Por Jesús Chávez
Marín
El Gordo Durán,
acaudalado empresario del Norte (bueno, ya, a punto de serlo ¿captas?) se
sentía agorzomado porque sus jefes, luego de haberle pagado la licenciatura de
finanzas en el Tec, que les salió carísima, le exigían resultados, que se
pusiera las pilas.
Tal vez ellos
tenían algo de razón, pensaba El Gordo. De hecho. A mis cuarenta años ya es
hora de que les demuestre que puedo aprovechar las áreas de oportunidad que en
cada borrachera se me ocurren. O visualizo, ¿ves?
Como la muchacha de
la casa cocina a toda madre, tiene El Sazón de los Dioses, pensaba Durán cuando
se ponía esotérico, se le ocurrió en el pasón, completita, una idea de negocios.
Genial, maestro, o sea.
―Oyes, Jennifer.
Quiero proponerte algo, m´hija. Como cuates.
―Ay, Gordo. Ya me
tienes mareada con tantas ideas que se te ocurren. En la cruda ya ni te
acuerdas de nada, mi rey. Vuelves a tratarme como la gata. Bueno, pues eso es
lo que soy, y ya.
―No, mira. En tres
meses vas a salir de pobre. Y yo les demostraré a mis jefes qué clase de hijo
tienen. Chingón. Ya verás.
En un viejo salón de fiestas infantiles que su
madre abandonó cinco años antes, por escasa rentabilidad, puso un restaurante
de comida mexicana, muy amplio y espacioso. Primero lo mandó limpiar al cien,
luego puso allí un montón de muebles que coleccionó, bien antiguos, de toda la
familia. Les pidió a los tíos, a los abuelos paternos, a la abuela, que se los
donaran para su empresa. Allí lucirían más, que abandonados en bodegas o en los
cuartos del patio de quince casas.
El pivote de su
originalísimo restaurante sería, pues quién creen: Jennifer, su genio de chef
intuitiva y autodidacta, heredado de su santa madre y de sus ancestros. Y bien
bara, maestro. Le ofrecí el doble de lo que le paga mi mami, y se vino
encantada, comentaba El Gordo muerto de risa a sus friends.
Pero eso fue en el
pasado inmediato. Ahora El Gordo Durán ya no anda tan contento: ayer tuvo que
cerrar, por conflictos obrero-patronales. Al principio el negocio fue viento en
popa: en dos por tres, y con el montón de relaciones que tiene El Gordo por ser
de familia bien, se llenó de parroquianos que saboreaban encantados el menudo,
que La Muchacha preparaba como si fuera maná de Diosito Santo, la neta, genial;
la avena, la más deliciosa que existe, no te miento. Y sin recetas secretas ni
mamadas de esas, con purita inteligencia de mi prieta linda, lo que sea de cada
quién.
Pero la muy cabrona
se fue dando cuenta de que los clientes no iban por las mugres antigüedades, la
verdad tan bonitas, que amueblan el restaurante: comedores Luis 15, chifonieres
de Francia y cuanta madre. Sino por su comida.
―Gordo: me dijiste
que en tres meses iba a ser rica. Ya van dos y no veo claro.
―¿Cómo no, mi
reina? Te pago el doble de lo que te daba mi jefa.
―Pos sí, pero
trabajo el triple.
El tarado del Gordo
no supo ver focos rojos en los reniegos de su novia. No cómo crees. ¿De tu
amante? De su exempleada doméstica, es todo. Pero, oyes, tampoco. Qué se cree.
El genio de los negocios soy yo, mi rey, no la pinche cocinera.
Ahora ya no se la
anda acabando. El mero 24 de diciembre, cuando llegó muy orondo a las once a su
restaurante, encontró cerrado. Vieja irresponsable, pensó, acostumbrado a que
Jennifer abría muy puntual a las seis de la mañana y se ponía a cocinar muy a
gusto, con todas las comodidades, hasta con wi fi; empezaba a llegar la gente y
ella muy contenta de servirles y de ganar un dineral, el doble que antes, y eso
nomás para empezar, después ya veremos, cuando el negocio empiece a producir en
serio, tal como lo tengo fríamente calculado, pero no. Cerrado.
Y para acabarla de amolar (gulp, se me está pegando el lenguaje de esta pioja resucitada): una demanda Mega de para qué te cuento. Pero eso es lo de menos, todo fuera. El jefe de Conciliación fue compañero de secundaria en la Esfer, nos arreglamos y ya. Lo que me preocupa es cómo voy a abrir mañana. ¿Dónde conseguiré quién haga la comida? Bueno, ya veré. Tampoco creo que sea para tanto, métele un poco de programación neurolingüística y pensamiento positivo. Es todo.

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