viernes, 13 de enero de 2012

arturo gamboa


En la foto Rafa Sáenz
Cuatro maestros

Por Jesús Chávez Marín

Agradezco emocionado y pletórico de cariñito santo las primeras cartas que empezaron a llegar a la mesa de redacción de Auraed para este su columnista de confianza, desde el mismo día en que subí la edición correspondiente a junio. Como un plus, cuando leo esas cartas y correos electrónicos, me entero raudo y veloz que en su mayoría fueron escritas por lectoras que pertenecen a la banda celeste que va de los 40 a los 60 años de su edad: exactamente mi segmento de lectoras favorito. Para ellas un beso y mi amor sin condiciones.

Como regalo a ellas, aquí les va una crónica donde habrán de enterarse a dónde ir si quieren oír buen rockanrol clásico, sin boleto de entrada ni consumo mínimo.

Andábamos mi amiga Virginia y yo en el Sanborns viendo libros y me topé de frente con Arturo Gamboa, maestro de la música. Luego del consabido apretón de manos, le recomendé una colección de novelas norteamericanas que están en oferta, a 50 pesos volúmenes encuadernados en cartón reluciente. Ella había comprado Los puentes de Madison, Historia de una geisha y no me acuerdo qué otras. Le sugerí a Gamboa que aprovechara la barata.

En la conversación me dijo que ahora estaba cantando en el Arleya, un bar en Vallarta y Zaragoza. Tiene un grupo de rock que allí solamente tocan los miércoles. Arturo es discreto y de elegante humildad, no me dijo que era una banda formada por cuatro veteranos de la música. Dos semanas después, decidimos ir al bar para oír a Arturo, el mejor cantante de Chihuahua, y acuérdense que me sé como la palma de la mano casi completos los 67 municipios. En todas partes a donde voy, lo primero que pregunto es dónde hay un bar en que toquen rock.

Nos parecía ruda la desvelada a mitad de semana laboral y a la mañana siguiente llegar encandilados al trabajo pero en fin. No hay de otra si ganamos el privilegio de disfrutar un concierto de este cantante re-fi-na- dísimo. A pesar de la desvelada con incipiente cruda, estoy seguro que valió la pena.

El bar es austero y bien administrado, cuenta con un traspatio que da servicio de estacionamiento y la barra es atendida por una yogui et gimnasta joven, adornada con tatuajes en piernas y brazos, que se llama Edgar Allan Poe (así la bautizó su jefe, aunque era una bebé, como buen admirador del cuentista norteamericano de igual nombre), y por un joven autoritario y amable.

Los parroquianos son gente bien educada, a pesar de que algunos de ellos se expresan en look agresivo, greñas largas hasta la cadera, rizadas con exuberancia, tatuajes de figuras mostrencas o de fanatismo religioso; aretes que cuelgan de ombligos, mejillas, cejas. Claro que la otra mitad de la gente en ese concierto de bar solemos nos vestimos y peinamos como cualquier hijo de vecina.

Luego de disfrutar una copa de Jack Daniels y alguna que otra Modelo Especial, apareció el grupo ante sus instrumentos músicos instalados al interior de la barra. En la batería de 15 tambores y diez platillos de plata, platino y acero, se puso el famoso Rafa Sáenz, el más joven de los cuatro, robusto y serio como aparece en otros escenarios durante conciertos de la sinfónica universitaria, donde también marca la pauta en las percusiones; y en su etapa defeña les enseñó música con su ejecución a discípulos como Thalía, Ricky Martín y Mijares. En la guitarra el talentoso y estoico Pancho Cabrera. En el bajo otro señor de edad indetectable que tiene pelo largo y chino, estilo Rarotonga, y que toca como los virtuosos ángeles, llamado Óscar Ruiz. En la cantada ya lo dijimos, el gran Arturo Gamboa, quien a lo largo de 30 años canta en bares, salones de fiesta, hoteles de lujo, templos, jardines, parques y selvas. En el desierto y en la montaña. Con su voz de barítono ha interpretado canciones de Javier Solís, José José, Luis Pérez Meza, Víctor Iturbe, pero sobre todo clásicos del rock Jim Morrison, John Lennon, Mick Jager, Creedence, Santana, McCartney, Pink Floyd.

Es una banda de cuatro maestros músicos. Un lujo de la ciudad, del siglo. Oírlos es sin duda una experiencia estética. El ambiente del bar cuando ellos tocan es amistoso, místico y alegre.

Salimos de allí contentos. Mi amiga entra al día siguiente a las 8 a su trabajo y yo a las 9. Mañana será otro día.

A mis amadas lectoras y también para uno que otro lector, les deseo Navidad feliz y amorosa, noche buena alegre y también por qué no decirlo con un buen vaso de Jack Daniels o Courvosier, una que otra cerveza Bohemia Clara que este año es lo mejorcito en el mercado local, y abrazos al por mayor. Con el favor de Dios el año que entra habremos de seguirnos leyendo y escribiendo copiosamente.

Noviembre 2009

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