lunes, 5 de enero de 2015

Agustina Mendoza


Una tarde con mi abuelita Agustina

Por Jesús Chávez Marín

Desde que algunos apaches son ricos porque pusieron casinos en Nuevo México y les fue bien con eso y con otras empresas, unos fulanos de la ciudad de Chihuahua se alcanzaron la puntada de que ellos también ya eran apaches desde que nacieron, según esto sus madres y abuelos anduvieron en las llanuras cabalgando.

Esta ocurrencia me hizo acordarme de mi abuelita Agustina, que vendía dulces en su casa de la calle 46. Era mi abuela paterna. Tenía personalidad recia, a pesar de que era muy religiosa.

Mi primo Chumel y yo, cuando íbamos a explorar al llano y subíamos hasta arriba del cerro Grande, pizcábamos tecomblates entre los gatuños, que recogíamos en una botella muy limpia, para llevarle a mi abuelita.

—Dios les ha de ayudar, muchachitos de mi corazón —nos decía ella cuando íbamos a visitarla y le convidábamos de los tecomblates, su fruta preferida.

Ella sí era apache de pura cepa. Un día nos enseñó unas fotografías de juventud: era prieta como ella sola, tenía una que otra cana en su pelo negro azabache. Vivió allá por el lado de Babonoyaba, en ese lugar la conoció mi abuelo Víctor, un joven minero que sacaba cuarzos aguamarina en los cerros de santa Eulalia. Él tenía un carretón de mulas, acarreaba leña, metales, joyas, maíz y frijol; ese carro también fue transporte preferido por las profesoras de la sierra, porque Víctor era dicharachero y galante, además de rubio ojos azules, descendiente de los rebeldes de Tomóchic.

De la pareja, el primero que se enamoró fue Víctor en cuanto vio por vez primera a la señorita aquella tan fuerte, inteligente y curvilínea; lo mismo en el vergel del río perfumado de jarillas que en los retratos de ella y sus hermanas, que mi abuelita nos enseñaba con orgullo.

Me gustaron aquellas fotos, pero cometí el error de preguntarle:

—Oiga, abuelita, ¿quiénes son esas indias que están recargadas en la carreta de mi abuelo.

Agustina Mendoza, de sonrisa casi siempre dulce y franca, hizo un gesto de los mil demonios.

—Preste acá, muchacho malcriado.

Se enojó mucho y ya no volvió a dirigirnos la palabra en todo el santo día.

“Cómo que indias” ―ha de haber pensado.






Jesús Chávez Marín fue profesor en la prepa Ángel Trías, Cedart y Colegio de Bachilleres, planteles I y IV. También enseñó literatura en el Taller de novela de ciudad Jiménez, el Taller Banamex de mujeres cuentistas y en el Taller de textos literarios quinta Gameros. En 2015 su taller se llama Curso de estrategia narrativa. Es autor de Te amo Alejandra cónicas (1995), Yo soy tu hora del recreo (1996), Aventuras de coctel crónicas (1997), Coralillo (2001) y Tecomblates (2013).

1 comentario:

  1. Mi abuelita Agustina fue siempre tierna conmigo, pero no permitía torpezas nada más para consecuentarme. Fue austera y espartana. Y apache.

    ResponderEliminar