiero llegar”. Acelera. Los 146 caballos de fuerza y las 5700 revoluciones por minuto del motor de su bella camioneta lo elevan por encima de los demás automóviles. “¡Claro, compré un híbrido!”. Vuela. Se desliza con una calma celestial, su ánimo se empieza a serenar. “¿Cómo no se me ocurrió antes?” Todos han quedado atrás. El enjambre deja poco a poco el panal.
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