lunes, 9 de agosto de 2010

alejandro carrejo candia


La lumbre y el estallido
Presentación del libro Explosión, de Alejandro Carrejo Candia

Por Jesús Chávez Marín

El primero de julio de 1972, en la estación del ferrocarril de ciudad Jiménez, una máquina chocó contra varios carros tanque repletos de gas que estaban estacionados a un lado de la línea principal de la vía. El choque provocó dos explosiones que causaron una gran tragedia para la población.
A muchos nos tocó leer en los periódicos de aquel tiempo las noticias que relataron aquellos hechos. Alejandro Carrejo Candia escribe ahora un libro, Explosión, donde cuenta y registra las historias de aquella catástrofe.

La estructura de esta obra está compuesta por 27 capítulos, un epílogo y un poema de tono épico del escritor Javier Martínez Caballero, Mere, que concluyen y cierran cada una de las dos partes en que se divide el texto.

Cada capítulo contiene un relato, o varios relatos entrelazados, contados por personajes distintos, hombres y mujeres que fueron protagonistas de aquella tragedia. Otros capítulos reproducen notas y versiones periodísticas de la época, expuestas con todas las inexactitudes que en su tiempo produjeron la prisa, la improvisación y el descuido de corresponsales y reporteros de varios periódicos mexicanos.

En otros episodios del libro se transcriben textos históricos y crónicas antiguas que dan un contexto a los hechos narrados, o que describen escenarios y estados anímicos que expresan ambientación temporal para ubicar esta historia de hechos reales. Este material es recreado con el cuidado y profesionalismo de historiador que caracteriza a Alejandro Carrejo Candia en todos sus trabajos de escritura pública.

El narrador del libro, voz que conduce la fabulación, desaparece casi por completo, a pesar de ser un narrador protagonista y testigo cercano de los hechos. En alguna escena lo vemos apenas, como de lejos en una toma cinematográfica, apurado en los trabajos de urgencia del hospital regional, o recolectando víveres y medicinas junto con un amigo suyo, un conocido comerciante de Jiménez.
El narrador se concreta a escuchar, junto con los lectores, el discurso de los personajes, recreado en la escritura con una fidelidad de sólida verosimilitud. El discurso es el habla de personajes que 25 años después recuerdan aquella catástrofe, una de las más grandes que han sucedido en la historia de la extensa región norte del país.

La escritura de este libro es sobria y el tono estoico. No se desborda en el melodrama, lo cual hubiera sido fácil para cualquier redactor, ni tampoco se concreta a presentar en frío la información, como si el dolor de su pueblo no lo hubiera tocado.

Al reproducir las voces y los giros del habla, hace sonar en su prosa palabras bellas, hoy casi en desuso, con las que se expresaron en nuestras ciudades del norte antes de que la aplanadora de las maquiladoras y de los anuncios comerciales nos metieran a todos en este supermercado que ahora nos mal gobierna.

El amor por la tierra, la nostalgia de un tiempo de ritmo pausado y humanista, matiza el lenguaje de este bello libro escrito con el respaldo de las formas clásicas de la buena literatura y con ágil modernidad, que son los dos componentes del estilo de este excelente escritor llamado Carrejo.

A pesar de narrar los hechos espantosos de un incendio gigantesco, este libro nos produce las sensaciones de un mundo amable y generoso, un ambiente de serenidad y belleza; la elegancia de ese toque aristocrático y noble que caracteriza a los jimenenses.

En sus páginas hallamos una voz narrativa de gran originalidad. En frases breves y bien medidas late una expresividad intensa y sugerente, plena de evocaciones. Creo que Alejandro Carrejo Candia es un narrador de enorme talento natural, educado en las lecturas de los clásicos latinos y españoles que le han forjado una fortaleza de pensamiento y de recursos de lenguaje que lo hacen ser un escritor de gran poderío verbal y profundo registro.

Uno de los muchos valores de esta obra es que al contar los hechos verídicos de una catástrofe regional, Carrejo encontró la fórmula exacta para darle a su historia un alto simbolismo para pensar en la muerte, en el dolor, en el destino y en la solidaridad de los pueblos; en la lumbre como metáfora del mítico fuego de nuestros miedos antiguos y ancestrales.

Saludo con todo el respeto y el amor de amigo a este hombre, cuya amistad y cuyas palabras han enriquecido mi vida, este escritor, este hombre público llamado Alejandro.


Octubre 2000

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