sábado, 19 de junio de 2010

venustiano. JChM. Las noches del dinero


Las noches del dinero

Por Jesús Chávez Marín

Venustiano Trejo tenía, hace algunos años, un pequeño negocio que le dejaba medianamente para cubrir sus gastos y sus pequeños vicios. En aquellos tiempos lejanos el dinero mexicano aún existía, y él podía darse el lujo de ir al café a diario para platicar con sus amigos más estimados.
Durante doce años. Venustiano atendió personalmente su pequeña empresa, un estacionamiento de automóviles ubicado en la azotea de un edificio del centro. Al hombre le encantaba manejar los preciosos automóviles de sus clientes que eran, casi todos, último modelo y a veces de marcas que le parecían tan exóticas como los lincoln 71, oldsmobile 68, cadillac 53, mercedes 69 y hasta, una vez, un rolls royce 85.
Bueno, pero todo aquello, junto con las lindas historias de amores secretos y pleitos desgarradores de amantes y odiantes que sucedían a menudo en su estacionamiento, llegó a su fin el día que Venustiano ya no pudo negociar un nuevo contrato de arrendamiento con su casero, el dueño del edificio, y tuvo que irse de allí para siempre. Así es la vida.
Como él ya se sabía con los ojos cerrados los pequeños trucos del negocito, buscó desesperadamente otro lugar donde continuar sus actividades de cuidador de automóviles; el oficio de chofer le encantaba y le dejaba más o menos para vivir a gusto. Pero resulta que los locales en el centro de cualquier ciudad se cotizan como si fueran dólares a la pipiluya, cualquier lote baldío vale su metro pareciera que en polvo de oro y, en total, a Venustiano nadie quiso rentarle los mínimos quinientos metros cuadrados que hacen falta para poner estacionamiento, mucho menos las dos hectáreas que él ambicionaba.
A pesar de tanto que resistió, las penurias nuevas lo obligaron a buscar un empleo, aunque este hecho contradijera sus más firmes principios. Pocos días antes le había dicho a su jefa, Carmen Trejo, su máxima confidente y autora de sus días:
— Ni madre, jefa, a mí jamás me verá usted en alguna triste oficina.
Pero cae más pronto un hablador que un (te) cojo. Y ahí lo tienen, a Venustiano Trejo, allá cerquita de los archiveros más ratoneros, poniéndole por fin al camello.
— ¡Dios mío!, ¿qué karma estaré pagando, chingada madre? –Pensaba todas las mañanas mientras consumía ávidamente una torta de jamón con queso que su vieja le echaba de lonche en la mochila, como si de pronto lo hubieran regresado a la primaria por burro.
— ¡Qué gacho! Yo que antes desayunaba mis huevos a mis anchas en el Exelaris acompañado de mis cuates.
Al principio, Venustiano batalló mucho para evolucionar conforme a los requerimientos que le exigía, pero ya, su nueva ecología. Siguió aquel hombre firmando con mano segura los pagarés que le presentaban las cifras exactas de su tarjeta carnet (límite de crédito: cinco millones). Incluso pagó durante siete meses seguido la cuota mínima de sus estados de cuenta que le llegaban puntualitos a su casa, aunque en ello se le fuera la mitad del pequeño cheque quincenal que le daban en la oficina.
— No hay bronca. Son rachitas. Al rato se nos compone el barco.
Pero pasaron los días y el barco seguía en las mismas aguas negras de la adversidad, navegando cada minuto más maltrecho. En los primeros meses, Venustiano desdeñaba las quincenas de la oficina, las pequeñas cifras de su salario no remediaban maldita la cosa. Y hacía pequeños trabajos de gráfica, de fotografía o de escritura, con los cuales obtenía eventuales ingresos, pero esos oficios resultaban pesados para sus buenas costumbres, en las noches terminaba fatigadísimo y con insomnio.
Muchas horas nocturnas pasaron empleadas en aquellas angustias nuevas. La tarjeta de crédito llegó al tope; ayer vino un licenciado de pavimentos a embargar su querido falcon 68, el carro que compartía con su mujer; el niño necesita zapatos nuevos; no podremos viajar a Juárez este fin de semana porque simplemente no hay dinero.
— No hay dinero.
No existe, desapareció, se esfumó, era una ilusión frágil de poca importancia. Cortaron el teléfono. Completamos con monedas halladas en todas las canastitas de la casa el recibo de luz. Se acabó la gasolina. ¿Qué pasó?
— Ya tira esa camisa garrienta a la basura, cómprate otra. Gastaste los ahorros escolares de tu propio hijo, ya ni la haces, quesque pedirle prestado al niño, ya no tienes vergüenza.
Y así se pasó Venustiano todo el cabrón día. Andaba como alucinado contando las jornadas que faltaban para la quincena. Cuando le tocaba recibir su salario, sufría ridículas paranoias imaginando que a la salida ya lo estaban esperando en fila todos los acreedores que acumularon aquellos meses aciagos.
¿Y por qué será que en estos tiempos todos los cobradores ya son licenciados? Una tarde le llamó el licenciado Juan Orol para comunicarle que desde ese momento su tarjeta carnet quedó boletinada para siempre, y que si se atrevía a usarla una vez más, sería confiscada y cualquier cajero que la confiscare ganaría una recompensa de cincuenta mil pesos contantes y sonantes por ya jamás devolvérsela, donde quiera que fuera capturada. Desde entonces conoció Venustiano una forma nueva de la clandestinidad. Bueno, bueno, esto ya era el colmo.
Tantos pendejos insomnios, tantas feroces sacudidas de conciencia, tantos nervios ya lo traían atontado. Ojeroso, flaco, cansado y sin ilusiones.
— Ya basta
Aquello era demasiado. Total. Para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo. Muchos gastos que antes hubiera considerado imprescindibles, dejaron de importarle. Se puso a leer las Memorias del subsuelo de Dostoievski y El proceso de Franz Kafka para consolarse. Chingada, más se perdió en la guerra. Dejó de fumar, de tomar café, de leer semanalmente Tvynovelas, el Proceso, la jornada semanal; mensualmente el Nexos, la Vuelta, Dosfilos, Contenido. Empezó a leer esos libros que todos compramos y dejamos para después. Dejó de rentar una película diaria como antes, de ir cada semana de parranda con sus amigos, de asistir a fiestas (no había para regalarle nada al del cumpleaños), de encerrarse de vez en cuando con alguna amiga buena en la confortable habitación de algún hotel la tarde entera. Se enclaustró en su casa y ya ni contestaba el teléfono, ¿para qué?
Se dejó arrastrar por una depresión profundísima. Con gran dificultad se levantaba en las mañanas, siempre tarde, para arrastrarse sin ganas hasta el escritorio de su oficina y cumplir burocráticamente con la vida, no fuera a ser que hasta lo corrieran del empleo sin ninguna dignidad de su parte.
Se tragaba sin ganas las tortas del almuerzo, llegaba casi muerto al mediodía y tomaba el camión para regresar a casa. Llegaba. Se echaba en el sillón. Prendía la tele. Si había, devoraba grandes cantidades de cheetos y papas fritas y tres coca-colas mirando en la misma secuencia a cómicos malísimos y actrices de telenovela. Después, las noticias. Y luego una película muy mala estrenada hace cuarenta años en aquella candorosa época que ha pasado a la historia como la del cine de oro nacional.
Luego dormía totalmente embrutecido pero, dos horas después, despertaba para tramar alguna estrategia originalísima de cómo obtener algún dinero extra. A las nueve de la mañana, en el escritorio de su desventura, tiraba al suelo todos sus proyectos empresariales que la noche anterior le parecieron tan fabulosos por considerarlos, con justa razón, irremediablemente imbéciles. Más le valía cuidar esta triste chambita, no fuera ser que algún día lo despidieran por pendejo y, lo peor: pendejo con iniciativa.
— ¿Qué hago?, ¿me suicido?
“Cálmate, no es para tanto, Venustiano”, pensaba. Hay zonas de depresión donde la idea de la muerte es consoladora para el enfermo. A ratos como broma cruel, a ratos peligrosamente en serio, él pensaba en la muerte y elaboraba historias de suicidio escandalosas y exhibicionistas para “ocupar la de ocho” en los amarillos periódicos de la patria. Le humillaba andar tan jodido pensando nada más en el dinero, dinero, dinero: el que debía, el que faltaba, el que pudiera ganar si tuviera algún ingenio. A la chingada. Él que siempre se había jactado de ser tan espiritual, tan liberal, tan libre y anarquista, ahora solo tenía mente y corazón para alucinar al famoso becerro de oro.
Le tocaba mirarse en el espejo de su derrota juntando moneditas para acabalar el camión, comprando un cigarro suelto (había vuelto a fumar) con sus últimos doscientos pesos, visitaba librerías para conocer portadas de libros que jamás serían suyos.
— Son rachas que tiene uno, al rato se compone el barco.
Pero la naturaleza es muy sabia. Mutante. El animal va formando en su organismo lo necesario para adaptarse en los nuevos territorios que le toca vivir, le nacen alas o glándulas nuevas para seguir existiendo. Venustiano empezó a levantarse muy tempranito por las mañanas y daba largas caminatas con ánimo alegre. El insomnio desapareció de repente y volvió a ser gozoso el acto de dormir a las buenas horas de la tarde.
Al final de aquella historia karmática, Venustiano Trejo emergió de entre las aguas de su penuria con una sabiduría nueva. Todos los antojitos de la calle dejaron de atraerle, de ahora en adelante no podría comprarlos. Entonces sus deseos y sus fantasías se hicieron más profundos y más altos. Al caminar con paso firme por las calles de su ciudad, descubrió ángulos de la belleza que antes no registraba por causa de los torpes kilos de grasa que se habían ido acumulando en su cerebro y le escondieron, durante los años de blandura, las sombras y las luces de un mundo que ahora, ya ligero, empezaba a conocer y a escribir con toda la pasión de su puño y letra.

Junio 1990 [páginas de la 64 a la 69 de mi libro Aventuras de coctel, crónicas, editorial del Instituto Chihuahuense de la Cultura, 1998, México, ISBN 968-6862-26-9].

viernes, 18 de junio de 2010

poemas de fyl


Voces de viajeros

Por Jesús Chávez Marín

Cuando los alumnos de Filosofía y Letras ingresan a la Facultad su vida cambia por completo. De pronto se hallan perteneciendo a un ambiente de artistas, pensadores e informadores, algunos muy jóvenes y recién salidos del Colegio de Bachilleres, otros ancianos profesores a punto de jubilarse.
La Facultad de Filosofía y Letras ha mantenido desde sus orígenes una saludable tradición de publicaciones literarias, científicas e informativas en cuyos espacios los jóvenes escritores tuvieron la dicha de mirar en letras de imprenta sus poemas, sus historias, sus pensamientos. Hace dos años la Facultad editó el libro Rocío de Historias con una colección de cuentos escritos por egresados y profesores de esta bella comunidad chihuahuense.
Ahora los poetas se reúnen en las páginas de Voces de viajeros. ¿Cuántos artistas de la palabra tuvieron aquí su casa, la posada de sus sueños, el lugar de sus pensamientos? Hoy muchos escritores y escritoras que aquí se formaron viven en ciudades lejanas; pero seguramente recuerdan con nobleza la escuela de su juventud, donde aprendieron el arte de la política, el arte de la literatura y la sólida mirada intelectual con la que ahora viven.
En este libro, la poesía de nuestros autores llega a una madurez notable. Esta muestra de escritura es en realidad la colección de 26 pequeños libros que son diamantes en la fuerte geografía del tejido social de este país libre llamado Chihuahua.
Hay aquí autores cuya trayectoria es de gran importancia en el contexto de la literatura mexicana, muchos de ellos han publicado ya varios libros, como Óscar Robles, Lourdes Uribe, Luis Nava Moreno, Arturo Rico Bovio, Josefina María Cendejas, Héctor Jaramillo, José María Piñón, Gaspar Gumaro Orozco. Para otros de los poetas compilados, este es su primer libro: Elko Omar Vázquez Erosa, Raúl Gómez Franco, Óscar Avila, Eduardo Fernández, Frank Malgesini, Concepción Landa, Bertha Falomir Ruiz, Luz Ernestina Fierro Murga, Esteban Gasson, Claudia Quintana.
Los 26 autores que aquí se reúnen han realizado una intensa labor intelectual en los diversos campos de la actividad social. El periodismo. La actividad académica. El trabajo editorial. La política. Muchos son notables y exitosos; otros no son muy conocidos. Pero todos ellos tienen la energía y la templanza que dan las buenas escuelas, como esta facultad de filosofía, letras españolas, ciencias de la información y lengua inglesa, cuya historia inició ya casi cuarenta años.
Decimos que esta es una colección de libros enteros porque su compilación tuvo criterios bien definidos. Se pidió a los autores libros de poemas que tuvieran estructura individual. Muchos nos entregaron poemarios de hasta 100 textos, de los cuales seleccionamos cinco o siete por cada autor. No quisimos poemas sueltos, ni de épocas diferentes de creación. Cada poemario es un concepto estructurado desde un núcleo temático, o formal, o temporal, o retórico; la visión estética de ellos es un retrato a la vez sintagmático y paradigmático de la realidad y de su época.
Disfrute el lector de estas palabras de poesía donde el juego de los conceptos y la elegancia de las imágenes le darán placer, le darán enseñanzas para la vida y le darán un prisma donde el rostro del lector quedará conformado en los hilos de la luz del arte.

Abril 1998. [Texto de introducción al libro colectivo Voces de viajeros, compilación y notas de Dolores Gómez Antillón y Jesús Chávez Marín, editorial UACH, México, 1999, ISBN 968-6331-42-5].

jueves, 17 de junio de 2010

circo

El show de los animales tristes

Por Jesús Chávez Marín

En las infinitas botellas y frasquitos de una sola memoria están registradas las historias del mundo. En alguna de esas botellitas, finas o torpes según haya sido el color de su cristal, siempre se hallan historias de circo. En esa zona de íntima biografía aparecemos niños, de la mano de nuestras madres haciendo fila ante la taquilla de la inmensa carpa donde ella está a punto de comprar boletos de gradería. En las orillas del lugar, nosotros miramos a los elefantes.

Prisioneros frente a una cerca de malla ciclónica, los elefantes nos miran desde sus párpados arrugados de fastidio milenario y menean la trompa enorme hasta el suelo, de donde recogen hambrientos las últimas briznas de paja revuelta con polvo y basura.

Nada podría detener la fuerza telúrica de sus cuerpos gigantescos si no fuera por las dos cadenas de acero que a cada elefante sujetan de un tobillo y de una de las muñecas de sus manos; la cadena de eslabones va atada a una estaca hundida, clavada medio metro en el suelo. Los elefantes se balancean como barcos huérfanos con estoica desesperación de prisioneros que sueñan historias de libertad y llanuras en el mar de su memoria.

Cuando entramos al circo, nosotros niños bajo el refugio amoroso de nuestras arquetípicas madres, nos sentimos seguros, aunque el espectáculo que vemos al entrar es un panorama dinámico erizado de imágenes, algunas de ellas muy agresivas y otras que fingen ser de explosiva alegría y se untan a los rostros de los payasos en el maquillaje de la sonrisa. En cuanto nos acomodamos en las tambaleantes tablas de las gradas, se apagan las luces y en las cuatro pistas allá abajo desfilan cirqueros acompañados de fieras que jamás habíamos visto, bailan luces de todo arco iris o prisma que caen como cascada desde los reflectores, se agitan redes y alambres en lo alto para que nos fijemos en los artistas del trapecio de Kafka que nos miran desde el techo de lona, serenos y misteriosos.

Luego del untuoso discurso del maestro de ceremonias, pronunciado a gritos ante el micrófono, la función empieza. El falso regocijo de los payasos intenta grotescamente capturar la atención con chistes que aún para nosotros, niños, ya eran viejos y gastadísimos. La ponzoña de los Chespiritos y los Chabelos pendejos ya existía hace cuatro décadas, los muchachos que apenas ayer mismo asistieron a su piñata de cinco años vieron la televisión desde recién nacidos. Así que estos payasos de escasos recursos no nos impresionan con sus pastelazos y globos con agua o confeti, ni aun cuando ensayan los albures y chistes colorados que ya le oímos platicar a nuestras tías todas aquellas tardes de visitas y aburrimiento que nos hicieron padecer nuestras injustas madres cuando nos llevaban a huevo a sus visitas de amigas y comadres.

Pero de todos modos le hacemos caso a los payasitos cuando nos ordenan a gritos que aplaudan los de este lado a ver si les ganan a los del otro bando, con tal de que salgan pronto para que entren elefantes, tigres, mandriles y la única jirafa del mundo que vivió prisionera en el gran circo de los hermanos Atayde, que se llama Bibi Gaytán como así como se llaman Yuri, Madonna o Batman otro tipo de fieras y otras bellas criaturas según el hit parade en el millonario ambiente del espectáculo.

Por muy cínicos niños que pudiéramos ser, nuestra quimérica alma inicia en el circo la imaginación abstracta de la tristeza. Su agua turbia nos moja sorpresivamente el rostro y tratamos de codificar aquella sensación primeriza. Los payasos primero nos asustaron con su máscara agresiva, los zapatos descomunales que entorpecían su cuerpo vestido con harapos de arcoiris no nos dieron risa sino pequeños indicios de espanto y mucha lástima. Y luego aparecieron en la pista los elefantes.

Un domador, quien hace ya demasiados años le pidió prestado a Mandrake el mago su smoking para dar la función, sale trotando en chinga tratando de emparejarse con el desfile de los elefantes. En su mano lleva un gancho largo, de fierro, parecido a los bastones de golf. Se empeña en meter a los grandes animales, que avanzan simétricos y obedientes, a las órdenes insignificantes a las que los tienen reducidos los domadores y sus suplentes a fuerza de dosificarles el hambre y los castigos alternados con recompensas de nutrición estricta. El gancho de golf sirve para eso: el hombre del show siente en sus manos el bastón del poder, que es para torturar en las comisuras de su boca enorme a los elefantes cuando por un destello de ira emiten su grito de la selva; o en los ganglios de sus orejotas si por un momento se salen del desfile degradante al que fueron sometidos; o muy cerca de sus genitales si ya de plano la rebelión le pareciera peligrosa al pequeño comandante.

Luego aparecen los malabaristas, cuyas pelotas de colores en sus manos fueron golondrinas; los motociclistas que corrieron a toda velocidad varios kilómetros dentro de una esfera transparente; los perritos bailarines con su look afrancesado y señorita en calzones rosa mexicano que los acompaña; volaron los artistas del trapecio vestidos de Gatúbela y de otros superhéroes que le dieron patria a la historieta gringa. Y entonces salieron los reyes de la selva: los grandes felinos dientes de sable y los legendarios perros de grandes melenas.

Estas fieras de escalofriante presencia viven tras las rejas todas las horas de su vida prisionera, y salen a la pista en jaulas con ruedas, en íntima encerrona con sus domadores temblorosos. El espectáculo mayor es la intensidad de sus corazones hambrientos de espacio, sus músculos nerviosos a punto de saltar hacia un abismo sentido y oscilante en los tres metros cuadrados de su destino trágico. El domador jamás se atrevería a picarles la cola con un gancho; en sus manos el látigo traza figuras y sonidos que intimidan más a su condición humana que a los animales que pretende conducir por el blando camino de la payasada.

Ya para entonces los niños están de lleno en el viaje de su confusa tristeza. No quisieron retratarse en el intermedio ni con los elefantes ni con los changos dóciles; se tragaron las palomitas y la cocacola más por nerviosismo que por placer; ya quieren irse, la gran carpa de lona es irrespirable. Jamás olvidarán que ese día conocieron el oprobioso espectáculo de la tortura, la humillada torpeza de los payasos y la melancolía en la mirada de los monos (que alguno de ellos fue retratado por José Juan Tablada con este haikú mexicano: el mono me mira, quiere decirme algo que se le olvida). En la foto que les tomaron aparecen, los niños, al lado de sus lindas madres, sentados en las temblorosas tablas de gradería con sus rostros levemente marcados, para siempre, por su primera historia de circo.

Abril 1992

miércoles, 16 de junio de 2010

un retrato de Chihuahua


La ciudad de Chihuahua a finales del siglo XX

Por Jesús Chávez Marín

A las cuatro y media de la madrugada empiezan a encenderse las luces en varias casas de las colonias más lejanas, muchas jóvenes mujeres, y algunos hombres, se levantan de la cama para bañarse y salir al trabajo en alguna de las ochenta plantas maquiladoras, donde el primer turno se inicia a las seis de la mañana. A las cinco y quince ya andan circulando autobuses urbanos de las rutas que pasan por alguna de las fábricas; también se ven camiones de transporte de personal de las propias plantas y algunos automóviles particulares que se dirigen de prisa hacia el Complejo Industrial Chihuahua, el Parque Industrial Las Américas o alguna de las otras zonas industriales, casi todas situados al norte de la ciudad. Hay poco tráfico en las calles, camionetas que distribuyen bultos de los dos periódicos matutinos, camiones de leche, de pan, de refrescos y otros que van y vienen del mercado de abastos. Se cruzan taxis y también automóviles, algunos de lujo y otros muy austeros, pero la mayoría circulan limpios y bien cuidados.
A estas horas ya se siente la energía de una ciudad donde la gente trabaja duro, en contraste con uno que otro trasnochado que apenas van regresando de su fiesta privada, sufriendo los estragos de la trasnochada; y de pequeñas cofradías de alcohólicos que juntan algunas monedas y consiguen quelites y otros alimentos para compartir con sus compañeros, mientras esperan temblorosos que se abran las puertas de la farmacia de su barrio donde comprarán alcohol en pequeñas botellas de plástico, su bebida ritual de la vida y la muerte, destino elegido, el remedio químico que la sangre reclama.

1. Una linda mujer que trabaja en la maquila

Los lunes es más difícil levantarse. Irma escuchó el timbre del despertador y decidió quedarse acostada cinco minutos más. La noche del sábado se había ido de parranda con Esteban al baile donde tocó el grupo Furia Norteña, en La Fe Music Hall, y todavía hoy lunes la mujer resentía los efectos de la tormentosa desvelada. Pero ni modo. A oscuras sale al patio, prende el bóiler, casi dormida entra, prepara su ropa, se baña de prisa, se peina con cuidado, se maquilla un poco. Alcanza a preparar algo de comida para sus dos hijos, que todavía duermen. Cuando sale, se alcanzan a ver las primeras luces del día; ya casi son las cinco y media, sube al camión y la reciben ruidosamente sus compañeras. Faltaban tres minutos para las seis cuando cruza la puerta enorme de Digital Appliance, una planta donde se fabrican controles electrónicos para electrodomésticos. Irma es una operadora hábil y rápida, sus dedos vuelan sobre la línea de montaje conectando con precisión hasta cincuenta circuitos por minuto; los siguientes dos minutos permanece inactiva, pero alerta, sin perder el ritmo necesario para el siguiente minuto de frenética actividad. Le prometieron que pronto le darán su nombramiento de supervisora, lo cual significa que ganará casi el doble, pero hay algo que le preocupa y la tiene confundida. Pero procura no pensar en esto, para no perder la concentración.

2. Una ciudad donde la gente aprende formas nuevas de vivir

En 25 años, la industria maquiladora y las nuevas formas de producción económica cambiaron costumbres tradicionales de la sociedad de Chihuahua, una ciudad que a finales de los años setentas del siglo XX tenía apenas la mitad de la población actual y cuyas dimensiones eran sólo una tercera parte de lo que es hoy su territorio urbanizado. Empresas norteamericanas y japonesas encontraron en Chihuahua un mercado laboral ventajoso: mano de obra muy barata y, sobre todo, el hecho notable de que la mayoría de las mujeres, al casarse, dedicaban su tiempo completo a las fatigosas tareas de su casa y a la crianza de los hijos, dejaban de participar en forma definitiva en lo que se le llama la planta productiva, y la economía familiar se sostenía solo con el salario del esposo, el padre de familia, quien se asumía con toda naturalidad como el jefe. Las mujeres casadas que trabajaban fuera de su casa eran la excepción. Las solteras trabajaban como secretarias, sirvientas, enfermeras, empleadas bancarias, o como cajeras y vendedoras en tiendas de ropa, zapaterías, papelerías o perfumerías. Nada más las que trabajaban de maestras seguían trabajando después de casarse, por la facilidad de los horarios. En 1970 se abrió la primera “supertienda” en la ciudad, que fue Futurama, y al año siguiente La Soriana, con modelos europeos y norteamericanos de comercialización, de autoservicio, donde había “de todo para toda la familia en un solo lugar”.
La señora era llamada “ama de casa”, era el nombre de su oficio en documentos públicos: ella sola se ocupaba de cocinar y servir almuerzo, comida y cena, lavar la ropa de todos, asear la casa, llevar y traer a los hijos a la escuela, ayudarlos en las tareas, asistir a las juntas escolares, cuidar la salud en las noches. Pero casi en forma masiva, la mayoría de las mujeres dejaron el hogar. A partir de la instalación de las maquiladoras, consiguieron de pronto su independencia económica y escaparon de la esclavitud doméstica de tiempo completo. La mayoría de ellas sigue realizando en doble jornada los quehaceres de su casa, pero ya no de manera exclusiva. Se fueron a estudiar en las preparatorias y en las universidades, a donde antes muy pocas asistían; llenaron las oficinas y fueron consiguiendo cada vez más puestos de dirección, ante el desconcierto profundo de los señores, compañeros de trabajo y subordinados. También llenaron los salones nocturnos y aumentó con ellas el consumo de licores y cigarros; la nueva libertad fue tan frenética, que la ciudad fue extendiendo los espacios públicos y los secretos para nuevas costumbres de las parejas, en todas las orillas de la ciudad creció el número de moteles y hoteles de paso, los más caros y también los más baratos, se abrieron salones de baile donde caben hasta seismil parejas, más o menos permanentes, más o menos ocasionales, y otros lugares para hombres y mujeres donde toman cervezas al parejo.
La mayoría de los machos de antes, de todas las edades, se fueron resignando a perder sus tradicionales y muy antiguos privilegios y servicios que las mujeres sus hermanas, madres, esposas, amantes e hijas le ofrendaban de manera que parecía tan natural como respirar. Algunos incluso se adoptaron a la época de relativa igualdad con las mujeres y hasta consiguieron algunas ventajas en el talento femenino, en la amistad, el amor y la sexualidad con ellas en la reciente libertad, y juntos iniciaron alegremente una nueva educación sentimental. Pero muchos otros hasta hoy no han podido soportarlo, sobre todo porque a la mayoría de ellos, desde recién nacidos, los educaron y los siguen educando para la supremacía del varón. Además un buen número de mujeres asumieron con exagerada agresividad su nueva condición social. Se volvieron tan abusivas como los machos más cimarrones. La violencia aumentó de manera insidiosa y terrible: golpizas hogareñas, suicidios en la más oscura madrugada, asesinatos sañudos y sangrientos.
En 1982, cuando las maquiladoras eran recientes en esta ciudad, un hombre desempleado, vecino de la colonia Santa Rosa, mató a cuchilladas a sus tres hijos y luego se suicidó con la misma arma, desesperado y loco de celos cuando le dijeron que su mujer, quien trabajaba y para entonces era la proveedora de la casa, andaba de novia con un ingeniero de la planta. Un solo ejemplo, aunque especialmente trágico, de lo que en los años siguientes llegaría a ser vinagre cotidiano en la nota roja de los periódicos: drogadictos terminales, ancianos solitarios, niños que les prenden fuego a los gatos del barrio para vencer el tedio y el abandono.
Los divorcios se dispararon al tope, a tal grado que la ciudad de Chihuahua se registra entre las que tienen índices más altos en las estadísticas de la desdicha conyugal. El 99% de los procesos que se llevan en los juzgados civiles son de divorcios de toda índole, desde los voluntarios y casi amistosos hasta los pleitos más sórdidos, donde se ventilan historias erizadas de crueldad, humillación e insultos. Nuestra sociedad nueva incluye una multitud de madres solteras, quienes viven con toda naturalidad una nueva composición de familia, lo cual no resulta ya desventajoso para ellas de ninguna manera, tampoco para sus hijos, que en la mayoría de los casos se desarrollan con la misma dignidad y las mismas oportunidades que los hijos de familias tradicionales.
Esta sociedad tiene un rostro distinto en los inicios de este siglo, una nueva vitalidad y formas nuevas de existir y de entender su destino colectivo.

3. Platicar con las amigas es una de las mejores cosas de la vida

A las nueve de la mañana suena el timbre del desayuno; Irma y todas sus compañeras de línea dejan muy ordenados los circuitos de su puesto y entran de prisa al comedor de la planta. En la mesa de siempre la espera su amiga Lucy, quien la saluda con sonrisa burlona:
—Qué lindos ojitos, mi chula, se ve que te fue muy bien anoche.
—Todavía ando desveladísima, gacha. El sábado salimos del baile hasta la una y de allí todavía nos fuimos. Aquél me vino dejando ya como a las cinco. Apenas ayer pude dormir un rato, pero antes me puse a alzar todo el desmadre de la casa, lo bueno es que los niños me ayudan mucho.
—¿Y ya no saliste?
—Sí, fuimos a misa de doce, me fui con los muchachos a comer unos taquitos y los llevé un rato a la Deportiva, aunque ya José Luis no quiere andar con nosotros, ya se siente muy mayorcito. En fin. Ya en la noche volví a salir un rato con Esteban, a la cervecería, y por poquito me convence de que nos fuéramos otra vez a su cuarto, pero de plano no quise. Si así, ando muerta, imagínate con otra desvelada, me caigo dormida sobre los alambres. ¿Y a ti cómo te fue?
—Pues ya sabes... los dos días metida en la casa. Lavando toneladas de ropa, tallando pisos, haciendo comida. Y el cabrón de Manuel cada vez más necio, que deje la chamba, que no salga, que los niños... ¿Tú crees que con lo que él gana nos vamos a completar, pagando casa, con tres niños en la escuela? Si así apenas la libramos. Pero mejor platícame tú, ¿qué tal estuvo el baile?
—Estuvo muy suave, aunque llenísimo. Nosotros estábamos lejos del conjunto, apenas los alcanzábamos a ver, pero tocan padrísimo y el sonido se oía perfecto. Además Esteban se portó lindo conmigo, andaba muy cariñoso.
—¡Pues cómo no, mi reina!, si por fin le hiciste caso, tanto que batalló el pobre, meses y meses aferrado. Pero no cabe duda: el que persevera alcanza.
—¡Anda!, con la fama que tiene de mujeriego, ni creas que me siento tan segura. Ya ves lo que dicen, de coqueto y facilito no lo bajan. Me siento agusto con él, pero me da poco miedo.
—Sí, chula, mucho miedo te ha de dar.
—Deveras.
—No les hagas caso a toda la bola de envidiosas. Además está guapo tu viejo.
—Fíjate que he andado algo preocupada, amiga.
—¡No me digas que estás embarazada!
—Ni lo mande Dios. No. Se trata de otra onda, pero después te la digo porque es un asunto largo de platicar. Además ya se pasó la media hora, ya mero timbran y quiero completar la cuota alta de producción, quiero ganar el bono extra, necesito completar un dinero que debo en la mueblería.
—Yo también he andado bien bruja de lana, pero cuéntame, adelántame algo, ¿de que se trata?, nos seas gacha, me vas a dejar toda la mañana con la duda.
—No te preocupes, luego te digo. Pero ya vámonos, ya ves como se pone María Luisa cuando no llegamos al minuto. Nos vemos a la salida, mi chula.

4. Chihuahua es una ciudad reluciente

A las diez de la mañana el sol esta ya en su apogeo, su luz intensa es la principal característica del paisaje urbano dibujado en el horizonte de un cielo azul brillante y limpio, aunque a ciertas horas es visible la mancha turbia del aire contaminado por el humo de los abundantes automóviles, de ciertas maquiladoras y de las escasas fábricas.
En el centro quedan edificios de distintas épocas, como la catedral, magnífico templo de estilo barroco construida en el siglo XVII, el palacio de gobierno, el edificio de la presidencia municipal y algunas viejas residencias y construcciones civiles, entre las cuales la más notable es la Quinta Gameros, de arquitectura ecléctica, terminada en 1910. Pero esta zona, la más antigua de la ciudad, no tiene un carácter armónico en su arquitectura. Al contrario, hay espacios destruidos, fincas abandonadas, edificios improvisados para que produzcan renta de inmediato y con inversión mínima. Hay un hotel que se llama pomposamente Palacio del Sol pero que tiene la forma de una caja de leche Lala. Hay un edificio para oficinas que parece la ruina de una nave espacial imaginada por un dibujante de historietas de los años cincuentas. En la calle Juárez hay funerarias de pálidas luces donde el tiempo se quedó embalsamado en una sala con sillones grises de plástico. En otra orilla del centro se quedó sin terminar un edificio de cemento, aluminio y vidrio y que nunca fue usado, parece que no calcularon bien la resistencia de los materiales, pero allí lo dejaron de recuerdo y de estorbo. En el paseo Bolívar algunas fincas de noble construcción fueron habilitadas como cafés bohemios y le dieron una cierta animación a esa zona, una de las más agradables gracias a los árboles del parque Lerdo y al corredor adoquinado al lado de la calle amplia, donde también hay una hilera de árboles.
En los últimos 30 años, la ciudad creció cuatro veces, sobre todo hacia el norte. Hay cientos de colonias nuevas donde los servicios de agua, luz y drenaje tardan en llegar, se van poblando con casas construidas en forma precaria y provisional, que con los años van mejorando su apariencia; fraccionamientos con casas pequeñas y modernas, cubos de cemento alineados monótonamente en estrechas calles pavimentadas donde se concentra el calor sofocante del verano o el frío despiadado del invierno; extensos parques industriales con enormes edificios de ladrillo compacto, bien diseñados; tiendas gigantescas con zonas extensas de estacionamiento, plazas comerciales y también colonias privadas donde se alzan mansiones lujosas, silenciosas, rodeadas de jardines extensos, algunas de ellas amuralladas, con cocheras techadas donde se ven automóviles de lujo, hasta diez en cada casa, sobre todo camionetas ostentosas de modelos recientes. Algunas empresas constructoras lograron durante años evadir, con tratos de corrupción, los reglamentos urbanos que exigen en la letra la edificación de áreas verdes, de parques públicos, de espacios comunitarios obligatorios para todo nuevo fraccionamiento, por eso crecieron tantas colonias nuevas donde no hay de respiro ni siquiera alguna cancha deportiva, mucho menos alguna plazuela con jardines, ni bibliotecas ni teatros.
Quedan colonias antiguas con casas de adobe, donde el estilo rural sigue expresando la sencillez de las costumbres norteñas que poco a poco se han ido perdiendo, avasalladas por la uniformidad cultural de la llamada globalización.

5. Una historia sombría

A las tres de la tarde, las dos mujeres salieron juntas de su trabajo al calorón intenso de la calle, rápido subieron al camión urbano repleto de pasajeros. Cuando llegaron a la casa de Lucy, su amiga pudo al fin contarle el grave y secreto asunto que la inquietaba: desde hacía un mes, uno de sus hermanos estaba en una cárcel de California; cuando lo detuvieron le habían hallado en el carro cinco kilos de cocaína que iba a entregar en un restaurante cerca de Los Ángeles.
Tres años antes un amigo suyo lo había invitado a trabajar como chofer en una compañía de gas de ciudad Juárez. Como era un joven inteligente, empezó a viajar mucho, no solo en los camiones de la empresa, sino también en automóviles de lujo y camionetas último modelo. Lo extraño es que también empezó a ganar mucho dinero, en pocos meses compró un carro BMW que no hubiera podido comprar con ningún sueldo de chofer, por muy alto que fuera. Cuando le preguntaban, contestaba con evasivas y sonrisas misteriosas.
Muy pronto la familia, entre preocupada y complacida, se fue acostumbrando a que el hermano de Irma, que era soltero, manejara tanto dinero como si fuera lo más natural: mandó construir una casa para su madre, ayudó a varios de sus hermanos en gastos fuertes; aunque era el menor, era con mucho el más próspero. Por supuesto que sus conocidos murmuraban sobre fortuna tan repentina. Se volvió parrandero y alegre, vestía con ropa fina, le regalaba joyas caras a su novia de toda la vida, sus amigos lo seguían a todas partes porque era bueno para compartir la fiesta. Hasta que pasó lo que pasó: preso a los 23 años en una cárcel extranjera, acusado de tráfico de cocaína, asociación delictuosa, de cinco muertes y dos secuestros. A pesar de las especulaciones de la familia y de sus amigos, esto fue una sorpresa terrible para todos. No les cabía en la cabeza que aquel joven del barrio fuera un asesino.

6. Negocios extremos

Resulta imposible conocer los alcances reales de la poderosa economía informal del narcotráfico. Sus historias pertenecen al rumor y al secreto, a la exageración. Pilotos aviadores que volaban por la sierra en avionetas repletas de mariguana. Empleados bancarios que habían sido despedidos por fraude y al lanzarse por su cuenta abrieron una modesta casa de casa de cambio, en pocos años eran dueños de edificios, ranchos, mueblerías a su nombre. Casas de lujo protegidas con altas murallas, construidas en zonas exclusivas, donde no se ve ni un alma, pareciera que nadie vive allí. Fortunas de la noche a la mañana de gente desconocida que llegó de otros lugares y que no se dedican a alguna actividad conocida. También de cuando en cuando, en calles transitadas y a pleno mediodía, suceden aisladas balaceras con armas de alto poder, automóviles de lujo y con violencia rápida y precisa, digamos profesional.

7. La mayoría de la gente es tranquila y educada

El carácter de la gente en esta ciudad es apacible y equilibrado, las personas se preocupan por andar bien vestidas, las calles se ven limpias, la mayoría de la gente tiene trabajo, los jóvenes asisten regularmente a la escuela primaria y secundaria, una buena cantidad de ellos alcanza a estudiar preparatoria y a iniciar una carrera técnica o universitaria, aunque solo una minoría alcanza a terminar. Muchos empiezan a trabajar desde temprana edad y suelen ser solidarios en los gastos de la familia. En esta sociedad se nota muy fuerte una cultura del esfuerzo y del trabajo.
También es una sociedad en la que los estratos sociales están bien delimitados, no hay comunicación ni convivencia entre personas de distinta condición económica. Los ambientes son cerrados y excluyentes. El común de la gente se desenvuelve con respeto y buena educación que se nota hasta en la forma de conducirse en el tráfico, la gente maneja sus automóviles con atención al reglamento de tránsito, sin la agresividad que suele darse en otros lugares. Existen todavía muchas formas de la cortesía pueblerina que formó parte del carácter natural de los vecinos hasta los años cincuentas, de respeto y consideración hacia las personas mayores, del saludo cuidadoso al llegar a un lugar donde hay personas, aunque sean desconocidas. Sin embargo el individualismo y el anonimato han aumentado, como en todas las ciudades del mundo.
En esta ciudad la sociedad es conservadora y muy resistente a los cambios de todo tipo, la gente cuida mucho los centavos, hasta niveles de avaricia en muchos casos, el dinero es un tabú del que nadie habla, es un tema que se maneja con discreción y hasta con secreto. Sin embargo se mantiene una profunda solidaridad, sobre todo en el ámbito de la familia, que también es social cuando suceden desastres naturales, como quedó demostrado en la tromba de 1990.
Esta ciudad, que fue construida con nobleza y a partir del siglo XX ha sido edificada con improvisación y afán de ganancias fáciles y de rentas altas como único impulso empresarial, se sostiene con la vitalidad de la gente común, que se levanta todos los días a trabajar por su familia, que se empeña por mejorar la vida, lograr “que los hijos estudien”, y los educa en la honradez y en la esperanza de un futuro bien cimentado. Son esos ciudadanos quienes recrean la vida y el alma colectiva del presente.

(Junio 2002, páginas de la 113 a la 123 del libro Chihuahua historia de una ciudad, Editorial Grupo Cementos de Chihuahua, México, 2002, ISBN 968-6520-80-5).

martes, 15 de junio de 2010

mi papá


Elegía para Pablo Chávez Mendoza

20 septiembre 2000

Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
olvidados,
cercado de su muger
y de hijos y de hermanos
dio el alma a quien ge la dio,
el cual la ponga en el cielo
y en su gloria,
y aunque la vida murió,
nos dexo arto consuelo
su memoria.
Jorge Manrique

Hoy nos reúne un acto triste: la muerte de nuestro padre, de mi jefe, Pablo Chávez Mendoza. Él fue un hombre de gran estilo, de original sabiduría. Un hombre misterioso. Vivió como un solitario, pero amaba profundamente a sus hijos y a su esposa Carmen Marín. Luego también a sus nietos, sus yernos, sus nueras. Todos sentíamos el cariño la dulzura con que nos trataba, sobre todo a los niños. Fue señor de gran fortaleza física y espiritual: un hombre libre. Con sus muy contados amigos era bromista y platicador, aunque en otros días también fue taciturno y silencioso. Vivió entre serenidad y tormentas y siempre respetó la vida.
Con su ejemplo y sus palabras nos dejó lecciones de una alta educación, entre ellas están cuatro enseñanzas valiosas:
1. Nos enseñó a vivir con dignidad, porque era orgulloso, delicado y muy sensible.
2. Nos enseñó a respetar a todas las personas. A nuestros mayores. A los niños. A ser leales con nuestros amigos; amorosos y cuidadosos con la familia.
3. Nos enseñó a disfrutar el placer de la risa. Él vivió de buen humor, lo cual fue manifestación de su inteligencia clara, incluso en las ocasiones en que transitó por oscuras regiones de tristeza. Sabía reírse de sí mismo y, por supuesto, también de los mitotes y las incoherencias en que a veces caemos cuando perdemos el control del cuerpo o de las palabras y hacemos el ridículo o nos comportamos como mentecatos. Él se reía de todo eso y expresaba comentarios ingeniosos, con una mezcla de ironía y bondad. Vivió siempre con alegría profunda, sencilla y natural.
Y nos dejó la lección más importante: 4. Nos enseñó el valor de la libertad, el placer de disfrutar la frescura del campo, la lluvia, los alimentos, la tierra, las calles, la ciudad. A platicar con cualquier persona, a leer libros, a andar en bicicleta, a manejar automóviles, a caminar sin ataduras, a no someternos a tiranías públicas ni privadas, a pensar, a tomar decisiones con honradez y buen juicio. A llevar nuestros asuntos en forma ordenada, pero libre. A ser libres siempre. Libres para pensar, para amar, para hablar, para trabajar con dignidad, para disfrutar del tiempo, de la naturaleza y del cariño de nuestros hijos.
Hoy que lo despedimos para siempre, sabemos que en su memoria nacimos para ser felices, que su largo amor será manantial de nobleza y que su vida y el fulgor de su alta inteligencia trascenderá en la sangre, en la tierra, en el aire y en el fuego. Y en las acciones y el pensamiento de todos sus descendientes. Que Dios bendiga eternamente a Pablo Chávez Mendoza.

(Jesús, María Elena, Pablo, Carmen, Pedro, Herminia y Guadalupe).

Chihuahua, 20 septiembre 2000

lunes, 14 de junio de 2010

consultorio fil


Mas Carlos Ordóñez y menos prozac

Por Jesús Chávez Marín

Un filósofo es cosa seria y Carlos Ordóñez es uno de los filósofos más concentrados y productivos de la ciudad de Chihuahua, donde suelen ser escasos. Hace dos años inició una empresa que se llama círculo de investigaciones filosóficas. En su oficina, instalada en el segundo piso del edificio Treviño Terrazas de la calle segunda y Aldama, ofrece un servicio que en lo que va del siglo xxi ha ganado clientela enorme: la consultoría filosófica.
El señor es licenciado en filosofía; la tesis con la que se tituló se llama Filosofía de relaciones. Desde el inicio de sus estudios profesionales orientó sus lecturas hacia la reflexión práctica.
Aunque en su aspecto y en su look parece un académico ortodoxo, y además lo es, el buen humor es una de las fortalezas de su gran personalidad.
Dice Ordóñez:
En 2004 empecé a investigar la relación de las grandes doctrinas filosóficas con la vida cotidiana. Durante siglos, la filosofía fue una maestra para la gente, enseñaba cómo resolver asuntos de la vida en acción; el filósofo se comunicaba con la gente de la calle como lo hace con toda naturalidad un carpintero, un médico, un abogado.
El tema de la filosofía práctica me llamó la atención en dos instancias: la practicante y también el sustento teórico que la respalda y la conduce.
Porque al mismo tiempo que me mantenía informado del desarrollo de la filosofía práctica en ciudades como Lima, Nueva York o Buenos Aires, también profundizaba en mis estudios de la tradición filosófica, metafísica, ontología, y seguía leyendo por toneladas a los autores clásicos, Aristóteles, Tomás de Aquino, Marx, Heidegger.
En 1996 se popularizó la traducción al español del libro Más Platón y menos porzac, del filósofo Lou Marinoff. Desde dos años antes estaba yo bien informado sobre los temas que trata esa obra, así que la leí con entusiasmo y confirmé varias de mis reflexiones anteriores.
Con ese y otros estímulos, seguí trabajando, tanto en la investigación teórica como en asuntos prácticos. Con otros colegas, inicié un club de filosofía, publicamos una revista que se llama Alethéia. Y en noviembre de 2009 abrí este consultorio de filosofía, donde ahora usted y yo estamos platicando.
Así que ya lo saben, bienamadas lectoras de Omnia. Si alguna de ustedes, las más aceleradas y las más melancólicas, ya están un tanto cuanto fastidiadas de cada mes platicar con su psiquiatra, la ciudad de Chihuahua ya está lo suficientemente sofisticada para que hallen ustedes otra alternativa: platiquen con su filósofo.
Si alguna otra de ustedes ya le firmó fecha de caducidad a su marido mediante divorcio civil, separación necesaria o por el duelo de la viudez, vaya al consultorio filosófico a mitigar su dolor o a compartir la alegría de la libertad con un buen diálogo. Al consultorio de Ordóñez o a otros que se han ido abriendo en el centro y hasta en colonias de la periferia: los barrios elegantes de los suburbios tan protegidos con su caseta de vigilancia que los resguarda y también en uno que otro barrio antiguo y bien portado.
Aquellas de ustedes que aún tienen la paciencia de aquella buena señora que se llamaba santa Rita de Cassia y conservan a su viejo marido, aconséjenles que si algo se les reboruja en los graves asuntos de su oficina o su empresa, en cosas de la administración, la contabilidad o los pleitos jurídicos, también visiten a Carlos Ordóñez en busca de lógica, o para poner en orden sus pensamientos empresariales o burocráticos.
Este joven filósofo tiene todo el tiempo del mundo para escucharlas, señoras, platicar con ustedes en la serenidad de la buena reflexión.
Carlos Ordóñez es un hombre delgadito, risueño; de lejos parece Quique Gavilán todo sabio y de lentes. De cerca, es un señor muy elegante y discreto, de manos bien cuidadas y con una facilidad de palabra de lo más seductora. También es un profesional, educado y fino. Será una experiencia productiva consultarle asuntos privados y públicos.
Yo antes iba con frecuencia y por prescripción médica a platicar con psiquiatras, y hasta tuve 22 años una psicóloga de cabecera. Hallé varios que me ayudaron; algunos son hasta buenas gentes. Todavía voy cada tres meses con uno de ellos.
Otras veces me tocó ir con abogados, un amigo hasta me salvó una vez de ir a la cárcel allá por el año de 1979. Por razones de trabajo, otras veces hablé con maestros de yoga, contadores, y todo tipo de licenciados.
Ahora la mayor parte de mis asuntos personales, políticos y de negocios los consulto con este licenciado en filosofía, quien me ha conducido por el buen camino de la lógica, la ética y la estética. Él ha iluminado un poco algunas zonas oscuras de mi existencia.
Por eso le paso a usted la receta: si en su vida persisten las molestias, consulte a su filósofo.

Abril 2010

domingo, 13 de junio de 2010

mi columna en omnia


Estilo Mápula

Por Jesús Chávez Marín

El primer número de una columna escrita es emocionante y más lo es ahora que por invitación de los señores Edith Barajas Vallejo y Antonio Payán aparece y se inicia en Omnia, ese periódico civil de la ciudad de Chihuahua tan estilo siglo xxi que es regalo y lujo de la memoria colectiva reciente.
Desde hace 30 años escribo columnas en periódicos y revistas: letras al margen, el texto breve, el haikú clásico, escritores de la ciudad, la enredadera son algunos de los nombres que como un vaso de agua fresca se me vienen a la rápida memoria. Esta de ahora me emociona más que las anteriores por razones que venga o no venga al caso voy a platicar a ustedes, lectores, oh aristocracia alta y educada y atenta.
1. La primera palabra de su nombre es estilo, porque hablaré de esa región espiritual y física que compartimos redactores y lectores: libros, películas, modelos, diseño, política, frivolidad y alguna que otra canción bonita.
2. Esa palabra alude también a la corrección de estilo, o sea la crítica de cuanto se me ocurra al momento escribir y por supuesto también la autocrítica y a respuestas y contradicciones que ustedes, lectores de Omnia, en uso a su libertad de expresión envíen a favor o en contra de lo que en esta columna señale.
3. Tema fundamenta de esta conversación habrán de ser los libros y para luego es tarde quiero recomendarles estos cinco, por lo pronto hoy de autores de la ciudad de Chihuahua: Lámpara en el granero, poemas, Rogelio Treviño. El amor entre las ruinas, cuentos, Mario Lugo. Vida en otra parte, cuentos, Liliana Pedroza. La otra cara de México, novela, Carlos Chavira. El libro de los poemas, de Jorge Humberto Chávez.
4. El estilo de las mujeres en el siglo xxi, nominado en orden descendente, se divide en tres ambientes: femeninas, feministas y feminazis.
5. El estilo de los señores y jóvenes en el mismo respectivo siglo se divide en tres ambientes: organizados y diestros en sistemas y herramienta; educados y buena onda y, tercero, delincuentes.
6. La segunda palabra que nombra esta columna es Mápula, lugar hoy tan cercano a nuestra ciudad que a lo mejor es ya territorio urbano pero que en 1928 era un rancho vigoroso y alegre. Allí nació la señora Carmen Marín Gutiérrez y en su memoria preclara y feliz habrá de escribirse cada uno de los episodios de esta crónica.
7. También ese nombre fue el de nuestro equipo de futbol a principios de los años ochentas donde jugábamos en los llanos y en torneos municipales varios señores que aún son amigos estimados: Omar Nava Cano, mi hermano Pedro, Rafael Ibarra, Alfonso Miguel Víctor y Filomeno Marín, mis tocayos Jesús Flores y Jesús Camúñez, Heriberto Ramírez Luján, mi cuñado Jesús Manuel Ortiz y Rafael Murillo.
8. Espero entonces que esta conversación no se quede nomás de este lado. Léanme, escríbanme.

(publicado en Omnia, noviembre 2009).