domingo, 8 de agosto de 2010

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Opiniones sobre la huelga de la UNAM en 1999

Por Jesús Chávez Marín

Cumplió seis meses la suspensión de labores en la Universidad Nacional Autónoma de México: huelga, según la perspectiva de unos, paro ilegal según otros. La acción por la que se inició el movimiento fue el nuevo régimen de cuotas, que en el proyecto significaban un aumento considerable, o, más bien, el inicio real de un régimen de cuotas, dado el carácter completamente simbólico de las anteriores. Junto a este aumento, también se propusieron, y fueron aprobadas algunas normas de inscripción y de límites de permanencia, condicionadas al rendimiento académico.
Ya en 1987, cuando el rector era Jorge Carpizo, se había presentado este mismo conflicto de las cuotas; también en ese año hubo protestas y paros en algunas facultades. Y también ese año era preelectoral para la presidencia de la república, como lo es 1999.
Aunque las elecciones presidenciales no son, por supuesto, el único factor de un movimiento estudiantil como el presente, no puede ignorarse que es un ambiente propicio de revuelta. Y de que muchas corrientes políticas y sociales seguramente intervienen de alguna manera en el conflicto, buscando favorecer sus intereses de grupo.
En un movimiento social como este, la información que llega a Chihuahua nunca es completa ni transparente. En la televisión puede verse el espectáculo notorio del manejo interesado, fragmentado y digerido de las noticias que son presentadas para crear una opinión adversa al movimiento: los locutores de Televisa y de Tv Azteca insisten en presentar a los estudiantes paristas como verdaderos delincuentes. Y no solo los noticieros y los programas “de opinión”, sino también los cómicos y hasta los actores de telenovelas, cuando llegan a tocar el tema. En los periódicos locales no aparece un interés periodístico serio por informar sobre la UNAM: solo notas fragmentadas y artículos de opinión aislados.
Parece que hay mucha gente interesada en que el conflicto se alargue y se degrade, al no encontrar vías de solución. Es de suponer que muchos jóvenes y padres de familia estén preocupados por el futuro de la formación profesional de los jóvenes.
Los argumentos de los paristas son en el sentido de que en la UNAM se tienda hacia la educación privada, que marginaría para siempre de la educación superior a quienes no tengan recursos económicos altos. Insisten en comparar la situación del Fobaproa, a donde se canalizaron enormes recursos financieros y compromisos futuros con cargo a los impuestos, con los subsidios universitarios que en los años recientes han ido disminuyendo.
Esta tendencia hacia cargar los costos de la educación superior a los estudiantes y a sus familias está inscrita en los fundamentos del libre comercio, del liberalismo total que ha venido desmantelando las formas de financiamiento público al desarrollo social. Por ejemplo, la medicina social ha disminuido drásticamente su calidad, lo mismo la vivienda, el fondo de pensiones, hasta el mismo tránsito por las carreteras públicas.
Algunos líderes de la industria han propuesto, con toda sangre fría, que se desaparezca la UNAM. Este sería el inicio de la desaparición de la universidad pública en todo el país. También han propuesto que se fragmente a la UNAM, que se queden varias escuelas aisladas en su administración y en su proyecto académico.
El gobierno, por su parte, no tiene una postura oficial mas allá del respeto a la autonomía universitaria. Los brotes de violencia han sido tratados con prudencia, quizá gracias a que el gobierno de la gigantesca ciudad está a cargo de funcionarios de un partido distinto al gobierno federal. Seguramente esto produce un equilibrio que ha sido saludable en este asunto tan delicado, a pesar de eso se ha dado el vandalismo y el saqueo que han dañado las instalaciones de las diversas facultades. También resulta grave la interrupción de proyectos científicos que se ha visto seriamante dañados con la suspención de labores. Seguramente esto ha causado enormes daños en el desarrollo del país.
Es difícil opinar en un ambiente tan confuso como el que se ha dado en la UNAM. Los líderes parecen agresivos y poco razonables. Las respuestas oficiales que se han dado, por parte del rector Barnés, de los maestros eméritos, tampoco han sido ni claras ni generosas. Es un conflicto muy enrarecido. Y para la visión de los hechos, pesa demasiado el de que en nuestros años la prensa, y por lo tanto la información, casi en su totalidad es manejada por empresarios que anteponen sus intereses a la sencilla verdad de los hechos. Así que todo lo que hoy podemos conocer es la información ya procesada y administrada por los grandes capitanes de las cadenas periodísticas, las televisoras y las agencias privadas y de gobierno.

Diciembre 1999

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