jueves, 22 de julio de 2010

alfonso reyes siáñez


Una extraña atmósfera de sensaciones.
Presentación del libro Rocío de sentimiento, de Enrique Alfonso Reyes Siáñez.

Por Jesús Chávez Marín

De todos los textos que un autor puede escribir, el más riesgoso es el poético. Las zonas más secretas de la intimidad, la claridad más intensa de los pensamientos, la visión más personal, las palabras más cercanas al propio cuerpo son los materiales del poema. Pero no basta sólo con ese fulgor de la propia vida para construirlo. Hace falta armonizarlo con las ideas colectivas, con las voces múltiples de la expresión universal de la tradición.
Enrique Alfonso Reyes Siáñez construye en éste, su segundo libro de poesía, una atmósfera plena de sensaciones sonoras, olfativas, visuales donde sus versos líricos iluminan no solamente historias de diversos momentos de su infancia, de su escuela, de sus amores, sino además nos conecta con imágenes muy reconocibles por todos nosotros que nos miramos en el espejo de esta escritura forjada con nostalgia, con ternura, con dolor, y con la fuerza que da la meditación constante, el ejercicio de pensar.
En el primer texto, titulado “El valor de vivir”, el autor habla de los contrastes físicos y espirituales con los que batallamos todos los días, nuestra presencia en medio del mundo, entre nuestros semejantes, y en las claves que el poeta va iluminando con su búsqueda espiritual, tal como dice en uno de sus versos:

Alba de esperanzas
que voy abriendo en la misteriosa selva del destino.

La estructura de este libro tiene una secuencia existencial que se va rebelando en el orden en que vienen los poemas. La historia se inicia en la primera infancia, donde las palabras son objetos tangibles, importantes para forjar una identidad que se conecta al presente de la escritura y al presente de cada lector. Así vemos que el poeta evoca la voz del padre, en el momento mágico del ensueño. Así lo expresan estos dos versos:

El cuento que mi padre me relataba,
antes de cerrar mis ojos

En ese mismo poema también se habla de las “canciones de infancia, que aún viven”. De una manera muy atinada, el texto juega con esos jirones de sueño que se proyectan para siempre en la vida de los hombres y de las mujeres, esos sonidos y palabras luminosas que son para todos el sustento de la propia identidad.
Con gran intuición, Reyes Siáñez forja en sus textos esas imágenes del pasado que surgen vigorosas en la reflexión de un presente cristalizado en cierto momento de la propia existencia. Les voy a leer dos versos de un mismo texto, donde se forja esa piedra de toque. Primero, la voz poética habla de la “nostalgia de mis juegos que volaron” y, dos estrofas después, aparece esta otra metáfora: “La misteriosa huella del amor”. Las dos vías de la sensibilidad, el recuerdo y la experiencia intensa del presente, se armonizan en el texto para construir un lenguaje de gran expresividad.
En otro poema hallamos un retrato de gran originalidad de lo que, para el autor, es la amistad: El fulgor de un arcoiris que a veces, por descuido, guardamos en los bolsillos rotos de los sueños.
Los poetas, los pensadores, son personas de sensibilidad muy viva. Su vida espiritual es muy dinámica y muchas veces navegan, como lo indica uno de los versos de este libro, en “la misteriosa soledad”. A pesar de eso, los poemas de Enrique Alfonso Reyes Siáñez suelen tener una sencillez y una ternura de gran dulzura, de profunda humanidad. Como cuando se refiere al amor de la madre y le canta a su “amor sin condición”, al “consuelo oportuno”, al “arrullo que solía oír” desde el vientre de la mujer, aún antes de nacer. De esa mujer que se entrega entera y no espera ninguna otra recompensa que ver alegre a su hijo.
En el paisaje de este libro, escrito con la reflexión y la sensualidad del presente en contrapunto con los colores de los recuerdos, se habla de la escuela donde todos fuimos niños. Uno de los textos se refiere, según las palabras de uno de sus versos, de “la cotidiana tarea de aprender la lección”. Quienes son o han sido maestros, maestras, hallarán en este poema un homenaje de gran cortesía y cariño.
El autor hace también una sutil reflexión de su propio oficio de escritor, y se refiere en otro texto a

La facultad de expresarme que la vida me otorga

facultad que es ejercicio constante desde la infancia del poeta, según lo indican estos dos versos, donde habla de su actividad de pensar e imaginar que parecían tan naturales, desde el refugio del amor:

la ternura de mi madre, cuando me miraba,
con mis ojos cerrados y mi mente volando.

Me parece muy hábil la escritura de Reyes Siáñez en el trazo de gran precisión con que suele describir figuras y personas en unos cuantos versos. Como es el caso de este bello retrato de una joven mujer:

muchacha, que detrás del maquillaje
cubre sus sentimientos,
que son el tesoro de su intimidad

Hay también en este libro, como una trama de hilos muy finos, un afán siempre constante de seducción: al lector, a la amada, a la musa. Incluso se atreve a revelar sus intenciones en palabras muy explícitas, según lo indica este verso:

tal vez estas palabras humedezcan tu corazón

Quizá el tono más constante en todo el libro sea la ternura, ese sentimiento tan difícil de expresar. Vivimos tiempos tan ásperos, fríos y violentos, que las lecciones de amor que también hay en esta escritura sin duda serán para nosotros como un poco de agua fresca. Así se expresa en esta parte del libro, donde se habla de

Este amor, inmensa ternura solitaria
en lo profundo de la noche

Algunas de las palabras con las que están forjados estos poemas, según el poeta, “se refugian en tu piel de mujer”, así se lo expresa a una de sus amadas, a quien también le dice esto:

se desvaneció mi pudor frente a tus ojos

El riesgo de la propia intimidad esa uno de los componentes más difíciles pare el poeta. En la apuesta va todo: el cuerpo, los pensamientos secretos, la crueldad, el sufrimiento, la alegría, la fe. Para tener a la amada, la voz del poema habla de:

la ansiedad de robarme tu sombra,
que es el consuelo de mi desvelada vida

Y en otro poema, también le expresa el triunfo de esta aventura poética:

Saber que te llevo tatuada

Leer este nuevo libro de Enrique Alfonso Reyes Siáñez es una experiencia estimulante. Los colores de la infancia iluminan con alegría y ternura zonas oscuras de nuestro presente. La temblorosa inseguridad ante la primera experiencia amorosa, cuando somos protagonistas de la intensidad amorosa y la repentina conciencia del propio cuerpo, se queda grabada en nuestra identidad, nuestra conciencia, con una mezcla confusa de placer y temor, de ilusión y dolor, pero son en la memoria sensaciones tan llenas de nuestra propia vida que las guardamos como uno de los mayores tesoros. De todo esto habla este libro: habla de nosotros, de los juegos, de las canciones, de los amores, de nuestra propia respiración.

Junio 2010.

miércoles, 21 de julio de 2010

rodrigo pérez rembao


Tan jovencitos y ya tan amargados
Presentación de la novela Alguien se está
muriendo, de Rodrigo Pérez Rembao

Por Jesús Chávez Marín

En Chihuahua hay pocos novelistas. Alfredo Espinosa, Jesús Gardea, Enrique Macín, Isauro Canales, Carlos Chavira Becerra, Víctor Bartoli, Willivaldo Delgadillo, César Francisco Pacheco Loya, Guillermo Hernández Orozco y algún otro que escape a una rápida nómina de memoria. Por eso resulta notable que este noche se presente aquí la novela titulada Alguien se está muriendo, la primera de Rodrigo Pérez Rembao, el joven escritor de 26 años que junto con su amigo Jaime Romero Robledo fundó la revista Artificios, donde varios de su generación iniciaron una carrera literaria.
Alguien se está muriendo es una novela breve muy bien escrita. Desde el primer párrafo se nota la fuerza de un lenguaje narrativo bien estructurado, el tono definido, la mezcla temática que nos propone, a los lectores, un pacto narrativo que desde el arranque nos mete de lleno en una atmósfera de extrañamiento.
¿Quién es este personaje llamado Víctor, que tiene tan solo veintitantos años, reflexivo y solitario, y enfrenta la vida con tanto desaliento?
Para que ustedes se ambienten, escuchen el tercer párrafo, que inicia así: “Un día como cualquier otro, notó que su ánimo se encontraba opaco. Sintió fastidio solo de pensar en tramitar las siguientes horas. Le pareció absurda la rutina que seguía de tiempo atrás a la fecha: el despertador a las seis, el baño, gotas de loción; la corbata al cuello; un café con dos de azúcar y salir a la calle. Ingresar al tráfico primero y luego a un edificio donde un pequeño espacio habría de confinarlo la mayor parte del día. ¿Para qué? Para conseguir el sustento y prolongar la rutina. Le pareció insensato; le pareció una mera lucha por la superviviencia. ¿Consiste la vida únicamente en batallar por la preservación? Tal vez sí”.
La aventura de este personaje tiene este arranque. El proceso de degradación o de mejoramiento así inicia en esta historia. Más tarde los lectores conoceremos a Rebeca, bella muchacha que trabaja en oficina y se inscribe en una agencia de modelos. A Gustavo, un ex compañero de universidad de Víctor con quien este confronta sus propios pensamientos desde la superioridad burlona de su escepticismo. A Carmen, una mujer de 50 años clienta frecuente de videocentro cuya ternura y buena fe han forjado la entrega para cuidar a su sobrino, a quien ama como a lo mejor de su vida.
Lo más intrigante de estas historias tejidas es la atmósfera que las envuelve. Por los pensamientos y las palabras de Víctor asistimos casi escandalizados al vacío existencial y autocomplaciente de algunos jóvenes de nuestro tiempo. Nada los salva. Ni ideales, ni esperanzas, ni ilusiones. El futuro está perdido, confundido con un presente sin asideros espirituales ni intelectuales. Jóvenes sin fe, sin padre, se enfrentan, en esta novela, al ruido constante de los mensajes que anuncian la moda y lo nuevo. El futuro está cancelado y el presente solo se sostiene con dinero. Los niños y adolescentes que en los cruceros son payasitos trágicos en cuyas manos flotan por el precario arte de sus malabarismos tres naranjas, como espectáculo único de su vida miserable, estos, digo, no son siquiera dueños del presente, de la dignidad mínima para vivir. En esta novela, como en la vida real de nuestros días en las calles, solamente son objetos de escenografía, parte del decorado en las ciudades de este supermercado sin piedad que todos hemos constituido.
En cierta forma, Alguien se está muriendo es una novela de terror; ver la vida de estos jóvenes tan precaria de sueños, tan llena de ruido, tan intranquila y egoísta, sin contacto con la naturaleza, sin árboles, sin flores ni libros, sin agua; sin más paisaje que los alambres de la luz y los semáforos; sin más aire que el humo de los carros y de las plantas maquiladoras; sin recintos nobles ni lugares sagrados; metidos en antros viciosos y en oficinas monocromáticas donde la competencia es la única misión de la excelencia (palabras nuevas injertadas en la ideología autoritaria de la administración pública de la globalización, este mito ridículo que se nos ha impuesto), ver todo esto en la fría y serena prosa de Rodrigo Pérez Rembao, pone los pelos de punta. Es doloroso enfrentar el espejo de esta novela con la vida real donde muchos jóvenes de hoy parecen tan semejantes a los personajes de sus páginas, donde el único vestigio de idealismo es la conducta impostadísima de Gustavo que, sin embargo, es uno de los retratos más trágicos, por atenerse tan cómodamente a una fe simplista y artificial.
Este mundo tan bien reflejado es la expresión de que su autor tiene un talento poco común para contar historias, y también para establecer con el lector un abanico floreciente de ideas. Que el personaje principal sea un joven solitario y reflexivo no hubiera bastado. Las situaciones en que se presentan los personajes, en espacios narrativos bien construidos con unas cuantas frases; la evolución neurótica de Víctor, que presenta todas las gamas de la angustia y la depresión perfectamente observables en las noches de claridad morbosa y en los días de doliente aburrimiento; los encuentros con otras personas que, sin embargo, no le importan realmente al obsesivo pensador; son todas ellas factores narrativos de amplio registro, de fuerte impresión. Deveras sorprende que un escritor tan joven pueda construir este enredo con tanta verosimilitud.
Escuchen, como ejemplo, el breve relato de alguna de las noches atormentadas del protagonista: “No tenía la certeza de que estas visiones fueran sueños auténticos, pues no dormía del todo mientras se llevaban a cabo. No lograba definir hasta qué punto intervenía su voluntad en la construcción de semejante pesadilla”.
La estructura de la novela tiene tres partes, que corresponden distintos procesos mentales del protagonista más cercano al narrador, el cual conduce el punto de vista del relato; con un total de 32 capítulos breves, que se forjan con alguna independencia pero que están bien ceñidos a un hilo narrativo firme. El transcurso del tiempo narrativo, con varios planos de la memoria y con presagios del futuro cercano, se extiende con una lógica de causas y efectos. Artesanía narrativa mezclada con ideas. No se trata aquí solo de la anécdota brillante y efectiva que se queda hueca en sí misma queriendo competir con el lenguaje cinematográfico, situación de la que adolecen tantas novelas de moda, llamadas light, sino la mezcla certera de conceptos y escenas, de estructura y lenguaje, de buena prosa y claro pensamiento. Las conductas de los personajes evolucionan con secuencias bien tramadas, la atmósfera es nítidamente reconocible; en fin, los aciertos son abundantes.
Por todo esto, es una buena noticia para la literatura este libro de Rodrigo Pérez Rembao. Como lectores, podemos esperar de él muchas otras buenas novelas que han de salir de sus manos de artista. Podría ser que, en el futuro, su talento narrativo traiga otras historias donde también sea posible la felicidad como en este lo fue tanto la tristeza; donde en sus páginas leamos la plenitud del amor y la alegría de la amistad, como en esta vimos tan bien contado el vacío espiritual y la soledad inaudita en personajes de tan poca edad. Donde el futuro pueda mirarse con un horizonte abierto y no solo esta nube de humo que mancha y oscurece nuestra identidad colectiva, tan frágil siempre y tan rodeada de asechanzas, igualito que en esta limitada vida real en la que nos hemos metido todos, como imbéciles, y donde ya no hallamos la puerta.

Pérez Rembao, Rodrigo: Alguien se está muriendo, Universidad Autónoma de Chihuahua Ed, México, 2000.


Julio 2000.

lunes, 19 de julio de 2010

vicente ribes iborra


Presentación del libro Anatema. La conquista de Texas

Por Jesús Chávez Marín

La novela es quizá el género que permite más libertad en su escritura y el que más se acerca a la sensibilidad de los lectores de nuestra época, formados como espectadores de películas y de las narraciones visuales y sonoras de la televisión antes que en la lectura. A la novela nos gusta entrar como a un lugar desconocido, a una ciudad, a una casa, donde vivimos con los personajes y acompañamos sus acciones, desentrañamos sus lenguajes, establecemos un pacto con el narrador o los narradores varios que aparecen para hablarnos de los dramas, las tragedias, el dolor, el amor, el paisaje: un mundo semejante al nuestro pero con la coherencia de una estructura y un sentido novedoso. La palabra novela viene de la palabra novedad, noticia fresca, vida siempre intensa en sus placeres y en sus delirios, en la razón y en los sueños, en sus presagios y sus sombras.

Este es también un género que tiene un abanico muy amplio de registro y de niveles de escritura, el valor artístico de sus productos es también infinitamente diverso: legítimamente pueden llamarse novelas a las de Corín Tellado y sus similares que repiten hasta el agotamiento el recetario del amor entre comillas del joven guapo y triunfador que rescata a la cenicienta y la lleva a la cima de la felicidad luego de vencer juntos los obstáculos de una adversidad tan artificial como las promesas y las palabras en almíbar que se dicen los enamorados muy similares al narrador tan previsible siempre como las tramas y los escenarios de una ficción elemental y tediosa. A pesar de eso, este tipo de escritura encuentra a sus lectores, los cultiva y los forma en su eterno retorno. Este tipo de productos en serie, además de las “de amor” tiene muchos otros subgéneros: de misterio, de aventuras, de vaqueros, policiacas, pornográficas, de espionaje. El más reciente serían las biografías no autorizadas, con escándalos de políticos y de figuras del espectáculo que también podrían forjarse en un género tan prodigo donde todo cabe con tal de que el lector disfrute de un relato que lo divierta y lo distraiga de sus problemas cotidianos.

Al lado de toda esta literatura adocenada y de consumo masivo, los novelistas que tienen intenciones artísticas buscan escribir un texto distinto, que valga por su originalidad, por el valor de su forma y siempre con la intención totalizadora de producir la ilusión de la realidad, recreándola y formulando nuevas posibilidades vitales. El objeto artístico busca formar algo que no había existido antes, y por eso renuncia a recetas y fórmulas prefabricadas para asumir el riesgo que significa el arte.

Tal es el caso de esta novela llamada Anatema. La conquista de Texas, de Vicente Ribes Iborra. Para demostrar esta afirmación, o sea, que esta novela es un texto literario, o sea, artístico, comentaremos brevemente algunos de los elementos de su estructura, basada en la búsqueda de originalidad y de una visión totalizadora de su material narrativo.

En principio podría pensarse que se trata de una novela histórica, lo cual tiene algo de cierto, porque sus relatos están sólidamente sustentados en investigaciones históricas y geográficas de mucha precisión en su cronología, su contexto temporal, su recreación de paisajes y territorios, en la descripción detallada de su travesía. Además de ese contexto muy bien documentado, aparecen como protagonistas lejanos varios personajes históricos con su nombre y apellido, el rey de España, los virreyes de la época y el año exacto de las aventuras que se cuentan: 1680, finales del siglo 17.

Pero no es tan fácil de clasificar un texto literario que de veras lo sea: en rigor no puede hablarse en este caso de una novela histórica, ya que los tres personajes principales son estrictamente de ficción, y las aventuras que se cuentan pertenece a distintos orígenes: leyendas de la época, relatos históricos, documentos, mapas, relatos fantásticos como el huracán que levanta en vilo a los expedicionarios o el hallazgo de la fuente de la eterna juventud. Pero el material narrativo más importante es el de la ficción literaria: la fuerza de la imaginación que logra crear personajes, producir la acción y el movimiento con solo la fuerza del discurso narrativo y una estructura bien pensada para engarzar y dar coherencia a todo ese material narrativo tan diverso: los elementos del espacio narrativo, la ilusión del transcurso del tiempo, la actualización del ensueño en la memoria de los personajes y la concepción de documentos que contienen información como versos, pergaminos, memoriales y hasta los mismos papeles antiguos abandonados en una casona en decadencia, escritos por uno de los diversos alter egos del narrador, los que escribió un tal José Alcocer en el real presidio de Monterrey, sargento que fue del grupo expedicionario de los protagonistas de esta historia delirante de aventuras.

La anécdota que se narra es la expedición de reconocimiento de un grupo que en forma oficial sale de Aguascalientes hacia el norte, como castigo para sus tres principales por la anatema o excomunión que había caído sobre ellos por un incidente a la vez absurdo y trágico, para descubrir y tomar oficialmente posesión de aquellos parajes en nombre del rey de España. De esta manera y enfrentando grandes dificultades recorren todo el territorio del norte de lo que hoy es México, hasta llegar a Texas y aún más lejos. A las orillas del río San Antonio fundan una misión presidio, donde la mitad de los expedicionarios se quedan a vivir, estableciéndose como colonos, mientras el resto del grupo continúa la travesía hasta llegar a la desesperanza y la desaparición.

La novela se extiende hasta dos siglos después, cuando aparece vivo el último personaje, quien había alcanzado la eterna juventud y la inmensa soledad de sobrevivir en el delirio y en el remolino de los recuerdos ya sin el sustento de sus semejantes.

La estructura de la novela se alza en tres personajes principales, varios otros secundarios de los que se cuentan sus historias individuales, algunas ya en el plano de la irrealidad y la fantasía, algunos en la memoria distorsionada de las habladurías de la época, otros en su propio testimonio como narradores personajes que se alternan.

Uno de los desafíos que libró el autor es el uso de un lenguaje que recreara el español antiguo de la época que se narra, finales del siglo 17 en la región norte de la Nueva España, y que pudiera ser leído sin grandes dificultades por un lector moderno. Porque este es otro de los elementos esenciales del objeto artístico: que de alguna forma tenga vigencia en su propia época, que exprese su tiempo.

A pesar de contar una historia antigua, esta novela no tiene nada de acartonada ni obsoleta. Su sensibilidad está muy bien ubicada en su tiempo: principios del siglo 21. El elemento principal con el que el autor consigue esto, es con la peculiar visión del narrador, su enfoque, su mirada.
Sin dejar de ser un cronista exacto de aquella expedición que navega por los desolados parajes del norte soleado y extenso, el narrador tiene una perspectiva del mundo muy desengañada, con esa angustia fría que da el escepticismo, con esa resignación cínica de los ojos acostumbrados a la decadencia y al polvo del desengaño, con esa capacidad de asombro ya vencida en la resolana de la sangre que se derrama, las armas en las manos y en la carne, los desastres naturales que cumplen sus amenazas trágicas, los destinos de los hombres que se repiten en la lumbre de todos los tiempos.

De esta manera la novela logra construir una atmósfera muy sobria: es un realismo mágico sin los aspavientos y las grandilocuencias que nos administraron hasta el hartazgo García Márquez y sus malos imitadores como Isabel Allende y otros. En otro sentido es una novela estrictamente realista, ya que ni el narrador ni sus personajes principales se enredan en las charlatanerías y fanatismos de su contexto, el cual solamente queda consignado en su estricto nivel de narratividad, y nos ahorra los juicios morales instantáneos de los que nos saturó cierta novelística, como la de Vargas Llosa o la de Carlos Fuentes. También es una novela de aventuras, pero sin reventarnos con anécdotas prolijas que pretendan competir con la narrativa cinematográfica, mas bien le tiene sin cuidado esa acción trepidante y cuenta con serenidad las más atroces cuchilladas y hasta el huracán que levanta la expedición hacia el cielo y hacia el polvo y hacia el olvido.

Como toda buena novela, esta contiene en su estructura una serie de relatos independientes que aparecen sin que se rompa el ritmo del relato principal, sino más bien amplificando el sentido de la historia. De esta manera el interés del lector se mantiene en dos líneas paralelas. Esto se logra alternando dos tiempos: el presente de la historia y el pasado de los recuerdos, la infancia lejana, la fantasía delirante de los personajes legendarios y hasta la proyección al futuro de la tragedia colectiva en donde aparecen, por ejemplo, papeles viejos o los nuevos colonizadores que ya a mediados del siglo 19 se hallan de frente, casi el fantasma vivo que seguramente había bebido de la fuente de la eterna juventud, al mismo capitán Juan Reyes de Vivar, el jefe de aquellos expedicionarios que doscientos años antes habían conquistado las llanuras de Texas y habían fundado el presido misión, la ciudad de Dios, que seguramente se plantaría en el tiempo y en la historia y llegaría a ser una ciudad del futuro.

Para construir la verosimilitud de sus personajes en la travesía de la ficción, el autor hace una conexión con gran habilidad narrativa: con el señuelo de esa misma historia de la fuente de la eterna juventud, hace aparecer como personaje a un mulato misterioso, que según su relato anduvo en aquella primera expedición, estrictamente histórica, que concluyó en 1535, casi un siglo y medio antes del tiempo presente de la novela: la expedición de Cabeza de Vaca, Castillo, Dorantes y Estebanico. De esta manera coinciden en su materia narrativa la expedición famosa del norte, las siete ciudades de oro de Cíbola y la Gran Quivira, con esta expedición de los personajes de esta novela: la del capitán Reyes de Vivar, Magdalena Ruiz de Escalante y Fray Antonio Olivares.

Resulta fascinante imaginar la manera como el material histórico en el cual es especialista el autor, Vicente Ribes Iborra, doctor en historia de América que tiene 20 libros publicados, casi todos de historia de la presencia de Valencia en Estados Unidos y algunos de la historia de Aguascalientes, ese caudal de información se va convirtiendo en material narrativo y en esta novela tan entretenida y original, en esa voz narrativa anclada sólidamente en un conocimiento vasto de la historia y adornada en la elegancia de un buen narrador, en la filosofía de un escéptico, en la ironía de un buen observador de las costumbres humanas a quien solo podríamos reprocharle un cierto acento racista que se expresa sin el menor asomo de culpa, ya que los indígenas en toda la novela se reducen a ser un personaje colectivo miserable y vicioso, una mente quebradiza sin sustento humano, un amasijo de confusión y escasa higiene. Hay un solo personaje que salva apenas, en forma individual, la dignidad de la raza: a la expedición se agregó en forma voluntaria un médico indígena llamado Nicolás Aboites, que da pie al narrador para alabar el buen nivel de la medicina india, se dice que aún superior en sus resultados a la medicina que se practicaba en España: “A opinión tan certera se sumaron cronistas de la talla de Antonio de Solís, Bernal Díaz del Castillo, fray Bernardino de Sahún, Clavijero y otros”. A pesar de esto, el personaje en el desarrollo del relato resulta de muy poca importancia, no alcanza entonces a dar un poco de equilibrio a las expresiones de profundo desprecio con que el narrador se solaza siempre a referirse a los indígenas.

En conclusión, los lectores circulamos felices en los terrenos narrativos de esta novela muy bien ceñida a la visión estética y en la que aprendemos con placer muchos vericuetos de la vida cotidiana de la colonia en estas regiones del norte mexicano, bien distinta a los relatos del centro de la república, de su corte virreinal y sus conquistadores famosos. De esta manera, tenemos aquí un material de lectura que nos ofrece el entretenimiento de los buenos relatos, los que están narrados, y el conocimiento que nos dan estos libros que seguramente son el producto de muchos días de trabajo, años quizás, de investigación y de escritura y que nosotros podemos disfrutar en unas cuantas horas de buena jornada. Con toda humildad, quiero yo recomendarles esta noche que inicien esta travesía, la experiencia estética y regocijante de la lectura. Muchas gracias por su atención.

Ribes Iborra, Vicente: Anatema. La conquista de Texas. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 2008.

Abril 2008

domingo, 18 de julio de 2010

novelas tristes y canciones cursis


En mayo de 2009 murió Mario Benedetti

Por Jesús Chávez Marín

A finales de los años setentas aparecieron en la editorial Siglo XXI, en pequeños tomos, varios libros de Mario Benedetti que tuvieron una gran distribución. Lo pusieron de moda. Sus libros de cuentos eran una mezcla de dramatismo político y amor libre y “tierno”, gente joven que era torturada en oscuras mazmorras por militares bien maniáticos; mujeres que luchaban hombro con hombro junto a sus amantes y todavía se daban tiempo para consolarlos con palabras maternales y cariño verdad.

Se asomaba en esas páginas la realidad atroz de las dictaduras militares latinoamericanas que en los sesentas y setentas gobernaba grandes regiones, y de alguna manera se reflejaban también en las páginas idealistas y un tanto ingenuas de Benedetti los oscuros procedimientos policiacos que en México protagonizaban las Brigadas Blancas de Nassar Haro y otros por el estilo.

Mario Benedetti nació en Uruguay en 1920. En 1949 publicó Esta mañana, su primer libro de cuentos, y un año después su primera novela Quién de nosotros. Con su novela La tregua logró trascendencia internacional. Desde 1973, por razones políticas, vivió 12 años en el exilio en Argentina, Perú, Cuba y España.

Su vasta obra literaria abarca todos los géneros. Entre sus títulos destacan: en novela Gracias por el fuego y Primavera con una esquina rota; en ensayo El escritor latinoamericano y la revolución posible; en cuento Con o sin nostalgia y en poesía Poemas de la oficina. De sus 70 libros publicados, lo mejor es su novela El cumpleaños de Juan Ángel.

Una obra abundante e irregular, de donde seguramente la tradición literaria habrá de rescatar sus mejores páginas. Sin duda llegó a ser un escritor de fama y fortuna, de culto entre los cursis y los amantes de la propaganda política de izquierda. Un ejemplo de su trivialización masiva son correos electrónicos que reproducen sus poemas “con mensaje” y las canciones sentimentales que musicalizaron algunos de sus versos, como aquella insoportable de “si te quiero es porque sos mi amor mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos”.

Su biógrafo Mario Paoletti, al comentar la obra de otro autor, expresa con claridad la característica esencial de la obra de Benedetti como poeta menor: “En la plaza San Martín se le reveló (a M. B.) la poesía bajo la forma de un tomito de Austral, la Antología de Baldomero, uno de esos grandes poetas menores que existen en todas las literaturas y cuya misión consiste, de tiempo en tiempo, en devolverle a la poesía lo que tiene de oficio feliz. En aquella época dominada por las modas de la escritura críptica y hermética, verdaderos callejones sin salida, Mario acogerá entusiasmado este espejo que ofrece el poeta Baldomero”.

Oficio feliz, sin duda, fue para Mario Benedetti su escritura. Por eso escribió muchas páginas disfrutables de narrativa, aunque sus poemas siempre fueron edulcorados, sordos y sin la menor sabiduría, de un machismo iluso y casi ridículo: “porque la noche pasa y digo amor, porque eres linda desde el pie hasta el alma, pequeña y dulce, porque eres mía”.

En fin, cada quien es libre de elegir al escritor que le dé la gana para leerlo con gusto. Muchos eligieron a Benedetti y lo leyeron placer y con respeto. Algunos otros, tenemos qué agradecerle por haber sido, sin duda, un agradable autor para nuestra lejana juventud. Quizá muchos lo seguirán leyendo algunos años más hasta que se desvanezca en el olvido.

Sin embargo quedará el vigor y la buena prosa experimental de su excelente novela El cumpleaños de Juan Ángel, la cual sin duda resistirá con firmeza el corrosivo y polvoriento peso de los años que sepultan en una fosa común infinita a tantos y tantos escritores que como Benedetti estuvieron tan de moda por un tiempo.

La crítica moderna considera El cumpleaños de Juan Ángel (1971) como un texto poético narrativo de alta calidad; en este fragmento de esa novela escrita sin puntuación ni mayúsculas como se puso de moda escribir en los años setentas, podremos apreciar su encanto y dramatismo:

este viernes intacto se abre en una habitación a ciegas este veintiséis de agosto a las siete y cincuenta yo osvaldo puente empiezo por ser un niño de miedo enterizo y ojos cerrados y sobre todo de pies fríos que sueña cuestabajo con dos tucanes dos tucanes hermosos y balanceándose de esos que solo vienen en los almanaques seguiré algunas horas siendo niño ante todo una estricta composición de lugar no todas las mañanas se cumplen ocho agostos y ahora vendrá la madre o sea mamá con su sonrisa quieta sus delgados brazos color flamenco a decir a volar a romper el champán sobre el barco del año seguiré algunas horas pero los postigos están cerrados el día externo se limita a líneas perfectas verticales luminosas pequeñas concesiones que hace la sombra poco menos que vencida la oscuridad que ya no puede más la pobre quiere decir entonces que a esta altura tengo los ojos otra vez receptivos que el miedo compacto empieza a desfibrarse que los tucanes quedaron allá arriba y yo estoy aquí abajo con los pies fríos buen día dice la madre o sea mamá con su sonrisa quieta su color de flamenco y además cosa nueva con las piernas muy juntas y el largo cabello que se dobla en los hombros cuidado que me estoy despertando yo compatriota de ocho años comienzo a joderme desde infante a consolarme como si vivir mereciera consuelo sé que estoy lleno de parientes de primos segundos padres equidistantes grandes trinchantes y roperos y cómodas sillas con abuelos monopatines hermanita etcétera tengo en la mano un naipesueño no está mal pero sobre todo no está bien debo acostumbrarme de una vez por todas al vacío y así mismo a la desbordante plenitud cuidado mundo gente cosas cuidadito que me estoy despertando los hermosos tucanes se balancean aún pero en su inminente desequilibrio ya no me miran con su ojo lateral y admonitorio yo compatriota de ocho años traigo una serie completa de intenciones que incluyen las celestiales y las aviesas un estuche de intenciones que todavía no he abierto porque entiéndanme apenas tengo ocho años y eso significa caramelos de menta bocones de colores en maraña gaudeamus varios de dulce de leche y maestras de guardapolvo blanco de las que estoy condenado a enamorarme nada más para no defraudar a freud un baúl de propósitos que aún desconozco pero que están seguramente en mí como la pupila el bazo la vejiga justamente me estoy despertando y tengo tantas ganas de orinar como cualquier día que no sea mi cumpleaños hola digo con la voz de ayer corregida por el moho de hoy que los cumplas muy feliz dice mamá flamenco poniendo en la sonrisa toda su elegancia que no es mucha por qué será que el cariño se rodea de fosforescencias inútiles sin embargo hay que admitir que estos besos me hacen justicia tiernos y discontinuos besos con gusto a tanjarina en cierto modo me siento como un precoz profesional de la dicha


Mayo 2010.

sábado, 17 de julio de 2010

un cuento de alvarado

Rubén Alvarado (1959 – 2008)

Por Jesús Chávez Marín

El escritor Rubén Alvarado nació en Chihuahua el 14 de abril de 1959, estudió la carrera de lengua inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua y tomó varios cursos de inglés en el Instituto Mexicano Norteamericano de Relaciones Culturales. Publicó cuentos y relatos de cuidadosa escritura, en los géneros de literatura fantástica y de narrativa realista. Fue profesor de literatura e inglés en varias preparatorias, pero sobre todo un excelente maestro de técnicas narrativas y poéticas en el Taller Literario de Ciudad Delicias, donde fue coordinador durante los años noventas del siglo pasado.

Con la producción de los alumnos de ese taller, Alvarado publicó un libro colectivo titulado Signos de Cronos (Editorial Doble Hélice, 1997).

También había ejercido el oficio de periodista en El Norte de Chihuahua, donde coordinaba una sección diaria de una plana completa llamada “Armario de Cronos”. Publicaba con regularidad sus textos en la revista El cuento y en otras publicaciones literarias.

En 1994 apareció su único libro de cuentos, titulado Cosas de la mala suerte, publicado por la editorial Climent i boldó.

Rubén Alvarado murió el lunes 28 de julio de 2008, a causa de un accidente.

Agosto de 2008



La nota perfecta

Por Rubén Alvarado

Todo estaba arreglado, las deudas, los detalles y los compromisos estaban saldados. Más aún, la nota perfecta en la que reprochaba al mundo su abandono; sintaxis, puntuación, ideas completas y su lirismo tan propio. Después de revisar por enésima vez el texto, una sonrisa de autocomplacencia apareció en su rostro pálido, ya poblado por algunas arrugas y una barba que empezaba a adivinarse. Tomó la daga e hizo dos incisiones en sus muñecas, el dolor frío fue soportable, pero el fin tardaba en llegar. Se pensó samurai temerario, luego para apresurar su viaje sin retorno, hundió la daga en su pecho, ya no había dolor, todo empezaba a oscurecer; su cuerpo ya sin vida cayó sobre la hoja llenando de líquido púrpura el texto perfecto, haciendo por consecuencia que su gran secreto, plasmado en palabras, se fuera con él.

28 junio 1995, publicado en Aura Editorial.

viernes, 16 de julio de 2010

rubén alvarado


Relatos de un poeta lleno de risa cuyo nombre es Rubén Alvarado. Presentación del libro Cosas de la mala suerte

Por Jesús Chávez Marín

La celebración que esta noche de mayo nos reúne pertenece a la índole de fiestas que mayor felicidad causa a los literatos: la presentación de un libro nuevo, escrito por uno de nosotros.

Rubén Alvarado nos convoca hoy con duplicada suerte: en primer lugar, no es común platicar con este poeta extraño y solitario cuya sonrisa es inolvidable. Pocas veces aparece él en alguna calle, en alguna lectura pública de textos, en algún café del centro. Es discreto y habla poco. Se despide antes que pase media hora, porque vagos asuntos lo llaman a otra parte. Él se lleva consigo la máquina de escribir que trae en la pulsera de su reloj y lo acompaña siempre. Se esfuma literalmente como un fantasma elegante.

En segundo lugar, este libro que nos llega ahora desde una imprenta de la ciudad de Puebla, titulado Cosas de la mala suerte, llena nuestras manos de imágenes y sombras; pone en la boca palabras para contarnos con gentileza muchos asuntos que luego resultan ser de la propia vida. Alvarado es un maestro que tiene intuición certera. Nadie sabe cómo sacó de nuestra memoria más íntima historias que jamás nos atrevimos a contarle a nadie.

Por ejemplo estas dos que voy a leerles:

Ella era única, la mujer más bella que había visto. Los atributos creados en sus largas noches en vela se habían vertido en el hermoso cuerpo joven que pasaba junto a él.

Solo escapaba de aquel efímero encuentro, ella entraba a la iglesia acompañada por un lujoso hombre, mientras él guardaba su amor callado, en el fondo de la escarapelada taza de peltre.
(Página 55)

Esta es la segunda:

Él vive al lado. La vieja casa fue dividida hace muchos años. Desde entonces, o tal vez antes, se fue levantando entre los dos un muro inmenso que terminó por separarnos.

A la fecha nos vemos casi nunca. Él parece no envejecer, yo ya tengo el cabello entrecano. Aún le escucho mover lo que supongo son muebles; cavar en el patio hoyos interminables en donde posiblemente sepulta los treinta y tantos años que me lleva en delantera.

Él en la casa grande, yo en la de enseguida, nos hemos quedado solos, cada cual royendo su melancolía y soledad, cada uno tomando el café a solas.

Únicamente en las noches de aguaceros gustamos de charlar un poco. Es cuando lo veo a los ojos, cuando siento que estoy más viejo que él, cuando pienso que mi padre es de cantera.
(Página 25)

Hace veinte años descubrí que los textos que escriben los poetas son objetos tan concretos y útiles como todas las cosas que acompañan la existencia de los hombres y las mujeres. Me acordé recientemente de aquella revelación cuando leí este libro de Rubén Alvarado y cuando transcribí en mi cuaderno algunas de sus páginas.

Los textos viven entre nosotros como lámparas de nuestra casa, como copas en las que servimos amorosamente un poco de vino tinto en el lecho de la intimidad. Como automóviles, trigo, flores en el patio, plumas de tinta negra y punto mediano con que escribimos tremendas historias que ocurren por las mañanas. Los textos son objetos sonoros que nos acompañan, alimentan; dan frescura en verano y calor en invierno; son galas que nos visten, y semejantes a la loción con la que aromamos el cuerpo para ir a las citas.

Las palabras, los poemas están al alcance de las manos y de la memoria, viven en los libreros y en la silla del baño, en la cocina de la vivienda, si queremos tenerlos.

En estas páginas hay mucho material de sueños. Al reverso de las hojitas, en los calendarios del año 2000 habrá textos de Rubén Alvarado tomados de este libro. En las oficinas, algunas muchachas adornarán la cubierta de su escritorio con alguno de estos relatos, esas mujeres y uno que otro señor habrán de hacer la trascripción del libro y sacarán copias para regalarlas a sus amigas y a sus hermanas.

Y es que la precisión cuidadosa de estas maquinitas de lectura que escribe Alvarado tiene una mezcla de tonos muy seductora. Humor cariñoso y tenue, melancolía profunda y a veces completamente dolorosa; prosa cristalina, agua pura fluye y brilla en la hoja como en un río en su lecho de arena, en su ribera el perfume de las jarillas nos invita a respirar y a pensar y a escribir otras palabras que solo fueron sugeridas en el silencio de las interlineas por este autor, para quien los lectores formamos parte en la trama en sus relatos.

¿Quién es este hombre?, ¿cómo se le ocurren tantas historias?, ¿de dónde las saca?, ¿por qué se mantiene él pensando todo el santo día mientras camina, mientras es al mismo tiempo maestro de literatura o periodista, algunos años, estudiante de materias extrañas en la hermética vida?

Se la vive pensando y escribiendo. Nos observa detenidamente con sus grandes ojos que escudriñan aún más que nuestro propio espejo. Acaso en este mismo momento sus ojos y sus manos nos están transformando en personajes literarios y saldremos en las páginas siguientes que firme Rubén Alvarado. Como una sombra de ejemplo, aquí va otro texto suyo:

Mi abuelo decía que los poetas al morir se transforman en fantasmas. En risas ocultas que nadie ve. Se ignora de dónde aparecen y sin embargo no se les puede negar.

Los hombres temen debido a su naturaleza humana, no porque el fantasma quiera asustar, no. Ellos tienen otras ocupaciones, como hacer literatura; claro, son fantasmas y no se les puede censurar, porque ¿a quién censuraríamos?, ¿a dónde dirigiríamos nuestras palabras?
(Página 26)

Bueno. Además de cumplir su condición de fiesta de iniciación, las presentaciones de libros son también un digno acto de comercio. Por eso quiero decirles a ustedes que se lleven este libro, cómprenlo, léanlo, guárdenlo en la biblioteca de sus corazones. Aquí lo tienen, son Cosas de la mala suerte de Rubén Alvarado.

Mayo 1994.

jueves, 15 de julio de 2010

luz maría montes de oca


Nostro lit Grupo: Presentación La escuela de cartón, de Luz María Montes de Oca

Por Jesús Chávez Marín

El domingo antepasado andábamos Enrique Servín y yo en un baile de un ahijado suyo y le platicaba que este día, hoy, aparece el libro de nuestra colega Luz María. Le comentaba que lo más sorprendente del libro de Montes de Oca es que en su relato se va estampando una tesis de conciencia social enraizada en una actitud religiosa del sentido original del evangelio más que de la ideología sofocante de las iglesias, que en este siglo 21 ya son meras firmas corporativas.
Servín, a quien también le gustó el libro La escuela de cartón, de Luz María, se puso muy serio a pensar y me dijo: “en estos tiempos estas acciones altruistas como la que se cuenta en este libro vienen resultando más importantes que el montón de mentiras de los políticos, quienes solo prometen como el pan de cada día para vencer en el comercio de los votos”. Cierto. Hoy en día los políticos, quienes por lo regular tienen más dinero que un bandido, se la pasan prometiendo y muy seguido los echan en el periódico de plano contando mentiras: los del PRI llevan años diciendo que quieren defender el peso como unas perras y han defendido pura tiznada; el Marcos, quien por mal nombre según esto se llama Sebastián Guillén Vicente, salió diciendo que salvaría a los indios y los salvó pura tiznada, ái andan los pobres pidiendo limosna en las ciudades; el otro, el que anduvo ayer por estos rumbos, echó un discurso jacarandoso donde según esto ya merito llegaba la esperanza pero no se le ven trazas; el charrito de oro de los azulejos dijo que iba a meter al bote a todos los rateros y que nomás iba a dejar fuera a Raúl Salinas, a los banqueros del Fobaproa y al diamantino Fernández de Cevallos en la Punta Diamante.
Por otro lado, los escritores mexicanos han venido realizando bien su trabajo, mientras pepenan una que otra beca como si fueran migajas que les reparte el gobierno, y la prueba viviente son libros como este que hoy andamos presentando. Esta obra viene a ser una verdadera iniciación, una muy destacada iniciación, de una temática y de una manera de concebir la literatura en nuestras ciudades del Norte. Antes de Luz María todos los escritores chihuahuenses pasamos los últimos veinte años escribiendo poemas amargados o amorosos, almibarados o dizque filosóficos. Escribimos y hasta publicamos (para derrota de tantos árboles que murieron en celulosa de papel) cuentitos y una que otra novela de reborujos, brujas malditas, feminismo neurótico y falsa crítica social más interesada en el escaño del Congreso o la sillita para regidores.
Pero con La escuela de cartón se inicia, espero, otra manera de ver las cosas por escrito en nuestros libros.
Más sorpendente resulta que una escritora tan dulce como Luz María, cuyos libros anteriores fueron cuentos fantásticos, saliera hoy con esta novela tan bien escrita, tan de buen humor y tan bien pensada. Entre los casi 53 alumnos que ha graduado Mario Arras en los últimos veinte años, Luz María pareciera la más chica fresa de todas, tan fresa tan fresa que fue todo ese tiempo y a mucha honra una de las damas voluntarias de la Cruz Roja; tan de plano strawberry que le sigue en reuniones sociales de a Dios rogando y con el mazo dando en un nuevo club de ayuda social, el Norawa, y sin embargo narradora siempre, profesional y cuidadosa en su escritura (yo soy testigo de su rigor literario). Es más: si tuviéramos que contar con los dedos de la mano a los mejores escritores, escritoras, de Chihuahua ella tendría que estar con toda justicia en esta historia.

Agosto 2005.