jueves, 26 de mayo de 2011

zacarías

En la foto Enrique Servín, Carrillo, JChM, Gaytán, Elías Holguín, Lupita Salas y Zacarías.




Prólogo para el libro Escribir adrede para leer de oquis

Por Jesús Chávez Marín

Al lado de su extensa obra de historiador y maestro, Zacarías Márquez Terrazas ha publicado, en revistas y calendarios, textos literarios breves y pulidos, espléndidas joyas verbales: poemas y relatos de cariñoso lirismo, ironía brillante y amargosa, sabiduría profunda y prudente.

Este libro reúne ahora textos de distintas épocas, el primero de ellos apareció a principios de los años ochentas en Chihuahua me vuelve loco, una revista de arte y turismo de esta ciudad, que actualmente ya no circula; el más reciente es un relato ligero y bien documentado de la vida pública en la ciudad de Chihuahua, como un homenaje que se adelanta a la ya cercana celebración de sus 300 años, el próximo octubre de 2009.

En la primera parte de esta obra, que titulamos con un verso de Rodrigo Caro: “Campos de soledad, mustio collado”, aparecen poemas que el autor publicó en primeras versiones, impresos en dos calendarios diseñados con fotografías: uno de ellos titulado Gente de Chihuahua, con estampas de niños, mujeres y señores, adultos y ancianos que en su rostro, el cuerpo, la actitud y la ropa expresan el tipo de los chihuahuenses. En una toma de Ramón Amaya aparecen 5 niños tarahumaras; Francisco Muñoz retrata a un viejo campesino; Mario Alberto Arroyo ilumina con su arte fotográfico a una familia menonita en su ambiente cotidiano; Roberto Lara de la Fuente muestra cinco niños de barriada muy contentos, trepados en un camión de carga; Libertad Villarreal imprime el bello retrato de una señora y su nieta, muy sonrientes y coquetas; Francisco Lubbert alumbra en el fondo de una mina a cuatro señores que posan frente a la maquinaria, bien serios con sus cascos y sus lámparas; Enrique Ramos saca una señorita linda que trabaja en línea de producción, en la Maquila; Elías Holguín, gran artista de luces y sombras, imprime en plata la figura noble de un campesino serrano; Enrique Ramírez Leyva hace una toma de la banda municipal, tocando en el kiosco de la Plaza de Armas con su uniforme de domingo; Gerard Tournebize pone en calendario una de sus clásicas fotos del país de los tarahumares en lo profundo de su bosque y Héctor Jaramillo una rapidísima estampa de un joven que vuela en patineta. Al lado de cada foto: el fulgor de las palabras, la prosa poética de Zacarías.

El otro calendario se llama Paisaje chihuahuense. Junto a los textos poéticos de nuestro autor aparecen dos fotos de Ramón Amaya y once de Francisco Muñoz: la frescura del bosque de Aldama, rocas milenarias y árboles centenarios en el Divisadero, la luz del agua en la cascada Basaseáchic, una vista panorámica de la ciudad, arena del antiguo mar Samalayuca, la montaña azul de Los Filtros, las casas geométricas de Paquimé, el paraíso lejano del Pegüís, las joyas naturales de agua, piedra y lumbre en las grutas de Coyame, la llanura clara y estoica de Balleza, el vergel y el lago de Arareco, el rosal de piedra de Otachique y el recinto natural de Namúrachic.

En la segunda parte de este libro, titulada “Barullo de las estaciones”, aparecen seis relatos y un poema cuyos protagonistas son mujeres: la maestra de quinto de primaria en el valle del Papigóchic, un retrato lírico y hermoso de María Robledo y Valle, marquesa de Torre Campo, la madre tierna y bravía de un revolucionario de Satevó, la estampa vigorosa de la dama urbana y fragante llamada Rina Alberti Brunatti, la evocación amorosa en las llamas de la pasión de una carta que arde en la hoguera, donde se cuenta una historia de amor con el talento narrativo de un autor de realismo mágico y, al cerrar con broche de oro, el poema de una niña y su madre física y mítica.

La tercera parte se llama “Partitura de íntimo decoro”, frase tomada de un verso de López Velarde. Incluye cinco relatos y una crónica, la ya mencionada al principio de esta nota, donde los protagonistas son Miguel Hidalgo, varonil y heroico; el padre del novelista Martín Luis Guzmán; el propio autor en dos momentos: Zacarías niño paseando con sus tías en la Plaza Merino, el escritor contemplando la ciudad desde lo alto de un cuarto de hospital donde cuida a su madre enferma.

Este es un libro hermoso y original: su ángulo de registro es personal y de grande sabiduría; el texto es de gran modernidad al mezclar con soltura los géneros literarios con mano maestra y ojo certero. La filosofía que lo anima se armoniza con el gran cariño de un hombre por la tierra de los mayores, la nobleza de la gente en sus batallas y sus afanes diarios, en la historia y en la vida.

Abril de 2003

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