miércoles, 2 de junio de 2010

horacio ortiz terrazas


Este libro no requiere amuletos

Por Jesús Chávez Marín

El mes pasado, mi amigo Horacio Ortiz Terrazas me invitó a presentar su libro que se llama Buena suerte, mala suerte, ¿quién lo sabe?, en la quinta Gameros. Ese acto cultural estuvo animado y de buen humor. El libro se trata de que ni la buena suerte ni la mala existen, lo que siembras recoges, y el que la hace la paga. De cualquier forma, Lilly Blake, quien también fue comentarista esa noche, le regaló a Horacio un amuleto chino, por si las dudas. Este fue mi texto de presentación, que tan solemnemente leí en esa memorable ocasión.
Me siento complacido de participar en la presentación de este libro, ópera prima de mi amigo Horacio Ortiz Terrazas. Ópera prima en lo que se refiere la escritura, porque él es autor de un disco de canciones ya grabadas.
En nuestras conversaciones a la sombra de un café, o a la luz de unas frescas cervezas, Horacio y yo comentábamos que los presentadores de un libro se asemejan en su función social a los padrinos de un niño en el bautizo. En ese ambiente, me siento también muy a gusto de ser uno de los padrinos junto a la bella escritora Lilly Blake, el abogado y filósofo Víctor Manuel Bueno Aragón, y el maestro Jorge Luis Hurtado Meléndez, compañeros en esta mesa.
Cada libro escoge a sus lectores y este de Horacio Ortiz Terrazas está llamado a escoger a una multitud de nosotros, a veces tan necesitados de la sabiduría natural del sentido común, de la claridad de pensamiento y de la lógica cotidiana de la vida. El autor nos pone en charola de plata y por cierto en muy pocas páginas, un caudal de ideas que serán útiles para quienes sepan conectarse con la filosofía sencilla y risueña de este escritor que se mueve con soltura y desparpajo en el ambiente cultural de nuestro siglo xxi. Por cierto, una de mis sorpresas como lector, fue que es una obra de pocas palabras, escrito por un señor cuyas conversaciones son kilométicas y cuyas anécdotas e ideas parecieran inagotables.
Luego de que cada libro escoge a sus lectores, cada lector escoge, según su voluntad y su gusto, aquellos pasajes y páginas que más le interesan, que más le complacen y que más le informan o le enseñan.
En el impulso de mi gusto personal, lo que más disfruté fueron las páginas de narrativa, aquellas en las que Horacio cuenta historias y parábolas que ilustran ideas. En ellas existe mucho ese ambiente amable que mi amigo despliega en sus conversaciones: la claridad de su pensamiento, la energía y la pasión con la que defiende sus criterios, el arte de platicar historias, y el generoso talante de educador nato y de filósofo práctico que son parte de su personalidad.
Para la contraportada del libro, el diseñador eligió como foto de autor un retrato de Horacio donde aparece muerto de risa, relajado y con una expresión corporal que denota la firmeza de su carácter. Para mí esa foto es la estampa fiel de un buen contador de historias.
Les voy a poner como ejemplo esta frase del libro: En un pueblo muy pobre en medio de la nada, habitaba un hombre de escasos recursos que atendía su parcela año con año, y vivía de lo que allí cosechaba.
Punto. Con una breve frase aparece un personaje que gana de inmediato la atención del lector, y alimenta su curiosidad. Más adelante resulta que aquel rústico campesino en medio de la nada, es el un hombre sereno y sabio, y hasta tiene como suya la frase que Horacio pone en la portada de su libro como título: buena suerte, mala suerte, quién lo sabe.
¿Cómo le hace Horacio Ortiz Terrazas para que al tronar los dedos aparezcan personajes en cuanto le da la gana? Como este otro que es descrito con estas irónicas palabras: Un vecino, de esos que nunca faltan, que siempre están viendo qué hacen lo demás sin hacer nada, etcétera.
Pero este libro es mucho más que relatos, no quiero abrumarlos con mi entusiasmo por el talento narrativo de Horacio. Así que ya nada más les pondré otra cita más del libro, en el que se habla con tono psicológico de otro personaje: "...aquel hombre utilizó la experiencia que sus días en el mundo le habían proporcionado".
Otro de los aciertos es que que se expresa una de las más sentidas y elegantes alabanzas a la voluntad humana, esa cualidad que el mismo Dios respetó en sus criaturas: el libre albedrío.
Ese tema, el autor lo aborda desde otros ángulos. Uno de ellos es el de la neurolingüiística. Escuchen esta cita a ese respecto: el cerebro humano actúa concientemente dando órdenes al inconsciente. La cual se complementa con esta otra: el inconsciente solo actúa, no toma decisiones, simplemente obedece. Por lo tanto, si la petición o requisición u orden es incorrecta o errónea, el inconsciente la realizará exactamente de esa manera.
Como en otro de sus capítulos Horacio cita al poeta Amado Nervo, con aquella famosa frases suya de que cada quién es el arquitecto de su propio destino, quiero terminar estos comentarios transcribiendo completo el poema de ese buen poeta mexicano:
En paz. [Artifex vitae artifex sui] Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida. Porque nunca me diste ni esperanza fallida, ni trabajos injustos, ni pena inmerecida. Porque veo al final de mi rudo camino, que yo fui el arquitecto de mi propio destino. Que si extraje las mieles o la hiel de las cosas, fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas. Cuando planté rosales, coseché siempre rosas. Cierto: a mis lozanías va a seguir el invierno. Mas tú no me dijiste que mayo fuera eterno. Hallé sin duda largas las noches de mis penas. Mas no me prometiste tan solo noches buenas. Y en cambio tuve algunas santamente serenas. Amé. Fui amado. El sol acarició mi faz. Vida, nada me debes. Vida, estamos en paz.
Horacio estuvo contento esa noche. Y nosotros también.

Mayo 2010.

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