Por Jesús Chávez
Marín
Allá por el año
2010, escritores de la ciudad de Chihuahua, entre quienes se contaba la hermosa
Edgarda Alana Morgana, originaria de un rancho llamado Las Delicias, platicaban
alegremente, en casa de Adelita Valentina Matamoros Moreno, con un grupo selecto
de artistas y similares. Uno de ellos alzó su copa de vino y habló de esta
manera: oigan, ya va siendo hora de que nos reconciliemos con Rogelio Montijo.
No hay que ser tan
gachos.
Otro agregó: Es
cierto, ya lo hemos castigado meses con la ley del hielo.
A pesar de la
incipiente borrachera, esa noche por cierto disminuida porque el fin de semana
tocó en fin de quincena y ya nadie traía ni un euro en que caerse muerto, allí
mismo comprendimos que tenía razón.
Pero en eso,
Edgarda Alana, que a veces era bien maldita, replicó: nada de eso, Jaramillo.
De ninguna manera. A pesar de tus razones tan sentimentales como artificiales,
esta vez te equivocas. Esta bestia tóxica jamás, y óyemelo muy bien porque no
voy a volver a repetirlo, jamás volverá a poner un pie en esta casa de mi
comadre. No tiene suficiente clase para seguir usufructuando nuestro círculo,
que es de lo mejorcito que se ha dado en esta ciudad a veces tan vaquera y
naca.
Fue en ese momento
cuando el silencioso y taciturno Luis David Gustavo Adolfo Bécquer metió su
cuchara: Escúchenme todos un momento. Ustedes están muy lejos de la verdad de
las cosas. Lo mismo tú, Edgarda, con tu rigor a veces tan gandalla; como tú,
Jaramillo, que sueles decir nada más lo primero que se te ocurre y luego te
largas, te pierdes por años, te refugias en tu castillo de Drácula que te
heredó tu difunta esposa.
A pesar de que ya
mero se armaba la bronca ante las duras palabras de Luis David, los mariachis
callaron. Fue cuando aquel aprovechó para seguir pontificando como si fuera
obispo dos minutos después de retratarse con Benedicto XVI: El problema no es
el tarugo de Montijo. Ni su soberbia tan injustificada. Ni sus libros tan malos
de poesía hermética. No, señores y señoritas que les acompañan. El problema es
estructural.
Lo que pasa es que
muchos amiguitos y algunas señoras de esta resolana viven todavía en el siglo
20. Y, aceptémoslo: ese siglo ya pasó. Eso, camaradas, es irreversible.
Luis David Gustavo
Adolfo Bécquer a veces usaba ese tipo de expresiones tan ya pasadas de moda,
como el de “camaradas”. Pero aún así no había quien le callara la boca, y
siguió dictando:
Por ejemplo, el
otro día vi a un señor que sacó muy orondo su chequera en la tortillería y se
puso terco en pagar el mandado y las salsas con cheque, ¿tú crees? El muchacho
de la tortillería jamás había visto un cheque en su vida y, por supuesto,
exigió que pagara en efectivo o con tarjeta de débito. El sujeto se puso necio;
los que estábamos en la fila empezamos a abuchearlo. Tragándose su coraje, sacó
dos billetes de a cien, recogió el cambio, echó los víveres en una bolsa de
ixtle que traía y salió de allí muy circunspecto.
Y toda esa perorata
¿qué tiene que ver con lo que estamos diciendo, Luis David?, preguntó
impaciente Jaramillo. Ubícate, maestro. Yo lo que propuse es que de una vez por
todas les regresemos nuestra amistad al pobre de Rogelio. Es todo. No me vengas
con tu filosofía portátil.
Portátiles lo serán
tus reconciliaciones mentecatas, méndigo hippie.
Eso ya caló.
Jaramillo se fue de la fiesta muy despichadito, pero antes empacó
cuidadosamente su guitarra eléctrica, el amplificador, dos bocinas, cuatro
libros de Herman Hesse, dos cazuelas de Paquimé donde había traído guacamole y
burritos de frijoles, su cajetilla de Malboro rojos, que, como buen dinosaurio
del siglo pasado seguía fumando cada madrugada, y su bufanda fiucha, pues era
tiempo de frío.
¿Ya ven lo que
provoca su machismo de gringos viejos?, ya se nos fue Jaramillo que era el alma
de la fiesta. ¿Y ahora qué hacemos?
Vamos a bailar un
rato, ¿no?, propuso el gran artista Luis Carlos Salcido. Pero nadie le hizo
caso.
Las mentes andaban
ya un tanto cuanto reborujadas por los efluvios del alcohol y los cigarros que
algún otro ser poco evolucionado sacaba a hurtadillas para fumárselo en el
patio, contemplando la ropa tendida, allá afuera, de la dueña de aquella casa
de artistas, bohemios y simuladores.
Miren, lo que trato
de decirles es que este siglo es ya distinto.
Ya no se dice
“acento ortográfico y prosódico”, sino escrito y no escrito.
También hace ya
cinco largos años que la palabra “solo” dejó de tener acento escrito, en la
acepción que significa “solamente”.
Ya no se dice
mayúsculas y minúsculas, sino altas y bajas. Y nadie conoce el lápiz amarillo
número 2, ni los pasantes. Así mismo, nuestra actitud debe ser distinta, más
ágil y productiva; menos atormentada y mamona, para que me entiendan. El
lobo estepario ya es historia.
Luis David tenía veinte
años dedicándose a la corrección de estilo, por eso sus metáforas eran
tipográficas y sus obscuras abstracciones siempre terminaban navegando en el
mar de la ortografía hablada o escrita. Aún así, su pensamiento no cejaba en
seguir haciéndole la lucha.
Por eso, agregó: A
mí en lo personal me importa un comino que Rogelio Montijo sea tan mal
escritor. ¿Qué le hace? Si aquí nadie lee sus libros, ni los ha leído jamás.
Le siguen
publicando nomás porque gana premios. Y, reconózcanlo, eso a ustedes les da
envidia. No me salgan con esa tarugada de que los bosques, los árboles, el
montón de papel que se gasta en libros este pobre hombre. No sean hipócritas.
Ustedes de ecologistas tienen lo que Servín de indigenista.
Ah, no. Me
perdonas. A Servín no me lo tocas: él es un gran lingüista y sabe un poema y
una canción desesperada en siete idiomas, replicó Edgarda Alana Morgana, ya
irritada y un poco ebria.
¡Basta, muchachos!,
a esta fiesta ya se la llevó el carajo. Ya váyanse, dijo Adelita Valentina,
bostezando radicalmente.
En ese momento salí
a la noche helada, y ya no pude seguir escuchando tan interesante información Decidí
allí mismo pensar en esta lista de iconos y componentes que se quedaron para
siempre en el pasado ya remoto llamado siglo 20.
1. Como ya se
mencionó: Las cuentas de cheques.
2. Los libros de
superación personal que tanto escribieron Carlos Cuauhtémoc Sánchez, José
García Rivas y Luz Ernestina Fierro Murga.
3. El pizarrón y el
gis, de los que muy seguido escapaban un montón de profesores que mediante un
compadre o una corta feria lograban un puesto de comisionado sindical o de
peritos en pedagogía.
4. El catecismo del
padre Ripalda, que fue sustituido por una cabalgata cristera.
5. Los diputados
locales, que fueron cancelados junto a trece contratos de relleno sanitario.
6. El CDP también
fumó faros. Su máximo ardor revolucionario había sido un montón de tenderetes a
los que se les llamó El Pasito.
7. Los sacerdotes
católicos buena onda que exigían a todos los feligreses que les hablaran de tú.
8. Las erinias, que
al final de sus días vivieron solas y amargadas pero tan autoritarias como
habían imaginado que era su obligación ser.
9. Los neonazis, la
edad se les vino encima sin carnaval ni comparsa. Y ya caminan lentos.
10. Los obispos y
sus novias, que navegaron con bandera de izquierda y terminaron convocando a la
grey a que votaran por Barrio.
11. Los
gobernadores que alguna vez tuvieron la ilusión de tener un amor que los
hiciera valer, además de su certificado de primaria.
12. Los presidentes
municipales que obligaban a todos sus familiares a que se volvieran agentes
inmobiliarios y vendedores de artículos de oficina.
13. Los médicos que
convencían obligatoriamente a sus pacientes que por favor no dejaran las
pastillas o morirían sin remedio ni botica.
Cuando menos pensé, ya había llegado a la casa, más dormido que despierto.

No hay comentarios:
Publicar un comentario