viernes, 25 de junio de 2010

elko


Flores, frutos y otras yerbas del paisaje interior
Presentación del libro Jardín de luna, de Elko Omar Vázquez Erosa

Por Jesús Chávez Marín

Entre los discursos propios y ajenos que diariamente dan forma a nuestros pensamientos, el texto poético es el más destilado, el más denso y el de más armónica sonoridad. Entre la masa de información que nos llena la mente individual y colectiva de asesinatos sangrientos, aviones que estallan, fraudes financieros y políticos, borracheras terminales, kilómetros de anuncios agresivos y frivolidad descarada, existe también un libro de poemas como un acto de fortaleza y purificación.

Es cierto que mucha gente puede pasarse la vida sin leer poemas, aunque su vida será más limitada porque nunca habrá de entender que en el sonido de las palabras se halla el aroma y la luz que rebelan aspectos ocultos de la propia existencia de cada persona, y que el sentido pleno de las palabras, su significación más precisa, solo se realiza en el poema.

También es cierto que en cada época hubo quienes se atrevieron a navegar en su propia identidad para expandir la percepción y escribir este tipo de textos tan íntimos y también tan universales donde los lectores podremos reconocer como propias voces inesperadas, sorprendentes, las que nos dejan la sensación de que ya las habíamos pensado nosotros mismos en alguna situación especial donde sucedió el amor, el dolor, el miedo y el presagio de la muerte. O el misterio de una mirada, la belleza de un rostro, un paisaje, un aroma o el milagro sereno de la amistad.

Un escritor como Elko Omar Vázquez Erosa, quien tiene ya tres libros publicados, se dedica todos los días a escribir notas periodísticas para televisión, estudió la carrera de ciencias de la información y se dedicó en un tiempo a escribir a destajo todo tipo de textos escolares y académicos por encargo en una pequeña empresa que tenían él y su madre... un escritor profesional, tiene la capacidad técnica para redactar cualquier tipo de texto que se proponga. Excepto el poema. Para escribirlo no basta solo la destreza y el uso correcto de las reglas gramaticales y la preceptiva. También hace falta que el poema llegue, que se abra por un instante la ventana de la poesía. Y que en ese instante el poeta haya estado alerta y vigoroso para resistir la iluminación que sucede y pueda entonces iniciar el acto de la verbalización, la escritura.

Nadie duda que los poetas son personas distintas a los demás. Incluso los hombres torpes que se burlan de los poetas y piensan que son locos, que están chiflados y que están fuera de la realidad, saben que ellos son diferentes al común de la gente. Que son sensibles. Que en esencia son más fuertes. Que saben mirar con exactitud y mayor ángulo el territorio material y el territorio imaginario donde existimos. Elko Omar Vázquez Erosa es uno de esos hombres. Uno de nuestros poetas.

En este nuevo libro suyo que hoy se presenta, editado bellamente por el Instituto Chihuahuense de la Cultura, reconocemos de inmediato el estilo Elko: versos de imágenes muy sutiles, volátiles; un lenguaje refinado y difícil donde se asoma un lector muy activo, en las referencias a muchos códigos culturales, mitología, metáforas y símbolos, pero sin recargamientos librescos ni culteranos; un tono leve de romanticismo bohemio y castizo; una reflexión filosófica y una línea estética de la tristeza y el dolor; una paisaje bien descrito donde la naturaleza aparece con todos sus colores, sus olores, sus sonidos, en el canto emocionado de una contemplación y una esencia íntima, y donde también existen los automóviles y otras máquinas.

En este libro la voz poética habla en primera persona y dirige su discurso a una protagonista, o quizá podrían ser varias pero pareciera que en las tres partes que forman su estructura la mujer es la misma, en la mayor parte de los textos. En la primera estrofa se expresa claramente de qué se trata el libro completo, desde sus muy diversos ángulos:

Motas de polvo
suspendidas en el aire
que rabiosas de luz como tus ojos,
vienen a adueñarse de lo oscuro.

El texto se propone desde el inicio corporeizar con palabras lo inasible: la luz, la mirada de los ojos azules de la protagonista, el fulgor del sol en el color de su cabello, el gesto de un rostro en la despedida, el recuerdo en las marcas del propio cuerpo o en el humo del cigarro.

Rocío, agua lustral,
lluvia que se estrella
en los cristales

La presencia de la amada puede forjarse con ingredientes concretos que pueden cubrir cualquier distancia y que le dan a la vida un sentido:

Un sorbo de vino turbio,
volutas de humo azul
que escapan por los hoyuelos del granero
y el paisaje que habla de recuerdos,
de luchas y conquistas, de viajes por el mar.

Todo esto puede suceder en un ambiente hostil y despiadado, como algunos días del invierno:

La lluvia como púas de hielo

La crueldad de la naturaleza, metáfora de ausencia, irrumpe en el propio cuerpo y cala muy hondo:

Aire helado que desea formar parte de los huesos

Una característica del formato con el que este autor suele componer su escritura es que el primer verso de cada poema funciona a la vez como título y como frase inicial del texto, pues lo presenta subrayado en itálicas y con tinta más fuerte. El autor le da a ese primer verso esa doble significación y logra de esta manera una fuerza muy concentrada y sintética, que ilumina el sentido de los demás versos. Como ejemplo se transcribe el siguiente texto:

Desde entonces te inventaba
en el juego ocioso y en las líneas de mis libros,
en el barro que está en la orilla del arroyo,
en los juguetes y en los mitos.

En las noches tenebrosas, cuando faltaba la luna,
entonces te creaba en la flama de las velas,
con el sonido familiar del viento en las rendijas.

En sólo siete versos el punto de vista de la voz poética recorre distintos paisajes y sensaciones: los libros, el río, el juego, la imaginación, la noche, el recinto apenas iluminado en el que vibra la fuerza del viento. En todos esos ámbitos se va inventando la ilusión de una presencia anhelada.
El autor tiene habilidad para expresar sensaciones telúricas y concentrarlas en una acertada mezcla de imágenes, como en estos dos versos:

Se carga el cielo de humedad
y se vuelve perfume el adobe de las ruinas

Sin perder el tono de estoica serenidad que la caracteriza, la voz poética se inclina a veces hacia la ternura, como puede oírse en esta estrofa del poema que se llama Para llevarte lejos:

Para que seas una niña,
para que estés segura,
para mantenerte abrigada
en un lecho de seda

A veces el autor hace referencia a leyendas y lecciones de la tradición, y atribuye algunos de sus relatos y sus ideas a un personaje colectivo a quien nombra “los viejos”, como en esta estrofa que es también un ejemplo de su capacidad de concentración y densidad:

Dicen los viejos que hace mucho
vinieron las hijas de la luna
a robar los frutos del edén,
y al tocar la tierra...
se les cayeron las alas.

Resulta muy dinámico en la lectura ese juego textual donde se mezcla un diálogo con la amada, esas cartas que se van escribiendo desde la distancia y la evocación, los ecos de su recuerdo sonando en viejos muros o en el campo abierto y también la acción de perseguirla y darle vida en las palabras, en tomarla como fuente del poema:

Transformas los rincones en poesía,
te pierdes entre resonancias

Todo el libro puede leerse también como una historia de amor en el que el protagonista está dispuesto a perseguir a la amada en todas las dimensiones, hasta fundirse con ella en la tierra y en la muerte:

Voy a llevarte hasta la tumba,
voy a ponerte ofrendas
y luego abrazaré la tierra
y me secaré, junto a las flores.

Amor constante más allá de la muerte, amor aferrado en las palabras y en el propósito de trascendencia.
En la tercera parte del libro, que se titula “Estudios y fragmentos”, hay una variedad de temas, aunque se sigue sosteniendo el diálogo con el personaje femenino que silenciosa escucha o ausente lee las palabras que se pronunciaron o se escribieron para ella. Un ejemplo es este poema que alude a esas imágenes y estructuras que se van derritiendo en la pantalla de una computadora por una falla de sistema, ante la angustia del que aterrado mira la desaparición:

Dudas en la agonía del milenio:
¿y si los dioses regresan por sus fueros
y la realidad se ve, de pronto,
desdibujada en sus contornos?

¿Y si acechan formas
de tiempos extraviados y blasfemos
y desaparece nuestro mundo, sin dejar siquiera
huellas en el polvo que sobrenada el cosmos?

O de este otro que es vivo retrato del vino y de su conexión con el sueño mezclado en el delirio y la lucidez intensa y efímera. Su primera estrofa es esta:

Nada como el vino:
tiene el perfume,
tiene el color,
la suave textura
que se va adueñando
de los sentidos.

Este poema cierra brillantemente en su estrofa final:

de las flores fantasma
que proyectaba la copa,
de la sigilosa mirada
que sorprende un instante
—un mísero instante—.

En la desolación, el personaje protagonista de la voz poética desciende a veces al abismo de la soledad y la tristeza más profunda, la de la falta de sentido de la vida que se halla en las sensaciones más elementales del cuerpo, como puede verse en el siguiente poema:

¿Será el olvido que hallan los lotófagos
el fin último de la existencia?

¿Será la mirada estúpida de la satisfacción
la gloria de que hablan los profetas?

¿Será la falta de ilusiones la que corona
los sueños, las fatigas y todos los afanes?

¿Serán tus ojos un cigarro, tal vez dormir,
o la embriaguez metódica?

No queda más que reconocerse en estos versos cuando hemos sentido que ya se nos fueron todos los trenes, cuando parece que ya sólo nos ha quedado la cotidiana dosis de comida, trabajo, dinero, licor semanal y una cajetilla de cigarros que se consume como nuestro cuerpo en el tiempo inútil.
Sin embargo el poeta no se deja vencer. Cuando todo ha pasado y la vida ya no tiene sentido, quedan los recuerdos como el polvo enamorado del que habló Quevedo:

En los vasos rabiosos te recuerdo,
en las cenizas compactadas,
en el fluir del automóvil;

en efímeras flores que de esquirlas
nacieron en el muro,
en el grito que tronaba por las calles,
en el borde que me sacudió
todos los huesos,

y en las prendas íntimas
que asomaron
por un velo de cristal.

En estos poemas se percibe con nitidez una atmósfera bien definida. Se trata de un libro notable en su claridad, en el vuelo de las imágenes y en la expresión exacta de sentimientos colectivos. Para terminar sólo me queda recomendarles la lectura de este autor nuestro, Elko Omar Vázquez Erosa, quien escribe para nosotros, para nuestro tiempo, y con su obra nos define y nos inventa y consigue que nuestros sueños queden bien armonizados en las palabras, en su exacta escritura.
Agradezco a ustedes su atención.


Agosto 2002

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