viernes, 29 de septiembre de 2017

Armando Núñez

Concierto de los Espacios Vacíos

Por Jesús Chávez Marín

El domingo22 de septiembre de 1991 la ciudad de Chihuahua ganó un nuevo escenario para la música, la plazuela Fuentes Mares. El grupo de rock Espacios Vacíos ofreció allí un concierto de esa que José Agustín bautizó como la nueva música clásica.
A las siete de la tarde, puntualidad exacta, empezó intensa la primera rola, ante un grupo de señores y señoras que media hora antes había empezado a reunirse frente al coqueto foro instalado sobre tubos de fierro, protegido con láminas galvanizadas nuevecitas, por si las lluvias.
Luego de la ejecución de la tercera pieza musical el público había aumentado al doble, con los tranquilos paseantes que disfrutaban el último domingo del verano y un rico solecito.
El grupo Espacios vacíos está integrado por cinco jóvenes veinteañeros: Mándix Nuñez en la guitarra; Jimi Andrade en el bajo; Alejandro “El Oso” Tirado en la pila; Luis Carlos Ortiz en la otra guitarra y Edgar Luna en la consola.
Su material es 100% original, aunque también tocaron una pieza de Eric Johnson, con arreglos propios de cada uno dándole vuelo a sus instrumentos y a su viva imaginación. Resultado: una mezcla de ritmos latinos, del buen jazz y del más ortodoxo rock and roll.
Signo de los tiempos, y del progreso a pesar de la crisis económica, son estos jóvenes maestros, quienes a sus pocos años de edad tienen ya listo un casset demo, muy bien grabado y con música propia.
―Oye, Heriberto, ¿por qué tocan tan padre estos muchachos de Espacios vacíos?, ¿cómo le hacen?, ¿dónde estudiaron?
Heriberto Ramírez funciona algo así como la enciclopedia del rock en Chihuahua y en sus ratos libres se dedica a filósofo de la ciencia. Su respuesta fue la siguiente:
―Tienes razón, tocan bien y son autodidactas, casi, casi, aquí no hay de otra. Aunque recientemente El Mándix ya se fue a Guanajuato a estudiar música y llegarle a la academia. El buen trabajo es producto de una generación a la que sus jefes, en vez de correrlos de la casa con su ruido a la calle como antes se acostumbraba, los estimulan y hasta, si se puede, les dicen: “ a ver, m’hijo, cuál guitarra le gusta”. Se ponen con ellos a tocar o a escuchar su música, van con ellos a los conciertos y hasta son sus fans más apasionados. “Ese que toca la batería es mi hijo” –le dicen a su vecino en las tocadas–. Bueno, hasta la parrandean juntos en el rol. Entonces los chavos ya no gastan su energía odiando a sus padres, como antes, sino que pueden dedicarse en serio y con seguridad a tocar y a componer canciones.
Por ahora no todos los jóvenes llegan a formar un grupo de tanta maestría como estos de Espacios Vacíos que el domingo se lucieron, lograron emocionar a tanta gente y de todas las edades: desde niños de tres años al lado de sus rockanroleros padres, hasta tíos abuelos bastante alivianados que se sentaban a las orillas de la plazuela Fuentes Mares o en las bancas de fierro del Paseo Bolívar para disfrutar este concierto de buen rock.

Junio 1991

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