lunes, 6 de enero de 2014

ana rita lópez



Una hija y su madre





Por Jesús Chávez Marín y Ana Rita López







Ana, mi compañera de trabajo en el Departamento Editorial de la UACH, me pidió ayuda en un ensayo escolar para la materia Taller de lectura y redacción, y terminamos escribiendo juntos este relato, al que ella tituló Formas de comunicación de una madre con su hija pequeña. Este es el texto.



1. Introducción



Tengo una hija de tres años siete meses. Por razones de su edad y del grande amor que le tengo, ella es el centro de mi vida: mi motor, mis ganas de seguir adelante, mis alegrías, el refugio de mis tristezas. Sin embargo, he cuidado siempre de que mi niña tenga su propio espacio, desarrolle su temperamento y personalidad, y que sea independiente de mí. En muchas cosas somos bien distintas, aunque en otras estoy consciente de que yo soy el modelo que ella tiene para aprender a desenvolverse en la vida.



En este ensayo me propongo exponer algunas ideas sobre las formas mejores de relacionarse con una hija. Estas ideas son producto de mis reflexiones y de mi propia experiencia.



2. Desarrollo



Una de las primeras cosas que aprendí por intuición, y por los consejos que me dio mi madre, fue adaptar mis cuidados a cada una de las etapas del desarrollo de la hija. En todos los contactos físicos y en las palabras mías hacia ella yo le expresaba el amor que naturalmente siempre he sentido por ella desde que la concebí y asegurarme de que ella lo sintiera. Considero que esa es la primera base de su propia seguridad.



Cuando una niña está recién nacida, nuestras manos deben ser delicadas en extremo, los movimientos deben ser muy precisos. Por ejemplo, la primera vez que la bañé, no me dio nada de miedo: como soy muy atrabancada, y mi niña estaba de muy buen peso y tamaño, mis maniobras fueron ágiles y normales. Yo sola la bañé, aunque mi mamá me ayudó un poco. Lavé su cabello, que era abundante, la enjaboné, la enjuagué y la saqué en su toalla de colores blanco y rosa, y se la di a mi mamá muy bien arropada. La pusimos en la mesa para vestirla. La niña era muy tranquila, así que no me dio lata.



Cada cuatro horas la alimentaba con leche materna y leche de fórmula. Dormía muy bien y no me daba ningún problema, siempre y cuando no se me pasara la hora, porque entonces sí lloraba ruidosamente, desde entonces ella ha tenido una personalidad fuerte.



A los dos meses empezó a sonreír, aunque solo conmigo, como en secreto, como que estaba aprendiendo a expresarse de esa manera. También decía esta palabra, o sonido:



—Ajú.



Yo le hablaba muchas cosas, pronunciando con claridad las palabras. Considero que no es correcto que a los bebés se les hable chiple; pienso que ellos desde muy pronto deben aprender los sonidos correctos de las palabras.



Poco a poco los sonidos de su boca fueron siendo más complicados y ya tenían algún significado, por ejemplo de la comida con el sonido “pa”. Yo a la niña desde que nació le he hablado mucho, incluso cuando yo estaba embarazada le hablaba, también le ponía música. Cuando la llevaba en los brazos, siempre le hablaba y siempre sentí que ella sabía percibir esa comunicación.



 Otra forma de comunicación muy importante con mi hija fue la física: los abrazos, los besos, las canciones, los arrullos. También bailaba con ella, en los brazos y ya después, cuando ella caminaba, bailábamos juntas.



Cuando ella dijo ya su primera palabra completa, que por supuesto fue: “mamá”, inicié con ella una charla constante, que hasta la fecha no ha parado. Le expreso todas las ideas que se me ocurren, le dije cuál era el sol, la luna, el cielo y los cerros: todo lo que miraba.



—Mira, mi hija, este es el centro. Vamos a comprar el mandado, porque necesitas pañales, crema y aceite. También vamos a llevar leche.



Ella caminó exactamente al año de edad, claro que ya antes se soltaba y dio sus primeros pasitos. Ella caminaba siempre con los brazos hacia arriba, lo cual era muy gracioso y extraño. Pero ya para entonces ella decía muchas palabras: mamá, supá (así le decía a mi papá, su abuelo), tita (a su abuela), tía, dame y cuálala (“guácala”). Se acercaba al bote de la basura y me decía:



—¡Cuálala, mamá!



Desde que empezó a hablar, pronunciaba muy claras las palabras.



Después empezó a decir frases completas: vamos calle; vamos tita; dame sopa, quiero leche.



A los dos años ya nos poníamos a platicar:



—Mamá, en la guardería jugué con Lalo.

—¿Sí mi hija?, ¿y a qué jugaste?

—Jugamos a los carritos.



En la guardería me decían que era muy hablantina y lista y además que era dominante y algo peleonera. Yo le preguntaba:



—Mi hija, ¿por qué peleaste?

—Porque Marifer me quería quitar mi juguete, y yo lo traía.



Además de platicar con ella de todos los asuntos, le leo cuentos, vemos caricaturas y, claro, se las explico. Ella me pregunta muchas cosas y procuro contestarle siempre:



—Y qué animal es ese, mamá.

—Es un león. Se distingue porque tiene melena.



Luego ella les pasa la lección a sus amigos y a sus primos, cuando se ofrece. También ella procura siempre mantener el contacto conmigo, lo cual me da gran felicidad. Cada quince minutos ella viene a donde estoy, y me dice:



—Mamá, vengo a darte un beso. A decirte que te amo.



Y luego se va a seguir jugando al lugar a donde estaba. Cuando regresa de algún lado, me dice al entrar:



—Mamá, ya vine de la tienda.



3. Conclusiones



A las niñas debemos hablarles con claridad y pronunciando bien las palabras.



Hay que estimular su lenguaje desde que están en el vientre.



Enseñarlos a desarrollar su lenguaje corporal: decirles, por ejemplo: estas son tus manos, estos son tus brazos, sus piernas, pies, ojos, boca, dientes, y hacerles sus ejercicios.



Estar siempre al pendiente y al cuidado de lo que está haciendo, pero respetando su espacio.



Tener el cuidado de contestar todas las preguntas que hagan, no tomarlas con indiferencia.



Imponerles una disciplina clara sobre su conducta. No tan drástica pero sí efectiva y constante.



Estar consciente del propio comportamiento en la casa, porque una, como mujer, es el modelo de la hija durante toda la infancia.

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