martes, 31 de enero de 2012

neurosis



El feminismo extremo es una neurosis; el machismo otra.

Por Jesús Chávez Marín

A mediados de los años ochentas del siglo pasado las mujeres de Chihuahua trabajaban en su casa. Algunas también trabajaban de profesoras en las primarias de gobierno, otras de secretarias controladoras de la oficina e indispensables para sus jefes ejecutivos de cuenta, por la gracia de su buena ortografía; una que otra fue doctora, arquitecta o licenciada p. m. m. c. (por mientras me caso).

Las corporaciones internacionales tipo General Electric fabricaban máquinas de lavar, refrigeradores y planchas para mitigar la jornada doméstica de las “amas” de casa, verdaderas esclavas del cacique privado a quien dulcemente llamaban “mi marido”. Dios mío, hazme viuda por favor, pensaban algunas mientras planchaban docenas de pañales, especie de abuelitos de lienzo de los actuales kleenex y servilletas de fibra.

Los niños iban a la escuela muy bien desayunados, es decir; los que tenían padre y madre con recursos suficientes para las tres comidas diarias de siete personas: el papá, la mamá y los cinco hijos que en promedio vivían en cada casa de la ciudad.

Para los niños que no desayunaban, el INPI (Instituto Nacional de Protección a la Infancia) comenzó a repartir dotaciones de leche, plátanos, frijoles, huevo y salchichón Chimex en las escuelas primarias orilleras: la Praxedes Giner Durán número 69, la Niños Héroes número 536, la Benito Juárez 776 y similares. 

Las guarderías, muy escasas, asustaban abuelitas; el comunismo a las mamás, el sindicato a los comerciantes, el viejo del costal a las inocentes criaturas.

Los dueños de las corporaciones antes mencionadas, Cocacola, Pepsicola, Smith and Wesson, la Fairestone pensaron entonces: los salarios son altos, los impuestos no se diga, el seguro social cobra un dineral, ¿qué haremos para remediar esos pavorosos gastos? Ah, ya sé, dijo un ejecutivo junior en la junta de los lunes: miren: estamos desperdiciando ni más ni menos que a la mitad de la fuerza productiva: las viejas. Liberémosla del yugo conyugal y metámoslas a las líneas de montaje.

Fue así como iniciaron una campaña para conseguir que por el mismo salario, el mínimo posible, trabajaran dos personas de cada hogar: el señor y la señora.
¿Cómo lo consiguieron?

Iniciaron el proyecto fem: la liberación económica de las “amas” de casa que en adelante no se llamarían así; métanle política al asunto, señores, al fin y al cabo nunca faltan agitadoras útiles que muy inteligentes griten y comiencen el incendio de brasieres y le suban el pliegue a las minifaldas.

La neurosis del machismo ya existía en el alma y sangre de todos los señores bien educados por sus santas madres. La neurosis del feminismo extremo empezó entonces con gritos desgarradores y señoritas cimarronas que quisieron mandar más que los señores de la casa.

A finales del siglo 20 se consumó una guerra civil que en muchos lugares arrasó con estos conceptos: matrimonio, fidelidad y amor conyugal.

Septiembre de 2005.

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