lunes, 16 de junio de 2014

haití 2010


El éxodo, destino de Haití 

Por Jesús Chávez Marín

En Chihuahua cada mañana aparecen estampas sangrientas en los periódicos del día desde hace dos años; la sangre se nos ha ido volviendo habitual y nuestro umbral de angustia se relaja. Eso no está bien, aunque parece inevitable. Pero las el torrente de fotos que a partir del martes 10 de febrero, el día del terremoto de Haití, hemos visto en televisión y en páginas de revistas y diarios, todavía nos estremecen.

El sino de ese pueblo ha sido la tragedia: esclavitud en tiempos de la Colonia, dictadores feroces que gobernaron como si el territorio nacional fuera su hacienda, cuatro ciclones en el siglo 20, la miseria extrema por culpa de la corrupción y ahora el terremoto que le acabó de dar el tiro de gracia a un país que ya estaba casi muerto.

¿Qué sigue? El gobierno del presidente René Préval ya prácticamente no existe; la ONU y Estados Unidos controlan ahora el país. Ese par de socios se repartirán los bienes que hayan quedado, como ya lo han hecho en otras partes del mundo desde el siglo pasado. Quienes hayan sobrevivido a esta tragedia entre los diez millones de habitantes de aquel país desventurado, este día tienen solo un sueño: irse de allí.

El terremoto destruyó la vivienda de tres millones de personas; doscientas cincuenta mil murieron y hay otros tantos heridos y mutilados; los demás viven el terror de enterrar a sus muertos, recoger los escasos bienes que les quedaron y luego largarse cuanto antes. ¿A dónde? A dónde, en este mudo que se ha vuelto despiadado e indiferente.

Los veintiocho mil kilómetros de territorio de ese país, que ya antes del sismo era el más pobre entre los pobres, el más miserable de Latinoamérica, son ahora la viva imagen del infierno.

Las imágenes que ahora nos duelen son testimonio gráfico de un pueblo roto: antes por la violencia y la corrupción, hoy por el lado más oscuro de la naturaleza, su crueldad telúrica e insondable.

Enero 2010

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