Revelado en placa gris
Por Jesús Chávez Marín
Amalia mira atenta las fotos, una por una. El
fino caballero tomando suavemente la mano de la novia, que se vea el anillo. La semisonrisa dulce, la mirada seria del novio; estos otros jovencitos
frente a frente y el velo cayendo en cascadas desde los hombros, los ojos
tiernos del muchacho; esa donde él muy formal sentado de
pierna cruzada; o aquella otra qué linda a colores, boca
cereza, ojos violeta, traje azulmarino y azahares. Imágenes
recogidas en el fondo de la cámara oscura de sus ensueños, Amalia.
Querido Juan, aquí extrañándote mucho,
esperando te encuentres bien. Qué gusto que conociste a esas personas tan
buenas gentes, pero no trabajes tanto, amor. Como quiera arreglaremos todo, no
nos ha de faltar; ayer fui al centro y anduve viendo fotos de novios, con tanta
ilusión al pensar en nuestra boda. Ya pronto termino mi vestido blanco, lucirá
lindo. Cuídate mucho, vuelve pronto. Tuya siempre.
―Buenas
tardes, señorita. ¿En qué le puedo servir?
―Buenas.
Pausa, y luego:
―Oiga, ¿me
puede decir por qué pusieron mi retrato en el aparador?
―Mientras no se pague el total de la foto, podemos ponerla donde mejor nos
convenga. Que sirva siquiera de publicidad. Tan bien que nos quedó, y mire.
―Pero es
que...
―Nada de peros, señor.
Usted nos encargó un trabajo y se lo hicimos, solo nos dio el anticipo y no
volvió a pararse por aquí. Mientras no liquide, la foto es nuestra y la usaremos
para lo que sea.
Se casarían en diciembre. Él era aguador y
había llegado al pueblo pocos meses antes con su carro de mulas, sus tambos,
sus burros. Se ganó el aprecio de todos, tan simpático el
tal Juanito.
Amalia lo quiso mucho. Muy cariñosa con él,
tan sonriente ahora donde antes tan tímida. Qué suerte el tal Juanito. Pero todos lo querían, a pesar de ser fuereño, tan animoso, tan
trabajador, tan dicharachero. Y tan rápido:
se van a casar. Hasta se fue de bracero para. Que ya tiene los
muebles. Muchos dólares para la boda, la fiesta, las fotos.
―Pero es un
retrato de boda, señorita. No me lo pueden tener así nomás, en exhibición.
―No señor. Es
nuestro retrato de su boda.
―Déjeme
siquiera darle un abonito y me quita del aparador, ¿quiere? (después de la
amolada que me dieron, Chihuahua, por qué tenía ella que venir hasta
acá y pasar precisamente por esta calle).
Sus amigas la habían
acompañado hasta Chihuahua para comprar lo que faltaba del equipo
nupcial y Amalia, como siempre lo hacía en Camargo, se entretuvo en las Casas Fotográficas a mirar estampas de novios.
Horas enteras extasiada, imaginando, planeando cómo sería su propia foto ahora
que iba a casarse, recordando el hermoso marco oval en la sala de su infancia,
sus padres jóvenes en blanco y negro, tan amorosos, tan para siempre.
Se volvió
loca en ese mismo momento y desde entonces. Pasaban por la Avenida
Ocampo cuando lo vieron asomar desde el aparador de un estudio fotográfico,
desde una instantánea con su marco dorado (Amalia: un grito muerto, sollozos,
las sienes ardiendo sin poder desviar la mirada herida). Lo vieron al tal
Juanito muy guapo, con su sonrisa linda de siempre, fotogénico, muy abrazado
con una novia que no era ella, Amalia, que jamás sería.
Noviembre 1984
Chávez escribe en estos sitios.
Algunos señores, también alguna que otra señora, cuando se van a Estados Unidos se establecen y muy a gusto olvidan promesas que dejaron a la espera.
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