martes, 20 de marzo de 2012

alejandra guzmán


Alejandra

Por Jesús Chávez Marín

En el centro de una ciudad oscura, entre las luces del comercio manchadas con polvo de humo y cuyos sonidos confusos parecen el sueño de un planeta, surge la voz poderosa y la presencia bellísima de una mujer mexicana: Alejandra Guzmán.

Si la oyera cantar, el poeta japonés Buson (1715-1783) retrataría a Alejandra con este haikú: “En la borrasca, en las rocas se quiebra la voz del agua”. Y luego se uniría al aplauso con que la saludamos y agradecemos el espectáculo vigoroso de su danza y sus canciones.

La misma Alejandra escribe con letra manuscrita en la portada de un disco su declaración de principios como artista: “La vida es un sueño abstracto lleno de música y expresión, aprendido del momento en el que quiero ser libre y feliz”. Y entonces decide debutar en octubre de 1988, como un discreto noseolvida de aquella matanza que sucedió en Tlatelolco veinte años antes, cuando ella era una bebé de ocho meses.

Sus histriónicos padres dirán después que a ella desde muy chica la llevaron a los foros y a los teatros, que molestaron su infancia con las luces tormentosas del telesistema. Y nadie se explica de dónde salió Alejandra con tanto carisma siendo sus jefes un par de mamones: Silvia una güera fría y calculadora y un triste payaso que se llama Enrique.

Alejandra documenta la vida de los mexicanos en 1991 con sus canciones. Las rubias de la televisión quedaron eclipsadas por un buen rato desde que Alejandra decidió regalarnos su sabiduría de bailarina y su voz de tormentas gozosas, y llenó de gracia los gastados foros de todos los lugares comunes del show: palenques, pantallas, radiofusoras y grabadoras domésticas.

Junio 1991

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